"Falsa identidad" - читать интересную книгу автора (Scottoline Lisa)12 El laboratorio de informática de la cárcel era una especie de caja de zapatos de cemento grueso, sin ventanas y pintado en el típico tono gris desvaído. Las reclusas se encontraban frente a los ordenadores, con la cabeza inclinada sobre los sucios teclados. Alice estaba de pie tras ellas observando cómo manipulaban las viejas máquinas, pues tenía como cometido la enseñanza de tecnologías informáticas. Opinaba que quien cambiara el trapicheo por el procesamiento de textos no necesitaba la tecnología informática, sino un cursillo de economía. Había una funcionaría junto a la puerta, con las manos entrelazadas en la espalda, y por primera vez no había molestado a Alice. De los extremos superiores de la sala colgaban unos anchos espejos curvos que disimulaban las cámaras de vigilancia, pero ni siquiera éstos fastidiaban ya a Alice. Rosato la había llamado diciendo que contaba con que aquel día se celebraría la vista de urgencia. Su caso empezaba a moverse y lo hacía con gran rapidez. Iba a salir de aquel infierno. Para lo que le quedaba en el convento… Alice cruzó los brazos con gesto de satisfacción bajo el cuello en punta del top de algodón azul. El pantalón azul marino colgaba holgado en su esbelto cuerpo y asomaban por debajo unas zapatillas blancas Keds que había comprado en el economato. Las Keds tenían la categoría más baja entre las reclusas, pero a Alice le importaban poco las cosas por las que se desvivían las demás. A una de ellas la habían pescado tras una visita familiar intentando disimular un par de Air Jordans bajo el sujetador. «Tendrías la sensación de que ibas a levantar el vuelo», le había comentado Alice con sorna. – ¡Ese ordenador no funciona! -gritó una interna sentada junto a la puerta. Alice hizo caso omiso al arrebato. Tenía prohibidos los gritos, pero las reclusas gritaban siempre. Eran incapaces de seguir las normas básicas y se suponía que debían dominar Microsoft Word. – Eh, he dicho que mi ordenador no funciona -repitió la muchacha. Era Shetrell Harting, la cabecilla de las Crips, y llevaba un turbante azul. Alice hizo como que no la oía. No le gustaba Shetrell. Shetrell establecía sus propias normas. – ¡Vaya mierda! -exclamó Shetrell. De repente pegó un fuerte manotazo a la pantalla. Ésta empezó a tambalearse en su base y las otras con turbante azul se echaron a reír. Las del rojo fruncieron el ceño y las musulmanas, con la cabeza cubierta con un corto – ¿Tienes algún problema? -preguntó Alice. El pañuelo de Shetrell giró con gesto airado. Tenía una cara larga y angulosa, huesuda como las de los yonquis, y la piel de color café suave, que hacía destacar el discordante verde de sus ojos. Shetrell estaba dentro por traficar con – Yo no tengo ningún problema; esa mierda es la que tiene el problema -dijo Shetrell. «¡Pam, pam!», iba golpeando la pantalla con el dedo de lado. Las otras del turbante reían a coro. La que soltaba las carcajadas más estridentes era Leonia Page, la pandillera. Era su cometido. – Tranquis, titis -saltó Alice adoptando un aceptable acento negro. Estaba demasiado de buen humor para rechazar el juego. Miró la pantalla de Shetrell-: ¿Qué pretendes? – ¡Y a ti qué te importa! -respondió Shetrell con visible desdén, y Alice soltó una risita torciendo la boca. – ¿Me estás tirando los tejos? – ¡Que te folie un pez! -respondió Shetrell con un resoplido. – ¿Tengo que tomarlo como un no? – Sí. No. Las del turbante de azul se callaron al notar el desconcierto de Shetrell y las de rojo reprimieron la risita. Las musulmanas siguieron sufriendo y Alice abandonó el tono que había adoptado. – ¿Cuál es el problema? – Pues que he archivado el documento y ahora no me lo recupera. – El documento es un archivo, o sea que tienes que abrir la carpeta del archivo. Cuando has hecho clic al abrir, ¿se ha abierto el archivo? – No. – Pruébalo otra vez -dijo Alice, a sabiendas de que antes no lo había ni intentado-. Sitúa el ratón sobre la carpeta amarilla y haz clic. – ¡Mierda! Shetrell cogió el ratón y lo hizo deslizar hacia la izquierda. La flecha rondaba alrededor del icono de la carpeta en la barra de herramientas. Hizo clic y apareció en pantalla la lista de documentos. – Creo que los golpes que le has pegado han sido decisivos. – Siempre lo son -respondió Shetrell echando una mirada a Leonia, quien miraba con recelo a Connolly. Shetrell estaba convencida de que Leonia podría con Connolly, sin problemas. Pasaba todo el tiempo libre en la sala de pesas y hacía levantamientos todos los días. Había llegado a ciento diez kilos y era capaz de hacer muchísimo daño incluso a un hombre. A final de la semana, Leonia tenía que haber acabado con Connolly. Aquello iba a representar un dineral para Shetrell, si bien Leonia no conocía la cantidad exacta. Pero si Shetrell se lo pedía, ella lo haría. Le encantaba hacerlo, sobre todo al ver que Connolly le había faltado al respeto. Shetrell hizo un breve gesto con la cabeza mirando a Leonia y ésta la miró de soslayo, en ademán de complicidad. |
||
|