"Falsa identidad" - читать интересную книгу автора (Scottoline Lisa)

13

Mary DiNunzio estaba sentada en el extremo de la silla en la mesa de la defensa, dejando entrever su estado nervioso. Sin embargo ella no era la única letrada a quien inquietaban las comparecencias ante el tribunal, aunque sí de las pocas capaces de admitirlo. La moderna sala estaba enmoquetada en un tono grisáceo, tenía unos lustrosos bancos negros y no se veía en ella ventana alguna desde la que se pudiera salir al exterior; sin duda estaba pensada para evitar que los presos se suicidaran. A nadie le importaba que lo hicieran los abogados.

Estaba a punto de empezar la vista de urgencia. Bennie consultaba con el ayudante en el estrado, quien tenía a un lado la bandera azul del Estado de Pennsylvania y la bandera estadounidense con una vistosa franja amarilla al otro. El personal de la sala, con sus distintivos plastificados, se estaba situando en la mesa de la defensa. Dorsey Hilliard, el ayudante del fiscal del distrito, tamborileaba con sus oscuros dedos sobre la mesa de la acusación; llevaba la cabeza afeitada, lo que dejaba al descubierto un cuero cabelludo de un marrón brillante, que presentaba una serie de pliegues en la larga nuca. Tenía en el suelo, a su lado, unas muletas de aluminio, con las curvas de los codos dispuestas en forma de cuchara. Cualquiera habría pensado que pertenecían a otro, pues Hilliard tenía un aspecto musculoso y fuerte en su traje de rayas. El fiscal tenía fama de ser uno de los más duros de la ciudad, y pensando en ello, Mary se iba moviendo inquieta en la silla. «Donde sea, pero no aquí, Señor -escribió en su bloc-. Y tampoco en el despacho. O en la facultad.» Dejó de escribir cuando Bennie tomó asiento en la mesa de la defensa.

– Será emocionante -murmuró Bennie.

– Estoy impaciente -respondió Mary forzando una sonrisa.

«Preferiría acercar una cerilla a mi pelo.»

– Todos de pie. Preside la sala su señoría Harrison J. Guthrie -dijo el ayudante.

Los abogados se levantaron cuando el juez Guthrie entró por la pequeña puerta, subió al estrado con cierto esfuerzo e instaló su marchito cuerpo en la butaca de cuero de respaldo alto. Su cabeza recordaba una pequeña gorra blanca y en el rostro destacaban los trazos finos y al tiempo curtidos del patricio y el marinero empedernido. Sus ojos azules brillaban tras las gafas de lectura con montura de concha y la característica pajarita de cuadros escoceses se posaba en su ropaje negro como una mariposa de tartán.

– Señora Rosato -dijo el juez Guthrie, con voz firme a pesar de la edad-, ha solicitado usted una vista de urgencia y el tribunal se la ha concedido. Creo recordar que usted no tiene por costumbre hacer este tipo de peticiones frívolamente.

– Gracias, señoría -respondió Bennie, satisfecha. Se levantó recordando la última vez que se había encontrado frente a Guthrie. En el caso Robinson, en el que un poli había pegado una paliza a un traficante de poca monta, regodeándose en ello. La condena del juez por daños y perjuicios había despertado muchas críticas, a pesar de que había sido lo correcto-. Quisiera comparecer en este caso, señoría.

– Una tarea más bien superflua, señora Rosato.

– Normalmente sería así, señoría. Sin embargo, el primer defensor no lo permite, a pesar de que la acusada desea que yo la represente. Por tanto, me he visto obligada a buscar la aquiescencia del tribunal en este caso.

Warren Miller, el joven asociado de Jemison, Crabbe, se levantó a medias. Era un muchacho delgado, de pelo oscuro, con gafas sin montura, traje y chaleco y pálido como una orquídea de invernadero.

– Para que conste, ejem, disentimos de… esta exposición de los hechos, señoría.

– El tribunal le atenderá en su debido momento, señor Miller -respondió el juez Guthrie, y el abogado se sentó con aire débil-. Señora Rosato, nos ha solicitado usted también la comparecencia de la acusada Alice Connolly, y le concedo tal petición, pese a que la solicitud se ha hecho en un plazo excesivamente corto. Debe saber que ha acarreado muchos problemas al tribunal y a las fuerzas del orden.

