"Falsa identidad" - читать интересную книгу автора (Scottoline Lisa)

14

De vuelta a su despacho, Bennie se enfrentó con el expediente de Connolly sin dar crédito a lo que veía. Jemison, Crabbe no había preparado defensa alguna: no había entrevistado a ningún testigo, ni llevado a cabo una investigación, inspección de los vecinos, ni siquiera incluía una nota de los abogados. ¿Qué tendrían en la cabeza Burden y Miller? Cogió la única carpeta con cierto contenido cuya etiqueta decía: «Expediente del fiscal del distrito: abierto en la vista preliminar». Contenía una sucinta transcripción de dicha vista y los mínimos informes secundarios, además de una lista de objetos requisados, las pruebas de la autopsia y de toxicología y los informes sobre móviles del crimen. No contenía ningún informe sobre los hechos, los partes detallados de la investigación policial.

– Un momento, chicas -dijo Bennie hojeando el contenido de la carpeta. Sus dos asociadas, Mary DiNunzio y Judy Carrier estaban sentadas delante de su escritorio como Mutt y Jeffsi fueran abogados. DiNunzio era más bajita e iba vestida como la Barbie abogada, con traje azul Brooks Brothers; Carrier era casi tan alta como Bennie y llevaba atuendo de artista, blusón holgado de algodón, pantis azules y zuecos de ante Dansko. Bennie terminó la ojeada superficial y levantó la vista-. Tendrás que dejarlo todo, Carrier. Quiero que supervises los partes de la policía. Tenemos que saber quién se encargó de este caso de asesinato.

– Ningún problema -respondió la asociada, tomando nota en el bloc que tenía sobre las rodillas. La cabellera, cortada recta a la altura de la mandíbula, en forma de cuenco del tono del limón, cayó hacia delante como las orejas de un sabueso-. Imagino que guardan en cinta los informes del 911…

– Sí, pero a estas alturas ya los habrán borrado. Tendrás que pedir las transcripciones, los ficheros de soporte informático. Coge la cámara del despacho, por favor. Marshall sabe dónde está, pídesela. ¿DiNunzio? -añadió, volviéndose hacia ella mientras Carrier salía del despacho-. ¿Conoces a alguien de Jemison, Crabbe?

– Claro, a la gente que trabaja ahí… Creo que hay dos que estudiaron conmigo.

– Si siguen allí, llámalos. Quiero averiguar cómo consiguió el caso Henry Burden y si tiene algún contacto con el juez Guthrie. De todas formas, sé discreta.

– ¿Cómo lo hago?

– Queda para comer o algo así. Sácales los trapos sucios. Ya has oído lo que ha dicho Miller ante el tribunal, que Burden tuvo que salir del país. ¿Qué hay sobre eso? Persíguelo. Y ahora coge el bolso y el expediente. Supongo que estás dispuesta para el baile…

– Bueno… claro. Sí, sí, del todo.

Mary estaba demasiado cohibida para añadir algo más. En el fondo lo que deseaba era volver a casa, tumbarse en la cama y empezar a buscar en los anuncios por palabras. ¿Existía algún trabajo en Estados Unidos en el que una pudiera decir la verdad a su jefe?

No.


La llovizna teñía el cielo de gris e iba dejando minúsculos puntitos en el parabrisas del Ford de Bennie. Se detuvo y aparcó en Trose Street, frente a la casa adosada en la que habían vivido Della Porta y Connolly. Era un edificio bajo, sólo de dos plantas, y en él se veía un letrero de SE ALQUILA, que crujía bajo unos ganchos oxidados. Los postigos negros se iban desconchando sin que nadie se diera cuenta y la obra había adquirido el color tostado de renta limitada, a diferencia de los suaves tonos anaranjados que lucían las construcciones coloniales. A su lado se veía un centro de atención diurna y otra casa, también de dos plantas, a la que se le había caído una contraventana del piso de arriba. Junto a dicha casa, un restaurante abandonado y un cartel rosado medio pegado a la tablilla que sellaba la ventana daban fe de un desatinado optimismo.

– Vamos allá, chicas -dijo Bennie parando el motor-. Coge el expediente, DiNunzio. Carrier, la cámara. Tienes que tomar fotos de la calle y de la zona circundante.

