"La Ley De La Calle" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)

Capítulo 15

Sábado, 28 de julio de 2001.

Jefatura de Policía de Hampshire

Tyler ordenó a un sargento que localizara a Martin Rogerson y lo llevara a la jefatura lo antes posible.

– Paula Anderson lo ha acompañado a la rueda de prensa, así que habla con ella y entérate de si siguen por la zona. Lo quiero aquí, donde pueda verlo, así que dile a Paula que no acepte excusas. Si ya lo ha llevado de nuevo a Bournemouth o está de camino, pídele que vuelva a traerlo sin dilación. ¿Entendido?

– Para traerlo necesitará una razón, jefe.

– Una nueva pista… esta vez prometedora. Primero interrogaré a Laura en casa de Gregory Logan. -Tyler consultó el reloj-. Eso le da a Paula un margen de media hora. De todos modos, dile que cuanto antes llegue, mejor. A Rogerson no le vendrá mal esperar media hora en la sala de interrogatorio.

El inspector jefe hizo una seña al sargento que había hablado con la vecina de Townsend para que se acercara y repasó los apuntes que había tomado acerca de los vuelos.

– Mira a ver si Easyjet tiene constancia del regreso de Townsend el viernes por la mañana. Será la ruta de Palma a Luton. Y que comprueben si hay una reserva a nombre de la señorita E. Gough. La chica voló el martes con él pero no sabe si Townsend gestionó un vuelo de vuelta para ella. Averigua si Townsend tenía hecha una reserva que cambió después para el viernes. Así sabrás el día que tenía intención de volver. Con un poco de suerte, puede que Townsend hiciera una reserva para ella en el mismo vuelo.

El sargento mostró su curiosidad.

– ¿Se trata de su novia actual?

– Dímelo tú. ¿Conseguiste un nombre o una descripción cuando hablaste con su vecina?

El sargento negó con la cabeza.

– No la conocía en persona, solo dijo que seguramente la chica nueva habría sido la causa de la ruptura con Laura.

– O con Amy -puntualizó Tyler-. Todos damos por sentado que era la madre la que le interesaba.

El sargento frunció el ceño.

– No entiendo, jefe.

– Según el gerente del hotel, Franny Gough parece una cría de doce años por su aspecto y su forma de hablar. Es morena, menuda y «muy mona». Palabras textuales del gerente, no mías. ¿Te recuerda a alguien?

– ¡Joder!

– Bien. Townsend ha estado grabando vídeos de ella en una playa nudista, pero se largó el viernes por la mañana tras hablar con alguien llamado Martin y recibir después un mensaje, posiblemente un fax. -Tyler señaló la dirección de correo electrónico que Franny le había dado-. Intenta enviar un mensaje a Townsend a ver si pica. Dile que tienes que hablar con él sobre Laura y Amy Biddulph. Nada serio. Simplemente dile que necesitas el nombre y la dirección de cualquiera que hiciera amistad con ellas durante el tiempo que estuvieron viviendo con él.

– ¿Pongo un teléfono de contacto?

Tyler asintió con la cabeza.

– Dale mi móvil… dile que es el tuyo.

– ¿Qué quiere de él?

– Saber qué ha hecho durante las últimas veinticuatro horas -explicó Tyler antes de regresar a su despacho y cerrar la puerta tras de sí. Acto seguido, marcó el número de teléfono que Franny le había dado.

– ¿Diga? -preguntó una voz de mujer.

– ¿La señora Gough?

– Sí.

– Soy el inspector jefe Tyler, de la Jefatura de Policía de Hampshire. Llamo de parte de su hija.

Se produjo un breve silencio.

– ¿Qué ha hecho esta vez?

Ninguna muestra de preocupación por el estado de la chica, advirtió Tyler. Ningún «¿Se encuentra bien?», reacción habitual ante una llamada como aquella.

– La han abandonado en un hotel de Mallorca y el gerente no la dejará marchar hasta que se pague la cuenta. El gerente ha confirmado que no hay rastro del coche de alquiler ni de las pertenencias de su acompañante, así que creo que puede estar segura de que su hija dice la verdad.