– Siento haber causado molestias al tribunal, señoría. Yo misma disponía de poco tiempo, pero habida cuenta que nos encontramos ante un caso de pena capital, estaba convencida de que el tribunal concedería la vista a la acusada.

– Por supuesto -dijo el juez Guthrie. Se quitó las gafas de lectura y con ellas hizo señal a su ayudante-. Tal vez deberíamos hacer entrar a la acusada. ¿Me hace el favor?

Un ayudante del tribunal que vestía biaza azul marino desapareció por una puerta lateral de la pared recubierta de paneles y volvió un segundo más tarde seguido por un agente de policía de Filadelfia que llevaba un impermeable negro por encima del uniforme y un audífono en el oído izquierdo. Detrás del policía entró Alice Connolly con su mono naranja.

Bennie se levantó al ver a Connolly pero Mary quedó como clavada en la silla, con los ojos de par en par. Alice Connolly se parecía tanto a Bennie que podía pasar por su hermana gemela. La acusada esbozaba una sonrisa cínica, tenía el pelo de un color rojo vivo, escalado, y era más delgada que Bennie, pero sus facciones parecían idénticas. ¿Qué ocurría allí? Mary no creía que Bennie tuviera una hermana gemela y mucho menos una a quien acusaban de asesinar a un policía. El caso se iba poniendo cada vez peor. «¿Alguien tiene una cerilla? Yo pongo la laca. Será cuestión de un minuto.»

– Puede colocar a la acusada aquí, agente -dijo Bennie-. Aquí mismo. -Se levantó y colocó una silla en la mesa de la defensa, al lado de Mary, quien pasó página rápidamente en su bloc de notas.

– Dispense -le interrumpió Miller, cogiendo una silla y acercándola a su lado-. Alice Connolly tendría que sentarse aquí, puesto que yo soy su abogado defensor.

El policía miró a la letrada y luego a él, sin saber qué decidir, aunque Mary se veía incapaz de seguir la disputa, pues el aspecto de Connolly la tenía admirada. ¿Acaso nadie se había percatado del parecido entre la acusada y su nueva defensora? El fiscal de distrito apenas se había fijado en Connolly. El abogado de Jemison, Crabbe no parecía reaccionar. Tal vez nadie se había dado cuenta al existir tal diferencia en la situación: Bennie era una importante letrada y Connolly la acusada de un crimen.

Bennie se puso de pie ante el estrado:

– Señoría, no voy a discutir el emplazamiento físico de la acusada. Al parecer, el señor Miller opina que el hecho de que Connolly esté en sus manos le convierte en su defensor, pero eso no es así. Le doy permiso para sentarse junto a mi dienta.

– Petición concedida -dijo el juez Guthrie-. Ya la ha oído, señor ayudante. -El juez se aclaró la voz mientras el policía del impermeable acompañaba a Connolly a la mesa de Miller, donde se sentó-. Y ahora que la acusada se ha instalado cómodamente, le ruego que exponga su postura, señora Rosato.

– Señoría, Connolly me llamó por teléfono ayer solicitándome que la representara inmediatamente. Tiene el inalienable derecho a escoger su propia defensa, y yo la he aceptado con mucho gusto, sin ánimo de lucro, pero solicito un aplazamiento. El juicio ha de celebrarse la semana próxima. Solicito un mes de aplazamiento, señoría, para poder preparar la defensa.

– Gracias, señora Rosato. -El juez Guthrie ladeó la silla para situarse de cara al abogado de Jemison-. ¿Tiene alguna objeción, señor Miller?

El asociado se levantó, sujetando una ficha como si fuera una manta protectora.

– Señoría, mi supervisor en la defensa, Henry Burden, quien desgraciadamente ha tenido que salir del país esta mañana, el bufete de Jemison, Crabbe y yo mismo fuimos designados por este tribunal para representar a la acusada y eso hemos hecho durante casi un año. No veo razón alguna para abandonar esta defensa ni para aplazar el caso. Por consiguiente, nos oponemos a la solicitud de cambio y a la petición de aplazamiento.

– Señoría -expuso Bennie-, Jemison no está en posición de objetar la elección de la defensa de la acusada. Hasta hoy no han demostrado el mínimo interés por la citada acusada.

