"La Ley De La Calle" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)

Capítulo 14

Sábado, 28 de julio de 2001.

Jefatura de Policía de Hampshire

El inspector jefe Tyler se encontraba en su despacho de la jefatura cuando recibió una llamada del hotel Bella Vista de Mallorca. Una operadora farfulló algo en español antes de dar paso al comunicante.

– El gerente me ha dicho que podía llamarle desde su teléfono -explicó la voz llorosa de una chica-. Dice que usted podría darme dinero porque ha llamado preguntando por Eddy.

Tyler se incorporó y alargó la mano para coger un boli.

– ¿Se refiere a Edward Townsend? -preguntó.

– Sí -gimió ella-. Es un cabrón. El gerente dice que tengo que pagar la cuenta… pero es astronómica… y no puedo… -La voz se quebró en sollozos incontrolables.

– ¿Con quién hablo? -inquirió Tyler con tono paciente. Por la voz, la chica parecía demasiado joven para pagar una cuenta de hotel.

– Franny Gough. Dijo que me quería -explicó sin dejar de llorar-. Dijo que iba a casarse conmigo. No sé qué hacer… no tengo billete de avión porque él nunca me lo dio… y el gerente no me dejará marchar hasta que se pague la cuenta. Eddy se ha llevado el coche de alquiler… y no tengo forma de ir al aeropuerto… y si llamo a mi madre me matará. No paraba de decirme que Eddy no era bueno… pero yo pensaba que estaba celosa porque él es de su edad y ella no tiene novio…

Tyler escuchó la voz inmadura y lastimera que hablaba al otro lado de la línea contando las mismas penas y errores que las chicas llevaban siglos contando, y se preguntó si la joven era tan crédula como aparentaba o si pensaba que la ingenuidad era una forma de granjearse la compasión de un hombre. Pero ¿de quién? ¿De él o del gerente?

– ¿Cuándo se marchó?

– Ayer. Hice todo lo que él quería… ya sabe, me puse elegante… pero dijo que no me quedaba bien porque tenía el pelo demasiado corto…

– ¿Ayer a qué hora? -preguntó Tyler tratando de cortarla.

Pero ella iba embalada y no oyó la pregunta.

– … así que le dije que me pondría una peluca, pero eso le cabreó muchísimo porque dijo que las crías solo se ponen peluca cuando tienen leucemia. Yo le dije que se estaba metiendo conmigo por nada… no es más que un vídeo… pero me dijo que a los hombres no les van las crías con pinta de enferma… y ahora lo odio a más no poder porque me ha dejado aquí tirada… y el gerente dice que podrían meterme en la cárcel. -La chica dejó de hablar en un arranque de llanto.

Tyler aguardó a que se tranquilizara.

– ¿Cuántos años tienes, Franny?

– Dieciocho -masculló ella.

– Pareces más joven.

– Ya lo sé. -Vacilaba al hablar, como si sopesara sus palabras-. Tampoco los aparento… por eso le gusto a Eddy. Cumplí los dieciocho en mayo. Puede preguntarle al gerente si no me cree. Tiene mi pasaporte y dice que no me lo devolverá hasta que se pague la cuenta.

– Ya hablaré luego con el gerente. ¿A qué hora se fue ayer Eddy?

La joven se sonó ruidosamente la nariz junto al auricular.

– No lo sé. Cuando me desperté ya se había ido.

– ¿A qué hora fue eso?

– Al mediodía -respondió a regañadientes, como si dormir hasta esa hora fuera un crimen-. No volvimos al hotel hasta las dos de la noche y no tardé mucho en acostarme. Creo que fue entonces cuando se marchó, porque las sábanas por su lado seguían metidas por debajo del colchón.

Tyler pensó con rapidez. ¿A qué hora salían los primeros vuelos desde Mallorca los viernes? ¿Podría haber estado Townsend en Portisfield ese mismo día para la hora de comer? Suponiendo, claro está, que él fuera el hombre al que habían visto en el coche aparcado junto a la iglesia católica… y Amy fuera la niña a la que habían visto doblar la esquina. Demasiados imponderables.

