"En busca de Buda" - читать интересную книгу автора (Thibaux Jean-Michel)4Habían pasado meses desde el 5 de julio de 1831, pero en Yekaterinoslav se seguían acordando del fuego enviado por Satán durante el bautizo. – ¿Es la Sedmitchka? -preguntó con voz asustada la anciana lavandera contratada en casa de los Dolgoruki von Hahn desde que acabó la epidemia. – Sí -respondió con voz sorda Galina, la niñera, que mostró el bulto que sujetaba contra su pecho. La Sedmitchka, la niña en la que habitaban los Siete Espíritus de la Revuelta y los Grandes Ancianos, Helena Petrovna von Hahn, le daba miedo. ¿Había visto alguna vez a un bebé con unos ojos tan redondos y grises? Tenía una mirada extraña y profunda como el mar, capaz de helar a Galina. Tras haber echado una ojeada a la carita rosa y sonriente, rodeada de puntillas, la lavandera entrelazó sus manos apergaminadas y se puso a orar al santo de su ciudad. – No es un buen momento -susurró Galina-. ¿Tienes el agua bendita? La anciana asintió y señaló el recipiente colgado de su cinturón de cáñamo decorado con un crucifijo. En alguna parte del piso superior del gran edificio, un péndulo desgranó sus diez golpes, turbando el silencio. Las dos mujeres se estremecieron y se sobrecogieron. Permanecieron inmóviles un minuto o dos, atentas al menor ruido, intentando descifrar los misterios de aquella noche sin luna que precedía al 30 de marzo, uno de los días maléficos del año. Unas sombras se deslizaron hacia ellas: siervos, criados, personas humildes vinculadas a la casa de los Dolgoruki von Hahn. Galina se dirigió a ellos con una emotiva exhortación. Se cruzaron susurros, intercambiaron codazos cómplices y fueron a contemplar a Helena. Calina se impacientó. – Debemos empezar. Después de medianoche será demasiado tarde. – Nosotras empezamos -se animó la vieja sirvienta mostrando el recipiente. Retiró el tapón y echó algunas gotas del líquido en la manita del bebé, después se arrodilló. Guiando los dedos de Helena, Calina bendijo la frente decrépita pronunciando palabras protectoras y nombres de santos. La cara arrugada de la lavandera irradiaba felicidad. Los Siete Espíritus no se habían manifestado, los Grandes Ancianos no aparecieron. Dios, los ángeles y los santos se expresaban a través de la mirada gris de la pequeña. Enseguida los criados y los – Protégenos, Helena. – Líbranos de la enfermedad. – Aleja el Domovoi de nuestras isbas, pequeña Sedmitchka. Supersticiosos, guardaban en la memoria el final atroz del venerable protopope. Satán no estaba lejos. Macha, la hechicera, lo invocaba a veces, y ella había transmitido su saber a Helena antes de quemarse en el incendio de su casa. Todo se desarrollaba maravillosamente; Calina y los suyos convinieron dirigirse a los establos a la luz de las antorchas. Se organizó la procesión tras el bebé. Los destellos naranja de las llamas despertaron a los animales. Usando siempre la mano de Helena, Calina repitió la bendición sobre las grupas y los morros de los animales, el forraje y las vigas de madera, las horcas y los comederos. Salían de sus labios frases latinas aprendidas de memoria, cuyo significado no conocía exactamente. Los – Ahora, las bodegas -dijo Calina guiando al grupo. Después de las bodegas, fueron a las cocinas, a la armería, a los salones, a los despachos; luego Calina subió sola a los pisos superiores para bendecir las puertas de las habitaciones tras las que dormían los señores. – Vela por tu mamá, Helena -dijo una última vez la niñera, mientras rociaba el umbral de los apartamentos de la señora Von Hahn-. Vela por ella y sé buena con nosotros. Esa noche, mucho después de la medianoche, se oyó temblar la tierra bajo los pasos de los Grandes Ancianos y mugir a los dragones de los Siete Espíritus de la Revuelta. |
||
|