"El Cuarto Reino" - читать интересную книгу автора (Miralles Francesc)

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Después de este encuentro desafortunado con la madre patria, una esperanza de sueño hizo que regresara al metro entre una turba de jóvenes de peinados imposibles. Caminaban como zombis mientras escribían mensajes en su móvil, pero extrañamente no chocaban entre ellos, como si tuvieran un sonar incorporado.

Nuevamente en el vagón, tuve la impresión de que no llevaba horas, sino días en la ciudad. Aunque seguía sin entender nada, parecía que mi cuerpo empezaba a sintonizar con las costumbres locales ya que, nada más sentarme en el vagón, yo también eché una cabezadita. Cuando abrí los ojos me encontré al final de la línea.

El timbre del teléfono móvil me despertó de un duermevela que me había tenido varias horas dando vueltas en la cama. Un débil resplandor en el muro me decía que el sol había regresado a su país de nacimiento, aunque mi mente se dispusiera a entrar en su primer sueño.

Tuve que hacer un esfuerzo para incorporarme y que mi voz pareciera serena:

– Moshi-moshi -dije sin proponérmelo.

– ¿Habla usted japonés? -repuso una voz de hombre suave y pausada.

El acento era claramente británico, pero había pronunciado esa pregunta con tanta pulcritud, que no podía ser inglés. Sin duda se trataba de un nativo que había recibido una esmerada educación en un college.

– Ciertamente no. Soy Leo Vidal, ¿con quién hablo, por favor?

– Puede llamarme Takahashi, aunque hay millones de personas con este apellido.

Para ganar tiempo, decidí representar el papel de americano descarado y directo que no atiende a formulismos:

– ¿Debo entrevistarle a usted o sólo me llevará hasta quien necesito conocer? Tengo entendido que alguien ha descubierto algo que desea mostrarme.

– Es posible. Pero, por favor, le ruego que no simplifique tanto las cosas. Es mucho más complicado de lo que usted supone. Y hay detalles que debería conocer antes de decidir si quiere meterse en esto.

– Hablemos entonces. Cuanto antes entremos en harina, mejor. No he venido hasta aquí para perseguir colegialas.

Un instante después de decir esto ya me había arrepentido. Ciertamente, los americanos podemos ser una mala influencia. Pero mi interlocutor hizo como si no me hubiera oído.

– En la estatua de Hachiko. ¿Le parece bien a las doce? Podemos almorzar mientras «entramos en harina», como dice usted.

– Un momento, ¿dónde está esa estatua? ¿Y cómo le reconoceré?

– Es la más famosa de Tokio, seguro que la encontrará. Y no es necesario que me reconozca -repuso con un tono ligeramente jocoso-, yo le reconoceré a usted.