"Sherlock Holmes y la boca del infierno" - читать интересную книгу автора (Martínez Rodolfo)Capítulo XII. De vuelta a la nochePero al día siguiente no hablamos gran cosa. Holmes durmió toda la noche y buena parte de la mañana y, cuando se levantó, parecía ser de nuevo el de siempre: frío y reservado, una máquina de razonar en perfecto estado, sin caer en debilidades emocionales de ningún tipo. Por supuesto, no me engañó ni por un momento. El mago del pensamiento deductivo podía estar de nuevo al control, pero sabía bien que bajo la superficie todas aquellas emociones seguían allí. Comprendí, sin embargo, que lo mejor era no insistir. Holmes se había desahogado, había volcado su alma sobre mí y ahora, limpio de culpa, de lastres emocionales, volvía a ser el de siempre. No del todo, me di cuenta. Como ya he dicho, desde aquel día se contempló a sí mismo con una ironía ligeramente divertida que ya no le abandonó nunca más. Supongo que el «recuerda que eres mortal» funcionó pese a todo. Mientras almorzábamos, Holmes ató los últimos cabos de su historia. Varios días después de lo ocurrido aquella noche, hubo un pequeño escándalo en la ciudad de Lisboa. Aparentemente, se dio por muerto a Crowley. De hecho, se habló de un suicidio en la misma Boca del Infierno y Pessoa, el corresponsal portugués de Crowley, afirmó ser uno de los testigos del acontecimiento. Holmes, sin embargo, no tardó en averiguar que Crowley seguía vivo. Anni Jaeger aún estaba con él, pero mi amigo sospechaba que Mycroft la había perdido como agente: había pasado mucho tiempo desde su último informe. – Seguramente se ha pasado al otro bando -dijo Holmes-. O puede que estuviera siempre en él. Holmes sospechaba que el fingido suicido de Crowley no era más que una forma de enfriar la pista de su perseguidor, Shamael Adamson. No sabía si él o alguno de los suyos lo habían visto aquella noche, pero desde luego sí que los habían visto a él y a Wiggins y debieron de pensar que estaban al servicio de Adamson. – Pero volverá a aparecer. Alguien como Crowley no puede estar demasiado tiempo lejos de la luz pública. Su vida es un espectáculo coreografiado para los demás y, sin un público, carece de sentido. Tras el almuerzo tardío, pasamos la tarde rememorando viejos tiempos. Comenzaba a anochecer cuando me manifestó que se iba. – Tendrá que disculparme con la encantadora señorita Hunter -me dijo-. Estoy seguro de que podrá hacerlo sin problemas. – Se sentirá decepcionada -le respondí-. Pero creo que sabré apañármelas. – Estoy convencido de ello, Watson. Rápidamente preparó su escaso equipaje. Siempre viajaba ligero. – No sé cuándo volveremos a vernos, Watson. Intentaré que sea tan frecuentemente como pueda, pero… – Lo sé. No es necesario que lo diga. Sonrió. – Watson, la única constante en un mundo siempre cambiante. Siga así, amigo mío. – No sé seguir de otro modo. Dejó caer la pequeña bolsa de viaje y me miró unos momentos indeciso. – Esto es poco apropiado -dijo-, pero al demonio. Y de pronto, para mi sorpresa, estaba abrazándome. Azorado, incómodo, emocionado, le devolví el abrazo como pude. Se separó de mí, me miró como si quisiera asegurarse de que seguía allí y dijo: – Buenas noches, Watson, hasta que volvamos a vernos. -Hasta la vista, amigo mío. Y se perdió, de vuelta a la noche de otoño, que lo tragó con rapidez. Más tarde, tal como suponía, Violet vino a verme. No pareció decepcionada por no encontrar a Holmes, como si ya hubiera contado con su ausencia. Le hice un resumen de lo que el detective me había contado, aunque omití muchos detalles. Como siempre que le contaba una historia, pareció fascinada. – ¿Estará bien? -me preguntó cuando acabé. Lo pensé unos instantes. – Sí. Es el hombre más fuerte que he conocido. En realidad, ahora es incluso más fuerte que antes, porque ha comprendido que también él es frágil, como todos nosotros. Sí, querida, creo que estará bien. De un modo u otro, estará bien. Pasé buena parte de la noche revisando viejos manuscritos nunca publicados, entre ellos mi narración del caso de "La sabiduría de los muertos". Me pregunté si sería el momento adecuado para dar a la luz pública aquella aventura de Sherlock Holmes, dejar que el mundo supiera por fin lo que había ocurrido en aquella fría primavera de 1895. Decidí que aún no. Pero sabía que no podía faltar mucho. El amanecer y Violet me encontraron revisando viejos casos, sonriendo nostálgico ante una réplica punzante de Holmes o un gesto teatral que despistaba a la policía. – ¿Revisando el pasado? -me preguntó Violet. – Siempre -dije. Pero también pensando en el futuro, aunque no lo dije en voz alta. Holmes había vuelto a la noche. No sabía cuánto tiempo pasaría antes de que volviéramos a vernos, pero estaba seguro de que, cuando lo hiciera, tendría algo interesante que contarme, como siempre. |
||
|