"No Llores Más, My Lady" - читать интересную книгу автора (Clark Mary Higgins)

1

Jason, el chófer que trabajaba para Min desde hacía mucho tiempo, estaba aguardándola en la salida de pasajeros con su impecable uniforme gris. Era un hombre pequeño y bien formado, que en su juventud se había desempeñado como jockey. Un accidente había puesto fin a su carrera y tuvo que trabajar en los establos hasta que Min lo contrató. Elizabeth sabía que al igual que todos los empleados de Min, era muy leal a ella. En su rostro acartonado se dibujó una sonrisa cuando la vio llegar.

– Señorita Lange, es un placer volver a tenerla con nosotros -le dijo. Elizabeth se preguntó si él también estaría recordando que la última vez que estuvo allí había ido con Leila.

Se inclinó para darle un beso en la mejilla.

– ¿Jason, puedes olvidar eso de «señorita»? Me haces parecer una dienta cualquiera o algo así. -Ella notó la tarjeta que tenía en la mano donde estaba escrito el nombre de Alvirah Meehan-. ¿Tienes que recoger a alguien más?

– Sólo a una persona. Pensé que ya habría salido. Los pasajeros de primera siempre salen antes.

Elizabeth reflexionó sobre las pocas personas que ahorraban en el pasaje aéreo cuando podían pagar un mínimo de tres mil dólares por semana en «Cypress Point». Se puso a estudiar con Jason a los pasajeros que desembarcaban. Jason mantenía la tarjeta en alto mientras varias mujeres elegantes pasaban junto a él, ignorándolo.

– Espero que no haya perdido el vuelo -murmuró en el momento en que aparecía una última pasajera. Era una mujer robusta de unos cincuenta y cinco años, de facciones bien marcadas y fino cabello rojizo. Se notaba que el vestido color púrpura y rosa era costoso, pero no el apropiado para ella. Le abultaba en la cintura y en las caderas y se le levantaba a la altura de la rodilla. Intuitivamente, Elizabeth sintió que esa señora era Alvirah Meehan.

Ella vio su nombre en la tarjeta y se les acercó con una sonrisa complacida y aliviada. Estrechó la mano de Jason con bastante vigor:

– Bien, aquí estoy -anunció-. Y me alegro de verlo, hombre. Temía alguna confusión y que nadie viniera a buscarme.

– Oh, nunca dejamos de recoger a un huésped.

Elizabeth sintió que se le torcían los labios al ver la expresión de asombro de Jason. Era obvio que la señora Meehan no era del tipo de huésped habitual en «Cypress Point».

– ¿Me permitiría los resguardos del equipaje, por favor?

– ¡Oh, qué bien! Odio tener que esperar el equipaje. Es una gran molestia al finalizar un viaje. Claro que Willy y yo solemos ir a Greyhound y nuestras maletas están allí, pero así y todo… No tengo muchas cosas. Pensaba comprar algunas, pero mi amiga May me dijo: «Alvirah, espera a ver qué usan los demás. Todos estos lugares elegantes tienen tiendas… Pagarás de más, pero al menos podrás comprarte lo justo, sabes a lo que me refiero.» Le entregó luego a Jason el sobre con su pasaje donde estaban también los recibos y después se volvió hacia Elizabeth. -Mi nombre es Alvirah Meehan. ¿Tú también irás «Cypress Point»? No pareces necesitarlo, querida.

Quince minutos después, estaban sentadas en la elegante limusina plateada y fuera del aeropuerto. Alvirah se arrellanó en el asiento y exhaló un gran suspiro.

– Ah, qué bien… -dijo.

Elizabeth estudió las manos de la otra mujer. Eran las de una persona trabajadora, con gruesos nudillos y callosidades. Las uñas, a pesar del esmalte fuerte, eran cortas, aun cuando tenían el aspecto de un trabajo costoso. Su curiosidad sobre Alvirah Meehan fue un bienvenido descanso para su mente siempre ocupada en Leila. La mujer le caía bien, tenía algo de cándido y atractivo, ¿pero quién era ella? ¿Qué la había traído a «Cypress Point»?

