"En busca de Buda" - читать интересную книгу автора (Thibaux Jean-Michel)11Dónde te vas a esconder ahora? -preguntó consternada su mejor amiga, Natacha. Helena no respondió. Todas las chicas la observaban desafiantes. Cinco minutos antes, había hecho caer a un cuervo en pleno vuelo, simplemente mirándolo con intensidad. Habían ido a ver a los albañiles en la obra y esperaban la reacción de Helena. – En uno de los quioscos del bosque -respondió ella tajante. – ¡En el bosque! – ¡Con los merodeadores y los desertores! – ¡Y los osos y los zorros! – Mi hermano caza ciervos allí, dice que es el refugio de brujas y serpientes -afirmó Natacha. Los bosques de los alrededores tenían fama de ser peligrosos. Varias personas habían sufrido ataques, pero hacía mucho tiempo de eso, durante las guerras napoleónicas, o tal vez antes. Poco importaba; a Helena le daban igual las opiniones de aquellas miedosas. Los albañiles empezaron a colocar los mampuestos. Acongojada, Helena se deshizo en lágrimas porque estaban encerrando a los pobres fantasmas. Le pareció oír a las almas torturadas llamarla, quiso reunirse con ellas en espíritu, se tumbó y cayó inconsciente. Cuando volvió en sí, vio los rostros inquietos de sus amigas inclinados sobre ella. – Helena, ¿te encuentras mal? – ¿Quieres que hagamos venir al intendente de tu abuelo? – No -dijo ella vivamente poniéndose en pie-. No me pasa nada, nada en absoluto. Todas sintieron una conmoción, como si una onda les golpeara la frente. Se apartaron de golpe y se estremecieron al ver la expresión de su mirada. Natacha se quedó a su lado; era la más cercana, la que más la comprendía. Ella misma podía ver lo que había ocurrido en el pasado. – ¿Qué piensas hacer ahora? – Voy a hacer lo que debo, y no intentes interponerte en mi camino -respondió Helena, colérica. – ¿Lo he hecho en algún momento? – No, es cierto, perdóname, Natacha, pero esos hombres están cometiendo un crimen. – ¿Qué crimen? – No puedes entenderlo -dijo Helena dirigiéndose hacia el equipo de obreros que cantaban. Empezó a maldecirlos lanzándoles un sortilegio tan fuerte que le provocó dolor de cabeza. Los hombres cayeron en un silencio cómplice cuando la vieron llegar. No temían en absoluto a la señorita del castillo: los había contratado el intendente y jefe de la guardia Ossipov. Helena rodeó los mampuestos y observó el muro que se estaba construyendo. Era inquebrantable. Con tristeza, contempló el agujero negro en cuyo fondo vivían las víctimas de Tavline. De repente, la tomó con el jefe del equipo, Vaska Saltikov. Su reputación era conocida: bebía tanto como Ossipov y pegaba a su mujer y a sus hijos todas las noches al volver de la taberna. – ¡No deberías tocarlos! Vaska levantó una ceja. En su cara grande, astuta y enrojecida se traslucía su incomprensión. Su amigo Ossipov le había advertido: «Desconfía de la princesa Von Hahn, os molestará cuando estéis trabajando». Como todo el mundo, conocía los rumores que corrían sobre la señorita, pero no creía en brujas. El vodka anestesiaba sus supersticiones. Se rascó el mentón y puso cara de reflexionar. Como se sentía a gusto en su mente y en su cuerpo, empapados de alcohol desde el amanecer, se sintió inclinado a la indulgencia. – Puedes mirarnos trabajar, si quieres. – Pobre loco Vaska, no se puede molestar impunemente a los espíritus de los muertos. Los más malvados de entre vosotros pagarán caro su sacrilegio. Vaska sonrió; no así sus compañeros, que dejaron de trabajar, presos de la aprensión. Dos de ellos se santiguaron, después de girarse, y Helena repitió: – Los más malvados pagarán antes de la luna nueva. – ¡Perfecto, bebamos a la salud de la luna nueva! -bromeó Vaska adueñándose de la petaca de vodka que le ofrecía Ossipov. Ingirió un buen trago de aguardiente y les pasó el recipiente a sus compañeros. Después de unos cuantos vasos colmados, volvieron a canturrear mientras colocaban los mampuestos de mortero. – ¡Que se vaya al diablo! -dijo Vaska mientras veía alejarse a la pequeña. Helena retomó el mando del escuadrón de niñas vestidas con puntillas y las llevó a merendar. Decididamente, la cosa no iba bien. El general Von Hahn no conseguía dar con la solución. Se había topado con un problema desconocido. El médico era un campesino, más capaz de curar a las vacas que a los hombres. El pope sólo pensaba en la ascesis y la iconostasia, y se preocupaba por salvar su alma antes que las de su rebaño. El enfado y la cólera del general eran considerables. La voz de Ossipov se insinuó en los recodos secretos de su conciencia: – ¿Qué piensan hacer para evitar que esto se repita? – Nada. Ossipov se quedó boquiabierto y sintió un nudo en el estómago. Temía ser la siguiente víctima de Helena. Su primera idea fue enrolarse en el primer barco que descendiera el Volga, pero estaba a merced del poderoso gobernador. ¿Cómo escapar de la pequeña hechicera? Aquélla les había vaticinado un mañana funesto a Vaska y a sus obreros. Y éstos habían pagado. Una noche, cuando salía de la taberna, Vaska había sido sorprendido y atropellado por un coche cuyos caballos se habían desbocado. Otros dos albañiles habían resultado heridos: el primero se había escaldado en las saunas de Saratov y el segundo se había envenenado con un plato de setas. – Los hombres tienen miedo -balbució Ossipov. – Y tú, ¡tiemblas más que los demás! Y, sin embargo, la luna nueva ha llegado y no te ha ocurrido nada extraño. – Nunca se sabe. Su Excelencia, se lo suplico, vuelva a ponerla en manos de Dios… Y… – ¿Qué más quieres? – Desearía un traslado al cuerpo de guardias fronterizos. – ¿Quieres irte? – Sí. – Está bien -dijo el general-, la llevaremos a la capilla para que la bendigan y podrás hacer tus maletas. Dirigirás la guardia de Azov. – Mil veces gracias, Su Excelencia. ¡Que Dios le proteja! – Basta, Ossipov, tienes tres días para hacer tus maletas. No quiero volver a verte -respondió el general con voz cansada. Pensaba en su pobre Lena. Iba a entregarla una vez más al pope para contentar a sus administrados. De repente, se sintió muy viejo. Le dolían los riñones. Salió de su despacho arrastrando los pies. Dios lo liberaría pronto, y lo estaba deseando. |
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