"Me Muero Por Ir Al Cielo" - читать интересную книгу автора (Flagg Fannie)

Norma sale a la carretera

8h 33m de la mañana

En cuanto hubo colgado el teléfono a Macky, Norma corrió otra vez a la cocina a echarse agua fría en la cara, y acto seguido voló desesperada por la casa mientras recogía el bolso, folletos informativos de Medicaid y papeles del seguro médico, pasta dentífrica y un cepillo de dientes, y todo aquello que su tía pudiera necesitar en el hospital. Norma había temido durante años que pasara algo así, y ahora se alegraba de haber tenido la previsión de planearlo. Diez años atrás había preparado una carpeta con las palabras «Hospital, Emergencia, tía Elner».

También tenía un equipo de emergencia para terremotos en el garaje, donde guardaba agua embotellada, cerillas, seis latas de chiles Del Monte, una pequeña provisión de sus hormonas, medicamento para la tiroides, aspirinas, un bote de crema limpiadora Merle Norman, quitaesmalte y unos pendientes de repuesto. No era muy probable que se produjera un terremoto en Elmwood Springs, Misuri, pero ella creía que era mejor prevenir que curar.

Después de recoger todas las cosas para la tía Elner, Norma salió a toda prisa de la casa y le gritó a una mujer del jardín de al lado:

– Voy al hospital, mi tía se ha vuelto a caer de un árbol.

Subió al coche de un salto y arrancó. La mujer, que no conocía mucho a Norma, se quedó parada y la vio partir preguntándose qué demonios estaría haciendo su tía en un árbol. Norma dobló la cerrada esquina, salió del complejo y cruzó la ciudad todo lo rápido que pudo sin infringir la ley. La última vez que la tía Elner se cayó y Norma tuvo que salir precipitadamente, la patrulla la paró y le puso una multa por exceso de velocidad, la primera de su vida, y para colmo de males, al dar marcha atrás para irse pisó el pie del agente. Menos mal que éste era amigo de Macky, si no quizá la habrían metido en la cárcel de por vida. Norma sabía que debía procurar que no la multaran otra vez: obedecía las señales de limitación de la velocidad, pero mientras conducía, sus pensamientos iban a mil por hora. Cuanto más pensaba Norma en los acontecimientos de los últimos seis meses, más furiosa se ponía y más culpaba a Macky de la situación actual de su tía. Si se hubieran quedado en Florida en vez de regresar a casa, esto no habría ocurrido. Cuando llegó al cruce con la interestatal y tuvo que esperar a que el semáforo rojo más largo de la historia de la humanidad cambiara a verde, su mente se remontó a ese fatídico día de seis meses atrás…


Era martes por la tarde, y la tía Elner estaba jugando su partida de bingo en el centro cívico. Norma acababa de llegar de su reunión de «Personas que cuidan la línea», y se sentía de muy buen humor tras haber perdido casi otro kilo y recibido del director una pegatina de rostro sonriente, cuando Macky soltó la bomba. Abrió la puerta de la calle, y él estaba en el salón esperándola, con una mirada extraña, la que siempre tenía cuando había tomado alguna decisión, y efectivamente le dijo que se sentara, que quería decirle algo. «Oh, Dios, qué será ahora?», pensó, y cuando él se lo hubo explicado, Norma no daba crédito a sus oídos. Después de que Macky hubiera pasado por lo que ella denominaba su «período chiflado de la mediana edad con diez años de retraso» y hubieran vendido la ferretería, la casa y la mayoría de los muebles y se hubieran trasladado todos a Vero Beach, Florida, incluida la tía Elner y su gato Sonny, no faltaba nadie, ahora estaba él ahí sentado ¡diciéndole que quería volver! Habían pasado sólo dos años viviendo en una casa de tres habitaciones en régimen de condominio con jardín común y vistas de naranjos en un edificio de hormigón color menta en Leisure Village Central, y ahora él decía que ya estaba harto de Florida, los huracanes, el tráfico y los viejos que conducían a menos de cincuenta. Ella lo miraba totalmente incrédula.

– ¿Me estás diciendo que después de haber vendido prácticamente todo lo que teníamos y dedicado los dos últimos años a arreglar este sitio ahora quieres regresar a casa?

– Sí.

