"La Ley De La Calle" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)Capítulo 17 Sábado, 28 de julio de 2001. Interior del nº 23 de Humbert Street Nicholas mecía a su padre en el suelo, sosteniéndolo sobre las rodillas como en una parodia surrealista de la Piedad de Miguel Ángel. El anciano yacía inmóvil, con el rostro vuelto hacia el pecho de su hijo y diminutos regueros de sangre que formaban costra en el cuello. Nadie hablaba. En la extraordinaria quietud de aquel dormitorio de la parte trasera de la casa, abarrotado de cajas sin desembalar y un montón de trastos y cachivaches viejos -reliquias de la historia de la familia Zelowski-, Sophie tenía la sensación de que para aquellos hombres la conversación constituía un extraño paréntesis en el silencio que dominaba sus vidas. En otro lugar, en otro tiempo, Sophie habría confundido a Nicholas con un monje. Había mucho de ascético en su rostro enjuto e inexpresivo, que parecía habituado al sufrimiento, y Sophie se preguntó si Nicholas se habría ejercitado en la ocultación de sus propios sentimientos o carecía de ellos por completo. Los estaba «ocultando», pensó, al recordar la reacción de asombro ante la determinación con la que ella había atacado a su padre. Los sentimientos descarnados le daban miedo. ¿Eso en qué lo convertía, en un aliado o en un enemigo? Sophie vio interrumpido su pensamiento por los gritos de la gente, que seguían resonando en la calle. ¿Apoyaría Nicholas la versión de los hechos de Sophie o la de su padre? Alcanzó a oír, a lo lejos, el sonido de un helicóptero, lo que le dio cierta tranquilidad al pensar que el rescate sería inminente. ¿Importaba algo a quién apoyara Nicholas? ¿Seguiría ella queriendo llevar a juicio a su padre cuando acabara todo aquello? ¿Tanto odiaba a Franek? ¿Acaso no estaban todos en el mismo barco? ¿Muertos de miedo? – Oigo un helicóptero -anunció Sophie, y de la expresión de Nicholas dedujo que él también lo oía-. ¿Cree que es la policía? – Tiene que ser. – Oh, Dios, eso espero -dijo Sophie con fervor. Nicholas comenzó a dar excusas. – La vida sería fácil si nunca hiciéramos nada de lo que pudiéramos arrepentimos. Pero pasan cosas… accidentes… gente en el lugar y el momento equivocados. Eso no te convierte en un ser malvado… solo en una persona sin suerte. -Nicholas alzó la vista-. ¿Conoce la fábula de Esopo sobre el escorpión y la rana? Sophie negó con la cabeza. – El escorpión desea atravesar el río pero no sabe nadar, por eso le pide a una rana que lo lleve a su espalda. Al principio ella se niega porque teme que la pique. «Si te pico, morirás», le dice a la rana, «y, como yo no sé nadar, yo también me ahogaré». Tras esto la rana accede a su petición, pero en mitad del río el escorpión le clava el aguijón. «¿Por qué lo has hecho?», le pregunta la rana, moribunda. «No he podido evitarlo», responde el escorpión, «es mi naturaleza». -Nicholas acarició la cabeza de su padre-. Hablar de mi madre siempre le pone furioso -prosiguió-. Si usted hubiera permanecido callada como le pedí, él no la habría pegado. – Dirá someterse a él… como usted, ¿no? -Sophie sonrió con sarcasmo-. No es mi naturaleza. – Es más fácil. – Es usted peor que él -repuso Sophie-. Él es salvaje… primitivo… repugnante… pero usted… -Meneó la cabeza en un gesto de incredulidad-. Usted permite que se comporte así. ¿En qué clase de persona le convierte eso? Nicholas se encogió levemente de hombros, como si se lavara las manos de un modo metafórico. – Intenté advertirla. – ¿Cómo? -Sophie se llevó los dedos a la mejilla y se palpó la piel hinchada. El dolor le llegaba hasta el hueso, y se preguntó si lo tendría fracturado-. Lo único que recuerdo es que me dijo que cerrara el pico… y que hiciera lo que me ordenaban… que hiciera creer a su padre que podía controlarme. – Es lo mismo. Sophie escudriñó el rostro de Nicholas en busca de algo -lo que fuera- que le sirviera para convencerse de que el hombre no creía lo que