"La Mirada De Una Mujer" - читать интересную книгу автора (Levy Marc)9Aquel verano no hubo campamento de vacaciones. Philip, Mary, Lisa y Thomas alquilaron la misma casa en Hampton. El verano sirvió para unirlos y en su vida en común florecieron los viajes en barco, las barbacoas, las risas y la alegría de vivir. De vuelta a la escuela, Lisa abordó sus estudios con una nueva actitud, que halló una traducción explícita en el boletín de notas del primer semestre. Thomas se distanciaba un poco de su hermana; la adolescencia los separaba de forma provisional. Por Navidad Mary explicó a Lisa que lo que le acababa de suceder era normal. Esa sangre no era en absoluto la señal de una lucha de su cuerpo contra un miedo cualquiera; simplemente significaba que estaba a punto de convertirse en mujer. Y serlo no iba a ser nada sencillo. En enero Mary organizó una gran fiesta para celebrar los dieciséis años de Lisa. Esta vez toda la clase respondió a su invitación. Durante la siguiente primavera Mary sospechó que en la vida de Lisa había un amorío y le impartió una extensa lección sobre las particularidades de la feminidad. Lisa dio poca importancia a los detalles físicos, pero prestó una especial atención a todo lo relacionado con los distintos sentimientos. El arte de la seducción la fascinaba hasta el punto de que dio lugar a múltiples conversaciones entre ellas. Por vez primera era Lisa quien las iniciaba. Ávida de explicaciones, buscaba la compañía de Mary que, encantada con este pretexto, destilaba sus respuestas con parsimonia. Por la languidez que se adueñó de Lisa al aproximarse las vacaciones de verano Mary adivinó que el amor había hecho mella en el corazón de la chica. Los meses estivales son detestables a esa edad cuando se está enamorada, y las cartas que los jóvenes se prometen intercambiar no logran colmar ese vacío que se descubre por primera vez en la vida. Había ido a buscarla a la escuela para pasar con ella la tarde del miércoles en Manhattan. Sentadas a una mesa del pequeño jardín de la parte trasera del restaurante Picasso, situado en el Village, compartían una ensalada – Así que ya lo echas de menos y aún no os habéis separado. ¿No es cierto? – ¿También tú has pasado por esto? – Durante demasiado tiempo. – ¿Por qué duele tanto? – Porque amar es ante todo arriesgarse. Es peligroso abandonarse al otro. Abrir esa pequeña puerta de nuestro corazón. Puede provocar el dolor indescriptible que ahora sientes. Puede incluso tomar la forma de una obsesión. – ¡Sólo pienso en él! – No hay ninguna medicina para esa enfermedad del corazón. Es así como comprendí que una se equivoca sobre la relatividad del tiempo. Un día puede ser más largo que todo un año cuando se añora a la otra persona, pero al mismo tiempo ése es uno de los placeres del tema. Hay que aprender a dominar ese sentimiento. – ¡Tengo tanto miedo de perderlo! ¡De que encuentre a otra chica! Se va a un campamento de vacaciones en Canadá. – Puede suceder. Comprendo tu mieditis. Es detestable, pero a esa edad los chicos son muy volubles. – ¿Y más tarde? – En algunos casos, los menos, el tema se arregla. – Si me traicionase, no lo resistiría. – Sí, lo harías. Yo tengo experiencia. Sé que en tu estado es muy difícil creer que una lo pueda resistir. – ¿Qué hay que hacer para que se enamoren de una? – Con los chicos, todo consiste en guardar la distancia y mostrarse reservada y misteriosa. ¡Eso les vuelve locos! – Ya me había dado cuenta. – ¿Qué es eso de que ya te habías dado cuenta? – Ser reservada en mí es algo natural. – Y luego vigila tu reputación. Es importante para el día de mañana, se trata de una cuestión de equilibrio. – ¡No te entiendo! – Creo que tu padre me mataría si me oyera decir estas cosas, pero aparentas más edad de la que tienes. – ¡No te burles de mí! -dijo Lisa pataleando. – Si rehúyes la compañía de los chicos, pasarás por ser una mojigata y no te tomarán en consideración. Pero si estás con ellos demasiado tiempo, creerán que eres una chica fácil y apreciarán tu compañía por otros motivos, lo cual tampoco conviene. – ¡También me había dado cuenta de eso! ¡Mi amiga Jenny debió de perder el equilibrio! – Y tú, ¿dónde estás? – En la frontera. He logrado mantenerme. – Lisa, el día en que estas cosas adquieran mayor importancia en tu vida, quiero que te sientas libre para que me hagas todas las preguntas que se te pasen por la cabeza. Estoy aquí para eso. – ¿Y a ti quién te lo explicó todo cuando tenías mi edad? – Nadie, y es mucho más difícil entonces no tener vértigo. – ¿A qué edad tuviste tu primer novio? – No