"Falsa identidad" - читать интересную книгу автора (Scottoline Lisa)11 Bennie pasó como un rayo por el vestíbulo de mármol gris del edificio de su despacho, empujando hacia el fondo de su mente los pensamientos sobre su padre. Era casi mediodía. Taconeó por el reluciente suelo hasta llegar frente al ascensor, donde apretó el botón de subida. Tenía que organizar una vista urgente, y con el resto de casos podía decidir entre hacerles un hueco, encargarlos a otra persona o resolverlos. Cogió el primer ascensor, enfrentándose a la corriente de la multitud que bajaba a comer, y se metió en una panorámica que para ella ya no tenía nada de sorprendente. Rosato amp; Associates estaba integrada únicamente por mujeres. La recepcionista, que se encontraba tras el largo mostrador revestido con paneles tras la acristalada sala de reuniones, era una mujer, al igual que las cinco secretarias y las letradas, cuyos despachos estaban dispuestos en forma de herradura junto a la recepción. Bennie había actuado adrede contratando sólo a mujeres, pues consideraba su empresa como un experimento de lo que podría ocurrir si las mujeres dirigieran el mundo. No le sorprendió descubrir que el ambiente era menos bélico y más coordinado en cuanto a tonos, pese a que apestaba a café, detalle que desafiaba toda explicación y estereotipo. – Hola, Bennie -dijo Marshall, la recepcionista. La muchacha, que llevaba el pelo recogido en una larga trenza, tenía un aspecto frágil con aquel vestido azul celeste y el jersey de canalé a juego. Ninguna apariencia podía ser más engañosa: ella había lleva-do la empresa de Bennie con mano de hierro aunque con manicura y seguía siendo la administradora de Rosato amp; Associates-. Hay llamadas -añadió, pasando a Bennie un buen fajo de mensajes en papel amarillo. – ¿Sabes algo de la vista a puerta cerrada del juez Guthrie? Bennie dejó la cartera en el suelo y echó un vistazo a los mensajes. – Todavía no. Tengo a punto en «Connolly» tu comparecencia. ¿Quieres firmarla? Marshall cogió un formulario del montón que tenía delante y se lo pasó a Bennie, quien guardó los mensajes bajo el brazo, cogió un bolígrafo del bote y echó su firma. – Un momento. No lo archives, pues antes tengo que hablar con Warren Miller, su antiguo abogado. Le he llamado desde el coche y le he dejado el recado. ¿Ha dicho algo? – Sí. Está en Jemison, Crabbe. Su mensaje tiene que estar por aquí. Bennie arrugó la frente. – ¿Miller en Jemison? Jemison era el antiguo bufete de Guthrie antes de que le nombraran juez. – ¿Verdad que no es normal que un juez mande un caso a su antiguo bufete? – Sí, cuando es un caso de homicidio y pasa a un bufete sin experiencia. Son casos en los que no se saca dinero y las personas tienen que tener experiencia para que las designe el tribunal. Yo nunca había oído hablar de Miller. – Me ha parecido una persona joven. -Marshall ordenó un montón de correspondencia doblada-. También tienes correo. Te has ganado una censura por la desestimación de Sharpless. No te han concedido la ampliación en el expediente de Isley. Además, la asociación de la judicatura considera que vas retrasada con los créditos de ética. Tienes que seguir dos cursillos de formación permanente. – ¡Vaya pérdida de tiempo! -Bennie cogió el correo con los dos brazos, contra la chaqueta sastre de gabardina color tostado-. Bastante trabajo tengo con la práctica de la abogacía para dedicarme a aprenderla. ¿Algo más? – No voy a soltarte tan rápido. -Marshall sacó un folleto grapado a la correspondencia-. Eso viene de la asociación. Si no satisfaces los créditos, pueden pasarte a la categoría de inactiva. – Cada año dicen lo mismo. Pagaré la cuota. – Ya lo