– Edward Townsend, supongo.

– Ese es el nombre que ella me ha dado.

Tyler oyó el ruido de un mechero al encenderse al otro lado de la línea.

– ¿Y qué pinta la policía de Hampshire en esta historia?

– Estamos tratando de ponernos en contacto con el señor Townsend por otro asunto. Cuando el gerente descubrió que ya se había marchado, le pidió a Franny que me llamara.

– ¿Cuál es el otro asunto?

No había motivo para no decírselo, pues en breve se enteraría por boca de la propia Franny. En cualquier caso, Tyler necesitaba información.

– Se trata de la niña desaparecida, Amy Biddulph, que vivió seis meses en su casa.

La mujer soltó un largo suspiro… o una bocanada de humo. Por su voz firme resultaba difícil decir si sus sentimientos se veían alterados de un modo u otro.

– Se lo advertí a Francesca -comentó-, pero nunca me escucha. Está en la edad. Cree que puede controlarlo todo. -Su voz reflejaba indiferencia, como si estuviera hablando de un desconocido.

– ¿Conoce bien a Townsend?

– Apenas. Soy amiga de su primera esposa.

Tyler se hizo con otro pedazo de papel.

– ¿Podría decirme lo que sabe, señora Gough? Tal vez podría empezar por explicar por qué previno a su hija contra Townsend.

– Porque él tiene cuarenta y cinco, y ella dieciocho. ¿Necesito más razón que esa?

Tyler aprovechó la brusquedad de su tono.

– ¿Acaso existe otra razón?

– Nada que esté dispuesta a contarle a alguien que no conozco.

– Soy policía, señora Gough, y todo lo que me cuente será confidencial. Es urgente. Amy lleva desaparecida más de veinticuatro horas, y si sabe algo que pueda ayudarla necesitamos que nos lo diga.

– Usted no puede demostrar que es policía por teléfono y yo no puedo permitir que me demanden por difamación. Por lo que sé, usted bien podría ser un periodista.

Tenía razón, pero Tyler se preguntó cómo podía alguien mostrarse tan indiferente ante el destino de una niña. A la señora Gough le trae todo sin cuidado…

– Entonces, vayamos por partes. Le voy a dar el teléfono del Bella Vista, en Puerto Sóller. El gerente habla bien inglés y está dispuesto a tomar nota de su número de tarjeta de crédito por teléfono para pagar la cuenta y gestionar el viaje de vuelta de Francesca. También le voy a dar el número de la centralita de aquí. Cuando telefonee podrá verificar mi identidad y dejar un mensaje para que yo le llame. ¿Le resulta eso aceptable?

– No mucho.

– Se trata de su hija, señora Gough.

Se oyó una risa contenida al otro lado de la línea.

– Ya lo sé, y ojalá pudiera decir que no lo es. Puede que me sintiera menos culpable por mis defectos. ¿Tiene usted hijos, inspector? ¿Roban? ¿Beben? ¿Se acuestan con cualquiera? ¿Se drogan? -Eran preguntas retóricas, pues no esperaba recibir respuestas-. Cuando Francesca cumplió los dieciocho apoquiné cinco mil libras para pagar las facturas de móvil y de venta por correo, así como para reembolsar a los padres de dos amigas suyas el importe de los artículos cargados a sus respectivas tarjetas de crédito, cuyos números había utilizado para comprarlos por internet. He pasado por alto que me robara y le he montado un piso para que viviera por su cuenta y tuviera la oportunidad de demostrar que es responsable. Y lo único que yo esperaba a cambio de todo esto es que no contara nunca más con que yo la sacara de un apuro y ocupara la plaza universitaria que le han concedido. Y en lugar de eso se larga a Mallorca con el ex marido de mi mejor amiga y para colmo dice que mi enfado se debe a que estoy celosa. -Hizo una pausa-. Así que, dígame, inspector, ¿qué haría usted en mi lugar si un policía le llamara y le dijera que su hija está metida en un lío… otra vez?