a la tuya, desde luego. Pero era otra época. – De todas maneras, tengo un poco de miedo a todo eso. – ¡Espera un poco y verás cómo cambias de opinión! Después del almuerzo, prosiguieron su conciliábulo por las calles del Village, donde desordenaron las estanterías de las tiendas de modas en las que entraron a la búsqueda de la ropa fatal que remataría al jovencito de marras. – Debes entenderlo -dijo Mary-. Se suele decir que en el amor la apariencia no cuenta. ¡Pero en materia de seducción es fundamental! Todo consiste en encontrar el Cuando la vendedora del Banana Republic le dijo a Lisa, dubitativa en su Ya en la acera, cargadas de paquetes, Lisa besó a Mary y le dijo al oído que el chico en cuestión se llamaba Stephen. – ¡Está bien, Stephen! -contestó Mary en voz alta-. Aquí empiezan tus problemas; vas a pasar el verano deseando que acaben las vacaciones. Nosotras nos ocuparemos de ello. Durante el verano, que de nuevo pasaron todos juntos en Hampton, Lisa escribía en secreto dos veces por semana al citado Stephen. Eran cartas cuyas palabras le aseguraban que pensaba mucho en él, pero también que conocía a muchos chicos SIMPÁTICOS y que estaba pasando una vacaciones GENIALES HACIENDO MUCHO DEPORTE. Ella esperaba que él se divirtiese en su campamento de vacaciones y añadía que estas dos palabras le parecían contradictorias. «Un poco de vocabulario no le hará daño», había respondido Mary a Lisa, que se había decidido a preguntarle si el término «contradictoria» no resultaba un poco pomposo. De regreso en la escuela, Lisa volvió a encontrar a Stephen, en su clase y en su vida. Al llegar el mes de noviembre la languidez volvió a emerger a la superficie, y Mary supo que Stephen se marchaba, esta vez con su familia, a esquiar a Colorado. Sin consultar con nadie, en el curso de la siguiente comida Mary decidió que sería formidable que Lisa aprendiese a esquiar bien. La invitación de Cindy, la hermana de Stephen, para que pasase las vacaciones con ellos venía al pelo. A Philip no le gustaba la idea de que la familia estuviese separada el día de Navidad, pero Mary sostuvo firmemente su punto de vista, puesto que el viaje estaba previsto para el día 27. En la Nochevieja se telefonearían. Había que aprender a ser mayor, ¿no? El movimiento de su ceja izquierda probablemente logró la adhesión final. Sólo recibieron una tarjeta postal la víspera de su regreso, y Mary tuvo que explicar a diario a Philip que había que celebrarlo. Por el contrario, si Lisa hubiese escrito cada día, sí que habría sido un motivo para inquietarse. Pasaron el Fin de Año los tres solos, y bien decidida a asumir esta separación ante los demás, Mary preparó una suntuosa cena. Sin embargo, una vez a la mesa la silla vacía la atormentó durante toda la velada. La ausencia llamaba a esa pequeña puerta abierta de la que le hablara a Lisa a mediados de verano. La jovencita volvió bronceada, feliz y con dos medallas ganadas en las pistas. Mary conoció por fin al famoso Stephen en unas fotografías de grupo. Un poco más tarde, en la habitación de Lisa, antes de que ésta se acostase, lo vio de nuevo en una foto de fotomatón en la que ambos jóvenes sonreían. Durante los siguientes dos meses a Mary le venía a la cabeza cada vez con mayor frecuencia la idea de reanudar su carrera profesional. Había comenzado a redactar crónicas «sólo por el gusto de hacerlo». Por curiosidad desayunó con el nuevo redactor jefe del Philip estaba sentado a su mesa de trabajo y contemplaba por la ventana el sol que se iba poniendo ese día de mayo. A su regreso de la biblioteca municipal, Mary subió e interrumpió su trabajo. Cuando ella entró, él levantó los ojos y le sonrió, a la espera de que ella hablase. – ¿Crees que se puede tomar posesión de la felicidad a los cuarenta años? – En cualquier caso, se puede tomar conciencia. – ¿Es posible cambiar las cosas a estas alturas de la vida? – Se puede aceptar madurar y vivir las cosas en vez de luchar contras ellas. – Es la primera vez desde hace mucho tiempo que tengo la impresión de sentirte cerca de mí, y eso me hace feliz. En aquella primavera del año 1995 Mary sabía que la felicidad se había instalado en su casa, y allí se quedaría por mucho tiempo. Arregló la habitación de Lisa y, como ya hacía calor, decidió dar la vuelta al colchón y ponerlo del lado de verano. Es así como encontró el gran cuaderno de tapas negras. Dudó un momento, pero a continuación se sentó ante el escritorio y empezó a hojearlo. En la primera página, pintada con acuarelas, estaba la bandera de Honduras. Página tras página, el