"Sherlock Holmes y la boca del infierno" - читать интересную книгу автора (Martínez Rodolfo)

Intermedio. Entre bastidores [1]

Lo veo llegar.

Orgulloso, como siempre, convencido de que no hay nada que no pueda resolver, tan imbuido de su propia invencibilidad que su fracaso es inevitable.

Dentro de mí, algo se agita nervioso. Trata de calmarme, me dice que no me deje llevar por las emociones. Tenemos algo que hacer y no debemos permitir que nada interfiera en nuestros planes.

Pero son sus planes. No los míos.

Sin embargo, accedo. Al fin y al cabo, llegamos a un acuerdo, una tregua, y ahora los tres colaboramos en un propósito común. Yo, yo y la cosa que hay tras mis ojos y no soy yo pero me habita. No somos uno, no lo seremos nunca, pero compartimos el mismo espacio y tenemos que apañárnoslas de alguna manera para convivir.

Así que de acuerdo, me digo, son también mis planes, nuestros planes.

Hemos aprendido. En los últimos años, desde que dejamos al doctor Hufier abandonado a su suerte, paladeando sus últimos momentos en esta vida, hemos aprendido unas cuantas cosas. Este cuerpo sigue siendo una habitación demasiado estrecha, pero nos las hemos apañado para convertirlo en un habitáculo adecuado.

Más o menos.

A veces yo despierto, contemplo lo que sucede a mi alrededor. Veo lo que estoy haciendo, y trato de evitarlo. Pero no soy lo bastante fuerte para luchar contra mí, y mucho menos si la cosa venida de más allá del tiempo y del espacio me ayuda. Así que acepto la derrota y vuelvo a dormirme.

Cómo me gustaría librarme de mí. Poder prescindir de esa parte absurda y débil que aún siente afecto por él. Pero la necesito. Sin ella, incluso dormida como está la mayor parte del tiempo, el otro podría poseernos y entonces yo (cualquier yo) desaparecería.

Así que sigo adelante. Intento dormirme y trato de calmar mis temores cuando despierto.

«Vamos», oigo que me dice esa cosa que me habita. «Tenemos trabajo que hacer.»

Tiene razón.


Hemos pasado los últimos siete años yendo de un lado a otro, moviéndonos por el mundo sin ser apenas notados, preparando las piezas y disponiéndolas sobre el tablero. Hemos vivido en la oscuridad, y en ella nos hemos movido, interviniendo sólo cuando era necesario y efectuando los cambios imprescindibles aquí y allá.

Un ministro que dimite por problemas de salud.

Un funcionario que se jubila.

Un militar que muere.

Alguien que va hacia allá cuando estaba a punto de venir hacia aquí.

Nadie ha notado nada. Para todos, este mundo de 1937 es tal y como debería ser, los acontecimientos se han sucedido uno tras otro de un modo que parece inevitable y que nadie puede achacar a otra cosa que no sea el azar, la voluntad de Dios, o la implacable progresión de la Historia.

Pero hoy, ahora, el mundo es como nosotros necesitamos que sea y no de otro modo. Porque nos hemos movido en las sombras y lo hemos cambiado. Hemos alineado nuestras fuerzas sobre un campo de batalla que nadie ve y lo hemos preparado todo para llegar a este momento.

En España hay una guerra en marcha. Dolor, sufrimiento, un hermano matando a otro y dándonos exactamente lo que necesitamos: un caldero psíquico en el que están hirviendo los más bajos instintos de la humanidad, un grito inarticulado lanzado por millones de gargantas.

Un altar sobre el que nosotros sacrificaremos el multiverso para que los Primeros despierten y vuelvan a reinar sobre nosotros.

Hemos trabajado para llegar exactamente a este momento.

Y ahora él interviene, creyendo que puede detenernos. Él, el detective, el razonador supremo.

El culpable de que estemos ahora como estamos.

¿No fue él quien me sacó de la calle, me cobijó bajo su ala y me usó como peón en sus planes? ¿No fue Sherlock Holmes quien me hizo creer que el mundo, pese a todo, podía ser justo y que la esperanza tal vez existía? ¿No fue él quien me permitió creer en los finales felices?

¿No fue él el que me llevó al lugar donde el mandarín me marcó y partió mi mente en dos?