Tyler respondió con sinceridad:

– Ceñirme a las reglas que hubiera establecido.

– Gracias.

– Pero yo no estoy en su lugar, señora Gough. Llevo divorciado más tiempo del que estuve casado y no tengo hijos. Mi única experiencia con chicas de la edad de Francesca se limita a cuando las arrestaba por robo y prostitución en mi época de policía de calle.

Se produjo otro breve silencio.

– ¿Y?

– No recuerdo ni una sola a la que no arrestara como mínimo dos veces, aunque lo más normal es que el número de arrestos por chica rondara los cinco o seis. Todas decían que nunca más volverían a hacerlo… pero todas se tiraban de nuevo a las calles a los pocos días de que las soltaran porque les resultaba mucho más fácil y rápido colocarse con el dinero que sacaban del robo y la prostitución que ahorrar la miseria que podían ganar trabajando de cajera.

La señora Gough no era mujer que se precipitara a la hora de hablar.

– No entiendo adónde quiere ir a parar -murmuró al cabo de unos instantes.

A Tyler le molestaban aquellos silencios.

– Solo le digo que es difícil perder una costumbre si no se tiene un fuerte aliciente, y pocos de nosotros logramos nuestro propósito la primera vez que nos lo proponemos. ¿Cuántas veces ha intentado usted dejar de fumar? -inquirió sin rodeos-. ¿Una? ¿Dos veces? ¿Se levanta cada mañana diciendo hoy es el día?

La mujer dio otro suspiro.

– Yo esperaba que ser responsable de sí misma le sirviera de incentivo.

– No está preparada para ello.

– Ya tiene dieciocho años.

– Pero habla y se comporta como una cría de doce, y nadie da las llaves de un piso a una niña de doce años. -Tyler miró el reloj. No tenía tiempo para seguir con aquella conversación. Franny y sus problemas tendrían que esperar-. Mire, de todos modos le voy a dar los teléfonos y usted verá qué hace con ellos. Y decida lo que decida, ¿hará el favor de llamar a su hija y explicárselo? Hay una posibilidad remota de que tenga hecha la reserva para un vuelo de vuelta; uno de mis hombres lo está comprobando en estos momentos. Le pediré que la telefonee en cuanto lo averigüe. Además, necesito hablar de nuevo con usted. Si para las seis de esta tarde no ha dejado ningún mensaje, iré a Southampton a interrogarla… esta noche o mañana por la mañana.

– ¿Tengo alguna elección? -preguntó la señora Gough después de que el inspector le diera los números de teléfono.

Tyler desoyó la pregunta.

– Una última cosa. Antes ha dicho que es amiga de la primera esposa de Townsend. Supongo que no me facilitará su nombre y dirección hasta que compruebe mi identidad, así pues, ¿sería tan amable de ponerse en contacto con ella y pedirle que llame al centro de coordinación?

La mujer vaciló durante tanto rato que Tyler se preguntó si habría colgado.

– ¿Señora Gough?

– Confiaba en que nunca se enterara de que Francesca se acostaba con Edward -explicó con tristeza-. Pensaba que todo pasaría y nunca tendría por qué saberlo.

– ¿Por qué le iba a importar?

– Ella también tiene una hija -respondió antes de cortar la comunicación.


Centro Médico de Nightingale

Harry Bonfield se resistía a telefonear a los padres de Sophie hasta no haber hablado con su prometido, Bob Scudamore, pero la dirección de aquellos era la única que figuraba en la casilla de parientes más cercanos en el margen de su ficha. Harry recordaba a un amigo psiquiatra de Londres al que durante una cena Bob había mencionado como un compañero cercano, y tras hablar con él por teléfono consiguió los números de casa y de móvil de Bob. No por primera vez, Harry bendijo que el Servicio Nacional de Salud fuera como una especie de club. Por mucho que constituyera la mayor empresa del país, no dejaba de ser un pueblo donde todo el mundo conocía a alguien con el que poder ponerse en contacto en caso de necesidad.