– Todavía no logro acostumbrarme -continuó Alvirah en tono alegre-. Quiero decir que en un momento, estoy sentada en mi casa con los pies en remojo. Puedo decirle que limpiar cinco casas por semana no es broma, y la del viernes fue la peor: tienen seis hijos y todos son desordenados, y la madre es peor que ellos. Luego, sacaron los números ganadores de la lotería y los teníamos todos. ¡Willy y yo no podíamos creerlo! «Willy -le dije-, ahora somos ricos». «Ya lo creo», me dijo. Tiene que haberlo leído el mes pasado. Cuarenta millones de dólares, y un minuto antes no teníamos ni siquiera dos monedas juntas.

– ¿Ganó cuarenta millones de dólares en la lotería?

– Me sorprende que no lo haya leído. Somos los ganadores más grandes de la historia de la lotería del estado de Nueva York. ¿Qué le parece?

– ¡Creo que es maravilloso! -exclamó Elizabeth con sinceridad.

– Bueno, en seguida supe qué era lo que quería y era venir a «Cypress Point». Hace diez años que leo acerca de este lugar. Me gustaba soñar sobre cómo sería pasar unos días en él y conversar con las celebridades. Por lo general, hay que esperar varios meses para una reserva, pero yo conseguí una así -dijo mientras chasqueaba los dedos.

«Porque Min, sin duda, había reconocido el valor publicitario de que Alvirah Meehan le dijera al mundo que la ambición de toda su vida había sido ir a “Cypress Point” -pensó Elizabeth-. A Min nunca se le escapa nada.»

Tomaron la Coastal Highway.

– Se supone que este camino tenía que ser maravilloso -comentó Alvirah-, pero no me parece nada extraordinario.

– Un poco más adelante, es algo que corta e) aliento -murmuró Elizabeth.

Alvirah se enderezó en el asiento y miró a Elizabeth.

– A propósito, estuve hablando tanto que he olvidado su nombre.

– Elizabeth Lange.

Los grandes ojos marrones, agrandados por los lentes de aumento, se abrieron de par en par.

– Sé quién es usted. Usted es la hermana de Leila LaSalle. Era mi actriz favorita. Sé todo acerca de Leila y de usted. La historia de ustedes dos cuando vinieron a Nueva York siendo usted muy pequeña es tan hermosa. Dos noches antes de que muriera, vi un preestreno de su última obra. Oh, lo siento… No quería molestarla…

– Oh, está bien. Es que tengo un fuerte dolor de cabeza. Será mejor que descanse un rato…

Elizabeth se volvió hacia la ventanilla y se retocó los ojos. Para entender a Leila había que haber vivido esa niñez, ese viaje a Nueva York, el temor y las desilusiones… Y había que saber que por muy bonita que sonara la historia en la revista People, no era en absoluto una historia agradable.


El viaje en autobús desde Lexington a Nueva York duró catorce horas. Elizabeth durmió acurrucada en el asiento y con la cabeza apoyada en el regazo de Leila. Estaba un poco asustada y la entristecía pensar que cuando su madre regresara a casa descubriría que se habían ido, pero sabía que Matt la invitaría a beber y que luego la llevaría al dormitorio, y en poco tiempo estarían riendo y gritando y los muelles del colchón empezarían a sonar…

Leila le nombró los estados por los que pasaban: Maryland, Delaware, Nueva Jersey. Luego, los campos fueron reemplazados por unas horribles cisternas y las calles cada vez más atestadas. En el túnel Lincoln, el autobús se detenía y volvía a arrancar a cada momento y Elizabeth comenzó a sentir un cosquilleo en el estómago. Leila se dio cuenta y le dijo: «Vamos, Sparrow rao te descompongas ahora. Sólo faltan unos minutos.»

No podía aguardar a bajar del autobús. Necesitaba respirar aire fresco. El aire allí era pesado y muy caluroso, incluso más que en su casa. Elizabeth se sintió inquieta y cansada. Estuvo a punto de quejarse, pero se dio cuenta de que Leila también parecía muy cansada.

Acababan de salir de la plataforma cuando un hombre se acercó a Leila. Era delgado y de cabello oscuro ensortijado, aunque un poco calvo en la parte de delante. Tenía patillas largas y ojos pequeños y marrones y al sonreír se ponía un poco bizco.

– Soy Lon Pedsell -le dijo-. ¿Eres la modelo que la agencia «Arbitran» envía desde Maryland?

Por supuesto que Leila no era la modelo, pero Elizabeth adivinó que su hermana no diría que no.

– No había ninguna otra de mi edad en el autobús -le respondió.