– ¿Qué coche conduce Eddy en Inglaterra?

– Un BMW negro.

Caliente, caliente…

– El gerente me ha contado esta mañana que tú y Eddy estabais en una playa nudista. ¿Por qué me ha dicho eso si llevas sola desde ayer?

Más sollozos.

– No sabía qué hacer… Me escondí en la habitación porque sabía que habría problemas si el gerente se enteraba de que Eddy se había marchado. La verdad es que desconfiaba bastante… no paraba de preguntarme si yo era hija de Eddy… así que esta mañana he hecho como si Eddy estuviera esperándome en el coche y luego me he colado a escondidas por detrás y he subido por la escalera de incendios… he pensado que a lo mejor podía encontrar a alguien que pagara… ya sabe, un tipo solo… pero tenía tanta hambre que he llamado al servicio de habitaciones… y luego va el gerente y llama a la puerta para avisar de que la policía de Inglaterra quiere hablar con nosotros… así que le he dicho que Eddy se marchó ayer y se ha puesto hecho una fiera porque Eddy no le dio ninguna tarjeta de crédito cuando llegamos… dijo que la tenía en la maleta y que se la bajaría más tarde… pero no llegó a hacerlo… y entonces el gerente me ha arrastrado hasta aquí para que hable con usted… y no tengo dinero…

Tyler sostuvo el teléfono apartado de la oreja, a la espera de que los agudos gemidos de la joven se apagaran antes de volver a hablar. Si había captado lo esencial de lo que la chica estaba contando y esta decía la verdad…

– Te ayudaré a solucionarlo. ¿De acuerdo?

La joven se repuso al instante.

– Supongo que sí.

– Pero antes -prosiguió el inspector con firmeza- quiero que me respondas a unas preguntas.

– ¿Qué clase de preguntas? -inquirió ella con desconfianza-. Quizá no debería hablar con usted sin la presencia de un abogado.

Pues no era tan ingenua…

– Tú misma, Franny. Estoy investigando la desaparición de una niña y no estoy dispuesto a perder el tiempo si tú no estás dispuesta a ayudarme.

– ¿Qué niña?

– Se llama Amy Biddulph. Desapareció ayer.

– ¡Mierda!

– ¿La mencionó Eddy en algún momento?

– Se pasaba el puto día hablando de ella -respondió, y de repente pareció muy adulta-. Que si Amy por aquí, que si Amy por allá. Que si no te pareces a ella, que si no hablas como ella. ¿Quién es esa Amy?

– La hija de tu predecesora. Tiene diez años y el cabello largo y oscuro.

– ¡Mierda!

– ¿De qué color tienes el pelo?

– Castaño. Solo le gustan las morenas. Al menos eso dice.

– La madre de Amy es morena. Y muy guapa. Como su hija.

– ¡El muy cabrón! Ya decía yo que era un hijo de puta.

– ¿Vas a contestar a mis preguntas?

Siguió una larga pausa mientras Franny evaluaba las opciones que tenía.

– Sí, vale. Total, ni que él me hubiera hecho algún favor.

Las palabras le salieron del alma.

– ¿Dónde cogisteis el avión para Mallorca?

– En Luton.

– ¿Con qué compañía volasteis?

– Con Easyjet.

– ¿Son los que venden billetes por internet?

– Algo así. No te dan un billete, sino un número para confirmar la plaza reservada. A Eddy le salió bien porque el avión no iba lleno.

– ¿Qué día fue eso?

– El martes.

– ¿Y se marchó el viernes por la mañana? -preguntó Tyler sorprendido-. ¿Cuánto tiempo pensabais quedaros en Mallorca?

Franny rompió a llorar de nuevo.