¿No es acaso el responsable de que algo que no sea yo viva ahora dentro de mí y tenga que pactar con ello?

¿No es el culpable de todo?


Con su ridículo disfraz (como si ese nombre de Altamont pudiera engañar a nadie), Sherlock Holmes pasea por la universidad de Harvard. Seguro que anticipa el momento en que sus manos se posarán sobre el libro y creerá haber obtenido el triunfo.

Igual que nosotros, ha pasado estos años moviéndose en las sombras. Guiado por su hermano al principio; en solitario, cuando Mycroft murió. Recorriendo el mundo en nuestra busca, intentando interponerse una y otra vez en nuestros planes.

Cree saber lo que preparamos. Sus espías le han informado de lo que va a ocurrir en España y cree que puede adelantársenos, llegar antes que nosotros al lugar donde está uno de los tres ejemplares del Necronomicon y robarlo delante de nuestras narices.

Lo que no sabe es que lo estamos esperando. Todos nosotros lo esperamos y caeremos sobre él.

Yo le estoy esperando.

Destrozaremos su cuerpo, lo obligaremos a suplicar. Nos pedirá perdón por todo cuanto nos hizo. Y no se lo concederemos, sólo más sufrimiento.

Aún no, me digo. Todavía no, dice la cosa que me habita.

Primero debe creer que ha tenido éxito. Debe llevarnos al lugar donde se oculta el otro ejemplar libro; al sitio donde lo escondió el hijo del ladrón. Lo necesitamos; debemos obtenerlo y unirlo con los otros dos para que el libro del árabe loco esté completo. Sólo entonces podremos despertar a los Primeros, abrirles paso al mundo y dejarlos caer sobre él.

Tengo razón. Tiene razón.

Así que aguardo. Así que Sherlock Holmes seguirá vivo un poco más, lo necesario para que nos conduzca hacia donde queremos.

Y luego…

Luego quizá lo dejemos vivir, lo suficiente para ver cómo ha fracasado.

O quizá no.


Está a solas, en la biblioteca, pasando página tras página del libro. Se ha da cuenta. Lo noto, lo conozco bien, y sé que se ha dado cuenta de que el libro que tiene frente a él es una superchería, una hábil falsificación.

¿Cómo le sienta eso al gran pensador, al detective imbatible? Nosotros llegamos antes y sustituimos el ejemplar de Harvard por un facsímil sin ninguna utilidad. Un engaño para estúpidos, una pista falsa que no lleva a ninguna parte.

¿Cómo le sienta eso a Sherlock Holmes?

No importa. Ahora es el momento. Enviar a nuestros tropas, enfrentarnos a él, ponerlo en una situación desesperada de la que deberá creer que ha salido en el último momento gracias a su increíble habilidad.

Pero no saldrá solo.

Oh, no.

Nos llevará a nosotros aunque no lo sepa. En la vaina de su bastón de estoque, que habremos cambiado en la lucha. A partir de ese momento, vaya a donde vaya, nosotros lo seguiremos, iremos tras sus pasos. Y, cuando consiga la otra parte del libro, caeremos sobre él, le arrebataremos su premio y, luego, por fin, le quitaré todo cuanto tiene y todo cuanto podría llegar a tener.

Al fin.


Siete años. Hemos planeado durante siete años, buscando los ejemplares del libro, los tres fragmentos que una vez unidos nos darán acceso al libro completo. Al Hazrid. El poeta loco.

Quizá. Pero listo.

Vio lo que había al otro lado. Cruzó, con su mente, si no con su cuerpo. Y robó conocimientos, sabiduría.

Y locura, tal vez.

Necesitamos su libro, tenemos que completarlo para abrir la puerta que no debe ser abierta.

Ph'nglui mglw'nafh Cthulhu R'lyeh wgah'nagl fhtagn.

La primera parte está en España, a salvo, custodiada. Cambiamos el curso de la guerra para evitar que cayera en malas manos, y nadie lo notó. Tenemos la segunda parte en nuestro poder, sí, tal y como acaba de descubrir Sherlock Holmes. Es nuestra. En realidad, lo es desde hace mucho tiempo. Peaslee la robó para nosotros y dejó en su lugar una copia inofensiva en la biblioteca de su padre. La copia que el detective ha estado leyendo en los últimos minutos, antes de darse cuenta de lo que era en realidad.