– Y obviamente eres modelo.

– Soy actriz.

La expresión del hombre cambió como si Leila le hubiera dado un regalo.

– Esto es un comienzo para mí y espero que lo sea también para ti. Si te gusta trabajar como modelo, serás perfecta. Son cien dólares por cada vez que poses.

Leila dejó sus maletas en el suelo y le apretó el hombro a Elizabeth. Era su manera de decir: «Déjame hablar a mí.»

– Me pareces agradable -le dijo Lon Pedsell-. Ven, tengo mi coche fuera.

Elizabeth quedó sorprendida al ver su estudio. Cuando Leila le hablaba sobre Nueva York, pensó que en todos los lugares donde ella trabajaría serían hermosos. Pero Lon Pedsell las llevó a una calle sucia a unas seis manzanas de la terminal. Había mucha gente sentada en los pórticos y basura desparramada por todas partes.

– Disculpadme por mi situación temporal -dijo-. Perdí la casa que alquilaba al otro lado de la ciudad y estoy preparando una nueva.

El apartamento adonde las llevó quedaba en el cuarto piso y estaba tan desordenado como el de su madre. Lon respiraba con dificultad porque había insistido en llevar las dos maletas.

– ¿Quieres que le dé un refresco a tu hermana y que mire la televisión mientras tú posas? -le preguntó a Leila.

Elizabeth se daba cuenta de que Leila no estaba muy segura de lo que debía hacer.

– ¿Qué tipo de modelo se supone que debo ser? -preguntó.

– Es para una nueva línea de trajes de baño. En realidad, hago las pruebas para la agencia. La joven que elijan hará un montón de publicidad. Tienes suerte de haberme encontrado hoy. Tengo la sensación de que eres la persona que estaba buscando.

Las llevó a la cocina. Era pequeña y sucia y había un pequeño televisor sobre una de las sillas. Le sirvió un refresco a Elizabeth y vino para Leila y para él.

– Tomaré un refresco -dijo Leila.

– Sírvete. -Encendió el televisor-. Ahora, Elizabeth, voy a cerrar la puerta para poder concentrarme. Quédate aquí y diviértete.


Elizabeth miró tres programas. A veces oía que Leila decía en voz alta: «Eso no me gusta.» Sin embargo, no parecía asustada, sólo un poco preocupada. Después de un rato, apareció y le dijo:

– Ya terminé, Sparrow, recoge tus cosas. -Luego se volvió hacia Lon-. ¿Sabes dónde puedo encentrar un cuarto amueblado?

– ¿Les gustaría quedarse aquí?

– No, sólo dame los cien dólares.

– Tienes que firmar este permiso primero…

Cuando Leila lo firmó, miró a Elizabeth y le dijo sonriendo:

– Debes estar orgulloso de tu hermana mayor. Va en camino de convertirse en una modelo famosa.

Leila le entregó el papel.

– Dame los cien dólares.

– Oh, la agencia te pagará. Aquí tienes su tarjeta. Ve allí mañana por la mañana y te darán un cheque.

– Pero dijiste…

– Leila, vas a tener que aprender el negocio. Los fotógrafos no pagan a las modelos. La agencia paga cuando recibe el permiso.

No les ofreció ayudarlas a bajar las maletas.

Una hamburguesa y un batido en un restaurante llamado «Chock Full o’Nuts» las hizo sentir mucho mejor. Leila había comprado un mapa de Nueva York y un diario. Comenzó con la sección inmobiliaria.

– Aquí hay uno que parece adecuado: «Ático, catorce habitaciones, espectacular vista, rodeado de terraza.» Algún día, Sparrow, te lo prometo.

Encontraron un anuncio para compartir un apartamento. Leila miró el plano.

– No está mal -dijo-. Queda en la Calle 95 y la avenida West End no está tan lejos. Podemos tomar un autobús.

El apartamento parecía estar bien, pero la sonrisa de la mujer se borró al enterarse de que Elizabeth era parte del trato.

– Niños, no -dijo en tono rotundo.

Sucedía lo mismo en cada uno de los lugares adonde iban. Por fin, a las siete de la tarde, Leila le preguntó a un taxista si conocía algún lugar barato y decente para vivir donde pudiera tener a Elizabeth. Él les indicó una pensión en Greenwich Village.