– Nunca me lo dijo… y yo nunca se lo pregunté porque creía que eran unas vacaciones… ya sabe, dos semanas o algo así. Vale, ya sé que fue todo un poco precipitado… El domingo estábamos tonteando en mi casa y el martes va y cogemos un avión a Mallorca… pero no creí que el muy cabrón fuera a largarse al cabo de tres días; si no, ya me hubiera encargado yo de que entregara la tarjeta de crédito. Vaya mierda, ¿no le parece?

– ¿Reservó billetes de vuelta?

– No lo sé. -Hizo una pausa para pensar-. Seguro que no, porque se trajo el portátil. Dijo que en teoría era un sistema flexible y que se podía pagar cada vuelo por separado. O sea, que puedes hacer la reserva estés donde estés.

– ¿Utilizaba mucho internet?

– Todo el rato -dijo enfadada-. La verdad es que llega a cansar con ese tema.

– ¿Sabes cuál es su correo electrónico?

– Solo sé el del trabajo: [email protected], todo en minúsculas.

– ¿Cuántas direcciones tiene?

– Unas seis… quizá más. Utiliza códigos para que la gente no lea su correo sin querer.

– ¿Por qué le preocupa eso?

– Son rollos confidenciales, del trabajo. Le pone nerviosísimo que la gente se entere de qué contratos tiene entre manos.

Tyler se guardó de sacar conclusiones precipitadas. Era uno de los peligros de su trabajo, eso que los policías solían llamar en el pasado una «corazonada» o «tener olfato para los maleantes». Más veces de la cuenta acarreaba una cuantiosa indemnización por fallos injustos cuando se demostraba que los supuestos maleantes eran inocentes y que la «corazonada» no se basaba más que en una serie de coincidencias desafortunadas. Sin embargo… aquello de la atracción por las mujeres de apariencia juvenil… los vídeos… internet…

El inspector no quería que Franny llegara a establecer las mismas asociaciones, de modo que cambió de tema planteándole una serie de preguntas con tono despreocupado sobre cuánto equipaje había llevado Townsend consigo y si había dejado algo en el hotel, para luego atacar de nuevo.

– Antes has dicho que «solo era un vídeo» -comentó como quien no quiere la cosa-. ¿De qué iba eso?

Franny vaciló.

– Nada. Eddy anda siempre filmando cosas.

– ¿Qué tipo de cosas?

La joven no contestó.

– También has hablado de ponerte una peluca -añadió Tyler con indiferencia-, así que supongo que estaba filmándote.

Franny se mostraba menos dispuesta a entrar en detalles ahora que se había tranquilizado.

– Solo son cosas que graba para él -dijo a regañadientes.

– ¿Pornografía?

– ¿Qué dice? -Franny pareció escandalizarse de verdad.

– Entonces ¿qué?

– Le gusta verme en vídeo cuando no estoy con él.

– ¿Vestida o desnuda?

– ¿Qué cree usted? -inquirió con tono sarcástico-. Es un tío, ¿no?

En otras circunstancias Tyler tal vez hubiera salido en defensa de su sexo, pero quizá la experiencia que la joven tenía de los hombres fuera tan limitada como indicaba el cinismo que se escondía tras su comentario. De ser así, se compadecía de ella.

– ¿Por eso te llevó a la playa nudista?

– Supongo.

– ¿Grabó alguna otra cosa allí?

– No. -De repente la chica soltó una risita tonta-. Dijo que todos eran demasiado viejos y gordos. De todos modos, la mayoría eran hombres y los hombres no le van. Las playas nudistas es donde van los hombres a ligar entre ellos.

Tyler volvió a cambiar de tema.

– ¿Por qué se marchó? ¿Os peleasteis?

– No exactamente. El jueves por la tarde estaba un poco cascarrabias.

– ¿En qué sentido?

– Que si tienes las tetas muy grandes y el culo muy gordo… que si llevas demasiado maquillaje… que si pareces una furcia… -Franny salmodiaba las palabras, como si hubiera aprendido de memoria sus defectos-. El jueves por la noche cogí un pedo de la hostia, así que quizá se cansó de mí -terminó de relatar con tristeza.