Pero necesitamos la tercera. Winfield Lovecraft la robó para nosotros. Debería haberla llevado a Cuba en el noventa y ocho, pero no lo hizo. En lugar de eso, regresó a su casa para morir, loco y poseído.

Su hijo. Su hijo la ocultó, o sabe dónde está. Y Holmes intentará convencerlo de que le dé acceso a ella.

Pero no estará solo cuando lo haga. Nosotros, escuchas ignorados en la vaina de su bastón, estaremos con él. Todo cuando diga llegará a nuestros oídos. Seguiremos sus pasos. Y cuando crea que el premio es suyo caeremos sobre él y se lo arrebataremos.

Igual que le arrebataremos todo lo demás.

Cuanto es. Cuanto ha sido. Cuanto podría llegar a ser.

Todo.


El viejo lucha bien en la oscuridad. Sabe cómo moverse y aún no ha perdido agilidad. Engaña a sus atacantes una y otra vez, les hace frente y parece a punto de derrotarlos. Pero no sabe que el engañado es él.

«Vamos», me dice la cosa que me habita. «Es el momento.» Doy la orden de encender las luces y entramos en la habitación. Sherlock Holmes se detiene a mitad de un golpe y nos contempla. Su vista se posa en mí sin reconocerme, pero me doy cuenta de que algo en mi cuerpo le resulta familiar. No, aún no, todavía no debe sospechar que soy yo quien va a destruirlo. Así que permito que la cosa salida de la Boca del Infierno se haga con el control.

– Puede bailar cuanto quiera, Holmes -dice, con una voz en la que apenas hay pasión. Pero no debo intervenir, aún no-. De un modo u otro lo haremos bajar de ahí.

Holmes acepta la verdad de nuestras palabras. Sabe bien que ha podido aprovechar la oscuridad como una ventaja contra sus atacantes iniciales, pero es poco probable que la luz juegue ahora a su favor, y más teniendo en cuenta que el número de sus enemigos acaba de verse repentinamente multiplicado. El viejo siempre ha sido un hombre práctico, por encima de todo.

– Estoy en desventaja, señor -dice, tratando de ganar tiempo, mientras intenta, en vano, buscar una salida a aquella situación-. Usted sabe mi nombre, pero yo desconozco el suyo.

– Tiene razón. Está en desventaja -digo, tomando repentinamente el control de mi cuerpo. El momento del éxito está tan cerca que no puedo evitarlo-. Pero eso no tiene nada que ver con mi nombre.

Doy una señal y veo que Holmes comprende que todo estaba perdido. Sí, se da cuenta de que no soy ningún villano de opereta, y no voy a perder el tiempo hablando con él. Quiero su muerte, y cuanto antes.

No, aún no. Todavía debe creer que es capaz de salir de ésta. Tenemos que darle una salida, la apariencia de una victoria, para que pueda irse de aquí y llevarnos a nosotros con él sin saberlo. Debe guiarnos hasta el lugar donde el hijo de Lovecraft ocultó el libro.

Así que cedo, pese a todo. El viejo se saldrá con la suya, de momento. La vaina del bastón ya ha sido reemplazada y el dispositivo espía que Nadie nos ha facilitado envía su señal con claridad.

Y entonces se desata el infierno. Una tromba azul en forma humana irrumpe en la habitación, inutiliza a mis hombres antes de que ninguno comprenda lo que ha pasado, salta sobre la mesa, coge a Holmes y se va de allí.

Han pasado unos segundos, menos quizá. Y el detective ha desaparecido.

Miro a mi alrededor, buscando un culpable. El doctor Peaslee me contempla con un gesto servil.

– No puede ser -dice.

Claro que no puede ser. Pero a lo largo de mi vida he visto los suficientes «no puede ser» para comprender que ocurren más a menudo de lo que se piensa.

Y en estos momentos, otras pensamientos más importantes ocupan mi mente.

– ¿El bastón? -pregunto.

Peaslee parpadea, como si no comprendiera de qué estoy hablando. Explora la habitación y por fin se vuelve a mí, conteniendo un suspiro de alivio.