– Ahí está – dijo Judy bajando del Ford y levantándose la capucha del impermeable amarillo. Se colgó la cámara al cuello y empezó a disparar, protegiendo el objetivo de la lluvia.

Bennie sacó un bloc del bolso e hizo un rápido bosquejo de la calle, sosteniendo el papel junto a su cuerpo para que no se le mojara. Esbozó las casas y el callejón donde habían encontrado la ropa manchada de sangre, que se encontraba al final del centro de atención diurna, en la parte oeste. Más allá se veían otras dos casas, hasta la esquina de la calle Décima. Se metió en el callejón mientras seguía dibujando el contenedor azul. Continuaba allí, oxidándose, contra la pared de obra del callejón, a la derecha. Éste llegaba hasta la otra calle y, por tanto, podía entrarse en él desde atrás. El esbozo de Bennie, limpio y tratado con fijador, se convertiría en la prueba D-I.

Al acabar, recorrió con la mirada el edificio, pensando en algún posible testigo de las idas y venidas en aquella casa. Por la parte sur de Trose Street, donde se encontraba la casa de Della Porta, vio otros edificios entre la casa y el callejón. De ahí tenían que salir los testigos que, como tales, pasarían a ser el foco principal de la defensa en el futuro.

Bennie dio media vuelta. Al otro lado de la calle y frente a la casa de Della Porta, vio un bloque de pisos de nueva construcción. Para levantar el edificio habían derribado todas las casas de dos plantas menos cuatro, lo que eliminaba la posibilidad de encontrar algún testigo con mejor perspectiva del domicilio de Della Porta. Una pancarta de plástico ocupaba la nueva fachada con la inscripción EN ALQUILER EN SEPTIEMBRE, y Bennie se acordó de la constructora de la que le había hablado Connolly en su entrevista.

Judy seguía con la Nikkormat contra el rostro, sacando fotos de ambos extremos de Trose Street, hasta que se dio cuenta de que Mary no había salido del vehículo. Se acercó a la ventanilla medio abierta y exclamó:

– Mary, vamos, sal.

– No. -Mary seguía en el asiento de atrás, inmóvil-. No pienso salir.

– ¿Cómo? ¿Qué significa que no piensas salir?

– Que no pienso salir. ¿Cuál es la palabra que no has entendido?

– ¿Me tomas el pelo o qué?

Buena pregunta; Mary no estaba segura de que se tratara de aquello.

– En mi vida he pisado el escenario de un crimen. Y no me apetece hacerlo ahora. ¿Por qué piensas que rodean el lugar con una cinta amarilla? Porque nadie debe acercarse al escenario de un crimen.

– Es tu trabajo, Mary.

– ¡Y a mí, qué! -Asomó la cabeza por la ventanilla y parpadeó al notar la lluvia-. Ya sé que es mi trabajo. ¿Por qué crees que no lo soporto? Si me dedicara a hacer pastelitos de chocolate, no odiaría mi trabajo.

– ¿Te has vuelto loca? Sal del coche ahora mismo.

– Si mi trabajo consistiera en comprar ropa, tampoco lo odiaría. O en leer libros. Otra cosa que me gusta es comer. No sé si podría conseguir un trabajo que consistiera en comer. ¿Existe alguno, Jude?

– Pero ¿a ti qué te pasa? ¿Qué pretendes, que te despidan?

Mary se animó al instante.

– ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Entonces podría cobrar del paro, como el resto de estadounidenses.

– ¡Carrier! ¡DiNunzio! ¡Vámonos! -gritó Bennie y su tono traducía la impaciencia.

Ya estaba subiendo los peldaños de la entrada.

– Vamos, o también me despedirá a mí. -Judy abrió la puerta del Ford y cogió a Mary por la manga-. Todo irá bien, ya verás -dijo, tirando de su amiga y cerrando luego de un portazo.

Se acercaron a la puerta, aunque Bennie ya las había dejado atrás, pues estaba apretando el timbre situado bajo el buzón de aluminio.

– Tenemos una buena oportunidad -les dijo Bennie-. El portero vive en los bajos.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Judy.

– Lo pone aquí.

Bennie señaló la placa: J. BOSTON, PORTERO.