Tyler notó atisbos de autorrecriminación en el tono de su voz y decidió inyectar un poco de sarcasmo en la conversación.

– ¿Y por qué sigues creyendo nada de lo que él decía? -preguntó-. Pero si es un artista del timo. Ha embaucado al gerente y te ha dejado a ti con el marrón. ¿Esa es la clase de… eh… tíos que te atraen? Porque si es así no tienes mucho futuro.

– Es que es muy guapo -confesó ella-, y al principio era tan encantador.

– Los hombres guapos siempre lo son -repuso Tyler con indiferencia, toqueteándose los surcos de la frente-, hasta que consiguen quitarte las bragas y ven que no eres más excitante que la última chica con la que estuvieron.

– Parece usted mi madre.

– ¿Hay algo más que creas que me puede servir de ayuda? ¿Recibió alguna llamada de teléfono?

– Había un mensaje para él cuando volvimos al hotel. Estaba dentro de un sobre que habían metido por debajo de la puerta… parecía muy agitado con aquello. Me hizo darme una ducha para poder llamar a alguien… puede que tuviera algo que ver el mensaje. Después me dijo que me fuera a dormir… que no tenía ganas de sexo.

– ¿Y eso fue a las dos de la noche?

– ¿Qué decía el mensaje?

– Ni idea.

– ¿No lo buscaste después de que se marchara?

– Puede.

– ¿Y?

– En la papelera no estaba.

– ¿Atendiste alguna llamada para él mientras estuvo ahí?

– Le llamaban siempre al móvil.

– ¿Oíste alguna conversación que pudiera ser con una niña?

– Normalmente salía de la habitación. -Una pausa-. La mayoría parecían cuestiones de negocios. Tiene problemas con alguna de sus casas.

– ¿Qué tipo de problemas?

– Ni idea. Se mosqueaba cada vez que le preguntaba… decía que la gente le robaba y que todo se solucionaría la semana que viene.

Tyler se quedó mirando la pared de su despacho.

– ¿Con quién hablaba? ¿Con clientes? ¿Con socios?

– Ni idea -repitió ella.

– ¿Recuerdas que dijera algún nombre? ¿Al principio de la conversación quizá, al saludar?

– No le prestaba atención.

– Trata de recordar, Franny -dijo Tyler con tono paciente-. Es importante.

– Pero es que era todo tan aburrido -se quejó-. Una vez estuvo hablando de contratos y fechas. Creo que eso debió de ser con su abogado.

Tyler anotó en su libreta «Martin Rogerson» y, a continuación, un signo de interrogación.

– ¿Te suena de algo el nombre de Martin?

– ¡Ah, sí! -exclamó ella recordando con sorpresa-. Dijo «Hola, Martin».

– ¿Y eso qué día fue?

– El jueves, creo.

Tyler contuvo la respiración un instante antes de pedir a Franny que le diera el número de teléfono y la dirección de su madre. Ella se negó, hasta que el inspector le advirtió que no tenía ninguna intención de pagarle la cuenta del hotel, ni él ni ningún contribuyente británico.

– Eres mayor de edad y, por ley, eso te hace tan responsable como a Townsend de las deudas que podáis haber contraído. La elección está clara. O lo arreglas por tu cuenta o le pides ayuda a tu madre. Y bien, ¿dónde vive?

La joven le dio a regañadientes una dirección y un número de teléfono de Southampton.

– Me va a matar -repitió.

– Lo dudo, pero haré lo que pueda para allanarte el camino.

Tyler pensó en decirle que mostrara cierta madurez por primera vez en su vida, pero al final decidió no hacerlo. Si no aprendía la lección por sí misma, nada de lo que le dijera un desconocido por teléfono le serviría. En lugar de ello, le ordenó que no se moviera de Southampton cuando regresara al país ya que quería interrogarla cara a cara; luego habló con el gerente del hotel durante cinco minutos para corroborar la veracidad de lo que la chica le había contado y aclarar unos detalles. Le agradeció su ayuda y le pidió que diera algo de comer a la joven mientras se ponía en contacto con su madre.