– Se lo ha llevado -me responde.

Bien, digo. Bien, me repito, tratando de calmarme. No todo está perdido. Pese a lo ocurrido, aún conservamos un as en la manga. Holmes se ha llevado el estoque consigo y, por tanto, sabemos en todo momento dónde está.


En las horas siguientes, el enigma queda resuelto, aunque sólo sea para proponernos un enigma aún mayor.

Lo que ha rescatado al detective de nuestras garras es una criatura extraordinaria. Un hombre, en apariencia, pero poco menos que un dios en sus habilidades. Se mueve casi más rápido de lo que el ojo alcanza a ver, su fuerza sobrepasa lo imaginable y es capaz de atravesar medio continente de un solo salto.

¿De dónde ha salido alguien así?

– Podría estropearlo todo -dice Anni.

Tiene razón. Es lista. A veces pienso (y cuando lo hago, no estoy seguro de si soy yo o es la cosa que me habita) que de las tres entidades que salieron del abismo de la Boca del Infierno, ella es la mejor. O no. Puede que sea algo tan sencillo como el hecho de que ha sabido integrar la antigua personalidad de su anfitriona humana dentro de lo que es ahora.

No importa. No tenemos tiempo para eso. Esa especie de superhombre que se ha interpuesto entre Holmes y nosotros es peligroso y, como Anni ha dicho, podría estropearlo todo.

La cosa que me habita no está intranquila, no se impacienta. Me dice que me calme.

Le hago caso. No me gusta, pero sé que tiene razón. No es el momento para dejarse llevar. Aún no.

Así que esperamos, por el momento. No podemos hacer mucho más, mientras Holmes no nos lleve al lugar donde está el libro.

Y, mientras esperamos, escuchamos. El dispositivo localizador del bastón trae a nosotros las palabras del detective. Lo oímos hablar con el hijo del ladrón, moribundo y rebosante de autocompasión, ignorante de su condición de nexo humano; aunque lo sabe de algún modo o lo sospecha sin saberlo y por eso ha ocultado el libro que robó su padre para nosotros y que nunca nos dio. Lo oímos lamentar su infancia desaparecida, su juventud malgastada, sus escasos años de madurez truncados por el cáncer.

Si lo hubiéramos sabido. Si hubiéramos comprendido antes lo que es realmente el hijo de Lovecraft, quizá podríamos haberlo usado. Un nexo humano, capaz de viajar entre los mundos. Ignorante de sus habilidades y atormentado por ellas. Otro Al Hazrid, sólo que el árabe loco sabía lo que era y el hijo de Lovecraft, no. Ha contado una y otra vez lo que asomaba a sus pesadillas, ha escrito cuentos torpes y excesivos narrando lo que ha visto en otros mundos. Pero nunca ha llegado a comprender lo que era realmente.

Ha comprendido lo suficiente para ocultar el libro de nosotros, sin embargo.

Aunque no de Holmes. Le dice al detective cómo encontrarlo. Éste, una vez obtenido lo que desea, lo deja morir en paz.

Y luego, escuchamos cómo Holmes desentraña el origen del superhombre con facilidad, a partir de los escasos datos que posee.

Una parte de mí aún siente admiración por él. La otra quiere humillarlo antes de destruirlo. La cosa con la que convivimos lo encuentra irrelevante.

Pero la información que Holmes nos proporciona podría ser de utilidad. Anni lo ve enseguida.

Un extraterrestre, alguien venido de otro mundo y caído en la Tierra. Y es el sol de este planeta insulso el que le proporciona sus increíbles habilidades. De algún modo sus células procesan la energía solar y la transforman en algo nuevo.

– Podría sernos útil -repite Anni.

– No importa -dice la cosa que nos habita-. Él y todos los demás dejarán de tener importancia cuando despertemos a los Primeros.

– Si los despertamos.

Esas palabras me dan que pensar. Debemos contemplar la idea del fracaso, la posibilidad de que tampoco ahora tengamos éxito. El superhombre podría ser un problema. Y, aunque lo neutralicemos, se podría interponer alguna otra cosa en nuestro camino.

– ¿Qué sugieres? -pregunto.