La relación a larga distancia que Sophie y Bob mantenían durante el tiempo que ella llevaba trabajando en el Centro Médico de Nightingale había tenido a Harry bastante preocupado. Bob, cinco años mayor que ella, ocupaba un puesto elevado en el escalafón del departamento de psiquiatría de uno de los hospitales clínicos de Londres, y Harry había supuesto que era solo cuestión de tiempo que le propusiera matrimonio y Sophie regresara a Londres. Cada vez resultaba más difícil encontrar a profesionales jóvenes que se dedicaran a la medicina general, y Harry no albergaba demasiadas esperanzas de poder retener a una de las mejores que habían atraído en años.

Sus peores temores se habían hecho realidad hacía dos meses, cuando Sophie le puso delante de las narices una sortija de brillantes.

– ¿Qué te parece? -inquirió-. ¿Sé lo que me hago o sé lo que me hago?

– ¿Bob?

Sophie se echó a reír y le dio un puñetazo en el brazo.

– ¿Quién iba a ser sino? Hay que ver, Harry, ¡ni que tuviera un armario lleno de amantes secretos!

Con retraso, Harry se puso en pie y le dio un cariñoso abrazo.

– Pues claro que sabes lo que te haces. Es un tipo estupendo. Solo espero que sepa apreciar lo afortunado que es de tenerte. ¿Y cuándo es el gran día?

– En agosto.

– Mmm -dijo con pesimismo-. ¿Es esta tu forma de decirme que vas a presentar la renuncia?

– ¡Por Dios, no! -exclamó Sophie sorprendida-. Bob ha conseguido un puesto de especialista en Southampton. Llevaba siglos a la caza de ese puesto. Significa que por fin podemos vivir juntos. Por eso lo vamos a hacer oficial. -Arqueó las cejas con gesto de perplejidad-. ¿Qué te hacía pensar que yo quisiera marcharme?

La estupidez miope de la edad y la costumbre inveterada, pensó Harry con ironía mientras volvía a sentarse. Nunca se le habría pasado por la cabeza que el hombre se mudara de domicilio por la mujer, aunque fuera en el siglo xxi.

Localizó a Bob en su casa de Londres.

– ¿Qué puedo hacer por ti, Harry? -preguntó el otro amablemente-. ¿Llamas porque Sophie va a llegar tarde?

– No exactamente. -Harry le contó de manera sucinta y sin rodeos lo que sabía-. No quería telefonear a sus padres hasta haber hablado contigo… De todos modos, lo mejor es que hables tú con ellos. -Hizo una pausa en espera de recibir la confirmación de Bob-. Bien. Además, necesitamos tu ayuda. Jenny dice que Sophie es muy concienzuda con lo de llevar el móvil cargado, así que suponemos que lo habrá apagado porque no querrá que esos hombres sepan que lo tiene. Eso significa que hay bastantes probabilidades de que vuelva a llamar en cuanto tenga una oportunidad… y me quedaría más tranquilo si hubiera aquí alguien capacitado para hablar con ellos y negociar su puesta en libertad.

– Ahora mismo salgo para allá -dijo Bob-. Llamaré a sus padres de camino.

– Quizá no podamos esperar a que llegues -señaló Harry con urgencia-. Necesitamos a alguien que esté más cerca. Han cogido desprevenida a la policía… dicen que no se lo esperaban… los disturbios se desencadenaron como por arte de birlibirloque… y están desbordados con el caso de esa niña desaparecida a treinta kilómetros de aquí. Tenemos a un joven agente de policía tratando de ayudarnos, pero de momento no sabe ni ponerse en contacto con la oficina de libertad condicional. Es una auténtica locura. Lo que nos vendría bien sería localizar al psiquiatra que redactó el informe previo a la condena de Zelowski, o a alguien que lo hubiera visto durante su estancia en prisión. Puedo darte el nombre de las dos cárceles donde cumplió condena. Las dos están en la zona, más o menos. ¿Te ayudaría eso a dar con la persona que buscamos? ¿O mejor aún, con una copia del informe?

