"El Cebo" - читать интересную книгу автора (Somoza José Carlos)

17

Como siempre, hice mi trabajo con desprecio. Y como siempre, intenté usar ese desprecio a mi favor.

Aún resonaba en mi oído su gangoso tono de voz cuando, minutos antes, me había dicho lo que quería:

– Dame una Belleza. Integra. Hace tiempo que no la veo… Engánchame con ella.

– No puedo engancharlo con una Belleza. No es su filia.

Por supuesto, Gens no se había tragado la objeción.

– Soy fílico de Aura, y sabes que puedes, si lo haces bien y lo das todo… Y lo darás -afirmó con suave certidumbre-. Tus padres fueron torturados y asesinados y tu hermana golpeada salvajemente cuando tenías doce años. Tú también estabas allí, pero a ti apenas te hicieron daño. ¿Sabes por qué?

– No lo recuerdo -contesté, trémula.

Gens asentía desde su asiento.

– Oh, claro, has bloqueado ese recuerdo porque te sientes culpable. Desde entonces consideras que tienes una deuda con Vera. Quieres sacrificarte por ella, quieres salvarla, y sabes que soy tu única posibilidad de cazar al Espectador… Por eso vas a darme esa Belleza con todas tus fuerzas. Si me enganchas, te ayudaré.

Su repulsivo chantaje no me tomó por sorpresa. Aquel era el Víctor Gens de siempre, no el viejecito de apariencia amable que realizaba su chequeo médico rutinario o tomaba naranjas y café con leche. Yo ya estaba acostumbrada a odiarlo. Me había preparado mentalmente el día previo para aquel encuentro.

– De acuerdo -musité.

Sentía rabia y desprecio hacia mí misma. Sabía que Gens quería drogarse conmigo. Que un entrenador usara a un cebo para su propio placer era algo perverso, aberrante. Por supuesto, se daban casos, aunque yo no conocía a ningún cebo que aceptara de buen grado tal humillación. Pero pensé que, si lo enganchaba, podría conseguir la información que quería aunque él se negara a dármela. Si Gens deseaba jugar sucio, yo iba a devolverle el golpe.

Examiné la pared que tenía detrás. La del recibidor del salón. Había un espejo de marco grueso y una cómoda alabeada, muebles quizá demasiado vistosos, pero la luz que me llegaba de frente los neutralizaría con mi propia sombra. Usaría mi desprecio a modo de barrera para incrementar el efecto.

La Belleza necesita distancia: tocarla es destruirla. Se trata de una máscara de la voluntad. Consiste en hacer creer a tu presa que eres inalcanzable. El grado de Belleza se incrementa cuanto más inaccesible y remota finges ser. Su clave reside en la comedia Noche de Reyes, donde cada personaje ama, o aparenta amar, a la pareja inadecuada.

Gens aguardaba el comienzo de mi teatro en silencio. Yo no lograba distinguir su expresión debido a la luz de la lámpara, pero lo imaginé sonriendo, encorvado, jadeante como un viejo verde que ha pagado por un rato de placer. Eso me ayudaba a distanciarme de él.

Lo primero que hice fue retroceder unos pasos y apoyarme en la cómoda. Relajé los brazos, flexioné un poco las rodillas y realicé un «cambio de estado»: abrí la boca, solté el aliento, sonreí de repente.

– Creía conocerle, profesor… Pensé que era un científico, un sabio… Pero veo que lo único que le importa es pasarlo bien…

Estaba actuando. Soltaba un texto cualquiera, improvisado para emplear el tono de voz distante, propio de los preliminares de la Belleza.

– Quiere ver el espectáculo, ¿no? -agregué-. Pues voy a complacerlo…

– El espectáculo no es distinto de la verdad -susurró Gens desde las sombras-. Yo sé por qué estás haciendo esto. Tú sabes por qué estás haciendo esto. No hay engaño. También sabías por qué elegiste hoy vestirte así, con esa malla transparente en los costados… -Sus rodillas se extendieron desde la zona de sombras, y mientras hablaba, sus manos alisaban el arrugado pantalón turquesa-. Nunca, nunca has entendido del todo esa sutil diferencia, Diana… Si tú finges y yo me lo creo, entonces, ¿qué importa la verdad?

