"Henders" - читать интересную книгу автора (Fahy Warren)5 DE SEPTIEMBRE La ventana de la burbuja en el extremo de la Sección Uno estaba cubierta ahora de brotes verdes, amarillos y púrpuras. Una vegetación similar, surgida de la selva, ya se había extendido sobre una cuarta parte de las ventanas laterales del laboratorio. Pero fuera del resto de las ventanas, todavía podían verse zonas de plantas comunes y árboles en tiestos que Nell había solicitado que le enviaran y colocaran en el terreno en pendiente, cada uno de ellos acompañado de un ROV, un vehículo accionado a distancia que registraba su suerte. Quentin felicitó a Andy mientras miraban las ratas Henders vivas en el abrevadero. Era la primera rata adulta viva que habían conseguido capturar para su observación. – ¿A qué te recuerdan esos movimientos que hacen con los ojos? Quentin acercó la cámara cenital todo lo posible sin asustar al animal. – ¡Sí, vaya! -asintió Andy. – ¿Qué? -preguntó Nell. El rostro sonriente del animal hizo que sintiera un escalofrío. Sus globos oculares bizcos parecían mirarla fijamente, no importaba hacia adonde se moviera. – La mayoría de los animales de la isla parecen tener los ojos como los de la esquila de agua -le dijo Quentin. – ¿Y? – Y la esquila de agua tiene ojos compuestos, con tres hemisferios ópticos. – Una profundidad de percepción «trinocular». – Nosotros tenemos una percepción binocular -dijo Andy. – Sí, lo sé, Andy -asintió Nell. – Estas cosas pueden ver el mismo objeto tres veces con cada ojo. De modo que perciben tres dimensiones mejor con un ojo que nosotros con dos. Quentin señaló el ojo de la criatura ampliado en el monitor, moviendo el dedo índice de un lado a otro. – ¿Ves cómo ahora cada ojo está escudriñando lentamente? – ¿Uno de ellos hacia ambos lados y otro hacia arriba y hacia abajo? ¡Caray! Andy se echó a reír, asombrado. – Están «pintando» la polarización y los datos de color como un maldito vehículo explorador de Marte, sólo que mucho más rápido -dijo Quentin-. Oh, sí, esa rata puede vernos perfectamente, justo a través del brillo de este acrílico. – Sus ojos también tienen un movimiento sacádico -dijo Andy mirando a Nell-. Eso es lo que nos permite leer sin que los pequeños movimientos que realiza el ojo nos empañen la visión. – Y son capaces de ver cinco veces más colores que nosotros… por lo menos -agregó Quentin. – ¿Pueden hacerlo? -Nell miró a Andy con expresión severa. – Los seres humanos tenemos tres clases de receptores de color: verde, azul y rojo. ¡Estas criaturas pueden tener hasta diez clases de receptores de color! – Allí va el árbol de Navidad. -Quentin señaló a través de la ventana mientras los restos carcomidos de una araucaria, uno de sus especímenes de prueba, se derrumbaba en medio de un enjambre de bichos voladores. La escotilla situada en el extremo del laboratorio hizo sonar un agudo pitido de alarma al abrirse y el jefe de los técnicos de la NASA, Jebediah Briggs, entró y cerró la escotilla tras él. – Esta sección del laboratorio está cubierta con casi un metro de mierda en el exterior -les informó Briggs. Era un hombre alto, atlético, con el mentón hendido como Kirk Douglas sobresaliendo por encima de su mono azul. Todo el mundo había llegado a temerlo-. Y acabamos de detectar un pequeño descenso en la presión. ¡De modo que, chicos y chicas, ha llegado el momento de evacuar la Sección Uno! – Eh, Otto, ¿cuántos ROV nos quedan? -preguntó Nell. – Nos quedan sesenta y ocho de los noventa y cuatro almacenados bajo el StatLab Uno. – ¿Puedes controlarlos desde cualquier sección del laboratorio? Otto lo pensó un momento. – ¡Sí! – Muy bien, instalaremos nuestra base de operaciones en la Sección Cuatro -dijo Nell mirando a Briggs-. Y, mientras tanto, utilizaremos las secciones Dos y Tres todo el tiempo que sea posible. ¿Qué le parece la idea, Briggs? – Por mí no hay problema -asintió Briggs-. Ahora, si queréis mover vuestros culos tan de prisa como podáis…, eso sería, bueno, ¡obligatorio! -gritó. Todos se apresuraron a coger sus