nudo que se le había formado en la garganta se estrechaba cada vez más. Todos los artículos aparecidos en la prensa sobre los ciclones que padeciera el planeta en el curso de los últimos años habían sido recortados y pegados en aquel álbum secreto. Todo lo que trataba de forma directa o indirecta sobre Honduras aparecía ordenado por fechas. Era como el cuaderno de bitácora de un marinero que se hubiera alejado de tierra firme y soñase día y noche con volver al lado de los suyos para contar su increíble periplo. Mary cerró el cuaderno y lo volvió a colocar en su sitio. Durante los siguientes días guardó silencio sobre el descubrimiento. Y, si bien la familia notó que su humor había cambiado, nadie pareció adivinar que un corazón se puede marchitar en pocos segundos. En cuatro ocasiones ya desde el comienzo del verano y sin previo aviso, había preguntado a Philip qué deberían hacer para celebrar como era debido los diecinueve años de Lisa. Cuando él le respondía divertido que tenían dos buenos años para pensarlo, ella replicaba, molesta, que a veces el tiempo pasa tan deprisa que apenas se da uno cuenta de ello. Aquella mañana, después del desayuno, mientras Lisa acompañaba a Thomas al estadio de béisbol, ella sacó el tema una vez más. – ¿Qué tienes, Mary? -preguntó Philip. – Nada, estoy un poco cansada. – Tú nunca estás cansada. ¿Hay algo que no me quieres decir? – Es la edad. ¿Qué quieres que te diga? El cansancio tenía que llegar alguna vez. – Dentro de treinta o cuarenta años, eso será verdad, pero de momento no me lo creo. Dime, ¿qué pasa? – ¡Sígueme, tengo que mostrarte una cosa! Lo llevó a la habitación de Lisa y metió la mano debajo del colchón. También él hojeó meticulosamente las páginas del álbum. – Está muy bien hecho. Tiene un verdadero sentido artístico. Estoy muy orgulloso. ¿Crees que mi trabajo le ha influido? Mary apretó los dientes para retener las lágrimas de ira que le asomaban a los ojos. – ¿Es eso todo lo que te inspira? Páginas enteras sobre los huracanes y sobre Honduras, y ¡tú te interesas por su capacidad como maquetista! – ¡Tranquilízate! ¿Por qué te pones así? – ¿No ves que ella sólo piensa en eso, que está obnubilada por ese maldito país y por las odiosas tormentas? Creí que había logrado inspirarle otra cosa. Pensaba que había logrado despertar en ella el interés por otro tipo de vida. Tres años pasan pronto. – ¿Pero de qué me hablas? Como ella no respondía, Philip le cogió la mano y la obligó a sentarse en sus rodillas. La tomó entre sus brazos y le habló con una voz suave y reposada. Sollozando, ella colocó la cabeza sobre el hombro de su marido. – Amor mío -añadió Philip-, si tu madre hubiese sido asesinada, si quienes poblaron tu infancia hubiesen caído a manos del mismo asesino, ¿no estarías obsesionada por los asesinos en serie? – No veo la relación. – Los huracanes son los asesinos que la acechan de noche. ¿Quién mejor que tú conoce la necesidad de buscar, leer y catalogar para comprender mejor? Es así como te justificabas cuando eras estudiante y no aceptabas ir a cenar conmigo, para quedarte a redactar tus textos. Los huracanes mataron su infancia, así pues, ella los cataloga, los recorta y los pega en un álbum. – ¿Dices eso para tranquilizarme? – No te rindas, Mary. No ahora. Ella te necesita. Lisa alteró tu vida. Lo supiste en el instante en que apareció en ese sendero, pero no querías admitirlo. Has luchado contra ese sentimiento y, aunque adivinabas la felicidad futura, ella perturbaba tu orden establecido y la rechazabas. Sin embargo, le abriste tu corazón y fuiste descubriendo día tras día hasta qué punto amabas a esa niña. Sé que al principio no fue fácil, que has necesitado mucho valor. – ¿De qué hablas? – De tu paciencia y humildad. Porque la humildad es creer también en su propia vida. Cerró el gran cuaderno y lo lanzó sobre la cama. Luego miró a Mary a los ojos y comenzó a desabrochar su chaleco. Ella sonrió cuando él le acarició los senos desnudos. – ¡En la habitación de Lisa, no! – ¡Yo pensaba que ya era casi mayor de edad! ¿Es a cau- sa de ese álbum por lo que estabas obsesionada con el tema de sus diecinueve años? – No, tonto -dijo ella gimoteando-. ¡Es porque tenía miedo de que el día de su cumpleaños la pastelería estuviese cerrada! Más tarde, ese mismo día, compartió con él un pensamiento que jamás había imaginado que llegaría a tener. – Creo que he comprendido lo que sentiste cuando Susan se marchó. Es terrible la impotencia que se siente cuando uno se enfrenta con la fuerza de los sentimientos. Al día siguiente por la