– La verdad sigue siendo importante, sea cual sea.

– Vamos, por favor. Si creo que me amas, para mí eso será verdad. Y si creo que eres bella, entonces lo eres. No puedo llegar más allá de tu máscara. Nadie puede. Lo que creemos que es, es. Ahora mismo te veo ahí de pie, y no sé muy bien qué pretendes… Tus palabras, tus gestos… ¿pertenecen todos a la máscara? Eres un misterio para mí, como yo lo soy para ti. Pero si me ofreces una solución para tu misterio y yo la acepto, entonces, ¿qué importancia puede tener que sea falsa, dime? Para mí esa será la solución. -Y agregó, tras una pausa-: Pero no sé por qué te estaba diciendo esto… Disculpa la interrupción, por favor…

Me di cuenta de la ingeniosa trampa que me tendía. Aquellos razonamientos, aparentemente bien enhebrados, constituían su defensa. Gens sabía lo que se avecinaba y estaba levantando una muralla protectora con ladrillos de lógica vulgar.

Sin embargo, al añadir que no sabía por qué me lo decía, me hacía dudar de su propósito real.

Era un zorro, pero no tenía delante a una novata.

Mientras Gens hablaba, yo había estado haciéndome una idea de la forma en que la luz de la lámpara se reflejaba en mi ropa. La Belleza requiere de luz cenital, pero los cebos teníamos que improvisar con los elementos disponibles. Me incliné, haciendo ondular los reflejos sobre mi malla, separé las piernas, llevé la mano derecha al muslo. Mi expresión era neutra.

– Sea como sea, si quiere que finja, lo haré -dije sin énfasis-. Le daré lo que me pida. Y me importan una mierda sus motivos. -Apoyé la mano izquierda en forma de garra sobre el borde de la cómoda-. Lo que me pida… -Manos al pelo, como para alisarlo, acompañando el gesto de un jadeo muy suave. Así, la atención de mi presa quedaba atada a mi rostro enmarcado entre mis brazos y la luz. Mano derecha descendiendo con lentitud, la palma hacia arriba: la mirada de Gens tendería a seguir su recorrido. La detuve a la altura del muslo y la aparté de mi cuerpo.

Una súbita calma pareció apoderarse de la escena. Un testigo cualquiera creería que el anciano frente a mí se había dormido, pero yo sabía que había logrado abrir una brecha en sus defensas. Gens mismo llamaba a aquella fase «el toque de queda»: el psinoma, anegado de placer, empieza a amotinarse y la razón tiende a reprimirlo con la mordaza de una paz forzada.

– Eres… buena -susurró-. Pero existe un límite, un techo en esta máscara, y lo sabes… Ningún cebo lo traspasa. Perderás.

– Es posible.

– Me gusta que no te rindas. Que sigas… luchando.

– No soy yo quien está luchando. Es usted.

Alcé el mentón. De inmediato incliné la cabeza con cierta brusquedad. A eso lo llamábamos «zoom»: la vista del público enfoca la parte del cuerpo que mueves dos veces seguidas. Los magos también lo hacen. Aproveché para cambiar de expresión: ligero matiz de orgullo. Eso lo distraería lo suficiente como para que mi gesto de cruzar las manos sobre el pubis lo sorprendiera.

Cuando me disponía a moverme de nuevo, Gens dijo:

– Quizá deberíamos dejarlo… Parar aquí, en este punto.

Al principio aquel comentario me confundió. Pero al comprobar que no hacía ni decía nada más, comprendí que me había entregado otro texto burdo para frenar el placer que yo le provocaba. Usé aquella débil defensa para acentuar la presión.

– Usted lo pidió, yo se lo daré.

Había improvisado un truco para mostrarme inaccesible: aparentar que hacía la Belleza bajo coacción. Fingí nervios de debutante. Pequeños temblores en la punta de los dedos, parpadeos, labio inferior pellizcado entre los dientes. Lo complacía demostrándole que me asqueaba complacerle. Lo cual era la verdad. Pero, en nuestro teatro, los cebos usábamos la verdad para fingir.