hiciste. Perteneces al grupo cuatro y estás fuera de la zona de ampliación. – ¿Fuera de la zona de ampliación? Eso da un poco de miedo. No quiero estar fuera de la zona de ampliación. Vivo en la zona de extensión. -Bennie cogió la cartera y se fue deprisa a su despacho, saludando con la cabeza a las secretarias y a una de las jóvenes abogadas, Mary DiNunzio, quien levantó la vista del expediente que tenía entre manos al verla pasar-. Voy a necesitarte dentro de un cuarto de hora -le dijo Bennie. – Cuenta conmigo -respondió Mary, tragando saliva con un gesto patente, que Bennie simuló no haber visto. Tenía que mantener la distancia profesional con sus empleadas, incluso con las compañeras, puesto que ella era la única responsable a la hora de valorar su trabajo, de contratar y despedir. Bennie no soportaba despedir a la gente. Por ello temía la primera llamada que debía hacer. – Warren Miller, por favor -dijo, en cuanto hubo dejado la cartera, cogido la silla y marcado el número de uno de los bufetes más prestigiosos de la ciudad: Jemison, Crabbe amp; Wolcott. Supuso que Miller era socio del bufete, que pertenecía a una casta que ella conocía bien a raíz de la época que había pasado como machaca en Gran amp; Chase, empresa tan medieval como la otra. Consciente de la importancia que tenía para los bufetes de categoría el trabajo de cara a la galería, Bennie imaginaba que a ese muchacho le encantaría quitarse de encima el caso Connolly. A saber qué inútil se lo había endilgado. – Soy Miller -dijo una voz masculina de tenor. Bennie se lo imaginó vestido elegante y pueblerino, traje de raya diplomática con chaleco. – Soy Bennie Rosato, Warren. ¿Qué tal? -se limitó a decir Bennie. – ¿La misma Bennie Rosato? Estoy al corriente de toda su carrera. Admiro el trabajo que ha hecho en cuanto a los derechos civiles. El año pasado la oí en una conferencia en el Public Interest Law Center. Me pareció sorprendente. En realidad, yo eché una mano en el programa de renovación del tribunal de Pennsylvania y contábamos con que usted estaría de juez este año. El comité le va a mandar una invitación. – Será un honor -respondió Bennie y respiró profundamente-. Pero yo no te llamaba por eso, Warren. Una de vuestras dientas, Alice Connolly, se ha puesto en contacto conmigo para pedirme que lleve su caso. – Lo sabemos. Nos oponemos a ello. – ¿Cómo? No podéis oponeros. – Pues no estamos de acuerdo con ello. – No tiene ningún sentido. – Bueno… intentaremos seguir representándola. – ¿Cómo, – Hace un año que Jemison lleva el caso de Connolly. Es dienta nuestra. – No acabo de comprenderlo, Warren. ¿Quieres seguir con el caso? ¿Acaso eres criminalista? – Acabé Derecho en Yale, donde participé en la revista legal. Un artículo mío, sobre investigación actual y legislación sobre decomiso, fue el más solicitado el año pasado. – ¿El año pasado? ¿Es el primer año que trabajas? – He tomado ya unas cuantas declaraciones y he participado en un arbitraje. Connolly es cliente de Jemison, Crabbe, y vamos a seguir representándola. – Estamos hablando de la vida de una persona, Warren. -El desconcierto de Bennie se fue convirtiendo en enojo-. En un año habéis visto sólo dos veces a vuestra dienta en un caso que puede acabar con la pena capital. Esto es negligencia – Efectivamente, y es uno de los servicios que ofrece Jemison, Crabbe -respondió Miller, y Bennie notó la tensión en su tono. Se lo imaginó sentado todo lo tiesa que podría estar una persona sin columna vertebral. – ¿Y cómo conseguiste meterte en el registro de homicidios, muchacho? – No es imprescindible estar en él. El jefe de nuestro equipo es un antiguo fiscal de distrito, Henry Burden. Recibe muchas