– Un trabajo detectivesco de primera -comentó Judy, pero a Mary no le hizo ninguna gracia.


El portero era un hombre bajito que llevaba una camiseta bastante sucia, pantalón ancho y tenía una expresión apática, triste. Cuando abrió la boca, Bennie notó una vaharada de whisky.

– No, no oí nada la noche que mataron a Anthony -dijo con una voz como lijada por el tabaco.

– Si usted vive abajo -dijo Bennie-. ¿No oyó el disparo?

– Ya me lo preguntó la poli. Les dije que no había oído nada.

– ¿Ni un disparo?

– No oí nada. Había bebido algo. ¿Va contra la ley?

– ¿Oyó alguna vez a Connolly y Della Porta? Hablando, discutiendo, lo que sea…

Los llorosos ojos del viejo cobraron expresión.

– ¿Lo que sea? ¿Se refiere a lo que sea?

– Eso es. Lo que sea.

– No. -Soltó una estridente carcajada que acabó en algo así como un ataque. Judy y Mary se miraron mientras seguían en el vestíbulo, delante de la vivienda del hombre. Un aparato de televisión, en el que se oía en concreto un tema de Oprah Winfrey, berreaba tras una puerta blanca llena de dedos-. Apenas les veía. Nunca estaban por aquí. Como él era poli, yo imaginaba que estaba muy ocupado.

– ¿Tenían muchas visitas?

– ¡Y yo qué sé! Yo estoy en mi sitio. Así es como lo quiere mi cuñado, el dueño de ese antro. Lo que está bien para él, está bien para mí. -El portero bizqueó algo-. ¿Dice que es abogada? ¿Todas ustedes son abogadas? ¿De eso viven?

Bennie hizo como que no lo oía.

– ¿El letrero de fuera significa que se alquila el piso de Della Porta?

– ¡A ver! Ese piso no trae más que problemas. Me pasaría el día enseñándolo y nadie lo alquilaría. Nadie quiere meterse en un sitio donde mataron a tiros a un hombre, aunque esté amueblado y tal. Además, piden demasiado.

– ¿Ha estado en alquiler desde el asesinato? ¿Con los mismos muebles?

– Claro. Con todo menos la alfombra. La tiré cuando la poli acabó su trabajo.

Bennie suspiró profundamente. Habría desaparecido hacía tiempo cualquier rastro de prueba.

– ¿Los muebles siguen en el lugar donde estaban? ¿No ha hecho usted ningún cambio?

– No me pagan lo suficiente para trasladar nada.

– Tengo que ver el piso. ¿Me presta la llave?

– ¡Qué demonios! -El portero hurgó en su bolsillo-. ¿Quién cree que limpió el revoltijo de ahí arriba? Su seguro servidor. ¿Quién cree que sacó la maldita alfombra empapada de sangre? Su seguro servidor. ¿Quién limpió el suelo? ¿Quién le dio una capa de pintura a la pared salpicada? ¿Quién recogió toda la mierda y la llevó al sótano?

– ¿Su seguro servidor? -intervino Judy, y el portero sonrió enseñando los dientes mellados.

En cuanto consiguieron la llave, Bennie echó a correr hacia el piso y sus asociadas la siguieron. Era una escalera larga y estrecha, que acababa con un sucio corredor y una puerta sin nombre o número alguno.

Bennie abrió.

– Mantened los ojos muy abiertos -dijo metiéndose en el piso-. Tomad nota de la distribución interior del piso. Fijaos en la orientación de las habitaciones, en los muebles. Comprobad qué se ve desde las ventanas, la iluminación. Intentad recordar lo que habéis visto, por insignificante que os parezca. ¿De acuerdo?

– Sí.

Judy sacó una foto, pero Mary se quedó en el umbral de la puerta sin que las otras se dieran cuenta.

Bennie exploró el piso. La estancia más grande tenía dos ventanas que daban a la calle, al norte, y en ella había una mesa con cuatro sillas a la derecha, conformando un comedor por la parte este. A la izquierda de esa misma sala, un sofá contra la pared y frente a él un arcón de roble. Entre las dos ventanas había un carrito para el televisor Sony Trinitron y un espejo ovalado colgado en la pared. Bennie tomó nota de los cuadrados en los que el papel pintado se veía más claro, donde había habido cuadros colgados, y también del cuadrado marcado en el centro del suelo, donde había estado la alfombra.