Gimió. Supe que podía seguir subiendo el dial.

– Quizá… consigas engancharme -reconoció-. Pero nunca lograrás convertirte en… ¿Cómo dijiste…? El equilibrio entre el deseo y el miedo del Espectador… Los psicos gozan de la apariencia. Para ellos no hay diferencia entre el escenario y el patio de butacas… Un personaje es igual al actor, para un psico, y… Oh, Dios…

Aquel tono quejumbroso no era fingido. Yo estaba afectándole.

Me abría paso hacia su psinoma de manera inexorable.

Pero Gens no se rendía: continuaba su perorata con la obstinación de un capitán de barco que se negara a abandonar la nave que naufraga.

– La Belleza tiene un techo… Te diré cuál es: no puedes evitar fingir. Ahora estás fingiendo que finges… Produces reacciones en mí, pero mi conciencia sabe que finges. Estás encerrada en tu propio teatro… De ahí tu fracaso…

– Haré lo que pueda.

Crucé las manos sobre los muslos. Giré de manera que Gens pudiese ver mi espalda reflejada en el espejo detrás de mí. Mi espalda le hablaría otro lenguaje. Dos cuerpos, dos mensajes distintos.

El gesto hizo que interrumpiera su cháchara y se inclinara hacia atrás. Entonces corté con rapidez el contacto entre mis ojos y los suyos, como si de repente me interesara un punto en la pared. Así le concedía un respiro, pero sin aflojar la presión.

Gens aprovechó la pausa para volver a la carga.

– ¿Y cómo convences a un público de que lo que finges es real…? Por definición, el público es incrédulo… ¿Cómo avanzar más allá? Sucede igual ahora… Una máscara puede embellecerte todo lo que quieras, pero jamás lograrás ocultar que la llevas. Cuanto más bella es, más ostensible resulta…

Intenté no distraerme con sus hábiles palabras, y cambié de táctica por sorpresa.

Me situé de perfil. La luz dio de lleno en el área transparente de la malla. Gens no había esperado aquel movimiento, y enmudeció. Tentarle con el costado de mi cuerpo, desnudo bajo la abertura del cuello a las botas, era un aparente error de novata. Se perdía, así, la inaccesibilidad que tanto trabajo me había costado construir. Pero entonces fui más lejos. Me incliné, deslicé las manos por la pantorrilla hacia la cremallera de la bota derecha, la abrí. Me la quité como si estuviese untándome algún tipo de crema en la pierna, con suaves y repetidos gestos. Mientras me descalzaba no cesaba de hablar, entregando el texto en un tono espontáneo, como si estuviese decepcionada:

– Oh, vamos, profesor… ¿Por qué disimular? Si lo que quiere es esto, ¿por qué no decirlo? No me importa, incluso lo esperaba… ¿Qué otra cosa podía buscar alguien como usted? Lleva años viviendo solo… ¿Desde cuándo no ve a una mujer? -Era un texto muy burdo, pero yo confiaba en el tono sincero con que lo expresaba.

Me quité la otra bota y las cortas medias con idénticos ademanes, sin pausas. Un error común del cebo principiante en la Belleza es vender muy cara la desnudez, como si se tratara de un espectáculo erótico, sin percatarse de que la tentación de lo oculto juega contra sí misma a cada instante. El camino correcto consiste siempre en restar importancia a la revelación, de modo que esta no sea un «límite» sino el comienzo de algo más. De esa forma es posible continuar aumentando la tensión hasta el enganche.

Sin duda, Gens adivinaba lo que yo pretendía, porque su silencio era absoluto.

– Vamos, profesor, ¿no es esto lo que quiere?

Descalza, me situé frente a él. Separé las piernas. Al principio había pensado en desnudarme por completo, pero de nuevo supuse que Gens estaba esperando eso. Sin embargo, interrumpir mi desnudez con brusquedad era también erróneo. De modo que opté por un tercer camino, intermedio, para continuar inaccesible.