– No tengo esperanzas de que esa mujer quiera ver de vuelta a la señorita Gough -señaló el gerente hablando un buen inglés, aunque con un fuerte acento.

– ¿Por qué dice usted eso?

– En este país ninguna madre permitiría que su hija hiciera lo que hace esta chica. La señora Gough no se preocupa nada por su hija, creo yo.


Centro Médico de Nightingale

A Fay Baldwin le resultaba extraño entrar en el centro en fin de semana, pero después de varios días dándole vueltas a la decisión prepotente de Sophie de relevarla y al mordaz mensaje que le había dejado en el contestador, al llegar el sábado estaba hecha una furia. El hecho de que otros médicos la hubieran relevado igualmente de su puesto, dejando a su cargo tan solo a un puñado de clientes para que pasara hasta el momento de jubilarse, fue convenientemente olvidado. Esta vez pensaba presentar una queja oficial, acusando a la doctora Morrison de negligencia para con los niños de Melanie.

En su retorcida lógica, la presencia del pederasta en Humbert Street estaba estrechamente relacionada con la conspiración para deshacerse de ella. Fay había llegado a convencerse de que fue el valor lo que la había impulsado a revelar la presencia del pederasta en Humbert Street. A la doctora Morrison no le preocupaban los niños lo más mínimo. Lo había demostrado al prohibir toda discusión sobre la existencia de aquel hombre y al acusar después de loca a Fay cuando esta osó mencionar el tema. A Fay, en cambio, lo único que la preocupaba era el bienestar de los pequeños Rosie y Ben. No podía ser de otra forma. Era su trabajo como asesora sanitaria de los Patterson. ¿Cómo se atrevía una doctora a invalidar su autoridad? ¿Quién, más que nadie, había luchado para proteger la seguridad -y la inviolabilidad- de aquellas criaturas?

No tenía mucho interés en que advirtieran su presencia por si Sophie había explicado lo que había hecho -necesitaba tiempo para preparar su causa-, de modo que pensó en entrar a hurtadillas en el despacho de las asesoras sanitarias cuando la recepcionista estuviera ocupada con un paciente. Pero le sobresaltó encontrar la puerta de la recepción principal bloqueada por un policía. Y la sobresaltó más aún ver la sala de espera sin un solo paciente y al doctor Bonfield, el médico jefe de la consulta, en camiseta y pantalones cortos, plantado detrás del mostrador de recepción junto a Jenny Monroe. Harry Bonfield y Fay no congeniaban, y esta se hubiera marchado de inmediato, de no haber sido porque el agente hizo notar su presencia.

– Déjela pasar -ordenó Harry-. Es una de los nuestros. -Harry le hizo señas con el brazo para que se acercara, mientras miraba atentamente el ordenador de Jenny-. ¿Sabes algo de Sophie? Es una pesadilla. Han cogido a la policía desprevenida… así que estamos intentando encontrar a alguien que le pase un mensaje a quienquiera que esté al mando de esto. Si la muy tonta no hubiera desconectado el móvil… podríamos hablar con ella directamente… y arreglarlo de un modo razonable. -Harry asintió con la cabeza ante el monitor-. Jenny está repasando la lista de pacientes uno a uno para ver si encuentra a alguien de Humbert Street con quien podamos hablar… pero es desesperante. Los pacientes están archivados por nombre, no por calle… es como buscar una aguja en un pajar. De los míos, el que está más cerca vive en Glebe Road, pero está sorda como una tapia y no responde. -Harry chasqueó los dedos para que Fay reaccionara-. Es una crisis, Fay. ¿Alguna idea? Humbert Street. Seguro que tienes algún cliente allí.