mañana, desde la biblioteca a la que ahora solía acudir a trabajar, Mary escribió una carta. Después de cerrar el sobre, escribió sobre el mismo a pluma: «Centro Nacional de Huracanes, Administración Pública, 11691 S.W., calle 117, Miami, 33199, Florida». Dos días más tarde, el destinatario leía las siguientes palabras: Montclair, NJ, 10 de julio de 1995 Señor Director de Relaciones Públicas del Centro Nacional de Investigación sobre los Huracanes: Aunque soy periodista y tengo la intención de publicar en el curso del próximo trimestre en el La carta, de cinco páginas, iba firmada por Mary Nolton. La respuesta llegó diez días más tarde. Muy señora mía: He leído atentamente su misiva. Desde el mes de mayo ocupamos las nuevas instalaciones situadas en el campus de la Universidad Internacional de Florida. Creo que estaremos en condiciones de recibirle a usted y a su hija Lisa a partir del mes de septiembre. Habida cuenta del carácter específico de su solicitud, quizá sería conveniente que intercambiásemos algunos puntos de vista sobre el desarrollo de la visita. Para ello puede usted ponerse en contacto con mi oficina. Reciba, señora, mis saludos más respetuosos. P. Hebert MIC (Metereologist in Charge) Una semana más tarde Mary invitó al redactor jefe del Telefoneó a la secretaria del señor Hebert para confirmar que estaría en su oficina al día siguiente al mediodía. Con un poco de suerte y mucha eficacia podría regresar esa misma tarde. A primera hora de la mañana bajó silenciosamente las escaleras, procurando no despertar a nadie. Se preparó un café en la cocina mientras contemplaba el día que comenzaba, luego salió y cerró con cuidado la puerta de la casa. En la autopista que conducía a Newark el aire que entraba por la ventanilla abierta ya era tibio. Apretó el botón de la radio y se sorprendió cantando en voz alta. Las ruedas del avión tocaron el suelo del aeropuerto internacional de Miami a las once. No llevaba maleta y salió rápidamente de la terminal. Una vez en el coche alquilado, con el plano abierto sobre el asiento derecho, entró en el Virginia Garden, giró a la izquierda por la vía rápida 826, después a la derecha por Flagami West Miami y de nuevo a la izquierda en la avenida 117. Las indicaciones que le habían dado eran correctas, y el edificio del Centro Nacional de Huracanes apareció a su izquierda. Después de darse a conocer en la entrada del campus, estacionó el coche en el aparcamiento y se dirigió al sendero que bordeaba el jardín. El edificio del NHC era de hormigón y estaba pintado de blanco; cualquiera habría dicho que era un bunker de arquitectura moderna estilizada. – ¡Es exactamente lo que pretendíamos, estimada señora! Aunque, claro está, cuando se trabaja en Miami uno quisiera tener más fachadas con grandes ventanales para disfrutar del magnífico paisaje. Pero con lo que observamos y con lo que sabemos, preferimos que este edificio sea capaz de resistir a los huracanes, prescindiendo de las razones estéticas. Es una elección que todos asumimos plenamente. – ¿Un huracán es algo tan aterrador? – ¡Tanto como pudieron serlo Hiroshima y Nagasaki! El profesor había bajado a recibirla al vestíbulo principal y la condujo hasta su despacho, que estaba en el ala opuesta. Ella dejó allí sus cosas y él le pidió que le siguiese: deseaba enseñarle algo antes de comenzar la conversación. La ausencia de ventanas producía la impresión de estar recorriendo las crujías de un barco de guerra. Ella se preguntaba si no habrían exagerado. Él abrió la puerta de una sala de exposición; a la izquierda, las altas paredes estaban recubiertas de fotografías realizadas por los aviones de reconocimiento del Centro. Las imágenes de los huracanes mostraban unas masas nubosas tan aterradoras como majestuosas, que se enrollaban sobre sí mismas, desvelando en su centro ese vacío de cielo azul que algunos denominan el ojo del huracán. – Cuando se ve un huracán desde arriba, incluso parece hermoso, ¿no es cierto? La frase de Hebert había resonado en la gran sala vacía. La inflexión de su voz cambió y se hizo grave, casi pomposa. – La pared de la derecha nos obliga a poner de nuevo los pies sobre tierra, si me permite la expresión. Las fotos muestran lo que sucede debajo. Nos recuerdan a cada uno de nosotros la importancia de nuestra misión. Contemple esas imágenes todo el tiempo que crea necesario, así comprenderá de qué estamos hablando. Cada una de ellas testimonia la potencia devastadora y asesina de esos monstruos. Centenares de muertos, en ocasiones miles, a veces más. Regiones asoladas. Vidas