ordenadores portátiles y cuantos especímenes les fuera posible mientras atravesaban la escotilla y subían la escalera que comunicaba con la Sección Dos. – Esteriliza el abrevadero, Otto -dijo Nell con voz severa-. Sabes que no podemos tener un espécimen de ese tamaño de manera segura. – Está bien -repuso él, frunciendo el ceño. A bordo del Zero masticaba con fruición el suculento trozo de crustáceo mientras contemplaba el cielo sembrado de estrellas brillantes desde una tumbona en la cubierta del entresuelo, con el plato vacío apoyado en la entrepierna. – Sabes muy bien que quieres hacerlo -dijo una voz en un tono persuasivo. – No sé de qué me estás hablando, Cynthea -suspiró Zero, y se tendió cuan largo era en la tumbona. – No puedes dejar pasar una oportunidad como ésta. – Tal vez -dijo Zero. – Te he ofrecido la mitad del dinero, maldita sea. ¿Qué más quieres? Zero sonrió. – Sigue hablando, querida. Dante sonrió burlonamente al ver la actitud de Zero y se marchó a la cubierta inferior. La luz de la luna iluminaba la cala fuera del ojo de buey de su camarote mientras Dante organizaba sus pertrechos. Había decidido llevar sólo lo imprescindible, equipando su arnés de escalada Black Diamond y los portamateriales con grampones, levas, mosquetones y varios grigris. Luego unió seis secciones de sesenta metros de cuerda dinámica Edelweiss para la escalada en solitario. A continuación comprobó la cámara Voyager Lite y la mochila de transmisión que había cogido del compartimento de almacenaje de «SeaLife». Los indicadores de carga de las baterías señalaban que estaban casi llenas, y el visor nocturno mostró la esperada imagen verdosa. Localizó el botón de transmisión, al que podía acceder fácilmente en la mochila. Metió la mochila, la cuerda y el equipo de escalada en una bolsa de lona impermeable de metro y medio de largo y luego levantó una tabla de surf que había traído consigo para poder llevar el equipo a tierra sin que lo detectara el radar de la marina. La luna llena brillaba justo encima de su cabeza cuando se deslizó al agua desde la popa del barco, junto a la Zodiac más grande, depositando la bolsa con el equipo sobre la tabla. Una vez en el agua se colocó un par de aletas. Luego se dirigió silenciosamente hacia la costa aprovechando la marea y reservando las fuerzas de los músculos de las piernas. Nell miró a través de la ventana de la Sección Cuatro, estudiando los brillantes apacentadores nocturnos mientras brotaban en el terreno bañado por la luz de la luna. ¿Qué clase de simbionte podía alternar su química para alimentar a tantas fuentes diferentes de nutrientes?, se preguntó. Se frotó la frente mientras le daba vueltas al problema en su cabeza. Andy la miró. – ¿En qué estás pensando? – No se trata de líquenes -dijo ella. – Muy bien. ¿Qué es entonces? – No estoy segura… El índice máximo de crecimiento del liquen es de aproximadamente uno o dos centímetros por año. El material de estos campos crece más de prisa que el bambú. Es un modelo de crecimiento geométrico que me recuerda a los fósiles Ediacara, unas organizaciones realmente primitivas de vida unicelular. En cualquier caso, todo parece indicar que constituyen la base de la cadena alimentaria en este lugar. – Si no es un liquen, ¿qué es? – Llamémoslo trébol. El trébol lleva a cabo el proceso de fotosíntesis durante el día y come piedras por la noche, y estas plantas salen de noche para comerse el trébol. Tal vez prefieren los minerales que el trébol consume por la noche, o no les gusta nada la clorofila… Sabemos que algunas algas verdes en las alberquillas donde beben los pájaros se vuelven rojas para protegerse del exceso de luz o salinidad del agua, pero les lleva varios días cambiar de color… – Hum… – Pero sabemos que el liquen es un simbionte formado a partir de algas y hongos. -Abrió los ojos y observó a Andy pero él tenía la mirada perdida-. En los líquenes, las algas suministran oxígeno y moléculas orgánicas como azúcares y trifosfato de adenosina a través de la fotosíntesis. Los hongos