"El Huerto De Mi Amada" - читать интересную книгу автора (Echenique Alfredo Bryce)Acto seguido– Buenas noches, hijos. – Bueno, todavía tengo que poner la mesa y calentar la comida -les dice a sus hijos, y sale en dirección a la cocina. – Tú reinarás, madre querida. Tú serás la reina de la ciudad de Lima. Nosotros nos encargaremos de eso. – ¡El colmo! -exclama, desde la platea, Carlitos Alegre-. ¡Un corredor de una sola bombilla! ¡La cumbre! ¡Lo que se dice la cumbre! ¡Porque da lo mismo! ¡Porque cada uno es, además, el otro! ¡Y porque a la señora Céspedes ya sólo le falta un callejón de un solo caño, carajo! ¡Habráse visto cursilonería igual! – ¿De dónde me has sacado semejantes amigos, amor? – Digamos que ellos me sacaron a mí, Natalia de… No, no te digo ni te diré más, Natalia de mi corazón, porque, perdona, parece cosa de este par de sublimes. Pero nunca se sabe con una obra como Aunque la verdad, reconoce la señora María, es que su hija es una chica muy constante y esforzada, que no sólo estudia mucho en el colegio sino que, además, se da tiempo para seguir unos cursos de presecretariado bilingüe inglés-castellano, todas las tardes al salir del Rosa de América. Y la pobrecita llega a casa a la hora de la comida, come, me ayuda a lavar los platos, estudia en el mismo saloncito que sus hermanos, sobre todo ahora que ellos lo hacen por las mañanas y tardes y con ese amigo que se han conseguido sabe Dios dónde, el distraidito, sí, que parece muy bueno pero que un día la llama a una doña María, otro señora de la Amargura, y ya alguna vez me ha llamado doña Viuda. Pero educado es y, según mis hijos, pertenece a una familia muy distinguida de médicos dermatólogos y tiene un abuelo italiano muy famoso, de apellido Nobel. – ¿Pero a qué hora estudia la pobre Consuelo, María. – Ah, sí, claro. Ella estudia después de la comida, no bien termina de ayudarme con los platos y las ollas. Estudia robándole horas al sueño, la pobrecita. Muv merecidos se tiene entonces esos premios que se gana. ¿Son, me dijo usted? – A la Constancia y al Esfuerzo, doña Estela. Y aquí le dejo su chequecito de todos los meses. – Usted siempre tan puntual, María. Espero también que siempre me cuide mucho mi casa. – Tengo un chico que me ayuda con la limpieza, doña Estela Porque los muchachos, ya usted lo sabe, a esta edad piensan en otras cosas y todo lo de la casa les fastidia. Y además ahora que se preparan para el ingreso y estudian tanto… – Pero le queda Consuelo… – Ella ya tiene bastante con lo que hace, doña Estela. Y, con su permiso, debo retirarme ya… Los mellizos Céspedes se morían de vergüenza con los premios que ganaba su hermana Consuelo, ni bonita, ni feíta, ni inteligente ni no, y así todo, una vaina, una real vaina nuestra hermana Consuelo. Y se morían de vergüenza precisamente porque eran unos premios consuelo, creados para chicas como ella, humilditas, sencillitas, calladitas, solitarias y obedientísimas, pero que no destacaban en nada o sólo destacaban porque la vida es una mierda y lo único que les queda a las pobres es esforzarse constantemente, carajo. Claro que Carlitos jamás se fijaría en Consuelo, salvo para tropezarse con ella, como ya lo había hecho en más de una oportunidad cuando se quedaban estudiando más de lo previsto y, por ejemplo, ella llegaba y él se iba, y uno subía la escalera al mismo lempo que el otro bajaba y él andaba tan distraído que le decía Usted perdone, me equivoqué de escalera, y se daba media vuelta y otra vez para arriba. Increíble, pero había sucedido un par de veces, por lo menos. Y otras veces lo que sucedió fue que ella le dijo Buenas noches, Carlitos -porque Consuelo, ni bonita ni feíta, ni inteligente ni no, una vaina, una real vaina, maldita sea, a lo del secretariado bilingüe continuaba yendo todas las tardes, aunque fuera verano y todos los estudiantes anduvieran de vacaciones-, y él le respondió Buenas noches, Martirio, una vez, otra Remedios, otra Soledad, Concepción, y así. Para matarlo, el tal Carlitos, pensaban los mellizos, pero acto seguido Consuelo terminaba de subir la escalera y pasaba un ratito a saludarlos y era a ella a quien querían matar, entonces. |
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