asignaciones del juez. Voy a llevar el caso siguiendo sus indicaciones. – ¡Aja! De modo que Burden está en el registro de homicidios y te ha delegado el caso, ¿no es así? -De todas formas, Bennie seguía sin comprenderlo. Henry Burden iba a promocionar al muchacho en un importante juicio pero ella no veía por qué-. Escúchame, Warren, no sé cuál es tu problema ni me importa. Yo ya he solicitado al juez Guthrie una vista de urgencia para hablar del aplazamiento. Vamos a dirimirlo ante los tribunales. ¿Me sigues? – Sí… supongo. – Dejémoslo. Eso es lo que espero. Bennie colgó el teléfono y se levantó en el acto. Tenía otra batalla que librar y no disponía de tiempo para ninguna. Salió de su despacho, corrió hacia el de Mary DiNunzio y se sentó en una de las sillas tapizadas que tenía la letrada frente al impecable escritorio. A Bennie le hacía falta una abogada lista, con recursos, y no le parecía nada mal que Mary tuviera una hermana gemela idéntica, a la que Bennie había conocido el año anterior. – ¡Bennie! -exclamó DiNunzio, sobresaltada, levantando la vista del teclado del ordenador. Era una mujer más bien baja, tenía buen tipo y el pelo rubio ceniza. Llevaba un maquillaje sencillo y un traje sastre azul mari-no clásico y elegante. Pese a su aspecto profesional, a Bennie siempre le había parecido una persona algo nerviosa, a la que intentaba tranquilizar. – He pensado que sería mejor que pasara yo a verte en lugar de esperarte en mi despacho. -Bennie iba observando el pequeño recinto. La mesa estaba despejada, sin fotos ni calendarios de sobremesa. En los estantes, libros encuadernados en piel; y encima del armario, unos archivadores rojos en acordeón ordenados alfabéticamente. Colgaba de la pared un tapiz antiguo cuya mezcla de colores constituía la única alteración del recinto-. ¡Bonito tapiz! -dijo Bennie. – Gracias. – Bueno, vamos a dejarnos de preámbulos… DiNunzio sonrió. – Sí. – Bien. ¿Tienes mucho trabajo? – Estoy a medio expediente del caso Sameis. Es para el viernes y tengo que presentar otra petición al juez Dalzell para el caso Marvell. – Son tareas de redacción. ¿Algún juicio? – No. – ¿Arbitrajes o vistas? ¿Tiempo libre? – Recientemente, no. – Ya empiezas a hablar como una abogada de un bufete importante. ¿Verdad que te hace falta experiencia en juicios? Creo que ésa fue la razón que os trajo aquí a ti y a Carrier. – En efecto. Lo que pasa es que pensaba que no estaba… preparada. DiNunzio se ruborizó un poco y Bennie se sintió culpable. Su asociada había tratado de pasar inadvertida después del caso Steere [1]. No es que Bennie la culpara de ello, pero pensaba que había llegado el momento de volver a la palestra. – Estás preparada, Mary. No voy a pedirte más de lo que eres capaz de dar. ¿Verdad que quieres intervenir en juicios? – Sí -respondió enseguida DiNunzio, a pesar de que llevaba media mañana planteándose otros trabajos. Podía dedicarse a cuidar animales, a la pastelería, a la enseñanza. Había pasado la jornada laboral fantaseando sobre otras ocupaciones. Alguien tenía que hacerlo-. Claro que quiero intervenir en juicios. – Entonces no puedes pasarte el día haciendo trabajos de oficina. – No -respondió Mary, si bien el trabajo de oficina le parecía perfecto. Los administrativos en el campo del Derecho pasaban el día en la biblioteca, lo que reducía significativamente las posibilidades de que alguien les siguiera o incluso disparara contra ellos. El trabajo administrativo le parecía perfecto incluso sin chicle para mascar-. Me encantaría llevar un nuevo caso. Así pues, Bennie empezó a explicarle el caso, y Mary se esforzó por no huir despavorida. |
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