– Durante años no paraste de repetir «me muero de ganas de ir a vivir a Florida».

– Ya sé, pero…

Ella lo interrumpió de nuevo.

– Antes de mudarnos te pregunté: «¿Estás seguro de que quieres hacer esto ahora?» «Oh, sí-contestaste-. Por qué esperar, vayamos pronto y adelantémonos a los baby boomers.»

– Sí, lo dije, pero…

– ¿Recuerdas también que a petición tuya regalé toda nuestra ropa de invierno a la Beneficencia? Dijiste «por qué vamos a llevar todos esos abrigos y jerséis a Florida. No tendré que recoger más hojas con el rastrillo ni quitaré más nieve de la acera con la pala, ¿para qué un abrigo grueso?».

Macky se revolvió un poco en la silla mientras ella seguía hablando.

– Pero aparte de que ahora no tenemos casa ni ropa de invierno, no podemos regresar.

– ¿Por qué no?

– ¿Por qué no? ¿Qué va a pensar la gente?

– ¿Sobre qué?

– ¿Sobre qué? Pensarán que somos una panda de cabezas huecas, yendo de aquí para allá como una tribu de gitanos.

– Norma, nos hemos mudado una vez en cuarenta años. No creo que por eso se nos pueda considerar cabezas huecas o gitanos.

– ¿Qué pensará Linda?

– A ella le da igual; es completamente normal que la gente de nuestra edad quiera estar cerca de la familia y los viejos amigos.

– En ese caso, ¿por qué diablos vinimos?

Macky había pensado y ensayado la respuesta.

– Pensé que sería una buena experiencia de aprendizaje -dijo.

– ¿Una buena experiencia de aprendizaje? Ya entiendo. Ahora no tenemos casa, ni ropa de invierno, ni muebles, pero ha sido una buena experiencia de aprendizaje. Macky, si aquí no ibas a ser feliz, ¿por qué decidimos venir?

– No sabía que no me gustaría, y sé sincera, Norma, a ti te gusta tan poco como a mí.

– No -confirmó ella-, no me gusta, pero a diferencia de ti, Macky, yo me he esforzado para adaptarme, y me fastidia pensar que he desperdiciado dos años de mi vida en ello.

Macky exhaló un suspiro.

– Vale, muy bien, no nos vamos. No quiero hacer nada que te disguste.

Entonces Norma suspiró y lo miró.

– Macky, sabes que te quiero…, y haré lo que desees, pero, por Dios, sólo espero que lo hayas pensado bien. Después de que nos organizaron aquella fiesta de despedida y todo, ahora volver a rastras y decir «sorpresa, estamos otra vez aquí»… Me resulta embarazoso.

Macky se inclinó hacia delante y le cogió la mano.

– Cariño, nadie le va a dar importancia. Mucha gente se ha trasladado a algún sitio y luego ha regresado.

– ¡Pues yo no! ¿Y qué opina la tía Elner? Seguro que los dos ya habéis hablado del asunto.

– Dice que le alegra volver a casa, pero que depende de ti. Hará lo que tú quieras.

– Fantástico, como de costumbre los dos contra mí. Y si no digo que sí, yo soy la que queda como un trapo.

– Esto, yo…

Norma se sentó y lo miró fijamente, parpadeó unos instantes y luego dijo:

– De acuerdo, Macky, nos vamos; pero prométeme que dentro de dos años no te entrará otra vez la vena de volver a mudarnos. No paso por otro traslado.

– Lo prometo -dijo Macky.

– Vaya lío. Me has alterado tanto que voy a tomar un poco de helado.

Macky se levantó de golpe, contento de que el asunto se hubiera arreglado.

– No te levantes, cariño -dijo-. Yo lo traigo. ¿Dos bolas o tres?

Norma abrió el bolso y buscó a tientas un Kleenex.

– Oh…, que sean tres, supongo que, si nos marchamos, no vale la pena que vuelva a «Personas que cuidan la línea».

Menos mal que en tres días vendieron la casa con vistas de naranjos con un fideicomiso de un mes. Pero, aun así, fue triste mudarse de nuevo. Gracias a Dios ella no había vendido todas sus chucherías; había guardado su caja de música de cerámica con cigüeñas danzantes y su chistera vaso de leche. La habían consolado mucho en momentos de apuro.