– Saca una foto de este punto, Carrier -dijo Bennie-. Varias.

– De acuerdo.

Judy disparó mientras Bennie se acercaba al sofá.

– Ahí está. Mira la mancha de sangre.

Bennie fue directa al punto en el que la madera se veía descolorida, y quedaba brillante, con manchas desiguales, donde el acabado se veía alterado. Probablemente la sangre de Della Porta se había ido filtrando por la alfombra. Recordó que en el expediente policial constaba que le habían disparado con una bala del calibre 22. Le había perforado la frente y salido por la parte posterior del cráneo. La pérdida de sangre había sido importante.

– ¡Jesús! -Judy se acercó y tomó una foto-. No me extraña que el portero no haya alquilado el piso. Nadie consigue barrer la sangre bajo la alfombra.

– ¿En qué dirección cayó el cuerpo? ¿Dónde está DiNunzio? -preguntó Bennie, y las dos se volvieron hacia la puerta, donde Mary seguía echando raíces-. ¿Qué haces ahí, DiNunzio? Ven.

– Voy. -Mary se acercó a ellas con la máxima determinación de que fue capaz, sin levantar la vista. Vio en el suelo una mancha oscura, pardusca, que tenía la forma de Francia. El estómago se le encogió-. ¿Eso es lo que estoy imaginando?

– Encontraron a Della Porta tumbado de espaldas -dijo Bennie-. ¿Tenía la cabeza inclinada hacia el este o hacia el oeste?

– ¿Este, oeste?

Mary se veía incapaz de pensar con claridad. Un hombre había muerto allí; le habían disparado contra la cabeza. Se imaginaba la bala de plomo ardiente rasgando la suave materia del cerebro. Destruyendo lo que tenía que permanecer inmaculado.

– Tienes el oeste a tu izquierda, el este, a tu derecha.

Mary no podía apartar la vista de la mancha de sangre. Había visto las fotos de la autopsia y las de la unidad móvil. Demasiada sangre para una tarea que había imaginado incruenta.

– ¿Cuál? ¿Este u oeste?

– ¿Puedo… consultar el expediente?

Mary cogió el archivador que llevaba bajo el brazo.

– No. ¿Es que no lo has leído? -saltó Bennie, y Judy le tocó la manga.

– ¿Qué sacas con ello, Bennie? A ella le resulta difícil…

– Cállate, por favor. Mary no necesita un abogado defensor. El abogado es ella misma. -Bennie adoptaba aquella actitud a propósito, pero no necesitaba difundirlo a los cuatro vientos, e incluso conocía la respuesta, aunque en realidad no tenía importancia-. Estamos ante un caso de asesinato, DiNunzio, por tanto, la sangre es un requisito esencial. No pienses en el cadáver, piensa en el dossier. En el informe. Es un caso más. Vamos a ver, ¿miraba hacia el este o hacia el oeste?

– Oeste -dijo Mary, la respuesta apareció a raíz de una foto de la policía que no tenía conciencia de recordar.

– Muy bien. ¿Qué dijo el forense en cuanto a la hora de la muerte?

– El forense la estableció entre las siete y media y las ocho y media. Estaba en su informe.

– Perfecto. A ver… Connolly me dijo que ella estaba en la biblioteca de Logan Circle. Salió a las seis y media y volvió a casa andando. El que disparó era alguien a quien Della Porta abrió, y el asesinato tuvo lugar inmediatamente después. Della Porta se encontraba de pie y le dispararon a quemarropa. Se desplomó y cayó hacia atrás, de espaldas. Encaja con el informe del forense, eso es lo que van a decir. ¿Opinas que estoy en lo cierto, DiNunzio?

– Eso es lo que dirán.

Judy parecía desconcertada.

– ¿Sabes qué es lo que no entiendo? De la biblioteca hasta aquí hay un buen trecho, más de una hora. ¿Cómo volvía a pie? Hay autobuses, taxis, de todo.

– No sé, tal vez le guste andar.

– Entonces no tiene coartada. Si salió a las seis y media, podía encontrarse camino de casa a la hora del asesinato.