Fay tal vez se hubiera mostrado más circunspecta si Harry no se hubiera referido a Sophie como «la muy tonta». Así las cosas, se apresuró a sacar la conclusión de que Sophie había obrado mal.

– Tenía -puntualizó Fay remilgadamente-. Ya no. Cortesía de la doctora Morrison.

Harry la miró con el ceño fruncido. ¿De qué diablos hablaba la muy cretina?

– ¿Acaso el paciente se ha mudado de casa?

– No que yo sepa.

– ¿Podemos saber de quién se trata? -preguntó Harry con suavidad-. Cuando tú quieras, por supuesto.

Fay apretó los labios hasta poner boca de pimpollo.

– De Melanie Patterson.

Harry dio un golpecito a Jenny en el hombro y se inclinó para mirar la pantalla mientras la recepcionista avanzaba a lo largo de la letra «P».

– La tenemos -anunció-. En el veintiuno de Humbert Street. Vale, Sophie consta como su médica de cabecera. ¿Tú qué crees? -preguntó a Jenny.

La mujer se mordisqueó el labio.

– Solo tiene diecinueve años -dijo sacando el historial de Melanie-. Embarazada de seis meses… dos hijos pequeños… pero parece que conoce a Sophie bastante bien. La ve cada dos semanas para recibir asistencia prenatal. -Jenny negó con la cabeza-. No sé, Harry -reconoció con aire de preocupación-. Podríamos darle un susto de muerte y provocarle un aborto.

– Las mujeres jóvenes no suelen ser tan frágiles, de todos modos… -Harry señaló la casilla del familiar más cercano-. ¿Y la madre? ¿Gaynor Patterson? Vive solo a dos calles. ¿Y si la llamamos a ver si puede darnos el nombre de algún vecino de Melanie?

– Muy bien. -Jenny marcó el número de teléfono de Gaynor-. Hola -saludó-. ¿Es usted Gaynor Patterson?… Briony… Sí, es importante. -Se produjo una larga pausa mientras Jenny escuchaba la voz al otro lado de la línea-. Está bien, cariño, ¿qué tal si me das los dos números y dejas que lo intente yo? No, estoy segura de que no se enfadará. ¿Has venido alguna vez a la consulta? ¿Sabes quién es la doctora Morrison? Eso es, Sophie… Bueno, pues yo soy la señora que está sentada al mostrador y te llama por tu nombre cuando te toca pasar. -Jenny se rió-. Exacto… la señora mayor con gafas. Buena chica. -Anotó algo en el bloc y siguió escuchando-. No, cielo, prométeme que no irás a buscar a mamá. Es peligroso que salgas a la calle, podrían atropellarte. Si consigo hablar con ella, le diré que estás preocupada y que quieres que vuelva a casa. ¿Trato hecho? Tranquila, volveré a llamar dentro de veinte minutos. Sí, me llamo Jenny. Adiós.

Jenny lanzó a Harry una mirada de congoja.

– La pobre criatura está asustadísima. Dice que se suponía que era una marcha de protesta, pero cree que ha ocurrido algo horrible porque hay varias pandillas de chicos atacando su calle y solo oye gritos. Tiene miedo de que hayan hecho daño a su madre y a Melanie porque iban al frente de la manifestación. -Señaló el bloc-. Me ha dado sus números de móvil, pero dice que lleva media hora tratando de hablar con ellas y que le salen todo el rato los buzones de voz. Le he prometido que lo intentaría por ella.

Harry se pasó una mano, con gesto preocupado, por el cabello, cada vez más ralo, y algunos mechones le quedaron de punta.

– Hazlo -dijo con aire distraído-. Al fin y al cabo, seguro que son ellas con las que hay que hablar. Tendrán algo de peso si la marcha fue idea suya. -Hizo una pausa-. No puedo creer lo que está ocurriendo -añadió-. Niños solos en medio de una maldita revuelta. ¿Quién demonios ha empezado todo esto? Decídmelo. Le retorceré el pescuezo a quien sea con mis propias manos. ¿Ha dicho la niña si había intentado llamar a casa de Melanie?