enteras aniquiladas, arruinadas. Mary se aproximó a una foto. – Ese huracán que está usted observando se llama Sin voz, Mary se desplazó unos metros. Hebert señaló con el dedo el paño que cubría otra pared. – Año 1989. – Ese – Esa es razón de más para que este lugar le resulte insoportable. – Es la ignorancia lo que engendra el miedo. Fue para luchar contra mis propios miedos por lo que me hice periodista. Ella experimenta la necesidad de comprender, pero no sabe dónde hay que buscar. Así que voy a ayudarla y estaré a su lado para compartir estos momentos, por muy dolorosos que puedan resultar. – Me temo que soy incapaz de aprobar su punto de vista. – Ella necesita su ayuda, profesor Hebert. Hay una niña que no consigue crecer. Escuchar el sonido de su voz es cada vez menos frecuente, hasta el punto de que cuando se decide a hablar todos le prestamos una inusitada atención. A medida que pasan los años la veo más encerrada en el silencio del miedo; tiembla cada vez que hay una tormenta, tiene miedo de la lluvia. Sin embargo, cuando usted la conozca comprobará que es valiente, demasiado orgullosa para manifestar ese terror que jamás la ha abandonado. No hay semana en que yo no tenga que entrar en su dormitorio para ayudarla a salir de una pesadilla. »La encuentro empapada de sudor, sumida en un sueño intranquilo del que no logro arrancarla; a veces ha llegado a morderse la lengua hasta hacerse sangre. Lo hace para luchar contra sus temores. Nadie lo sabe. Incluso ella ignora que yo he descubierto el secreto que la tortura. Tiene que saber que ustedes existen, que hay quienes se ocupan de los monstruos que se llevaron a su madre, que ustedes los vigilan, les siguen la pista, que se ponen medios para que la ciencia ayude a proteger a la gente de la locura asesina de la naturaleza. Quiero que pueda contemplar el cielo y descubrir un día que las nubes pueden ser hermosas. Quiero que por las noches tenga sueños agradables. Con una sonrisa en los labios, el profesor Hebert invitó a Mary a que le siguiese. Cuando abrió la puerta de la sala de exposición, se dio la vuelta y dijo: – Yo no diría que nuestros medios son considerables, pero en cualquier caso existen. Venga, voy a mostrarle el resto del edificio y luego pensaremos juntos en una solución. Mary telefoneó a Philip. Había acabado demasiado tarde para volver a casa esa misma noche. Desde la ventana de su hotel en Miami Beach oía la agitación nocturna de la calle. – ¿No estarás muy cansada? -preguntó él. – No. Ha sido muy instructivo. ¿Los niños han cenado? – Desde hace un rato estamos hablando los tres en la habitación de Lisa. He cogido la llamada en nuestro dormitorio. ¿Has cenado ya? – No, voy a bajar ahora. – Detesto que estés en esa ciudad sin mí. Está llena de tipos que tienen una musculatura de monumento. – Los monumentos de aquí se mueven mucho. ¡Y todavía no he entrado en ningún bar! Te echo de menos. – Yo también a ti, enormemente. Tienes la voz cansada. – Ha sido un día muy extraño, sabes. Hasta mañana. Te quiero. Los restaurantes y los bares que ocupaban los bajos de los edificios de Ocean Drive, la avenida que bordea el mar, difundían músicas endiabladas a cuyo ritmo los cuerpos se contoneaban hasta bien entrada la noche. En cada kilómetro había un letrero que anunciaba: «PUNTO DE ENCUENTRO PARA EL TRASLADO A LOS REFUGIOS EN CASO DE ALERTA DE HURACÁN». Al día siguiente, Mary regresó en el primer vuelo que salía. El teléfono había sonado la noche del 11 de septiembre de 1995: Hebert le aconsejaba que estuviese lista a primera hora de la mañana. Volvería a llamar antes de que Lisa saliese para ir a la escuela a fin de confirmar la evolución de lo que todavía no era sino una anticipación. A las siete de la mañana Mary escuchó su voz en el teléfono, que le decía: «Cojan el primer avión, pensamos que el bautismo se producirá esta noche. A la entrada tendrán tarjetas de identificación. En cuanto llegue, me reuniré con ustedes». Entró en la habitación de Lisa, que se estaba vistiendo, abrió su armario y comenzó a preparar una pequeña maleta: – ¿Qué haces? -se sorprendió Lisa. – Esta semana te perderás las clases, pero quizás escribirás la mejor redacción de toda la historia de la escuela. – Pero ¿de qué hablas? – Ahora no hay tiempo. Date prisa y prepárate algo de comer en la cocina. Nuestro avión sale dentro de una hora. En el camino te lo explicaré todo. Ya circulaban a buena velocidad por la autopista, cuando Lisa le preguntó adónde iban y cuáles eran los motivos de aquel viaje imprevisto. Mary respondió que a esa velocidad