A la mañana siguiente, fueron a la agencia de modelos de Madison Avenue para recoger el dinero de Leila. La puerta de la agencia estaba cerrada y había un letrero que decía: «Deje las fotos en el buzón.» En él ya había media docena de sobres manila. Leila tocó el timbre. Una voz le contestó por el interfono.

– ¿Tiene una cita?

– Vengo a recoger mi dinero -dijo Leila.

Ella y la mujer comenzaron a discutir. Por fin, la mujer le dijo que se fuera, pero Leila volvió a tocar el timbre otra vez y no se detuvo hasta que alguien le abrió la puerta. Elizabeth retrocedió. La mujer tenía el grueso cabello oscuro recogido en una trenza. Sus ojos eran negros como el carbón y estaba muy enojada. No era joven, pero sí hermosa. El traje blanco de seda que llevaba hizo que Elizabeth se diera cuenta de que sus pantalones cortos estaban desteñidos y que su camiseta de algodón estaba gastada. Cuando salieron, pensó que Leila era muy hermosa, pero al lado de esa mujer, parecía vulgar y harapienta.

– Escucha -le dijo la mujer- si quieres dejar tus fotos, muy bien, hazlo, pero si tratas de molestar de nuevo, haré que te arresten.

Leila le mostró el papel que tenía en la mano.

– Usted me debe cien dólares y no me iré sin ellos.

La mujer tomó el papel, lo leyó y comenzó a reírse tan fuerte que tuvo que recostarse contra la puerta.

– ¡De veras que eres tonta! Esos tipos hacen siempre lo mismo. ¿Adónde te recogió? ¿En la terminal de autobuses? ¿Terminaste en la cama con él?

– No, no lo hice. -Leila tomó el papel, lo rompió en mil pedazos y lo pisoteó-. Vamos, Sparrow. Ese tipo se burló de mí, pero no tenemos por qué dejar que esta perra se ría de nosotras.

Elizabeth se dio cuenta de que Leila estaba tan molesta que podía echarse a lloraren cualquier momento y no quería que la mujer la viera. Le sacó la mano a Leila del hombro y se colocó delante de la mujer.

– Usted es mala -le dijo-. Ese hombre fingió bien, y si hizo trabajar a mi hermana gratis, tendría que compadecerse de nosotras y no reírse. -Se volvió y cogió de la mano a Leila-. Vamos.

Se dirigían hacia el ascensor cuando la mujer las llamó.

– Vosotras dos, venid aquí. -Ellas la ignoraron. Entonces, la mujer les gritó-: ¡Os dije que vinieseis aquí!

Dos minutos después estaban en su oficina privada.

– Tienes posibilidades -le dijo la mujer a Leila-. Pero esa ropa… No sabes nada de maquillaje; necesitarás un buen corte de pelo y un álbum de fotografías. ¿Posaste desnuda para esa basura?

– Sí.

– Muy bien. Si eres buena, te pondré en una publicidad para un jabón, y entonces aparecerán tus fotografías en una de esas revistas «especiales». ¿Te filmó también?

– No, por lo menos, no lo creo.

– Está bien, de ahora en adelante yo me ocuparé de todos los contratos.

Salieron de allí atontadas. Leila tenía una lista de citas en el salón de belleza al día siguiente. Después, tenía que encontrarse con esa mujer en el estudio del fotógrafo.

– Llámame Min -le había dicho la mujer-. Y no te preocupes por la ropa. Yo te llevaré todo lo que necesitas.

Elizabeth se sentía tan feliz que sus pies apenas tocaban el suelo, sin embargo Leila permanecía muy tranquila. Caminaron por Madison Avenue. Personas bien vestidas pasaban junto a ellas mientras el sol brillaba con esplendor. Había puestos de emparedados de salchicha y pretzel en casi cada esquina; autobuses y taxis que tocaban el claxon; casi todo el mundo ignoraba la luz roja y esquivaba el tráfico. Elizabeth se sentía como en casa.

– Me gusta este lugar -dijo.

– También a mí, Sparrow. Y tú me salvaste el día. Te juro que no sé quién se ocupa de quién. Y Min es una buena persona. Pero, Sparrow, he aprendido algo de ese asqueroso padre que tuvimos y de los apestosos novios de mamá y ahora también del bastardo ese que conocimos ayer.

»Sparrow, nunca volveré a confiar en un hombre.