La malla poseía una cremallera en la espalda. Coloqué las manos en ella pero no hice amago de abrirla. Fue un gesto natural que hilvané con los anteriores. Me puse de puntillas. En mi imaginación, me comportaba como si una ducha invisible me bañara o me restregara algún tipo de crema en la espalda, pero lo que en realidad le enviaba era la apariencia de que me quitaría la ropa del todo al instante siguiente. No lo hacía, pero con mis gestos creaba el mismo mensaje una y otra vez. Improvisé un texto:

– Pobre profesor… El ídolo caído…

Sin embargo, al mismo tiempo me daba cuenta de que había llegado al final del camino. El texto se debilitaba, y perdería inaccesibilidad tanto si optaba por continuar desnudándome como si lo seguía demorando. Progresar en una Belleza estando completamente desnuda era posible, pero eso solo se hallaba al alcance de los cebos más expertos en aquella máscara, y yo no lo era.

Callé. Detuve el teatro. Comprobar mi derrota me dejó desanimada.

Escuché aplausos, débiles, sarcásticos.

– Perfecto -dijo Gens-. Perfecto. Tu idea de jugar a desvestirte… El texto, lanzado con una excusa natural… Durante un momento… -Se pasó una mano por el rostro-. Durante un momento has aparentado ser lo más bello que he visto en muchos años… Pero ya no puedes avanzar más, y lo sabes. Has perdido, pero te agradezco el intento. He gozado -gruñó.

Me sentía cansada de aquel juego. Recogí las medias.

– Pues váyase a la mierda -dije.

– No ha sido culpa tuya. Intentar una Belleza solo con la voluntad es siempre azaroso… Moricke usaba escenarios específicos para…

– Ahórreme la clase, por favor. Fui una gilipollas al acudir a usted. -Me tragué las lágrimas y cerré la cremallera de una de mis botas con un gesto violento.

– Un momento, un momento… -De repente Gens parecía irritado-. Eres tú la que pides lo imposible. Eres tú la que has venido a que te diga cómo puedes convertirte en el objeto perfecto para ese loco, y yo solo deseaba mostrarte de qué manera tu increíble voluntad es un estorbo en este caso… Desde el momento en que quieres, actúas, y en cuanto actúas, finges. No puedes ir más allá…

– Adiós, profesor. -Me resultaba imposible seguir oyéndole. Iba a llorar si no salía de allí. Había acabado de calzarme y me dirigía a coger el abrigo, cuando Gens dijo:

– No puedes ir más allá… salvo que yo te diga cómo. -Al ver que me detenía en la puerta, lanzó una risita-. Intentemos arrojar un poco de luz en este espinoso asunto -añadió y movió la mano. La lámpara se apagó y las persianas subieron hasta la mitad, permitiendo el paso de una débil franja gris. Desprovisto del refugio de la luz cegadora, Gens volvió a parecer un viejo decrépito-. Dime, ¿qué obra de Shakespeare contiene la Belleza?

– Noche de Reyes.

– ¿Y cuál es la clave principal de la obra?

– Los personajes aman a aquellos que no pueden amarlos a ellos. Lo inaccesible.

– ¿Y en qué pareja se expresa mejor esa inaccesibilidad?

Recordé los exámenes a los que Gens me sometía mientras me entrenaba.

– Viola y Olivia -dije-. Viola se disfraza de hombre y Olivia se enamora de ella.

Gens se levantó de la silla y, de pronto, engoló la voz, recitando:

– «Te ruego, dime lo que piensas de mí…»

– «Que pensáis que no sois lo que sois» -contesté, reconociendo el diálogo entre Viola y Olivia que Gens nos hacía ensayar sobre la obra.

– «Si pienso eso, pienso lo mismo de vos…»

– «Entonces pensáis lo correcto: porque yo no soy lo que soy.»

Gens gesticuló como si las palabras flotaran en el aire y su mano me indicara que las volviera a leer.

– ¿Qué ves ahí? -preguntó.

– Viola admite ante Olivia que está disfrazada.

