"Los mundos fugitivos" - читать интересную книгу автора (Shaw Bob)
PARTE II — Estrategias de desesperación
Capítulo 8
Divivvidiv había tenido un sueño agradabilísimo en el cual había saboreado cada segundo de un día de su infancia. El día escogido había sido el octogésimo primero del Ciclo del Cielo Claro. Su cerebro superior había tomado los recuerdos del día real como base del sueño, después había eliminado los más imperfectos y los había sustituido por secuencias inventadas. El contenido de las partes creadas había sido excelente, al igual que su fusión con el resto de la ensoñación, y Divivvidiv se había despertado con una intensa sensación de felicidad y plenitud. Por una vez no había habido ninguna sensación o sentimiento de culpa que se colase desde el presente, y supo que volvería a ese sueño —quizás con pequeñas variaciones— en otras ocasiones durante los próximos años.
Se quedó tumbado un momento en el débil campo gravitatorio artificial de su cama, disfrutando de un crepúsculo mental, pero luego recordó que el Xa esperaba para comunicarse con él.
—¿Qué pasa? —dijo, incorporándose.
—Nada demasiado urgente, Amado Creador; por eso he esperado a que recuperase de forma natural la conciencia —le explicó el Xa en seguida, usando un color mental similar al amarillo para tranquilizarlo.
—Has sido muy considerado —Divivvidiv se dio un masaje en los músculos de los brazos, preparándose para volver a la actividad—. Intuyo que tienes una buena noticia para mí… ¿Cuál es?
—Vuelve la nave de los primitivos, con dos hombres a bordo; y esta vez no sobrepasarán mi perímetro.
Divivvidiv se puso inmediatamente en estado de alerta.
—¿Estás seguro?
—Sí, Amado Creador. Uno de los hombres está ligado emocionalmente a una de las mujeres. Cree que ella y sus compañeras dañaron su nave en una colisión con mi cuerpo durante las horas de oscuridad, y que se han refugiado en uno de los hábitats que hallamos en el plano de referencia. Tiene intención de encontrar y rescatar a la mujer.
—¡Qué interesante! —dijo Divivvidiv—. Esos seres deben de tener una tendencia inusualmente fuerte hacia la reproducción de modelo unitario. Primero descubrimos su ceguera mental, y ahora esto… ¿Cuántos defectos puede tener una raza, y aún así ser viable?
—Dicho en esos términos, Amado Creador, la pregunta no tiene sentido.
—Eso espero —Divivvidiv volvió su atención a asuntos de naturaleza más práctica—. Dime una cosa, ¿se han dado cuenta los hombres primitivos de que tú eres una clase de objeto que es totalmente ajeno a su experiencia previa?
—¿Objeto? ¿Has dicho objeto?
—Ser. Debí haber dicho ser, desde luego. ¿Cómo te perciben ellos?
—Como un fenómeno natural —dijo el Xa—. Una capa de hielo, o de alguna otra materia cristalina.
—Estupendo. Eso reduce la posibilidad de que causen daño, y al mismo tiempo nos facilitará su captura.
Divivvidiv desplazó su pensamiento al cerebro superior para excluir al Xa de sus deliberaciones. Obtener especímenes de los primitivos para el estudio personal del director Zunnunun era en cierto modo una frivolidad, algo bastante ajeno al gran proyecto; y si el Xa se dañaba por esa causa, los castigos serían terribles. Divivvidiv probablemente sería sometido a una modificación personal como castigo por distraerse de sus obligaciones. Después de todo, el proyecto era el más importante llevado a cabo en la historia de su pueblo. El futuro de toda la raza…
—¡Amado Creador! —la llamada del Xa fue una intrusión inesperada—. Tengo que hacer una pregunta.
—¿Cuál? —preguntó Divivvidiv, esperando que el Xa no reanudase su cansino interrogatorio sobre su futuro.
El Xa no hubiera sido capaz de construirse a sí mismo si no hubiera estado provisto de una poderosa inteligencia artificial; pero sus diseñadores —allá en los remotos pisos altos del Palacio de los Números— no habían previsto el desarrollo de una conciencia.
—Dígame, Amado Creador —dijo el Xa—, ¿qué es una Cuerda?
El efecto de la pregunta fue tan fuerte, tan repentino, que Divivvidiv experimentó un momentáneo vahído y un peligroso debilitamiento de su control mental. Durante un vulnerable instante casi dio acceso al Xa a todos los circuitos del cerebro superior, y el esfuerzo que tuvo que hacer para cerrar cientos de vías neurológicas le dejó frío y mareado.
Practicando los rituales del Ojo-del-Huracán para inducir un estado de calma, dijo:
—¿Quién te ha hablado de las cuerdas?
Hubo un breve silencio antes de que el Xa respondiese.
—Tú no, Amado Creador. Nadie. La palabra últimamente ha empezado a existir a mi alrededor. Debe de estar continuamente en la cabeza de millones de seres inteligentes, pero su concepto se me escapa. Lo único que sé es que la palabra está asociada al miedo… un miedo terrible a dejar de existir.
—No es nada que a ti te concierna —dijo Divivvidiv, utilizando todas las técnicas de ayuda mental para dar fuerza a su mentira—. La palabra es poco más que un sonido. Su origen radica en ciertas aberraciones de la mente, en quebrantos de la lógica, como dirías tú: metafísica, religión, superstición…
—Pero ¿por qué empezó a interferir con mi conciencia?