ayudan a disolver los minerales y aportan los nutrientes necesarios para que las algas sinteticen las moléculas orgánicas. -Miró fijamente a Andy-. ¿Me sigues? – ¡Claro! – Muy bien, ¿qué hace que ese trébol se torne púrpura? Lo único que se me ocurre es una bacteria púrpura. -Miró al otro lado de la ventana como si, de pronto, pudiera ver a través de la niebla-. Podría tratarse de un simbionte de cianobacteria y proteobacteria que utiliza azufre como una fuente de energía… ¡y se vuelve púrpura! En la isla abunda el sulfuro de hierro, la pirita de cobre; pude verlo cuando estuve en la playa. De modo que si se trata de alguna clase de simbionte de cianoproteobacteria, entonces la fase púrpura de esta cosa produciría sulfuro de hidrógeno gaseoso y olería a huevos podridos, ¡como mencionó Zero! Pero durante el día, cuando se desarrolla la fotosíntesis, produciría oxígeno…, mientras que la bacteria reductora del azufre podría retirarse bajo tierra… Nell se inclinó hacia adelante, observando a una de las criaturas parecidas a helechos que estaba más cerca y que presionaba una hoja transparente contra el suelo. Una ligera nube de humo blanco envolvió el extremo de las hojas acolchadas. – ¡Por supuesto! -Nell miró entonces a Andy con los ojos muy abiertos mientras tres ideas chocaban en su mente privada de sueño-. ¡Si esas cosas sólo salen de noche, deben de ser tan primitivas que tienen que evitar el oxígeno! Es posible que necesiten el sulfuro de hidrógeno para protegerse y recrear la atmósfera original a partir de la cual evolucionaron. ¿Lo entiendes? – ¡Continúa, continúa! – Y si esos «comedores» ingieren ese material cuando es de color púrpura, podrían estar ingiriendo bacterias púrpuras como – Nell -dijo Andy, boquiabierto-, eres asombrosa. No tengo la menor idea de lo que acabas de decir, pero es asombroso. Les dije a todos en la Sección Dos que pensabas que eran líquenes, así que ahora lo llaman liquen. Lo siento. Nell se echó a reír con expresión de fatiga. – No pasa nada, Andy. Resulta difícil creer siquiera que sea nuestro planeta. Sin embargo, me siento feliz de estar aquí. Si no pudiera hacer algo después de…, creo que me hubiera vuelto loca a bordo de ese barco. – Sí. Creo que lo llaman la culpa del superviviente. – No. -La ira borró todo rastro de humor de su rostro-. Si los supervivientes hacen algo al respecto, no hay ninguna razón para que se sientan culpables, Andy. A menos que no lo hagan. – Depende de los vivos vengar a los muertos, ¿eh? ¿No es eso lo que se dice? Nell contempló la selva que se iba cubriendo progresivamente de sombras y pensó en sus once compañeros que ahora estaban muertos. – Algo así -contestó débilmente. – Pero ¿puedes vengarte de unos animales, Nell? Después de todo, fuimos nosotros quienes invadimos su mundo. Los animales no pueden evitar lo que hacen. No tuvieron elección. Sé lo que le pasó a tu madre, Nell, pero… Ella lo fulminó con la mirada. – De acuerdo -asintió Andy, y se alejó-. Lo siento. Nell volvió a mirar a través de la ventana, concentrándose en las brillantes criaturas que surgían de las pendientes púrpura de la isla. Ahora salían de la jungla verdaderos enjambres de bichos luminosos que se arremolinaban a través de los campos mientras comían. Dante se quitó las aletas y arrastró la tabla por la playa en dirección a las rocas. Después de ocultar las aletas junto a una gran piedra y encajar la tabla de costado entre dos montículos, llevó la bolsa de lona con el equipo de escalada a través del saliente rocoso que había en el borde de la grieta. Abrió la bolsa, se colocó el arnés, sujetó las lazadas de cuerda y se calzó un flamante par de sus zapatillas de escalada favoritas Five Ten. Luego cerró la bolsa, se la colgó a la espalda y comenzó a trepar por la grieta. Después de haber recorrido unos veinte metros, Dante divisó una ruta ascendente en la cara izquierda. Observó con cautela el cañón de roca que se abría delante de él y sopesó sus opciones. De una pequeña bolsa que llevaba sujeta a la cintura sacó un puñado