– Cálmese, señora Rosato. Tendré en cuenta su argumentación. -El juez Guthrie se puso de nuevo las gafas y consultó el expediente, pasando las páginas con gran cuidado-. ¿Desea el Estado intervenir en este litigio? -preguntó, sin levantar la vista.

Dorsey Hilliard se puso de pie a duras penas, se colocó las muletas de aluminio bajo los brazos y avanzó hacia el estrado. Las mangas de la americana se le fruncían de forma forzada alrededor de las muletas, pero quedaba claro que la discapacidad de Hilliard no pasaba de ahí.

– El Estado no se pronuncia sobre la comparecencia de la señora Rosato. No obstante, el Estado sí se opone rotundamente al aplazamiento del caso. Ya ha sido pospuesto en seis ocasiones consecutivas, básicamente a petición de la defensa. No vamos a servir en bandeja el séptimo. El Estado está preparado para el juicio que está en puertas y dispuesto a que siga adelante.

El juez Guthrie arrugó la frente.

– ¿Qué opina, señora Rosato?

Bennie se situó en el estrado mientras Hilliard ocupaba la parte derecha.

– Señoría, ninguno de los aplazamientos se ha llevado a cabo a instancias de la acusada, y ninguno se le puede imputar a ella con el objetivo de frenar el proceso. No habría que negársele el derecho a la libre elección y a un juicio justo porque unas circunstancias que escapan a su responsabilidad…

– Un momento, por favor-la detuvo el juez Guthrie, sujetando con un hábil dedo los papeles que tenía delante-. El tribunal quisiera consultar la documentación sobre todo esto. Tal vez así ahorraríamos tiempo.

– En efecto, señoría.

Bennie se agarró al estrado y tuvo que hacer un esfuerzo para permanecer inmóvil mientras el juez leía. Aquellas limitaciones la desesperaban. Consideraba que el silencio era algo antinatural en un abogado.

– Vamos a ver -dijo el juez Guthrie finalmente, mientras continuaba su lectura-. Hay demasiados aplazamientos para un caso de esta gravedad, señora Rosato.

– Estoy de acuerdo, señoría, pero al parecer se deben a su defensa actual, que ha trabajado muy poco este caso. La acusada no debería pagar por la negligencia profesional de su abogado.

Warren Miller se introdujo entre ellos como una carabina.

– No es cierto, señoría. Siempre que ha sido necesario hemos consultado con la acusada. Los aplazamientos reseñados se han debido a una enfermedad mía y después del señor Burden. En otra ocasión por razón de tener un juicio por otra causa. No existe justificación para excluirnos de la defensa, señoría.

– Por favor, por favor, les ruego que vuelvan a sus asientos -dijo el juez Guthrie. Los abogados obedecieron mientras el juez dirigía una severa mirada a la acusada-. Por lo que parece, señora Connolly, dos hábiles defensores desean llevar su caso. Una situación envidiable para alguien acusado de tan grave delito, y realmente insólito por lo que se refiere a mi experiencia. Haga el favor de subir al estrado y echarnos una mano.

– De acuerdo, señoría.

Connolly se levantó, se acercó al estrado y le tomaron juramento. Bennie no perdía detalle, intentando decidir cómo se comportaría en el papel de testigo, si tuviera que declarar.

– Señora Connolly -dijo el juez Guthrie-, el tribunal quisiera formularle unas preguntas para determinar su voluntad en esta cuestión. Como usted bien sabrá, el tribunal designó a uno de los penalistas más respetados de la ciudad, al señor Burden, quien trabaja con su asociado, el señor Miller, para que la representara. Y ahora la señora Rosato nos comunica que usted desea que ella lleve su defensa. ¿Es realmente ése su deseo, señora Connolly?

– Así es, señoría.

– Señora Connolly, para que conste, sírvase explicarnos por qué desea que la represente la señora Rosato.

Bennie contuvo el aliento mientras Connolly respondía.

– Creo que la señora Rosato se preocupa más que nadie por mi caso y es una excelente letrada. Confío en ella. Entre las dos existe una gran… confianza.

– Bien, bien -dijo el juez Guthrie y seguidamente hizo una pausa-. Nos queda una pregunta, señora Connolly. ¿Por qué no planteó el tema antes? Lleva usted bastante tiempo en la cárcel.