no podía hacer dos cosas a la vez. Durante el vuelo hablarían del tema largo y tendido. Atravesaron precipitadamente el vestíbulo del aeropuerto en dirección a la puerta de embarque. Mary arrastraba a Lisa de la mano, cada vez más deprisa. Cuando pasaron a la altura de la escalera que conducía a la cafetería, Lisa reiteró su pregunta: – Pero ¿adónde vamos? – ¡Al otro lado del ventanal! -respondió Mary-. ¡Sigúeme y confía en mí! Lisa contemplaba por la ventanilla el océano de nubes que las alas acariciaban. El descenso al aeropuerto de Miami había comenzado. Mary simuló dormir durante todo el vuelo. Lisa no comprendía lo que estaba pasando y por qué había que correr al bajar del avión. Una vez recuperadas las maletas de la cinta transportadora, saltaron al interior de un taxi, que ahora rodaba por Flagami West. – No me acuerdo del lugar donde se encuentra el CNH -dijo el conductor. – Gire a la izquierda en la 117. La entrada está a dos kilómetros -respondió Mary. – ¿Qué es el CNH? ¿Ya has estado aquí? -preguntó Lisa. – ¡Quizá! Muy impresionada por las tarjetas de identificación grabadas con sus nombres que les entregaron al presentarse en la garita, Lisa esperaba en el vestíbulo en compañía de Mary cuando el profesor Hebert apareció. – Buenos días, tú debes de ser Lisa. Estoy encantado de recibirte en el Centro Nacional de Huracanes. Somos una de las tres ramas de una organización gubernamental que se llama Centro de Predicciones Tropicales. Nuestra misión es salvar vidas y proteger los bienes de la población por medio del estudio de todos los fenómenos meteorológicos peligrosos que se desarrollan en los trópicos. Los analizamos y emitimos avisos de vigilancia o alerta cuando es necesario. Las informaciones que recogemos están destinadas a nuestro país y también a la comunidad internacional. Haremos una visita completa al Centro más tarde. Las informaciones comunicadas a mediodía por nuestros aviones de reconocimiento confirman que no habéis viajado hasta aquí en vano. Dentro de un momento descubriréis lo que oficialmente es, desde las dos de la tarde, la decimoquinta depresión tropical del año en el Atlántico. Pensamos que antes del final del día podría convertirse en una tempestad y mañana quizás en un huracán. Se habían adentrado en un largo pasillo mientras hablaban. El hombre empujó las dos puertas batientes, que daban a una sala parecida a la de una torre de control de un gran aeropuerto. En medio de la sala había una batería de impresoras que escupía sin cesar hojas de papel; un hombre las recogía y las entregaba a sus compañeros, todos ellos terriblemente ocupados. Hebert hizo que se aproximasen a una pantalla de radar. Sam, el operador que trabajaba en el aparato, no apartaba los ojos de la pantalla, recopilando en una hoja los datos que aparecían en el ángulo superior izquierdo; una larga estela se desplazaba de forma circular por la esfera. Cuando se situó en el sudeste, Sam señaló con el dedo la masa opaca y anaranjada que sobresalía claramente del fondo verde. Lisa se sentó en una silla que estaba reservada para ella. El meteorólogo le explicó la manera de interpretar los números que desfilaban delante de sus ojos. Los primeros correspondían a la fecha en que la depresión había nacido. El número que estaba junto a la letra «M» era la cantidad de días transcurridos desde entonces. Los números de la casilla «SNBR» correspondían a la inscripción del fenómeno. – ¿Qué quiere decir la palabra XING? -preguntó Lisa. – Es la abreviatura de – ¿Y el número que hay después de las tres «S»? – Es nuestra clasificación oficial. La intensidad de los temblores de tierra se mide por la escala de Richter; desde 1899, los huracanes se miden según la escala de Saffir Simpson. Si en las próximas horas ves que el número 1 aparece delante de la mención «SSS», es que la depresión tropical se ha convertido en un huracán mínimo. – ¿Y si el número es 5? – ¡A partir de 3 ya se llama catástrofe! -respondió Sam. Durante toda la visita guiada Mary no apartó los ojos de su hija. En el largo pasillo por el que regresaban a la sala de operaciones, Lisa cogió su mano y murmuró: «Es increíble». Habían cenado en la cafetería del edificio, y Lisa deseaba volver junto a las pantallas para ver cómo evolucionaba el «bebé». Todo el equipo estaba reunido junto a Hebert, que tomó la palabra cuando ellas entraron en la sala. – Señores, son las 0 horas 10 minutos en tiempo universal, es decir, las diez y diez de la noche, hora local de Miami. Tras la lectura de las informaciones enviadas hace unos instantes por