de polvo de tiza con el que cubrió sus manos y, acto seguido, palpó la cara del risco, examinando con cuidado la superficie. La roca era convenientemente dura; también abundaba en huecos y grietas para los grampones y las levas. Decidió que podía hacer una escalada limpia en esa cara, sin necesidad de utilizar el martillo o las clavijas y sintió una oleada de confianza. Sería una perfecta escalada en solitario. Dante visualizó la primera línea de sujeciones a la luz de la luna, luego se puso el equipo y comprobó su equilibrio. El hecho de llevar encima el pesado equipo alteraba su centro de gravedad, y la cámara que llevaba sujeta al pecho le impediría abrazarse a la roca. Decidió entonces atar la cámara a la mochila, lo que empeoró el centro de gravedad pero, al menos, no se interponía en su camino. Alzó la vista. Una cara vertical de unos treinta metros se alzaba encima de él formando una rampa perfecta, una fisura diagonal que se extendía casi hasta la cima de la pared de doscientos treinta metros. La parte complicada sería un saledizo en los últimos diez metros. Esperaba poder ascender dos tercios de la distancia que lo separaba de la cima, encontrar una cornisa y dormir allí hasta el amanecer. Luego se pondría en contacto con Cynthea y filmaría el resto de la ascensión, transmitiendo al mundo las primeras imágenes en vivo de la isla Henders. Zero se iba a enterar. Después de apilar seis rollos de cuerda unidos sobre una roca plana en la base del risco, ató el extremo de la cuerda a una leva y enganchó ésta al arnés del pecho. Sentía que la adrenalina corría por sus venas cuando saltó y se agarró del primer asidero en la roca, llevando el extremo de la cuerda consigo. De pronto, un sonido como el de la bocina de un camión se oyó detrás de él, provocando que casi se le parara el corazón en medio del profundo silencio de la noche. Saltó hacia arriba instintivamente, «embadurnándose» los pies en un frenético movimiento sobre la superficie rocosa. – ¡Qué cojones…! -gritó, colgado de la roca y girando el cuerpo para mirar debajo de él. Lo que vio parecía ser una araña gigante del tamaño de un Chevy Suburban, cubierta de rayas de pelo brillante, que chocaba contra la pared a pocos centímetros de sus pies. Un aguijón negro se extendió desde la araña y excavó el risco junto a su pierna derecha, abriendo un surco en la dura pared de piedra. Dante se elevó casi dos metros en un aterrorizado salto para coger la siguiente sujeción con sus manos cubiertas de polvo de tiza. Impulsado por la adrenalina, retrocedió por un pliegue en la superficie de la pared y ascendió los siguientes quince metros más rápidamente de lo que jamás había escalado una pared en su vida. Hizo una pausa para recobrar el aliento en una pequeña cornisa y se asomó para mirar hacia abajo. Tres formas de gran tamaño merodeaban como tigres fosforescentes. – Por favor, decidme que no podéis trepar -susurró jadeando. Una vez recuperado el aliento, metió ambas manos en el saco con polvo de tiza, las empolvó completamente y reanudó la ascensión, mirando ocasionalmente hacia las formas cada vez más pequeñas que había abajo. La rampa se encontraba a otros quince metros por encima de él. Su mano se apoyó sobre una textura suave y extraña y reculó momentáneamente de lo que parecía una cucaracha del tamaño de un perro con la cabeza en forma de bumerán. Pero estaba inmóvil, y Dante comprendió en seguida que se trataba de un fósil. Vio otros fósiles alrededor, oscuros y lustrosos, sobre la pared de piedra iluminada por la luna. Cuando llegó a la rampa colocó otra leva provista de un grigri a modo de protección. Luego se arrastró hasta la esquina y miró hacia la fisura. Mucho más arriba de la grieta vio el túnel en forma de cuerno del follaje de la selva, su brillante contorno delineado por el remolino de chispas de millones de bichos voladores. Decidió permanecer fuera de su línea de visión tanto como le fuera posible para evitar ser detectado por cualquiera de las criaturas. Al girar en la esquina retrocedió