"Las Viudas De Los Jueves" - читать интересную книгу автора (Piñeiro Claudia)3Altos de la Cascada es el barrio donde vivimos. Todos nosotros. Primero se mudaron Ronie y Virginia Guevara, casi al mismo tiempo que los Urovich; unos años después, el Tano; Gustavo Masotta fue de los últimos en llegar. Unos antes,- otros después, nos convertimos en vecinos. El nuestro es un barrio cerrado, cercado con un alambrado perimetral disimulado detrás de arbustos de distinta especie. Altos de la Cascada Country Club, o club de campo. Aunque la mayoría de nosotros acorte el nombre y le diga La Cascada, y otros pocos elijan decirle Los Altos. Con cancha de golf, tenis, pileta, dos Para entrar al barrio hay tres opciones. Por un portón con barreras, si uno es socio, poniendo junto al lector una tarjeta magnética y personalizada. Por una puerta lateral, también con barreras si es visita autorizada, y previa entrega de ciertos datos como el número de documento, patente, y otros números identifícatenos. O por un molinete donde se retiene el documento y se revisan bolsos y baúles, si se trata de proveedores, empleadas domésticas, jardineros, pintores, albañiles, o cualquier otro tipo de trabajadores. Todo alrededor, bordeando el perímetro, y cada cincuenta metros, hay instaladas cámaras que giran ciento ochenta grados. Años atrás se habían instalado cámaras que giraban trescientos sesenta grados, pero fueron desactivadas y reemplazadas porque invadían la intimidad de algunos socios cuyas casas se encontraban cerca de los límites. Las casas se separan unas de otras con cerco vivo. O sea, arbustos. No cualquier arbusto. Ya no están de moda ni la ligustrina, ni las campanillas violetas de otra época, típicas de los ferrocarriles. No hay cercos rectos, cortados con prolijidad semejando paredes verdes. Mucho menos arbustos redondeados. Los cercos se cortan desparejos, como desmechados, para que parezcan naturales, aunque el corte haya sido meticulosamente estudiado. A la vista parecería que esas plantas fueran más bien un accidente geográfico casual entre vecinos que una barrera puesta a propósito para marcar un límite. Aunque lo fuera y ese límite sólo pudieran insinuarlo plantas. No están permitidos alambrados, rejas, ni mucho menos paredes. Excepto el alambrado perimetral de dos metros de altura que corre por cuenta de la administración del barrio, y que pronto será reemplazado por un muro que cumpla con nuevas normas de seguridad. Los parques de las casas que dan al golf no tienen permitido poner ni siquiera cerco vivo en el lateral que da a la cancha; acercándose al borde uno puede deducir dónde terminan esos parques porque cambia el tipo de pasto, pero la mirada desde más lejos se pierde en el verde que continúa, y se lleva de la mano la ilusión de que la propiedad privada y propia abarca todo. Las calles tienen nombre de pájaros. Golondrina, Batibú, Mirlo. No guardan un trazado lineal típico. Abundan los No hay veredas. La gente va en auto, moto, cuatriciclo, bicicleta, carro de golf, Si uno levanta la cabeza no ve cables. Ni de luz, ni de teléfono, ni de televisión. Y por supuesto que hay de las tres cosas, sólo que corren bajo tierra, ocultos, para preservar a Los Altos y sus habitantes de la contaminación visual. Los cables corren junto a la cloaca, en un zanjado paralelo. Los dos ocultos bajo tierra. Tampoco se permite dejar a la vista tanques de agua, que son camuflados detrás de falsas paredes que los envuelven. Ni ropa tendida. La Oficina Técnica del barrio debe aprobar, junto con los planos de la casa, el lugar elegido para tender la ropa, y si con posterioridad el vecino usa un sector que permite ver la ropa lavada desde las casas lindantes y alguien lo denuncia, es multado. Las casas son diferentes, ninguna casa pretende ser abiertamente copia de otra. Aunque lo sea. Imposible no parecerse cuando se deben respetar estéticas semejantes. O porque lo dice el código edilicio, o la moda. A todos nos gustaría que nuestra casa fuera la más linda. O la más grande. O la mejor construida. Por estatuto, todo el barrio está dividido en sectores donde sólo puede hacerse un tipo de casas, definido por su aspecto exterior. Está el sector de las casas blancas. El sector de las casas de ladrillo. El sector del techo pizarra negro. Uno no puede construir una casa de un tipo en un sector determinado como de otro. En una vista aérea el club se ve repartido en tres manchas: una roja, una blanca y una negra. En el sector de ladrillo están los Y una característica más, tal vez de las más llamativas del barrio donde vivimos: los olores. Los olores del barrio cambian con las estaciones. En septiembre todo huele a jazmín de leche. Y no es una frase poética, sino puramente descriptiva. Todos los jardines de La Cascada tienen por lo menos un jazmín de leche para que florezca en primavera. Trescientas casas, con trescientos jardines, con trescientos jazmines de leche, encerradas dentro de un predio de doscientas hectáreas, con alambrado perimetral y seguridad privada, no es un dato poético. Por eso en primavera e aire se siente pesado, dulce. Empalaga a quien no está acostumbrado. Pero en algunos de nosotros genera una especie de adicción, o atracción, o nostalgia, y cuando nos vamos estamos deseando volver para respirar otra vez ese olor a flores dulces. Como si no se pudiera respirar bien en ningún otro lado. El aire en Altos de la Cascada pesa, se siente, quienes vivimos aquí es porque nos gusta respirar así, con las abejas zumbando detrás de algún jazmín. Y aunque con cada estación cambia el perfume, la sensación de querer respirar ese aire se mantiene intacta. En verano La Cascada huele a pasto recién cortado y regado, y a cloro de las piletas. El verano es la estación de los ruidos. Chapuzones, gritos de chicos que juegan, chicharras, pájaros quejándose del calor, música que se cuela por las ventanas abiertas, algún solitario tocando la batería. Ventanas sin rejas, en La Cascada no hay rejas. No hacen falta rejas. Mosquiteros sí, para que no molesten los insectos. El otoño huele a ramas podadas, recién cortadas pero frescas, nunca dejar que se pudran, hay hombres con buzo verde y el logo de Altos de la Cascada recogiendo hojas y ramas después de cada tormenta de lluvia o viento. Las huellas de las tormentas desaparecen muchas veces ante; de que hayamos tomado el desayuno y salido para e trabajo, la escuela o una caminata matutina. Apenas si nos enteramos por el piso húmedo, y el olor a tierra mojada. Hasta a veces dudamos de si la tormenta que nos despertó la noche anterior realmente existió o la soñamos. Y en invierno, el olor de los leños quemándose en las chimeneas. Olor a humo y eucaliptos; y el olor más privado y más secreto, el de la propia casa. El que se compone de una mezcla que sólo cada uno de nosotros conoce. Los que venimos a vivir a Altos de la Cascada decimos que lo hacemos buscando "el verde", la vida sana, el deporte, la seguridad. Excusados en eso, inclusive ante nosotros mismos, no terminamos de confesar por qué venimos. Y con el tiempo ya ni nos acordamos. El ingreso a La Cascada produce cierto mágico olvido del pasado. El pasado que queda es la semana pasada, el mes pasado, el año pasado "cuando jugamos el |
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