los aviones de la US Air Forcé, hemos clasificado oficialmente la depresión número 15 como tormenta tropical. Su posición actual es de 11° 8' norte y 52° 7' oeste, su presión es de 1.004 milibares y los vientos soplan allí a más de 35 nudos. Les ruego que emitan de inmediato un aviso de vigilancia general. Hebert se dirigió a Lisa al tiempo que señalaba la mancha roja que se iba destacando poco a poco en la gran pantalla que ocupaba el centro de la pared principal. – Lisa, acabas de asistir a un bautismo muy especial. Te presento a Un poco más tarde ambas se retiraron a lo que sería su aposento durante los siguientes días. Lisa no dijo una sola palabra, aunque no dejaba de dirigir miradas de interrogación a Mary, que le sonreía. El día siguiente, 13 de septiembre de 1995, al entrar en la gran sala después de desayunar, Lisa se sentó cerca de Sam. Le pareció que los hombres y las mujeres que trabajaban allí la trataban como si ya formase parte del equipo; varias veces le pidieron que fuese a recoger los informes que salían de las impresoras y los distribuyese, y un poco más tarde tuvo que leer un papel en voz alta mientras varios meteorólogos copiaban los números que ella leía. Después del almuerzo advirtió la inquietud en sus rostros. – ¿Qué sucede? -preguntó a Sam. – Mira los números de la pantalla. Los vientos ahora soplan a 60 nudos, pero lo peor es la presión. No es una buena señal. – No comprendo. – La depresión aumenta y, cuanto más deprimida está la tormenta, tanto mayor es su fuerza. ¡Temo que dentro de pocas horas ya no hablaremos de ella, sino de él! A las cinco y cuarenta y cinco minutos de la tarde Sam telefoneó a Hebert y le pidió que se reuniese con él de inmediato. Éste entró con paso rápido y se dirigió a la pantalla. Lisa apartó la silla a un lado para dejarle sitio. -¿Qué dicen los aviones? -preguntó. -Han detectado la formación del muro del ojo -respondió una voz desde el extremo de la sala. – La posición actual es de 13° norte y 57° 7' oeste. Se dirige hacia el noroeste, hacia el paso del canal de los Santos. Chocará con las Antillas francesas. Su presión sigue bajando, ha descendido a 988 milibares y los vientos superan los 65 nudos -añadió el meteorólogo, que estaba sentado frente a la pantalla de un ordenador. Cuando Hebert se dirigió hacia la impresora, Lisa vio que en la pantalla radar de Sam aparecía, parpadeando, el número 1. Eran las seis de la tarde y Marilyn acababa de convertirse en un huracán de la clase 1. Sentada en su silla, Mary llenaba de notas unas hojas de papel mientras vigilaba a su hija con el rabillo del ojo. A veces dejaba la pluma y escrutaba inquieta el rostro de Lisa, que se crispaba por momentos. En la gran sala sólo las máquinas rompían el silencio, que se había hecho tan denso como un cielo tormentoso. Una de las noches Lisa tuvo una pesadilla. Mary se acostó a su lado y la cogió entre sus brazos; secó su frente, la meció y acarició sus cabellos hasta que sus rasgos se distendieron. Mary imploró al cielo que no hubiese cometido un error al llevarla allí. Esperaba que su idea no tuviese el efecto contrario al deseado. Sin poder conciliar el sueño, permaneció en vela hasta que se hizo de día. En cuanto despertó, Lisa se dirigió a la sala. No quiso acompañar a Mary a la cafetería. Al entrar se dirigió precipitadamente hacia Sam. Eran las 7 horas y 45 minutos en Miami, las 11 horas 45 minutos en tiempo universal. – ¿Cómo está esta mañana? -dijo con una voz firme. – Enfadado. Se aproxima a la isla de Martinica con fuerza. Se desplaza hacia el nordeste. La presión sigue bajando. – Ya veo -dijo secamente-. Está aún en la clase 1. – En mi opinión, no por mucho tiempo. Hebert acababa de entrar. Saludó a Lisa e hizo girar su silla hacia la gran pantalla que ocupaba el centro de la pared. – Vamos a recibir por satélite las imágenes filmadas por los aviones de la US Air Forcé. Puedes salir si no quieres verlas. – ¡Quiero quedarme! La voz del piloto resonó en la sala. – US Air Force 985 al centro de mando del CNH. – Le recibimos, UAF 985 -respondió Hebert por el micrófono que tenía delante. – Acabamos de sobrevolar el centro del ojo. Su diámetro es de 25 millas. Vamos a transmitir las imágenes. La pantalla se iluminó y las primeras imágenes aparecieron. Lisa contuvo la respiración. La niña que en tierra tanto había temido al monstruo, tenía ocasión de verlo ahora desde el cielo por primera vez en su vida. Giraba majestuosamente: imperioso, irresistiblemente poderoso, enrollaba en torno al ojo su imponente cola blanca. Por los altavoces se