hasta un cubo de piedra que sobresalía del risco como un afilado bauprés de roca. Clavó allí otra leva y marcó su elevación, unos sesenta metros. Se enfrentaba a una sinuosa ascensión vertical de aproximadamente veinte metros al descubierto, hasta que otra rampa de piedra lo llevara a la cima del acantilado. Volvió a espolvorearse las manos e inició la ascensión. El brillo de la luna sobre otro fósil captó su atención, de modo que subió hacia allí para echar un vistazo. La cosa saltó entonces desde la roca y cerró las mandíbulas junto a su cara, devorando un bicho brillante que pasaba junto a su oreja. Dante, sobresaltado, sintió que sus manos se deslizaban por la roca y perdía la sujeción. Cayó al vacío. La leva que había colocado se expandió en la grieta cuando el peso de su cuerpo tensó el grigri. Se balanceó debajo del cubo de piedra. Había caído unos diez metros pero la protección había resistido. Ahora pudo ver bien a la criatura que bajaba rápidamente por la cara del risco, moviéndose como un enorme escarabajo soldado a un pez volador. Se izó por la cuerda hasta el punto de sujeción y permaneció colgado allí, observando si había más de esos fósiles vivientes a su alrededor cazando los insectos voladores que pasaban junto a él. – Quentin, reserva el resto de los vehículos para cuando amanezca, ¿de acuerdo? -dijo Nell-. Concentrémonos en iluminar y filmar a intervalos los especímenes de campo hasta que se haga de día. Quentin encendió las luces exteriores para las cámaras que continuarían filmando un cuadro de los especímenes de plantas expuestos fuera del laboratorio cada treinta segundos durante toda la noche. – ¡Dios! -exclamó Nell mientras visionaba las imágenes de las filmaciones realizadas durante los últimos cuarenta y cinco minutos. Miró a través de la ventana y vio que algunos de los especímenes ya habían sido devastados, desarraigados y reemplazados por otra cosa. – ¿En, qué es eso? -preguntó un técnico de la NASA. El aire se había llenado de un extraño zumbido. Todo el laboratorio pareció vibrar para luego mecerse suavemente de un lado a otro. – Probablemente sea un temblor -sugirió Quentin-. Los militares dijeron que habían captado una actividad sísmica de bajo nivel en la isla hace unos días. – Resistid, chicos -dijo Andy. Nell cogió con fuerza el borde de la encimera del laboratorio y miró a través de la ventana los árboles que temblaban en el límite de la selva. Dante sintió el temblor antes de oírlo. Al principio creyó que todo el risco se desplomaba, pero luego se dio cuenta de que sólo era la placa de piedra a la que estaba sujeto, que se separaba del risco con un lento crujido. Se movió hacia un lado, cogiéndose con los dedos de la mano izquierda a una grieta y balanceándose hacia arriba para aferrarse a un punto muerto con la derecha, al tiempo que conseguía un punto de apoyo para su pie izquierdo. Sabía que ésa era la escalada más increíble que había hecho nunca, pero no le importaba porque estaba aterrado. Una lluvia de rocas caían a su alrededor y comprendió que la última protección que había colocado estaba quince metros más abajo. Tenía que llegar a la rampa superior y tenía que hacerlo de prisa. Los planeadores del risco se volvieron más audaces, mordiéndole levemente los hombros, la espalda y los talones a medida que ascendía, revoloteando a su alrededor en gran número como si fueran escarabajos voladores apiñándose sobre la cara del risco. – Aguanta, hermano -se dijo nerviosamente. El zumbido cesó de repente. – Ahora sé lo que se siente durante un terremoto -dijo Andy. – Muy bien, ya ha pasado -repuso Nell, visiblemente aliviada. Briggs pasó a través de la escotilla que comunicaba con la Sección Tres. Su expresión era grave. – Eh, Briggs. ¿Hay alguna manera de llegar a la Sección Uno y recuperar mi gorra de los Mets? Creo que la dejé allí. -Nell le sonrió. – Eso ha sido muy gracioso, Nell. Pero no. ¿Ahora también tenemos terremotos? – No ha sido tan malo…, hasta el momento. – Sí, claro. -Briggs la fulminó con la mirada-. ¡Pues