Bob no perdió el tiempo.

– Dame el nombre de las cárceles -le pidió-. Y también tu línea directa y el número de fax de la consulta. Te llamaré en cuanto pueda. -Bob hizo una pausa antes de colgar-. ¿Harry?

– Dime.

– Si llama Sophie antes de que yo llegue, dile que no los provoque… sobre todo al que quiere violarla. Si es tan peligroso como crees, eso solo servirá para excitarlo.


Exterior del nº 9 de Humbert Street

Gaynor Patterson estaba aterrorizada. Había quedado atrapada contra la pared de una casa de Humbert Street, incapaz de avanzar y de retroceder. No había forma de moverse, solo gente agolpada a su alrededor dándose empujones para mantenerse en pie entre las viviendas y los coches aparcados a lo largo del bordillo de la acera. En mitad de la calzada, falanges de jóvenes cargaban en caóticas marabuntas para llegar hasta el número 23 y unirse a la fiesta pero, con cada ataque de sus fuertes cuerpos, una onda de compensación se extendía por la multitud arremolinada empujándola hacia atrás. Los más pequeños habían huido de la turbamulta subiéndose a las cubiertas y los capós de los vehículos, pero estos no dejaban de ser refugios precarios. Cada vez que una onda los embestía, fallaba la suspensión de los automóviles y perdían el equilibrio. Era solo cuestión de tiempo, supuso Gaynor, que a los elementos más salvajes del tumulto les atrajera la idea de volcar los vehículos y ponerlos boca arriba, con lo que la gente podría resultar gravemente herida.

La llamada desesperada que había realizado con el móvil al 999 hacía quince minutos no había servido más que para aumentar su miedo al oír una voz de ordenador comunicarle que las líneas de emergencia estaban saturadas con llamadas de ciudadanos que informaban de los disturbios de Bassindale. La policía no podía responder de inmediato. Debían reservar la línea para otras emergencias. Se aconsejaba a los residentes de Bassindale que no estuvieran relacionados con los disturbios que permanecieran en sus casas.

A Gaynor, que había visto imágenes de la tragedia del estadio Hillsborough, cuando un grupo de aficionados al fútbol fueron aplastados sin piedad por un tumulto de gente en plena estampida, le daba pavor pensar que una repentina embestida pudiera causar una catástrofe al hacer que la gente se agolpara contra la pared y muriera asfixiada. Gaynor hacía todo lo posible para proteger a los que tenía alrededor -en su mayoría chicas jóvenes que habían corrido hasta allí para ponerse a salvo-, pero cada vez le resultaba más difícil. Se había desgañitado en vano tratando de alertar del peligro a las personas que estaban en mitad del alboroto, pero su voz quedó ahogada por los gritos de los jóvenes.

Desesperada por averiguar lo que le había ocurrido a Melanie, y tras sus fallidos intentos de ponerse en contacto con su hija, pasó el móvil a una muchacha que tenía al lado y le dijo que mantuviera apretada la tecla «1» hasta que contestara alguien.

– Devuélvemelo cuando suene -le ordenó mientras protegía a la joven con su cuerpo.

Gaynor intentó llamar la atención de un hombre situado a unos veinte metros que parecía lo bastante corpulento para poder abrirse camino hasta ellas, pero no hubo manera de que el hombre saliera de la pertinaz sordera a sus gritos. Cansada y llorosa, la chica se dio por vencida al cabo de diez minutos.

– Es inútil, joder -gimió-, nadie contesta. -La muchacha empezó a pegar a Gaynor al verse presa de la claustrofobia-. ¡Quiero salir de aquí! -gritó-. ¡Quiero salir de aquí!

Gaynor le propinó una fuerte bofetada.

– Lo siento, cariño -susurró, y la estrechó entre sus brazos al ver que rompía a llorar-, pero es demasiado peligroso. Tienes que quedarte aquí hasta que se me ocurra algo.