– Ya soy consciente de ello.

Judy tragó saliva y luego se arriesgó, pese a que aquello le podía acarrear un despido:

– ¿Lo hizo ella?

– Es nuestra clienta, Carrier. Que lo haya hecho o no, no viene al caso. -Bennie intentó controlar la irritación, que iba en aumento en su interior-. Ética legal 101. No es que haya acusadores en un bando y defensores en otro con funciones iguales y opuestas. Es una forma de pensar muy pobre. Los papeles son sustancialmente distintos. La acusación tiene que buscar justicia, y la defensa conseguir la absolución del acusado.

– ¿No crees que tiene importancia la culpabilidad de Connolly? ¿Qué me dices, pues, de la justicia?

– Connolly es mi clienta, por tanto tengo que salvarle la vida. En mi trabajo cuenta la lealtad. ¿No te parece lo suficientemente noble?

Judy ladeó la cabeza.

– O sea que es una pugna entre la justicia y la lealtad.

– Bienvenida a la profesión.

Mary notó una aspereza en el tono de Bennie y supuso que estaba nerviosa. Si Bennie y Connolly eran gemelas, como le había parecido en la vista de urgencia, le resultaba fácil imaginar la tensión que su jefa estaba viviendo. Judy no estaba al tanto, pues no había asistido a la vista.

– Entonces estoy desconcertada -dijo Judy-. Si no pretendemos resolver un asesinato, ¿qué hacemos aquí?

Bennie la miró a los ojos.

– Tenemos que entender la acusación del fiscal y elaborar una teoría creíble sobre lo que sucedió aquella noche. Cuando entremos en la sala, el jurado tiene que vernos como la fuente de todos los conocimientos, de forma que confíen en nosotros en la deliberación. ¿Tengo que continuar?

– No, pero… -empezó a decir Judy, aunque Bennie le hizo un gesto para que no siguiera.

– No hay tiempo para seguir con esta discusión. Connolly tiene derecho a una defensa efectiva, de modo que seamos efectivas. Toma fotos. -Bennie echó una ojeada a la sala, inquieta. La pregunta de Carrier la había estado mortificando desde el principio. ¿Lo había hecho Connolly? Bennie no lo creía, pero ¿por qué? Apartó aquella idea de su cabeza-. Eso lo han limpiado demasiado. Vamos a empezar por la cocina, DiNunzio, y examínalo todo siguiendo un orden.

– De acuerdo -respondió Mary cuando Bennie ya estaba en el umbral de la cocina con los brazos enjarras.

Era una cocina larga y estrecha, con armarios de cerezo, electrodomésticos nuevos y un lujoso frigorífico Sub-Zero. Bennie abrió los armarios, que encontró vacíos, a excepción de uno de ellos, en el que guardaban unos pesados platos blancos. Revisó a conciencia todas las puertas, sin encontrar nada, y luego se acercó a la ventana.

– ¿Quién llamó al 911 hablando del disparo, DiNunzio?

– La señora Lambertsen, la vecina de al lado. Declaró en la vista preliminar. Incluso vio huir a Connolly, al igual que otros vecinos. Tres o cuatro, creo recordar.

Bennie asintió.

– Supongamos que el 911 recibiera la llamada y transmitiera el asunto por radio enseguida. ¿Cuál fue el primer coche patrulla que respondió?

– Tengo que comprobarlo.

Mary abrió el archivador, sacó una carpeta y hojeó su contenido mientras Bennie seguía contra su hombro. Todas las páginas estaban marcadas con rotulador fosforescente, lo que demostraba el minucioso trabajo de DiNunzio; Bennie pensó que su asociada podía llegar a ser una excelente letrada si conseguía salir del cascarón.

– Aquí está -dijo Mary-. Los agentes Pichetti y Luz.

– No fueron McShea y Reston. -Bennie reflexionó un instante-. ¿Dónde se encontraban Pichetti y Luz cuando recibieron la llamada?

Mary siguió con el dedo hasta el final de la página.

– A unas manzanas de aquí, entre la Séptima y Pine.

– Lo que tenemos que saber es dónde estaban Reston y McShea y por qué se encontraban tan cerca del piso de Della Porta.