que vengan las avalanchas de lodo y los huracanes! Dante comenzó a sufrir calambres en el antebrazo cuando el trabajo de los dedos hinchó sus brazos y debilitó su sujeción a la roca. Trató de cambiar más peso del cuerpo a los pies y, finalmente, con los músculos muy doloridos consiguió llegar a la grieta e introducirse en ella. Agitó los brazos dentro del vientre de piedra y luego colocó algunas protecciones en un agujero que había encima de su cabeza, enganchándose a ellas con un mosquetón de seguridad. No estaba muy seguro acerca de vivaquear en la pared de piedra, no parecía una buena idea dormir en ese lugar. Se adentro gateando en la grieta y descubrió una fisura vertical que ascendía como una escalera directamente hasta el saledizo que había en la cima. Sintió una punzada de esperanza. Si esa parte del risco era tan limpia como parecía, podría llegar a la cima en quince minutos. Decidió que había llegado el momento de transmitir utilizando la cámara en modalidad de visión nocturna. Puso en marcha el walkie-talkie de «SeaLife» y llamó. Cada tres minutos y medio, Peach le daba un mordisco a su barrita de cacahuete M amp;M mientras jugaba el nivel 26 del Halo 5 cuando, súbitamente, vio un icono que parpadeaba en una esquina del monitor. Activó el icono como si estuviera liquidando a otro alienígena y la imagen captada por la cámara de Dante, turbia y con interferencias, llenó la pantalla. «Estoy aquí, en la isla Henders, a unos cien metros de la cima del acantilado. Chicos, ¿me recibís? Espero que vuestros walkie-talkies estén encendidos, colega…» Peach miró a su alrededor buscando su walkie-talkie pero no pudo encontrarlo. Cynthea dormía en su camarote cuando comenzó a sonar el localizador de su walkie-talkie en la mesilla de noche. Se levantó como un resorte al oír la voz de Dante. Vestida con un pijama azul marino, corrió hacia la sala de control con el walkie-talkie pegado a la oreja. – ¡Dante! ¡No deberías estar haciendo esto! -lo regañó sin dejar de correr. – Eh, está hecho, Cynthea. Le dije que podía subir esta cosa. ¡Aquí estoy! – ¡Oh, Dios mío! -gimió ella. Tan pronto como llegó a la sala de control y vio las imágenes en vivo, aunque oscuras y erráticas, cogió el teléfono vía satélite del barco y marcó un número. – Soy Cynthea Leeds, ¿puedo hablar con Barry? Despiértalo, cariño, confía en mí, ¿de acuerdo? ¡HAZLO! -Miró a Peach con el ceño fruncido y cubrió el auricular con la mano-. ¿Puedes bajar el contraste y darle más brillo a la imagen o algo así, Peach? Necesitamos algo más que eso. -Apartó la mano que cubría el auricular-. Barry, tengo a un escalador con una cámara a diez metros de la cima del acantilado de la isla Henders preparado para transmitir en directo. Despierta, Barry. ¡Despierta! ¡Tenemos que salir en directo ahora! ¡Es la emisión del siglo! ¡Podemos evitar la censura de las noticias de la isla Henders! ¡Maldita sea, es nuestra oportunidad! ¿Barry? Peach podía oír a Barry a través del altavoz del teléfono. – ¿Sabes qué hora es en la costa Este, Cynthea? ¡Es la una y media de la madrugada! – ¡Eso es lo que hace que sea televisión legendaria, Barry! -Cynthea meneó la cabeza y miró a Peach-. ¡Hazlo! ¡Tendrás los derechos exclusivos de un millón de repeticiones! ¡Esto es como el primer alunizaje, Barry! -Volvió a cubrir el auricular-. Dile a Dante que espere antes de atacar la cima. Barry está sacando el culo de la cama e irá a la oficina, pero Dante tiene que quedarse donde está durante diez minutos. -Se llevó el teléfono de nuevo a la oreja-. Muy bien, Barry, cariño, ve a la oficina. ¡Gracias, eres un cielo! – Muy bien, espero que esta visión nocturna les llegue sin problemas, tengo la cámara sujeta al pecho y están viendo el risco que se eleva encima de mí -dijo Dante-. Estoy ascendiendo por una grieta. Podéis ver algunos de esos bichos planeadores justo por fuera de ella. Aquí estoy protegido, pero han estado acercándose cada vez más y uno de ellos parece que me ha mordido en el codo. No obstante, en general, se comen esas