– No lo sé -dice ella-. Aún no. Tengo que pensar en ello. Quizá buscar el lugar donde cayó su nave. Puede que allí haya algo.

Asiento y me encojo de hombros. Una parte de mí se siente inclinada a pensar que Anni pierde el tiempo. Otra, más precavida, decide concederle una oportunidad a su idea.

– Como quieras -digo-. Yo seguiré adelante con el plan.

Se muestra de acuerdo, por supuesto. Es consciente de que la suya es una tarea menor en estos momentos y de que tampoco podemos desviar muchos recursos en ella. No le gusta, pero es práctica y lo acepta.


Al otro lado del país hay una casa, y allí nos lleva Sherlock Holmes sin saberlo. Su ocupante la ha encontrado hace tiempo: un nexo entre realidades, y el rubí en su frente le sirve de llave para todas las puertas que contiene.

Lo conocemos desde hace tiempo. Lo hemos tenido vigilado, pero nunca sospechamos que fuera él quien estuviera custodiando el ejemplar del libro que nos faltaba. En realidad, hace años que decidimos que Longbottom era inofensivo, que no representaba ningún obstáculo para nuestros planes: un erudito solitario que nunca salía de casa y al mismo tiempo visitaba todas las realidades. Una criatura inútil, obsesionada en la obtención de conocimiento, pero incapaz de actuar.

Inofensivo.

Y sí, cierto que lo es. Pero ese erudito inofensivo guardaba durante todo este tiempo lo que necesitábamos. Lo teníamos ante nuestras narices y no supimos verlo. La ironía es cruel, aunque la cosa que me habita parece impermeable a ella.

No puedo menos que admirar el modo en que se las han apañado para ocultarnos el libro. La gente de Lovecraft se lo dio a Longbottom. Y éste lo ha guardado en otra realidad, en un mundo muerto al que nadie tendría interés en ir.

Nadie salvo un erudito aburrido.

Y ahora, un detective y un superhombre.

Y nosotros.

Sí, iremos ahora. Quizá no sea el mejor momento. Este mundo y la realidad a la que vamos no forman siempre un ángulo adecuado, y eso implica un desfase temporal en el viaje. Volver va a costar trabajo y ralentizará nuestros planes. Sin embargo, necesitamos el libro, necesitamos el conocimiento que el árabe loco robó de nuestro mundo. Y, de todas formas, tenemos tiempo: planeamos esto bien y, pese al retraso que significa ir al mundo donde se oculta el Necronomicon, tenemos el margen suficiente para que todo esté preparado cuando debe estarlo. Iremos, haremos lo que tenemos que hacer y luego volveremos.

Me preparo para partir tras el detective y el superhombre.


¡Es mío!

El superhombre agoniza en un mundo muerto y Sherlock Holmes se encuentra atrapado allí. Atrapado para morir, o para esperar mi regreso.

Sin salida. Solo.

Contempló el destrozo que el superhombre ha causado en mi mano antes de que me librase de él. Mi débil parte humana intenta dar salida a su dolor, pero no se lo permito. No, ahora estoy yo al frente, y las cosas se harán a mi manera.

El detective está atrapado en un lugar donde no puede hacer daño, y el superhombre ha muerto, o no tardará en estarlo. Los planes que Anni pudiera tener para él, fueran los que fueran, ya carecen de sentido.

Dejo que me curen la mano, indiferente al dolor.

El libro está en nuestro poder. Ahora sólo tenemos que unir las tres partes. Y en nuestro altar, en el grito de dolor que hemos esparcido sobre España, haremos lo que debemos hacer. Los Primeros despertarán. Este mundo, tal como lo conocen sus habitantes, está condenado a desaparecer.

Nuestro viaje a ese mundo blanco y fantasmal no ha carecido de consecuencias. Las escasas horas que pasamos allí, tal como temía, se han convertido en un año entero al otro lado. No importa. Un retraso más, es cierto, pero hemos esperado tanto tiempo… Un año no es nada.

Pronto debo encontrarme con los otros dos y partir hacia España, donde todo está dispuesto. Allí abriremos la puerta, la última puerta, y desencadenaremos a los Primeros sobre un multiverso que no está preparado para ellos.

Al fin, sí. Después de tanto tiempo.