"Elizabeth Costello" - читать интересную книгу автора (Coetzee J. M.)VIIIEl chófer la está esperando. Ella ya ha hecho las maletas y está lista, aunque todavía está un poco pálida y un poco mareada. – Adiós -le dice a Blanche-. Adiós, hermana Blanche. Ya entiendo lo que decías. No hay nada como san Patricio un domingo por la mañana. Espero que no me hayan filmado cuando caía redonda. Blanche sonríe. – Si lo han hecho, les pediré que lo corten. Hay una pausa entre las dos. Ella piensa: «Tal vez ahora me diga por qué me ha traído aquí». – Elizabeth -dice Blanche (¿ha cambiado algo en su tono, es más grave ahora, o solamente se lo está imaginando?)-, recuerda que es el evangelio de ellos, es su Cristo. Es lo que ellos han entendido de él, ellos, la gente normal. Lo que ellos han entendido de él y lo que él les ha dejado entender. Por amor. Y no solamente en África. Verás escenas así en Brasil, en Filipinas y hasta en Rusia. La gente normal no quiere a los griegos. No quieren un reino de formas puras. No quieren estatuas de mármol. Quieren a alguien que sufra como ellos. Como ellos y por ellos. Dios. Los griegos. No es lo que esperaba, ni tampoco lo que quiere en este último momento en que se van a decir adiós, tal vez por última vez. Blanche tiene algo de implacable. Hasta la muerte, ella tendría que haber aprendido la lección. Las hermanas nunca pierden el contacto. A diferencia de los hombres, que lo pierden con demasiada facilidad. Unidas hasta el fin en el abrazo de Blanche. – Así pues, has triunfado, «oh, pálida galilea» -dice, intentando no ocultar la amargura de su voz-. ¿Es eso lo que querías oírme decir, Blanche? – Más o menos. Apostaste por el perdedor, querida. Si hubieras puesto tu dinero en un griego distinto, habrías tenido alguna oportunidad. Orfeo en lugar de Apolo. Lo extático en vez de lo racional. Alguien que cambia de forma y de color en virtud de lo que le rodea. Alguien que puede morir y luego regresar. Un camaleón. Un fénix. Alguien atractivo para las mujeres. Porque son las mujeres las que viven con los pies en el suelo. Alguien que se mueve entre la gente, a quien pueden tocar. En cuyo costado pueden poner la mano, palpar la herida y oler la sangre. Pero no lo hiciste y perdiste. Apostaste por los griegos equivocados, Elizabeth. |
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