"El Secreto Génesis" - читать интересную книгу автора (Knox Tom)

9

Rob se despidió de todos y Christine lo acompañó. En el exterior, los tres hombres que cantaban habían apagado las velas, recogido la mesa y ahora comenzaban a caminar calle abajo. Uno de ellos se volvió para mirar a Christine. Su expresión resultaba inescrutable.

O quizá, pensó Rob, no era más que la falta de iluminación en las calles lo que hacía difícil saber lo que aquel hombre estaba pensando. En la lejanía un perro ladraba según su propio ritual solitario. La luna se elevaba por encima del minarete más cercano. Rob pudo oler el agua de las cloacas.

Cogida de su brazo, Christine lo guió por la pequeña y oscura calle hasta otra más ancha y algo mejor iluminada. El periodista esperaba que ella le diera alguna explicación, pero siguieron en silencio. Detrás del bloque de apartamentos más lejano se podía vislumbrar el desierto. Oscuro e infinito, antiguo y muerto.

Pensó en los pilares de Gobekli, desnudos a la luz de la luna, en algún lugar más allá, expuestos por primera vez en diez mil años; sintió frío por primera vez desde su llegada a Sanliurfa.

El silencio había durado demasiado tiempo.

– De acuerdo -dijo soltando el brazo de Christine-. ¿De qué iba todo eso? ¿Ese cántico? -Rob sabía que estaba siendo duro, pero se sentía cansado, irritable y con una ligera resaca-. Christine, dímelo. Parecía… como si hubieras visto al demonio asirio del viento.

Aquello pretendía ser una broma para mejorar el humor. No funcionó. Christine frunció el ceño.

– Pulsa Dinura.

__¿Qué?

– Es lo que estaban cantando esos hombres. Una oración.

– Pulsa… di…

– Nura. Látigos de fuego. Arameo.

Rob estaba impresionado, otra vez.

– ¿Cómo lo sabes?

– Hablo un poco de arameo.

Habían bajado a la altura de los estanques de peces. La antigua mezquita estaba en sombras, sin iluminar. Ninguna pareja caminaba por los paseos. Rob y Christine giraron a la izquierda, dirigiéndose al hotel de él y al piso de ella, que estaba justo después.

– Así que cantaban un himno arameo. Qué bonito. ¡Músicos callejeros!

– No es un himno. Y no eran jodidos músicos callejeros.

La repentina violencia de ella le sorprendió.

– Lo siento, Christine…

– Pulsa Dinura es una maldición antigua. Un hechizo del desierto. De las áridas inmensidades de Mesopotamia. Se encuentra en algunas versiones del Talmud, el libro sagrado de los judíos, escrito en tiempos del cautiverio babilonio, cuando los judíos fueron apresados en Iraq. Rob, es muy malvado y muy antiguo.

– De acuerdo… -No sabía cómo reaccionar. Se estaban acercando al hotel-. ¿Y qué es lo que provoca el Pulsa Dinura?

– Está hecho para invocar al ángel de la destrucción. El azote de fuego. Deben haber estado dedicándoselo a Franz. ¿Por qué otro motivo iban a hacerlo debajo de sus ventanas?

Rob volvió a percibir el enfado.

– Entonces, están lanzándole un conjuro. ¿Y qué? Muy bien. Probablemente no les pague suficientes siclos. ¿A quién le importa? No son más que supercherías, ¿no? -Entonces recordó la cruz que colgaba del cuello de Christine. ¿La estaba insultando de alguna forma? Rob era un completo ateo. Le costaba trabajo aceptar las creencias religiosas y la irracionalidad de las supersticiones y, a veces, las encontraba tremendamente molestas. Sin embargo, le encantaba el Oriente Medio, la cuna de todas aquellas creencias irracionales y credos del desierto. Y le gustaban bastante las pasiones y debates que provocaban esas creencias. Una extraña paradoja. -Christine guardaba silencio. Rob lo volvió a intentar-: ¿Qué importa?

Ella se giró para mirarlo a la cara.

– Importa mucho para algunas personas. En Israel, por ejemplo.

– Continúa.

– Pulsa Dinura ha sido utilizada unas cuantas veces en los últimos años por parte de los judíos.

– De acuerdo…

– Algunos rabinos ultra ortodoxos, por ejemplo. Invocaron al ángel de la muerte para enfrentarse al rabino Yitzhak, el líder israelí, en octubre de 1995. -Hizo una pausa. Rob trataba de recordar la importancia de la fecha. Christine lo hizo antes que él-. Y el rabino fue asesinado ese mismo mes.

– Vale. Una coincidencia interesante.

– Otros rabinos se sirvieron del Pulsa Dinura contra Ariel Sharon, el siguiente primer ministro, en 2005. Unos meses después cayó en coma tras una hemorragia cerebral.

– Sharon tenía setenta y siete años. Y estaba gordo.

Ella miró fijamente a Rob a los ojos.

– Claro. No es más que… una coincidencia.

– Sí que lo es.

Habían llegado al vestíbulo del hotel. Casi estaban discutiendo. Rob se arrepentía de ello. Le gustaba Christine. Mucho. No había querido ofenderla. Se ofreció con entusiasmo a acompañarla durante el medio kilómetro que quedaba hasta su edificio de apartamentos, pero ella lo rechazó con cortesía. Se miraron. Después se dieron un pequeño abrazo.

– Como tú dices, Robert, no es más que una coincidencia -dijo antes de irse-. Pero los kurdos creen que funciona. Montones de personas en Oriente Medio creen que Pulsa Dinura funciona. Es tristemente célebre. Búscalo en Google. Así que, si lo están utilizando significa que algunas personas quieren de verdad ver a Franz Breitner muerto.

Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó.

Rob la miró durante unos minutos mientras se alejaba. Después volvió a sentir un escalofrío. La temperatura de la noche había descendido a medida que el viento soplaba desde el desierto.