"Leyendas de Guatemala" - читать интересную книгу автора (Asturias Miguel Ángel)3 En cada poro de su piel de jícara lustrosa, había un horizonte y se le llamó Chorro de Horizontes desde que lo trajo Cristalino Brazo de la Cerbatana, hasta ahora que ya no se le llama así. Las algas marcaron sus pies maíz con ramazones que hacen sus pasos inconfundibles. Cinco yemas por cada pie, el talón y la ramazón. Donde deja su huella parece que acaba de salir del mar. Chorro de Horizontes pudo permanecer largo tiempo o muy erguido, pero en pie. Al final de dos afluentes carne le colgaban las manos. Sus dos manos nervaduras de hojas, las hojas que dejaron en ellas como en tamales de maíz, estampado su origen vegetal. Se le agrietó la boca, al tocar un bejuco, para decir algo que no dijo. Un pequeño grito. El bejuco se le iba de la punta de los dedos, aun cuando él subía y bajaba las manos por su mínima superficie circular. Y empleó el bejuco, realidad mágica, para expresar su soledad genésica, su angustia de sentirse poroso. Y la primera ciudad se llamó Serpiente con Chorros e Horizontes, a la orilla de un río de garzas rosadas, ajo un cielo de colinas verdes, donde se dieron las leyes del amor que aún conservan el secreto encanto de las leyes que rigen a las flores. Chorro de Horizontes se desnudó de sus atavíos de guerra para vestir su sexo y por nueve días, antes de abultar la luna, estuvo tomando caldo de nueve gallinas blancas día a día, hasta sentirse perfecto. Luego, en luna creciente, tuvo respiración de mujer bajo su pecho y después se quedó un día sin hablar, con la cabeza cubierta de hojas verdes y la espalda de flores girasol. Y sólo podía ver al suelo, como mendigo, hasta que la mujer que había preñado vino a botarle la flor de maíz sobre los pies. Nunca en luna menguante tuvo respiración de mujer bajo su pecho, por más que todo el cuerpo le comiera como remolino. Esto pasaba en la Ciudad de Serpiente con Chorros de Horizontes; de donde se fueron los hombres engusanados de viento y quedó solo el río con los templos piedra sin peso, con las fortalezas de piedra sin peso, con las casas de piedra sin peso, que reflejo de ciudad fue la Ciudad de Serpiente con Chorros de Horizontes. Los hombres empezaron a olvidar las leyes del amor en las montañas, a tener respiración de mujer bajo su pecho en los menguantes, sin los nueve días de caldo de nueve gallinas blancas cada día, ni el estar después con la cabeza envuelta en hojas y la espalda cubierta con flores de girasol, callados, viendo para el suelo. De donde nacieron hijos que no traían en cada poro un horizonte, enfermos, asustadizos, y con las piernas que se les podían trenzar. El invierno pudría la madera con que estos hombres de menguante construyeron su ciudad en la montaña. Seres babas que para hacerse temer aprendieron a esponjarse la cabeza con peinados sonoros, a pintarse la piel de amarillo con cáscara de palo de oro, los párpados de verde con hierbas, los labios de rojo con achiote [10], las uñas de negro con nije [11], los dientes de azul con jiquilite [12]. Un pueblo con crueldad de niño, de espina, de máscara. La magia sustituía con símbolos de colores sin mezcla, el dolor de las bestias que perdían las quijadas de tanto lamentarse en el sacrificio. Se acercaban los tiempos de la primera invasión de las arañas guerreadoras, las de los ojos de fuera y constante temblor de cólera en las patas zancajonas y peludas, y en todo el cuerpo. Los hombres pintados salieron a su encuentro. Pero fueron vanos el rojo, el amarillo, el verde, el negro, el blanco y el azul de sus máscaras y vestidos, ante el avance de las arañas que, en formación de azacuanes [13], cubrían montes, cuevas, bosques, valles, barrancas. Y allí perecieron los hombres pintados del menguante lunar, los que ahora están en el fondo de las vasijas y no se ven, los que adornan las jícaras por fuera y sí se ven, sin dejar más descendencia que algunos enfermos de envés de güipilo tiña dulce, por culpa de su crueldad simbolizada en los colores. Sólo el Río de las Garzas Rosadas quedó en la Ciudad de Serpiente con Chorros de Horizontes, que era una ciudad de reflejos en red de pájaros, dicen, dicen, y otros dicen que era una ciudad de piedra pómez arrodillada donde el Cactus fue vencido por el Oro. Sólo el río, y se le veía andar, sin llevarse la ciudad reflejada, apenas sacudida por las pestañas de su corriente. Pero un día quiso saber de los hombres perdidos en la montaña, se salió de su cauce y los fue buscando con sus inundaciones. Ni los descendientes. Poco se sabe de su encuentro con las arañas guerreras. Sus formaciones lo atacaron desde los árboles, desde las piedras, desde los riscos, en una planicie rodeada de pequeñas colinas. Ruido de agua que pasa por coladeras, atronó sus oídos y se sintió largo tiempo con sabor humano, entre las patas de las arañas, que hablan chupado la sangre de los hombres aniquilados en la montaña. |
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