grandes luciérnagas que me perseguían… Dante ascendió otros quince metros antes de colocar un grampón. Según sus cálculos, ahora se encontraba a unos treinta metros de la cima. La voz de Peach irrumpió súbitamente a través del walkie-talkie. – ¿Puedes detenerte a unos diez metros de la cima y esperar a la luz verde, Dante? – No hay problema. Pero no me hagáis esperar demasiado, el último tramo es un saledizo, colega. – De acuerdo. Sigue grabando, estamos recibiendo todas las imágenes. No deberías haberlo hecho, ¿sabes? -dijo Cynthea-, ¡pero te convertirás en una superestrella, cariño! – ¡Bien! -Dante sonrió mientras seguía ascendiendo por la grieta, agachándose de vez en cuando para esquivar alguno de los planeadores. – ¿Lo estás recibiendo, Barry? -Lo estamos recibiendo, lo estamos recibiendo. Es un material impresionante. – ¿Estamos en directo? -Se produjo una pausa y Cynthea miró fijamente el teléfono-. ¿Barry? – Es un material excelente, Cynthea, pero no sé… Mañana cenaré con el congresista Murray, del comité de regulación de la Comisión Federal de Comunicaciones, para discutir con detenimiento los detalles de la fusión… – ¡Eres un maldito cabrón traidor hijo de puta! -gritó Cynthea. – Escucha, Cynthea, quizá podamos conseguir un tiempo de emisión mejor y organizar un programa especial con todo este material más tarde, sin meternos en problemas con la comisión o violar la jodida Acta Patriótica o sólo Dios sabe que más me está indicando el abogado con la cabeza en este momento, ¿de acuerdo? – ¡No me falles, Barry! -lo amenazó Cynthea. Dante permanecía suspendido de un par de levas que había conseguido calzar en el techo del saledizo, diez metros por debajo de la parte superior del reborde rocoso. Al mirar a través del abismo, la cara del risco opuesto parecía acercarse para luego retroceder. – La cosa está un poco chunga aquí arriba, tío, y creo que estamos teniendo otro seísmo. ¡Espero que estés recibiendo esto, colega! – Intenta mantener la cámara estable. -La voz de Peach se oyó a través del walkie-talkie sujeto al brazo de Dante. – ¡Inténtalo tú, tío! -replicó éste frunciendo el ceño. Dante colocó dos tornillos de escalada en pequeñas grietas encima de su cabeza y equilibró la tensión en los enlaces. Los planeadores del risco saltaban junto a él y se comían los brillantes bichos voladores que eran atraídos hacia su cuerpo suspendido en el vacío. Se balanceó hacia adelante y se agarró al borde del saledizo, afirmándose con un brazo y estirando el otro para colocar otro grampón. Se encontraba a diez metros de la cima del risco. – Tíos, decidme cuándo. Y hacedlo de prisa, ¿de acuerdo? – ¡Venga ya, Barry! ¡Tienes imágenes en directo desde la isla Henders listas para salir al aire, maldita sea! Peach oyó la respuesta de Barry a través del auricular de Cynthea: – ¡No quiero tener otra carnicería en televisión! En el fondo se podía oír la narración de Dante mientras dirigía la cámara a través de la fisura. – Estoy a pocos metros de la cima…, ¿qué cono? La otra pared se encontraba a sólo seis metros de distancia. Las oscuras criaturas semejantes a trilobites parecían estar congregándose en gran número justo frente a él. – Eso no tiene buena pinta -le dijo Peach a Cynthea. – No me gusta el aspecto de esas cosas, tío -llegó la voz de Dante-. ¡Oh!, ahora vienen hacia mí desde todas direcciones. No puedo seguir esperando aquí, colega. Voy a por la cima. – De acuerdo, salimos en directo dentro de cinco segundos -anunció Barry-. ¡De modo que prepárate, Cynthea, maldita zorra! – ¡Podría casarme contigo, Barry! – Muy bien -gruñó Dante-. Ya casi estoy en la cima de la isla Henders… – «Hemos recibido imágenes en directo desde la isla Henders tomadas por un miembro del equipo del programa SeaLife, quien, sin contar con nuestro permiso o autorización, está a punto de coronar el acantilado de la isla y transmitir las primeras imágenes del interior -narró Cynthea-. ¿Qué es lo que ves, Dante?» – Maldita sea, creo que esas cosas tienen dientes -exclamó éste-. Oh, joder, estoy