escuchaba la respiración del comandante del avión. Lisa apretó sus manos contra los brazos de la silla. Mary también acudió, traía una taza de chocolate caliente. Levantó la cabeza y abrió los ojos, sorprendida por lo que veía. – ¡Dios mío! -dijo en voz baja. – Es más bien el demonio al que tienes delante -respondió Hebert. Lisa se precipitó hacia el hombre y le cogió fuertemente la mano. Al instante Mary se abalanzó hacia ella e intentó calmarla. – ¿Va a destruirlo? -gritaba Lisa. – No tenemos poder para hacerlo. – Pero ¿por qué los aviones no le lanzan una bomba en el ojo? Hay que destruirlo. Ahora, que está sobre el mar. Él se liberó y puso sus manos sobre los hombros de Lisa. – No serviría de nada, Lisa. No disponemos de ninguna fuerza que sea capaz de detenerlo. Un día podremos, te lo prometo. Ése es el motivo por el que aquí trabajamos sin descanso. Dirijo este centro desde hace treinta y cinco años, he consagrado toda mi vida a perseguir a esos asesinos y hemos hecho muchos progresos en los últimos diez años. Ahora tienes que calmarte. Te necesito y, para que seas eficaz, debes mantener la sangre fría. Me vas a ayudar, vamos a prevenir a todas las localidades a las que podría acercarse con la antelación suficiente para que todo el mundo pueda refugiarse. El piloto indicó que se disponía a situarse más cerca del centro del ojo. Hebert hizo que Lisa se sentase a su lado y volvió a coger el micrófono: – Sed prudentes. Las imágenes, a veces movidas, eran cada vez más impresionantes. Las cámaras de a bordo filmaban el increíble circo de nubes de casi 35 kilómetros de diámetro, cuyos muros se elevaban a varios centenares de metros. Unos minutos más tarde el silencio se interrumpió: el avión anunciaba que regresaba a la base. La pantalla también se apagó. Eran las once de la mañana. Sam acababa de traer una serie de informes que Hebert se apresuró a leer. Dejó la hoja y cogió la mano de Lisa mientras con la otra apretaba el botón del micrófono. – Aquí el mando del CNH, éste es un aviso de alerta. El huracán Se volvió hacia Sam y le pidió que comparase sus datos con los de los equipos del Centro de Martinica. Después instaló a Lisa delante de un emisor, redactó un mensaje de alerta con letras mayúsculas y le enseñó a cambiar las frecuencias de radio girando el botón de ajuste. – Lisa, quiero que difundas este mensaje en todas las frecuencias de radio de esta lista. Cuando llegues al final, comenzarás de nuevo. Así evitaremos que cause daños y muertes. Cuando estés cansada, tu madre te sustituirá. ¿Me has comprendido? – Sí -respondió Lisa con voz firme. Pasó así el resto del día, repitiendo sin descanso el aviso de alerta que le habían confiado. Sentada a su lado, Mary giraba el botón de la radio. Cada vez que Lisa difundía su mensaje por las ondas, la muchacha se sentía que se liberaba de un mal. Mary sabía que se estaba vengando de los huracanes. Marilyn atravesó Martinica y Guadalupe al comienzo de la noche. Cuando el número 3 apareció delante de las tres «S», Lisa se negó a hacer una pausa y aceleró la difusión de sus mensajes. Mary no la dejó sola ni un instante y aceptó sustituirla cuando tuvo que abandonar su puesto durante un momento. Mary se dio la vuelta hacia Hebert con los ojos enrojecidos a causa del cansancio. – Es agotador. ¿No existe un sistema que envíe de forma automática estos mensajes? -preguntó a Sam. – ¡Claro que sí! -respondió el profesor con una sonrisa. Treinta y una horas después de la primera alerta el huracán pasó por encima de Santa Cruz y Santo Tomás. El 16 de septiembre se dirigió hacia Puerto Rico. Tras cada uno de sus movimientos Lisa cambiaba la frecuencia de radio, avisando del peligro, que cada vez se alejaba más y a mayor velocidad. El 17 de septiembre alcanzó su máxima depresión, llegando a los 949 milibares. Los vientos soplaban a más de 100 nudos. Se dirigió hacia el Atlántico. Al final del día, los vientos, que habían alcanzado los 121 nudos, bajaron cuando la presión subió 20 milibares. El muro primario del ojo se desintegró encima del océano diez horas más tarde. Marilyn murió en el transcurso de la noche del 21 al 22 de septiembre. Una vez en Newark, Lisa supo que el huracán únicamente había ocasionado ocho víctimas: cinco en Santo Tomás, una en Santa Cruz, una en Saint John y sólo una en Puerto Rico. Al presentar su redacción en la escuela hizo una petición, que su profesor de geografía aceptó. Durante ocho días, cada mañana, todos sus compañeros de clase guardaron un minuto de silencio. |
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