"El Cuarto Reino" - читать интересную книгу автора (Miralles Francesc)10Segundos antes de la partida, los pasajeros corrieron a los quioscos del andén para proveerse de platos preparados para el viaje, presumiblemente porque eran más baratos que el catering de a bordo. Yo mismo me procuré una bandeja de A medida que adquiríamos velocidad, los bloques de Tokio parecían sombras fantasmales que pudieran desintegrarse en cualquier momento. Yo mismo me sentía como un espíritu obligado a vivir una existencia que no era la mía, a merced de los caprichos de unos contendientes que no llegaban a manifestarse. Que la enigmática Keiko estuviera sentada a mi lado no hacía más que confirmar que me hallaba inmerso en un juego del que desconocía las reglas. También ella debía de estar perdida en sus pensamientos ya que, tras dirigirme una mirada picara, cerró los ojos plácidamente. A través de sus labios entreabiertos asomaba una dentadura perfecta. Esta imagen me llevó a un pensamiento que me sorprendió a mí mismo: dentro de las farsas que se pueden vivir, tenía que reconocer que aquélla era de las menos malas. Cada vez que un empleado de Japan Rail entraba en un vagón, hacía una cumplida reverencia dirigida a todo el pasaje, que se dedicaba básicamente a devorar su cena o a hablar por teléfono. Keiko siguió durmiendo profundamente por espacio de una hora. Su respiración era profunda y agitada, como si llevara varias noches sin pegar ojo. Aproveché esta relativa intimidad para sacar de mi bolsillo las fotografías que había robado al muerto -técnicamente era así- y hacerme una idea del terreno que estaba pisando. Empecé por las del montoncito que estaba junto a la serie del coleccionista. Por las etiquetas vi que las primeras imágenes correspondían a una expedición al Tíbet ordenada por Himmler -jefe de la policía nazi- en 1938. Recordaba haber leído un libro sobre ese episodio en mis tiempos de estudiante, una etapa en la que es difícil no sentir cierta fascinación por el mundo simbólico y oscurantista del nazismo. El líder de esa expedición fue el capitán honorario de las SS Ernst Scháfer, un aventurero que había matado a su esposa en un accidente de caza y que fue el primer occidental en abatir -por puro afán deportivo- un oso panda antes de embarcarse en el viaje al Tíbet. Himmler buscaba allí los orígenes de la raza aria: el llamado Reino de Agartha, el Shangri-La nazi. Tras nueve meses de travesía, la expedición hizo su entrada triunfal en Lhasa, donde se dedicaron a filmar las ceremonias lamaístas y a medir cráneos, entre otras actividades. Regresaron a Alemania como héroes del III Reich con una carta del regente del Tíbet para el Führer y un perro de raza autóctona que se les murió por el camino. El personaje de Scháfer me había llamado la atención, porque salió bastante bien librado de los juicios de Nürenberg, ya que en 1950 se instaló libremente en Venezuela, donde viviría dedicado a la biología. También pasó por África, donde rodó para el monarca belga Leopoldo un documental para celebrar el 50 aniversario de la anexión del Congo. Tras todos estos esfuerzos, se había retirado a un balneario del norte de Alemania, donde moriría de viejo en 1992. Entre las insólitas expediciones de Himmler, también había encargado la búsqueda del martillo de Thor -el dios del trueno- porque estaba convencido de que esta arma legendaria desvelaba el secreto de la electricidad. Después de repasar -casi como una curiosidad histórica- el reportaje de la expedición al Tíbet, pasé a la serie de 31 fotos que el difunto coleccionista había dispuesto sobre la mesa. Una de las primeras era un retrato muy sobrio de Himmler con sus gafas redondas y la gorra con la calavera bajo el águila nazi. Las imágenes que seguían eran de 1940 y pertenecían a diversas visitas oficiales, como un retrato del encuentro entre Hitler y Franco el 23 de octubre, en el andén de la estación de Hendaya. Observé que la foto número 9 estaba tomada en esta misma fecha: mostraba nuevamente a Himmler, rodeado de oficiales y con el brazo derecho en alto. Al descifrar en mi rudimentario francés la descripción de la etiqueta, un escalofrío me recorrió la columna vertebral. Repasé varias veces aquella acotación, como si no pudiera creer lo que estaba leyendo: 23 de octubre de 1940. Himmler visita el monasterio de Montserrat para rastrear el escondite del grial y otros secretos de la montaña. Los abades Marcel y Escarré se han negado a recibirlo, por el maltrato sufrido por los católicos alemanes, y finalmente el papel de cicerone ha recaído en el padre Ripol, que domina perfectamente el alemán. La fotografía número 10 mostraba al ilustre grupo subiendo una escalinata. En el reverso leí: Himmler se niega finalmente a visitar la basílica católica, porque prefiere explorar el mundo oculto de la montaña. El encargado de comunicarlo a los religiosos es el general Wolf, quien advierte al padre Ripol: «Disculpe, pero a Su Excelencia no le interesa el monasterio sino la naturaleza». Más allá de estas rarezas históricas, la tercera aparición de Montserrat arrojaba una nueva luz sobre la investigación que había estado llevando a cabo, e incluso sobre la muerte de Fleming Nolte. Mis sospechas se vieron confirmadas cuando vi que la imagen número 12 era un primer plano de Himmler ya de regreso de la visita a Montserrat. No era difícil suponer que la fotografía desaparecida -sin duda inédita- retrataba la excursión por la que el jefe de las SS había dejado de lado el monasterio. La fotografía número 11 debía de mostrar algo altamente comprometedor cuando había causado ya dos asesinatos -quizá tres- y movilizaba los recursos de dos organizaciones, una de las cuales me tenía como agente. Tuve que pensar en la camiseta del ángel y el demonio suizo que llevaba en la maleta. De repente entendí que me movía en un terreno extremadamente pantanoso, porque podía estar trabajando para el propio diablo y no me daría cuenta hasta que fuera demasiado tarde. |
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