—Por ninguna razón particular. Una marea, una corriente, un flujo. Te preocupas de cosas que no te conciernen. Te ordeno que te tranquilices y te concentres en tu tarea.
—Sí, Amado Creador.
Agradecido por la actitud complaciente del Xa, Divivvidiv cortó la comunicación telepática y se desplazó flotando hasta la esclusa de aire más cercana a su vivienda.
Mientras se ponía el traje que le permitiría sobrevivir en el frío exterior, reflexionó con cierta inquietud sobre la adquisición por parte del Xa del término «cuerda». ¿Significaba simplemente que la capacidad de comunicación directa del Xa se había incrementado? ¿O es que había aumentado la alarma en Dussarra, su planeta? Esto produciría una intensificación del miedo, lo que habría originado ondas telepáticas en las regiones circundantes del espacio…
Divivvidiv entró en la esclusa de aire y realizó el precintado del interior. En cuanto abrió la puerta exterior, el intenso frío hirió su cara y sus ojos, y la respiración se hizo tan dolorosa que jadeó ruidosamente. Las placas metálicas de la estación se extendían ante él: lisas y desnudas en algunos sitios, repletas de complejidades técnicas en otros. Las antenas de la unidad de teletransporte —finas y frágiles esculturas curvas— sobresalían en el aire soleado, y el flamear ocasional de fuego verde en sus puntas demostraba que se estaba recibiendo en ese momento una carga de nutrientes para el Xa. Más allá de los angulosos límites de la estación, el cuerpo del Xa —ahora enormemente crecido— formaba un mar de brillo cristalino que se extendía hacia la lejanía en todas las direcciones.
Los ojos de Divivvidiv no podían enfocar hacia el infinito sin ayuda artificial; por tanto, el universo que se encontraba detrás del blanco horizonte se reducía al sol y a uno de los planetas locales, en un fondo bañado y salpicado por manchas de luminosidad. No obstante, era capaz de mirar directamente a la mota de luz azul que era su planeta Dussarra, y en pocos segundos estuvo en contacto con el director Zunnunun.
—¿Qué pasa? —dijo Zunnunun—. ¿Por qué interrumpes mi trabajo?
—Tengo una buena noticia —replicó Divivvidiv—. Fue una casualidad desafortunada y curiosa el que la muestra que le proporcioné de primitivos consistiese únicamente en hembras. Tampoco tuvimos suerte cuando la segunda nave, que contenía machos, avistó al Xa con tiempo suficiente para desviar su nave y evitarlo.
—Dijiste que tenías una buena noticia —Zunnunun tiñó sus palabras con los colores mentales de la irritación y la indignación.
—Sí, Director. La misma nave primitiva está ascendiendo ahora hacia el plano de referencia, y los que van a bordo creen, o más bien esperan, que las hembras perdidas se hayan refugiado en los hábitats que encontré aquí. Esta vez no hay duda de que conseguiré enviárselos, porque como simple consecuencia de un contacto físico previo, el único propósito de los machos al realizar el nuevo ascenso es rescatar a las hembras. Vendrán directamente hacia mí.
—Eso es bastante increíble —dijo Zunnunun—. ¿Estás seguro de lo que dices?
—Absolutamente.
—En efecto, es una buena noticia. No tenía ni idea de que pudieran darse vínculos tan poderosos entre individuos de alguna especie. Estoy ansioso por recibir a los machos primitivos y llevar a cabo los experimentos adecuados.
—Es un placer servirle —dijo Divivvidiv, complacido de haber recuperado la aprobación del Director—. Ya que estamos hablando en privado, ¿puedo comentarle otro asunto?
—Adelante.
—La conciencia del Xa continúa alcanzando nuevos niveles, y acaba de hacerme una pregunta sobre cuerdas.
—¿Comprende algo, acaso?¿Tiene alguna sospecha?
—No —Divivvidiv hizo una pausa, ponderando su respuesta—. Pero percibo matices… ¿Ha sucedido algo nuevo?
—Debo decir que sí —hubo un breve silencio, y cuando el director Zunnunun habló otra vez, sus palabras fueron enturbiadas por extraños colores que indicaban dudas y aprensiones—. Como ya sabes, una poderosa facción de la sociedad ha forzado a los del Palacio de los Números a llevar a cabo una nueva evaluación de la situación local, y los últimos datos han reforzado la opinión de que las cuerdas existen. Parece también bastante probable que hasta unas doce cuerdas pasarán alguna vez cerca de nuestra galaxia, en comparación con las siete originalmente estimadas. Y si eso es verdad, no sólo dejará de existir nuestra propia galaxia, sino que muchas otras de la región cósmica serán aniquiladas.
—Comprendo.
El frío del ambiente pareció penetrar en la ropa de Divivvidiv con una crudeza implacable cuando rompió el contacto mental.
Es extraño, pensó. ¿Por qué temer más a una fuerza que promete aniquilar a un millón de otras galaxias que a una fuerza que amenace con destruir sólo a ésta, cuando el destino personal será exactamente el mismo en los dos casos?
¿Y por qué tiene que importarme tanto que el plan de mi pueblo vaya a aniquilar un par de pequeños planetas subdesarrollados y escasamente poblados, cuando el propio cosmos está sometido a tan monstruoso destino de destrucción?