– El expediente no incluye informes sobre ellos.

– No me extraña, pero tiene que existir. Ése es el informe que nos interesa. Tenemos que encontrarlo. Tiene que estar en el archivo de la policía o en el de Jemison, Crabbe. Compruébalo al llegar al despacho.

– De acuerdo.

Mary empezaba a sentirse útil y ya no veía la mancha.

– Perfecto. Vamos a ver las otras habitaciones.

Bennie salió de la cocina y, pasando por la sala de estar, se metió en el dormitorio, una estancia con tan pocas características distintivas como la cocina. Una cama doble contra la pared entre las dos ventanas y un tocador revestido de nogal, con tres cajones, junto a la pared del fondo. Bennie se acercó al mueble y abrió sus cajones. Nada.

– Aquí está el baño.

Mary le indicó la dirección con el dedo y Bennie asintió.

– Échale un vistazo. Yo me ocupo de la otra habitación. No sé para qué la utilizarían.

Bennie entró en la otra y quedó muda de asombro al cruzar el umbral. Un estudio que parecía realmente la réplica del suyo: incluso los muebles estaban dispuestos como en su casa. Ocupaban las paredes los archivadores, estantes con libros, una mesa con ordenador en el rincón y otra librería. La mesa era igual que la de Bennie: un equipo informático montado sobre una mesa blanca, de Ikea, con dos estantes contra la pared y parrillas en ambos lados. Bennie utilizaba continuamente sus parrillas. ¿Hacía lo mismo Connolly?

Se acercó a la mesa del ordenador y sacó la parrilla situada a la derecha, que se deslizó con aquel chirriante sonido que le resultaba tan familiar. En su centro detectó un círculo de color marrón. Bennie supo enseguida de qué se trataba, pues ella también lo tenía: el aro que dejaba la taza de café. Se le encogieron las entrañas. ¿Significaba algo? Por lógica, no. La mayoría de gente toma café mientras trabaja y organiza su estudio de forma parecida. Además, el material de Ikea era idéntico.

– En el baño, nada -dijo DiNunzio desde la puerta.

Bennie movió la cabeza. Sin saber bien por qué, salió de la habitación.

– Aquí hay un colgador -dijo y cerró la puerta, dejando al descubierto el gancho situado en su parte superior.

– ¿Cómo lo sabías? -preguntó Mary.

Bennie tenía una percha en el mismo sitio pero no quería explicárselo aún a DiNunzio. Quería obtener más información sobre Connolly antes de dar crédito a que fueran gemelas.

– Todo el mundo tiene un colgador en la puerta -dijo tranquilamente.

– Lo que me sorprende es que lo tuviera Connolly. Nunca utilizaba esto. Este estudio era una pocilga.

Bennie se dio la vuelta, sorprendida.

– ¿Cómo lo sabes?

– Por las fotos del expediente. Las puso en un sobre la unidad móvil.

Evidentemente. Lo había olvidado.

– Veámoslas.

– No las tengo aquí. -El arrebato de actividad de Mary fue cediendo-. ¿O no recuerdas que no se nos permite sacar originales del despacho?

Bennie hizo rechinar los dientes. No era culpa de su asociada, de modo que no podía estrangularla.

– ¿Qué se ve en las fotos?

– El piso con todo lo que contenía. Cómo estaba decorado. Casi todo es igual, a excepción del estudio. El apartamento estaba en orden, pero el estudio de Connolly estaba hecho un asco.

– Quiero ver las fotos esta noche. Recuérdamelo cuando volvamos.

– De acuerdo, lo siento. No lo entendí.

– No importa. -Bennie se pasó la mano por el pelo. El estudio de Connolly constituía una revelación, y planteaba más preguntas de las que respondía. Había llegado el momento de buscar las respuestas-. Llama a Carrier -dijo de pronto-. Nos vamos.

– ¿Adónde?

– Abajo, a ver al portero. Voy a alquilar ese piso.

– ¿Alquilar ese piso? -Mary estaba horrorizada-. Si es el escenario de un crimen…

– Ya lo sabemos.

– Mataron a un hombre aquí.

– Hay cosas peores que alquilar el escenario de un crimen -respondió Bennie, pero a Mary no se le ocurrió ninguna.