Jenny asintió con la cabeza.

– Dice que contestó Rosie pero que había tanto alboroto en la calle que no oía lo que decía… así que colgó y lo intentó de nuevo. La segunda vez el teléfono comunicaba, y cree que Rosie no volvió a colocar el auricular en su sitio, lo que significa que seguramente también estén solos.

– ¿Cuántos años tiene Rosie?

Jenny consultó el monitor.

– Cuatro.

– ¡Dios mío! -Harry alzó la voz-. ¿Ha oído algo más por su parte? -preguntó al policía.

– Lo siento, señor. -El joven levantó la radio, que emitía mensajes haciendo ruidos intermitentes-. Lo mismo de antes. El helicóptero sigue informando de que todos los coches permanecen fuera de las barricadas. No pinta nada bien. Además, hay una agente de policía allí, con heridas en la cabeza, y tampoco podemos ir a su rescate.

– ¡Joder, qué caos! -exclamó Harry-. ¿Es que ustedes no se olían lo que podía suceder? ¿Qué diablos les llevó a meter allí a ese hombre? Eso para empezar. Deberían haber caído en la cuenta de que la mayoría de la gente de ese vecindario daría por sentado automáticamente que pederasta significa monstruo. -El médico jefe miró con ira en dirección a Fay como si la responsabilizara a ella.

La boca de la mujer se abrió y se cerró como la de un pececito, pero no emitió palabra alguna. Harry la miró fijamente un instante para luego dejar de prestarle atención.

– ¿Y por qué lo encerraron? Ustedes dicen que no es peligroso, pero ¿qué clase de pederasta es?

El policía se encogió de hombros con aire apesadumbrado.

– Lo único que sé es lo que decían las instrucciones que nos dieron antes de salir. Era profesor en un colegio privado y lo expulsaron por tres acusaciones de agresión sexual… repartidas en un espacio de tiempo bastante amplio… La primera tuvo lugar hace unos quince años… de la última no hace mucho. Solo le interesan los chicos y no le ha caído ninguna condena grave porque su primera víctima tenía diecisiete años, y las dos últimas, dieciséis, y todas ellas declararon haber dado su consentimiento. Me imagino que se daba por sentado que le patearían la cabeza si intentaba lo mismo en Acid Row.

– ¿Y qué les hizo?

El joven agente lanzó una mirada cohibida a las dos mujeres.

– Estimularlos -masculló.

– ¿Qué clase de estimulación? -inquirió Harry, con la falta de sensibilidad de un médico-. ¿Oral o masturbación?

– Masturbación.

– ¿A cambio de qué? ¿De lo mismo o penetración?

– De nada.

– ¿Cómo que de nada? ¿Y cómo llegaba él al orgasmo?

El policía se encogió de hombros.

– A ninguno de los chicos le pidió que hiciera nada. Por eso solo lo condenaron a dieciocho meses.

Harry meneó la cabeza con desconcierto.

– ¿O sea, que disfrutaba dando?

– Supongo que sí.

– Parece demasiado pasivo para tratarse de un violador.

– Eso es lo que dijo mi jefe. Se pregunta si la doctora Morrison lo habrá entendido todo al revés. Seamos realistas, seguro que la doctora está asustada… Sabemos que hay un gentío enorme en esa calle… y una de las personas que han llamado decía que iban armados con piedras. Supongamos que el tipo le puso la mano en el brazo para tranquilizarla… y digamos que la doctora Morrison fue más allá de la intención de él porque sabía que era un delincuente sexual.

De repente Jenny dejó de marcar los números.

– No creo que ella lo supiera -protestó-. Estoy segura de que no lo sabía. -Hizo una pausa para poner en orden sus ideas-. En cualquier caso, ¿quién es el pederasta? ¿El padre o el hijo? Sophie ha sido muy explícita. Ha dicho que el «paciente» la había tomado de rehén y quería violarla… y el paciente, según la información que yo tenía, era el padre. El policía hizo una mueca.

