"Las Viudas De Los Jueves" - читать интересную книгу автора (Piñeiro Claudia)4Nosotros nos mudamos a La Cascada a fines de los ochenta. Teníamos nuevo presidente. Tendríamos que haberlo tenido a partir de diciembre pero la hiperinflación y los saqueos a los supermercados hicieron que el anterior dejara el sillón antes de terminar el mandato. Por aquella época, la movida hacia los barrios cerrados de la periferia del gran Buenos Aires ni siquiera había arrancado. Eran pocos los que vivían en forma permanente en Altos de la Cascada, o en cualquier otro barrio cerrado o Vendimos una casa de fin de semana que habíamos heredado de la familia de Ronie, una de las pocas cosas de esa herencia que nos quedaba por vender, y compramos la casa de los Antieri. Fue, como me gusta decir a mí, "un negocio redondo". Y el primer indicio de que la cosa de comprar y vender casas me gustaba, lo llevaba adentro. Aunque por ese entonces no sabía tanto del negocio como ahora. Antieri se había suicidado dos meses atrás. La viuda estaba desesperada por dejar cuanto antes la casa donde su marido, y padre de sus cuatro hijas, se había volado los sesos. En el living. Un living chico, con el comedor incorporado en ele. Casi todas las casas de las primeras épocas en Altos de la Cascada y en otros Lo de Antieri fue un domingo al mediodía. Los gritos de la mujer se escucharon desde la cancha de golf. La casa está casi frente a la salida del hoyo 4, y todavía hoy Paco Pérez Ayerra, en aquella temporada capitán de la cancha, cuenta cada tanto la historia del Cuando vi la casa por primera vez, lo que más me llamó la atención fue el escritorio de Antieri, ese que después terminamos tirando. El orden y la limpieza que había ahí adentro me intimidaban. Una biblioteca llena de libros forraba todas las paredes. Lomos perfectos, intactos, de cuero color bordó o verde. Y dos vitrinas donde guardaba sus armas, de distintos calibres y modelos. Lustradas, sin un resto de polvo, brillantes. Mientras recorríamos el escritorio, Juani, que tenía apenas cinco años, se acercó a la biblioteca, sacó un libro, lo tiró al piso y se paró encima. El lomo del libro se venció. Ronie lo corrió de un tirón de pelo. Se lo llevó afuera a retarlo sin testigos, estaba furioso. Yo me ocupé del libro, le sacudí la huella del zapato de Juani. Traté de acomodarlo, lo sentí liviano y lo di vuelta. Era hueco. No había páginas adentro, sólo las tapas duras, una caja de falsa literatura. Leí sobre el lomo La casa la sacamos por nada. Las ofertas de varios interesados anteriores se fueron cayendo a medida que se enteraban de que alguien se había pegado un tiro ahí. La viuda no lo decía, ni la persona de la inmobiliaria preocupada por venderla. Pero el rumor corría y por algún lado llegaba. A mí, de verdad, no me importó; yo no soy supersticiosa. Y para colmo, en el momento de firmar aparecieron algunos problemas de papeles en la sucesión, así que la viuda corrió con todos los gastos, incluidos los que nos correspondían a nosotros, los Guevara. Hasta recuperé doscientos pesos más cuando le vendí a Rita Mansilla los lomos de libros huecos que la viuda no se había querido llevar y que no hacían más que juntar polvo en el depósito del fondo. Finalmente la casa nos terminó costando apenas unos quince mil dólares más que la de fin de semana que vendimos, y la nueva tenía dos mil metros de terreno, con doscientos cincuenta metros cubiertos, tres baños en suite, dependencias de servicio. Luminosa, si no fuera porque Antieri cerraba todas las persianas. Antes de mudarnos pintamos los ambientes de blanco para que pareciera más luminosa todavía. Un truco de inmobiliaria de Buenos Aires; con el tiempo supe que en La Cascada no hacían falta esos artilugios. En La Cascada el sol entra en la casa por las ventanas abiertas, no hay edificios que hagan sombra, ni medianeras que no dejen llegar la luz. Sólo en parques muy arbolados puede haber problemas de luz y sombra, pero no era el caso. Fue el primer buen negocio inmobiliario que concreté en mi vida. Y desde entonces me fui entusiasmando con el tema. Casi como un juego. Si me enteraba de que alguien andaba mal de dinero, que alguna pareja se separaba o que a algún marido desocupado le salía un trabajo en el exterior y emigraban, o que emigraban aunque no le hubiera salido ningún trabajo, cansado de ser un desocupado con cancha de golf y pileta que mantener, enseguida pensaba a quién le podía interesar esa casa y los contactaba. Fue así como dos años más tarde les vendía el terreno a los Scaglia. A los pocos días de que el ministro, que había sido de Relaciones Exteriores, ocupara el sillón de Economía, para el que verdaderamente lo habían convocado, y consiguiera que el Congreso le aprobara la ley de convertibilidad. Un dólar, un peso. El famoso "uno a uno" que nos hizo creer que otra vez podíamos, y facilitó el éxodo a lugares como Altos de la Cascada. Hay hechos, sólo algunos, menos de los que uno cree, que de no haber ocurrido, nuestras historias serían otras. Haberle vendido ese terreno a los Scaglia, en aquel marzo de 1991, fue sin lugar a duda uno de ellos. |
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