Pero ¿qué? por el amor de Dios.

El teléfono empezó a sonar.

Gaynor se lo arrebató a la joven y se tapó la otra oreja con la palma de la mano para poder oír por encima del barullo.

– ¿Mel? ¿Eres tú, cariño? Te he estado llamando todo el rato. ¿Estás bien? ¿Y Rosie y Ben?

– ¿Señora Patterson?

– ¡Oh, mierda! -masculló Gaynor desilusionada, a punto casi de ponerse a llorar ella también-. Creía que era mi hija.

– Lo siento mucho. Soy Jennifer Monroe, del Centro Médico de Nightingale. Briony me ha dado su número. Necesito hablar con usted urgentemente.

Gaynor meneó la cabeza con incredulidad.

– Está de broma, ¿no? Mire, querida, sea lo que sea, puede esperar. Incluso si llama para decirme que tengo cáncer terminal, no es para nada tan urgente como lo que está sucediendo aquí. Está todo fuera de control… no hay ni rastro de la puta policía… y yo estoy atrapada contra una pared con un grupo de crías que están cagadas de miedo. Santo cielo, esto es como Hillsborough. Solo en este rincón debe de haber apiñadas más de mil personas. Voy a colgar, ¿vale?

– No -dijo Jenny con dureza-. Seguramente en estos momentos yo sé más que usted. No me cuelgue, por favor. Esto no tiene nada que ver con la medicina, Gaynor. Estoy intentando ayudarles. La policía no puede entrar en la urbanización porque todas las carreteras están cortadas con barricadas. Eso significa que usted y Melanie tendrán que ponerse a salvo por sus propios medios y quizá yo pueda ayudarles si usted me deja.

– Adelante.

– ¿Puede decirme dónde está usted?

– En Humbert Street.

– ¿A qué altura exactamente? Me ha dicho que está atrapada contra una pared.

– Al principio de la calle. En el número nueve. Hemos aporreado la puerta para que nos abran… pero la señora que vive dentro está mal de la cabeza y no nos dejará entrar… la pobre vieja estará asustada, supongo.

– ¿Sabe cómo se llama?

– Es la señora Carthew.

– Vale, un momento. Voy a ver si la encuentro en nuestro fichero. -Se produjo una pausa de unos segundos-. La tengo. Es paciente de Sophie y está dentro del programa del Teléfono de la Amistad. -Otra pausa mientras se oía el sonido de unas voces amortiguadas por una mano que tapaba el auricular-. Muy bien, Gaynor, este es el plan. Voy a telefonear a la señora Carthew y, mientras tanto, quiero que hable usted con un agente de policía que está aquí conmigo. Ya la ha oído por el altavoz y va a indicarle lo que debe hacer cuando la señora Carthew abra la puerta.

– Pierde el tiempo, querida. La pobre mujer hace años que chochea.

– Ya veremos.

Otra voz se puso al aparato.

– Hola, Gaynor. Ken Hewitt al habla. Bien, lo más importante es que no haya una estampida. Si todo el mundo está asustado se lanzarán a toda prisa detrás de usted, y eso solo empeorará la situación. Lo que necesitamos es una salida controlada. ¿Puede decirme primero cuántos menores hay con usted?

Gaynor procedió a un rápido recuento de las personas que la rodeaban.

– Diez o así.

– Bien. En primer lugar, quiero que pasen por la puerta de uno en uno con mucho cuidado para que la gente de alrededor no se dé cuenta de lo que ocurre. Que se mantengan en silencio, ¿de acuerdo?

– Sí.