cubriendo los últimos metros, esperad. La cámara barrió la pálida roca iluminada por la visión nocturna mientras todos oían sus gruñidos y la respiración agitada. – ¡Sigue hablando, querido, sigue hablando! -lo instó Cynthea-. ¡Pero no digas tacos, cielo! Dante alzó una mano por encima del reborde y se impulsó a la cima del risco. Los músculos le temblaban por el esfuerzo y el cansancio y permaneció tendido un momento, respirando profundamente mientras daba gracias. Lo había conseguido. Se puso de pie. – ¡Oh, mierda! Uno de los tigres gigantes, con sus brillantes rayas anaranjadas y rosas, estaba sentado frente a él. Tenía el tamaño de un tractor. Cuando giró sobre sus talones y se lanzó nuevamente hacia la grieta alcanzó a ver una figura luminosa en el lado opuesto de la fisura que saltaba en el aire y extendía cuatro brazos formando una X. – Dante oyó que la cosa imitaba su voz profiriendo un estridente chillido. – ¡Cortamos la transmisión, Cynthea! -gritó Barry. -¿Te has vuelto loco? -gritó ella a su vez. La cuerda dio un brusco tirón en su arnés mientras se afirmaba dentro del grigri y tensaba la leva clavada en el reborde. Dante quedó colgado boca abajo girando en el vacío. Una nube de bichos lo rodeaba, mientras los planeadores del risco los iban cazando. Enderezó el cuerpo y trepó por la cuerda hasta colocarse debajo del reborde. Encima de él, el tigre-araña se asomó de pronto por el borde, bloqueando la luz de la luna. Dante vio que extendía dos púas largas y negras por la fisura de piedra y enganchaba la cuerda. Luego lo izó como si fuera un pez atrapado en un sedal. Cuando abrió las fauces, revelando unos apéndices oscuros, pudo oler el hedor ácido de su aliento y sintió que le salpicaba la cara una especie de baba pegajosa. La cuerda siguió subiendo mientras la bestia tiraba de ella con dos de sus extremidades y la cabeza se prolongaba hacia abajo del reborde rocoso desde un cuello elástico. Dante sintió su aliento caliente y fétido y su corazón pareció salirse de su pecho cuando la criatura emitió un sonido estridente que él jamás imaginó que pudiera salir de un ser vivo. Dante oyó la voz burlona del otro animal desde alguna parte por encima del risco. – Sabía que un tirón más de la cuerda y estaría dentro de las babeantes fauces del monstruo, y decidió morir de otra manera. – Adiós, chicos -dijo, y acto seguido se desenganchó de la cuerda. La criatura gritó como una sirena afónica, su voz se alejó de él mientras caía al vacío. La última imagen que alcanzaron a ver en la pantalla fue el ojo de la cámara cayendo al abismo mientras el alarido de la bestia se apagaba. La transmisión se cortó cuando la cámara chocó contra el suelo. – ¡Cynthea, joder! ¿Qué me estás haciendo? -gritó Barry. – Oh, Dios santo -chilló ella-. ¿Cuándo cortaste la transmisión? – ¡No lo bastante a tiempo, maldita sea! -exclamó Barry. El capitán Sol utilizó los fórceps del médico de a bordo para colocar un pequeño cañón de latón en la cubierta de batería del – Bien -asintió Zero. – ¿Está derecho? – Sí -respondió Zero. – Vale -dijo Samir. El capitán Sol alzó su diminuto vaso del tamaño de un dedal. – ¡Brindo por ello! Hizo un brindis con Zero y luego bebió un trago de tequila. Zero brindó con él. En los últimos días el único entretenimiento disponible a bordo del El radioteléfono comenzó a sonar de pronto y Samir se levantó de su silla y contestó la llamada. Escuchó durante unos diez segundos. – Eh, bueno, creo que necesita hablar con el capitán -dijo, pasándole el auricular a Sol. Zero observaba la escena con curiosidad. El capitán sonrió con satisfacción, llevándose el auricular a la oreja mientras Samir se encogía de hombros. – Capitán Sol, aquí el teniente Scott del – ¡Cynthea! -exclamó el capitán Sol. – Repita eso, por favor -dijo la voz en la radio. – Gracias, – Nosotros lo ayudaremos, En ese momento se oyeron sonidos de motores y vieron que tres lanchas hinchables grises de alta velocidad se acercaban al – ¡Sí, |
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