Mientras volvían a Misuri, con el gato Sonny maullando todo el rato, Norma intentó no seguir quejándose, como solía hacer su madre, pero, cuando desde el asiento de atrás la tía Elner soltó en broma:

– Norma, mira el lado positivo, al menos no vendiste tu parcela para la tumba.

Eso la encendió de nuevo.

– Precisamente cuando estaba iniciando una nueva vida, aquí estamos, volviendo a casa a morirnos, como una manada de elefantes viejos encaminándose a su cementerio -soltó.

Y para colmo, durante los dos años que habían estado en Florida, debido a las nuevas empresas de software que se instalaban y a la gente que se trasladaba allí, el precio de la propiedad inmobiliaria de Elmwood Springs casi se había doblado. Lo que en otro tiempo había sido una ciudad pequeña, con sólo dos manzanas en el centro, ahora estaba experimentando una expansión suburbana. Y a causa de otro enorme centro comercial inaugurado en el cuarto cinturón, la mayoría de la ciudad se había trasladado al extrarradio, y su bonita casa de ladrillo de cuatro habitaciones situada en un acre de terreno había sido derribada para construir un edificio de apartamentos.

Elner había sido la más lista. No había vendido su casa, sino que la había alquilado a amigos de Ruby, que ya la habían dejado, por lo que podía volver a su antiguo hogar. Pero cuando estuvieron de regreso, lo máximo que Norma y Macky pudieron permitirse fue comprar una casa de dos plantas y dos habitaciones en una urbanización nueva llamada Arbor Springs, e incluso entonces Macky debió ir a trabajar al Almacén del Hogar para poder pagarla. Norma había pedido a la tía Elner que se fuera a vivir con ellos, o al menos que considerara la posibilidad de mudarse a un centro asistido, pero ella había preferido volver a su casa, y, como de costumbre, Macky se puso de su lado. Y gracias a él ahora Norma iba a ver a su pariente vivo más viejo, que seguramente se había roto la cadera, un brazo, una pierna o algo peor. Por lo que Norma imaginaba, su tía podía haberse roto el cuello y haber quedado totalmente paralítica, con lo que probablemente tendría que ir en silla de ruedas el resto de su vida.

«Oh, no -pensó-. La pobre tía Elner se sentirá fatal si no puede andar de un lado a otro.» Quizá pudieran adquirir una de esas nuevas sillas motorizadas, y, por supuesto, eso tendría que ser ahora, que acababan de instalarse en una casa con escaleras y sin acceso para las sillas de ruedas. Bueno, seguramente Macky construiría una rampa, porque era imposible que los tres vivieran en la pequeña casa de una habitación de la tía Elner, sobre todo estando Linda y el bebé todo el tiempo de visita.

– ¡Estarás contento, Macky! -soltó-. ¡Si me hubieras escuchado, esto no habría ocurrido!

Las tres personas del coche que esperaban a su lado en el semáforo echaron una ojeada a Norma, que ahora hablaba sola en voz alta, y pensaron que quizás estaba loca. Cuando llegó al semáforo siguiente, y a medida que su mente seguía acelerada, Norma barruntó que acaso Macky no era el único culpable. Tal vez se podía haber evitado todo si ella se hubiera mantenido firme y se hubiera negado a trasladarse a vivir a Florida. Entonces le dijo a Macky que tenía un mal presentimiento con respecto a la mudanza, pero claro, tenía malos presentimientos sobre tantas cosas que no estaba segura de si era realmente eso o sólo otro síntoma de su trastorno de ansiedad. No saber si debía imponerse o no era muy frustrante. El resultado era que nunca adoptaba una actitud firme sobre nada. Cuando se hallaba a una manzana de la casa de su tía, Macky ya estaba totalmente perdonado y ella se estaba echando todas las culpas por la caída de la tía Elner. «Todo es culpa mía -decía entre gemidos-. ¡Nunca debí haberla dejado volver a esa vieja casa!»

En aquel preciso instante, Norma miró casualmente y vio a las tres personas del coche que la habían estado observando en el último semáforo. Bajó la ventanilla y dijo:

– Mi tía se ha caído de una higuera.

Justo entonces se puso la luz verde, y los del segundo coche salieron disparados.