– No sabía si la señora Rosato podría representarme, señoría.

– Comprendo. -El juez Guthrie tomó una breve nota con una gruesa estilográfica negra-. Puede retirarse, señora Connolly.

– Gracias, señoría -respondió Connolly.

Al descender hacia la mesa de la defensa dedicó una breve sonrisa a Bennie. Ésta se la devolvió, aunque sólo de cara a la galería. Connolly había hecho bien en no sacar a colación que estaba convencida de que Bennie era su hermana gemela, lo que como mínimo podía considerarse una posible omisión. Connolly era una mentirosa completamente verosímil, y aquello preocupaba a Bennie.

El juez Guthrie leía por encima el expediente.

– Bien. Considerado el asunto y habiendo tenido en cuenta todos los factores pertinentes, el tribunal concede a la señora Rosato el permiso de comparecer en calidad de defensora de Alice Connolly.

Bennie se levantó.

– Gracias, señoría.

El juez Guthrie extendió su arrugada mano.

– Por otra parte, tras considerarlo detenidamente, se le deniega la petición de aplazamiento. El caso ha estado ya marcado por una serie de retrasos y aplazamientos y este tribunal no debe añadir uno más. Es responsabilidad del tribunal utilizar los recursos judiciales con eficiencia y efectividad. El juicio se celebrará el día previsto. El lunes empieza la selección del jurado.

Bennie tragó saliva de forma tan ostensible que Mary notó el sonido.

– Señoría, la vida de la señora Connolly depende del juicio. Es prácticamente imposible preparar una defensa en un caso de homicidio en una semana, en un caso de pena capital.

– El tribunal comprende que tiene por delante una tarea difícil, señora Rosato -dijo el juez Guthrie, cerrando el expediente-. No obstante, la señora Connolly cambia la defensa en el último momento por una razón que ni yo ni nadie puede ver clara. Jemison, Crabbe es uno de los mejores bufetes de la ciudad, mi antigua alma máter, añadiría. Si bien la Constitución establece mi decisión en cuanto a su intervención, nuestros antepasados, gracias a Dios, decidieron no enseñarme cómo llevar la sala. El bufete Jemison le entregará el expediente inmediatamente y estoy seguro de que le llegará intacto. Cúmplase.

El juez Guthrie hizo sonar el mazo, y Bennie cogió el expediente que le entregaba Miller a regañadientes.


En cuanto se hubo levantado la sesión, Bennie salió a toda prisa por la puerta giratoria del Palacio de Justicia, con Mary DiNunzio haciendo un esfuerzo para seguir su ritmo. Pasaron volando por delante de las intrigadas miradas de los policías uniformados apostados ante el palacio y dejaron atrás a un par de periodistas bloc en ristre.

– ¿Por qué comparece como defensora de Connolly? -gritaban-. ¿Cuál es la razón, señora Rosato? Por favor, señora Rosato, deténgase un momento.

Bennie siguió precipitadamente por la estrecha acera de Filbert Street bajo la luz del sol. Aquellos periodistas eran novatos en comparación con la representación de la prensa que aparecería un poco más tarde. Bennie había contado con la expectación, pero se dio cuenta de que Mary estaba blanca como la cera. Cogió del brazo a su asociada, hizo parar un taxi y en cuanto éste empezó a frenar, abrió la puerta.

– Vamos, DiNunzio -dijo, empujando a su asociada hacia dentro.

Dio al taxista la dirección de su despacho y su cabeza pasó a otro sitio. Tenía que preparar la defensa principal y la de la pena capital al mismo tiempo, ya que si perdía el caso, llegaría una hora tarde para salvar la vida de Connolly. Necesitaba encontrar pruebas psicológicas, de expertos, expedientes escolares. Le haría falta otra asociada y tal vez también alguien para la investigación.

Tenía la mente tan ocupada en las listas de cosas pendientes que no se fijó en el adusto anciano que se encontraba entre el gentío, con su chaqueta de paño a pesar del calor que hacía. Permanecía de pie bajo la alargada sombra que proyectaba el Ayuntamiento, con un sombrero de fieltro que le llegaba casi a los ojos. De todas formas, Bennie no le habría conocido, a menos que hubiera recordado la foto del piloto.

Era Bill Winslow y la observaba con una tensa sonrisa.