– Creía que solo había uno.

– Pues en nuestro registro constan dos.

– Saca sus fichas -ordenó Harry a Jenny-. Vamos a ver qué edad tienen.

– Ya las he sacado. Son pacientes nuevos y aún no hemos recibido sus historiales. Lo único que tenemos apuntado es que se trata de Francis y Nicholas Hollis, del veintitrés de Humbert Street, con un asterisco junto a los nombres y el apellido «Zelowski» entre paréntesis. -Jenny repasó la información para confirmarla-. Pero recuerdo que el hijo dijo que su padre tenía setenta y un años… por lo que ya hace tiempo que debía de estar jubilado para ser profesor, ¿no?

Harry lanzó una mirada inquisitiva al policía.

– ¿Cuántos años tiene su pederasta?

– No es tan mayor. He visto una foto suya. Tendrá unos cuarenta y cinco años, creo yo.

Harry maldijo entre dientes.

– Sigue con las llamadas -ordenó a Jenny-. Y tú, Fay, dime cualquier cosa que recuerdes de Melanie… el nombre de sus novios, de sus amigas, de los padres de sus hijos, de cualquier persona con la que podamos ponernos en contacto.

– ¿Qué le preocupa? -le preguntó el agente.

– Me pregunto quién le enseñaría a su pederasta que dar placer constituía un fin en sí mismo. Olvídese de la edad y el sexo de sus víctimas, se trata de un comportamiento muy poco natural… increíblemente dócil. Indica que sus necesidades siempre tienen que estar supeditadas a las de otra persona.

– ¿El padre?

– Casi seguro. Sobran, pruebas que demuestran que los chicos maltratados se convierten en maltratadores… y lo más probable es que el maltratador sea el padre o el padrastro. -Harry negó con la cabeza-. El modo de obrar de este tipo indica que el sexo le asusta. Y si ha aprendido eso de su padre… -Harry pareció envejecer de repente. Jenny posó brevemente la mano sobre la de Harry mientras escuchaba de nuevo el buzón de voz de Melanie.

– Sophie es una chica fuerte -comentó-: No se rendirá tan fácilmente. -Esta vez dejó un mensaje para pedir que la llamaran porque se trataba de una cuestión urgente-. Ahora hay que dejar este teléfono libre -advirtió-. No tiene sentido que comunique si Melanie llama. Esto nos deja con una sola línea operativa aquí fuera, más las líneas directas de los despachos. Creo que tenemos que dividirnos y trabajar por separado. -Jenny miró a Fay-. ¿Se le ha ocurrido ya alguien? Puede utilizar el ordenador del despacho de Sophie para averiguar sus números. Aunque sería mejor que me dejara llamar a mí. La policía no quiere que agravemos la situación hablando más de la cuenta.

– Pero es que… no entiendo… ¿qué situación? -protestó Fay-. Está muy bien eso de decir haz esto… haz lo otro… pero ¿cómo voy a hacer nada si no sé lo que ocurre?

– Nadie lo sabe -dijo Jenny-, salvo esos alborotadores de Bassindale. La policía cree que tienen como objetivo a ese hombre con el que está Sophie, pero nadie sabe cómo se ha dado a conocer su identidad. El hombre fue condenado como Zelowski pero lo registraron como Hollis cuando lo trasladaron a Bassindale.

– Algún imbécil con la boca grande y un cerebro de mosquito -espetó Harry con tono grave, mientras se encaminaba indignado hacia su despacho-. Le tendrían que pegar un tiro… mira que poner en peligro a la gente de esta manera.

– Estoy de acuerdo -asintió Jenny con tono igualmente grave, y se volvió hacia el teléfono para probar suerte de nuevo con el número de Gaynor. Reparó en que de repente la cara de Fay se llenaba de manchas, pero no le prestó más atención porque esta vez contestaron a su llamada.