– Coja a los dos críos más grandes y dígale a uno de ellos que cree una vía de acceso al jardín quitando de en medio los muebles que pueda haber en el pasillo y abriendo la puerta trasera de la señora Carthew. Al otro dígale que se quede vigilando la puerta de entrada. El chico o chica que se quede ahí tendrá que ser fuerte; si hay un adulto cerca, mejor que mejor. Él o ella será quien se encargue de darle a usted la señal cuando el camino quede despejado, además de actuar como su elemento regulador, ya que usted vigilará a los de fuera cuando comience la retirada. Si hay demasiada gente que intenta entrar a empujones cuando se abra la puerta, usted y su ayudante deberán cerrarla desde dentro y correr el pestillo. Si no lo hace, la gente se pisoteará en el pasillo y la salida quedará atascada. Quédese vigilando en la puerta y no deje pasar a más de una persona a la vez. Debe ser una operación controlada. ¿Lo ha entendido?

Gaynor medía un metro sesenta y pesaba cincuenta kilos. ¿Cómo diablos se suponía que iba a contener una avalancha?

– Sí.

– Muy bien. Otra cosa: he mirado el trazado de Humbert Street, y hay jardines que conectan por detrás con los de Bassett Road. El chico o la chica que haya elegido para la puerta trasera tiene que empezar a echar abajo las vallas para ir abriendo espacio. Hay que crear vías de escape para todos los que quieran salir de allí. Dígale al chico o la chica de la puerta trasera que tire hacia Forest Road South. Tenemos que conseguir que la gente se dirija a sus casas… y reducir la tensión de la situación en la medida de lo posible… no se arremolinen en los jardines de detrás.

– De acuerdo.

– Por último, no trate de anunciar la salida. A medida que la gente vaya notando que la presión disminuye detrás ocuparán el espacio libre y llegarán a la puerta motu proprio. Así resultará mucho más fácil controlar la situación. -El agente dejó de hablar por un instante,mientras escuchaba las instrucciones que le daba Jenny-. Estupendo. La señora Carthew dice que descorrerá el pestillo pero necesita tiempo para ir al piso de arriba antes de que usted abra la puerta. Teme que la arrollen. Tiene un teléfono inalámbrico, así que cuando esté a salvo se lo comunicará a Jenny Monroe y yo le daré luz verde. ¿Entendido?

– ¡Oh, Dios mío! -Presa del pánico, Gaynor sintió que le daba un vuelco el corazón-. Pero si todavía no les he explicado nada a las chicas.

– Tómese su tiempo -dijo el agente con calma-. Es importante que todos entiendan lo que van a hacer. Avíseme cuando estén listos.

Gaynor conocía a una de las chicas, Lisa Shaw, una muchacha inteligente que iba a la clase de Colin. Aunque no era lo bastante corpulenta para ayudarla en la puerta de entrada, seguro que no tendría ningún problema para despejar el pasillo y abrir camino hasta Forest Road. La joven asintió con la cabeza en cuanto Gaynor le explicó lo que quería que hiciera. Asentimiento al que se sumaron muchos otros cuando Gaynor recalcó la importancia de organizar una «salida controlada» para impedir que la gente resultara herida. De la chica más corpulenta, en cambio, no obtuvo la menor respuesta cuando trató de hacerle entender su papel. Se trataba de una gigante inmadura y con pocas luces, cuyos ojos se anegaron en lágrimas cuando Gaynor le pidió que se encargara de la puerta de entrada.

– Yo lo haré -anunció Lisa-. Ella puede ayudarme. Ya se encargarán los demás de despejar el pasillo. -La muchacha sonrió a Gaynor-. No se preocupe. Sé que lo harán bien. Col me matará si la aplastan. La tiene a usted por una supermamá.

›Mensaje de la policía a todas las comisarías


›28/07/01

›15.33 ***

›Investigación sobre la persona desaparecida: Amy Rogerson/Biddulph


›ALERTA A TODOS LOS CONDADOS

›Se busca para interrogatorio: Edward Townsend

›Domicilio particular: The Larches, Hayes Avenue, Southampton

›Visto por última vez: Hotel Bella Vista, Puerto Sóller, Mallorca 3. 00, 27/07/01

›Regresó a Luton (Londres) el viernes, en el vuelo EZY0404, con llegada a las 8. 25

›Vehículo particular: BMW negro, W789ZVV

›Se cree que puede estar en algún punto del sur

›Es posible que viaje con una niña