– Exacto, pero Olivia parece reconocerlo también. Olivia está enamorada de un disfraz, y al mismo tiempo sabe que debe separar el disfraz que ama del ser que lo lleva, y solo de esa manera podrá encontrar a Sebastián, el hermano gemelo de Viola, que es el disfraz hecho carne. Noche de Reyes -meditó Gens, mesándose la barba-. La fiesta de la Epifanía, la «revelación»… Una de las piezas más profundas del teatro. ¿Aprendió Shakespeare las claves de la Belleza en el Círculo Gnóstico de John Dee? No lo creo. Siempre he tenido la impresión de que el Círculo era una patraña, un grupo de aristócratas inconformistas que querían regresar a las antiguas costumbres religiosas que Enrique VIII y la reina Elizabeth habían desterrado del país… Aunque puede ser que ese embaucador de Dee conociera el psinoma… Pero me estoy desviando de lo que quería decirte… Veamos: si quieres convertirte en algo superior a tu hermana, en el deseo más íntimo del Espectador, en teoría, ¿qué deberías darle?

– Todo -respondí.

– ¿Es tan sencillo como «dárselo todo»? -insistió Gens-. Vamos, Diana, fuiste mi mejor alumna junto con Claudia… El Espectador es infinitamente voraz, como cualquier otro psico. Quiere tus piernas, tu sexo, tu cerebro, tu alma, tu cuenta corriente, tu coche, tu casa… ¿Y qué más? ¿Qué puedes ofrecerle para que te prefiera a ti antes que a nadie?

Me hablaba ahora desde muy cerca. Intenté hallar una respuesta mientras sentía su aliento estrellarse en mi cara, sucio, ardiente.

De pronto una imagen cruzó mi cabeza. Un recuerdo oculto, aterrador.

Ahora vas a reírte, devochka. Gens gritó:

– ¡Dime! ¿Solo quiere todo lo que eres?

– No… -Jadeé.

– Entonces, ¿qué más quiere de ti?

– También quiere… todo lo que no soy.

El estallido del silencio tuvo más fuerza que nuestras voces.

– Exacto. -Gens me apuntó con el dedo-. Quiere tu mentira, tu disfraz, tu teatro… Quiere tu Noche de Reyes. -Sonrió-. Quiere verte actuar. El Espectador quiere poseer a una actriz. -Dejó en el aire aquella frase y siguió hablando en un tono intrascendente, como si lo más sustancial ya hubiese sido dicho-. Prueba con una máscara a distancia: un Espectáculo o una Exhibición, por ejemplo. Comienza en tu casa, haz tu vida normal durante uno o dos días… Luego ve a algún sitio especial, un sitio que te haga sentir que finges, y haz un Holocausto. La granja puede servir. Es posible que allí lo caces.

– La granja no es un área de caza -repliqué, rígida.

– No necesitarás ningún área de caza. Te olfateará, irá hacia ti. Está demostrado que el psinoma carece de límites precisos: depende del placer que ofrezcas. La tentación infinita posee un área infinita. Te percibirá y te buscará, incluso sin que él mismo lo sepa. Vendrá hacia ti aunque tenga que arrastrarse por todo Madrid babeando. -En sus ojos había un brillo de diversión-. Solo así superarás su hábil truco para eludir a los grandes cebos… -agregó.

– Sus «empleados»… -insinué, pero Gens negó con la cabeza.

– Oh, no seas ingenua, solo tiene uno. Pero lo usa bien.

– No puede ser… Hay rastros de distintas filias en la elección y los cuerpos de…

– Por favor, Diana, ¿eres igual de estúpida que todos los perfiladores de este país? -Gens reía roncamente-. ¡Los «expertos» y sus ordenadores cuánticos…! ¿Un ejército de «empleados», quizá? Claro que no. Apostaría por lo más simple: usa a una sola persona, pero con un psinoma amorfo, aún sin definir. Por eso aparenta poseer una filia que imita a muchas otras y, pese a todo, recibe más influencia del Holocausto… Es el truco perfecto. -Me miraba con fijeza, quizá esperando una respuesta que debió de ver en mis horrorizados ojos, porque asintió-. Es lo más lógico, ¿no? Calculo que su «empleado» tendrá unos diez u once años…

La idea me parecía espantosa, incomprensible.

– ¿Ha… secuestrado a… un niño para que lo ayude?

El rostro de Gens ahora era pétreo.

– ¿Aún no comprendes? -Y su semblante se torció en una lenta sonrisa-. Estoy seguro de que usa a su propio hijo.