acababa de decir. No encontró nada. Al parecer, según la filosofía de Nicholas, la responsabilidad recaía sobre la víctima. No sobre el agresor. – Él no le habría pegado si usted no le hubiera hecho perder los estribos -afirmó, como para reforzar su razonamiento. Sophie asió con más fuerza el bate de criquet. – ¿Por qué no le advirtió a él? ¿Por qué no le dijo que le rompería los brazos si volvía a ponerme la mano encima? Nicholas flexionó los dedos de la mano derecha y los observó con una especie de extraña fascinación. – Eso no le habría detenido -respondió. – ¿Por qué no? – Porque no me tiene miedo. Sophie se quedó consternada, observando cómo el hijo lograba que el padre permaneciera quieto acariciándole el pecho rollizo. No podría haber articulado palabra por mucho que hubiera querido. Centro Médico de Nightingale Harry Bonfield recibió una llamada por su línea directa cinco minutos después de que Bob Scudamore le hubiera telefoneado para comunicarle que ya iba de camino y que esperaba llegar a Nightingale en media hora. Bob le dijo que un tal doctor Gerald Chandler -«un tipo legal… trabaja en estrecha colaboración con mi futuro jefe de Southampton»- le llamaría en menos de cinco minutos. – Estoy en la isla de Wight y es época de vacaciones -comentó Chandler con pesar-. Ni aunque lograra meter el coche en uno de los transbordadores conseguiría llegar antes que Bob. Cumplo diversas funciones en las tres cárceles, pero mi trabajo se centra principalmente en los agresores sexuales de Albany. -Se quedó en silencio un instante mientras ponía en orden sus ideas-. Recuerdo bien a Milosz Zelowski. La verdad es que me caía bien. Es un hombre tímido y muy amable… un músico excelente… se encierra en sí mismo todo el tiempo para escuchar jazz. Todo de cabeza, por supuesto… interpreta la música en su mente… cosas que ha compuesto él mismo o que ha oído. El peligro para la novia de Bob es que se trata de una persona con una grave represión emocional… y sumamente introvertida. Puedo enviarle por fax las anotaciones que tengo sobre él. No son muy legibles que digamos… se trata de la transcripción manuscrita de las cintas en las que grababa mis conversaciones con él… pero le darán una idea de la clase de persona a la que se enfrentan. El informe completo escrito a máquina está en mi despacho… Podría ir en coche, pero eso significaría otra media hora hasta que pudiera enviárselo. – Envíeme las anotaciones por fax -indicó Harry-, pero primero hágame un breve resumen. ¿Le convierte esa represión en un sujeto peligroso? ¿Violaría a Sophie? Chandler meditó la pregunta con detenimiento. – En circunstancias normales, no -respondió-. No tiene la libido muy fuerte y muestra una predilección muy definida por los chicos jóvenes. Le repele profundamente la idea de la penetración y prefiere no eyacular si puede evitarlo. Es como la retención anal en los menores cuando se niegan a cumplir una exigencia de los padres. Derramar su semilla le pone los pelos de punta. Lo que no significa que no desee alcanzar el orgasmo por sí mismo… pero es un acto muy íntimo. Se sirve de la masturbación de los demás como forma de manipulación. En lenguaje sencillo, todo aquel a quien dé placer está bajo su control siempre y cuando la otra persona obtenga placer con lo que él hace. Los tres muchachos por los que le condenaron por abusos sexuales ya habían tenido experiencias homosexuales… todos ellos le dieron su consentimiento. Además reconocieron estar enamorados de Zelowski y haberle acosado hasta hacerle la vida imposible… y él les dio lo que ellos deseaban con el fin de tenerlos bajo su control. Todos ellos lo describieron como un hombre frío, lo que no significa que no se sintiera atraído por ellos, simplemente que mantenía sus sentimientos bien escondidos. – Pero ¿es un pederasta? – Sí. Desde el momento en que sufre un trastorno psicosexual que le predispone a sentirse atraído por adolescentes del sexo masculino. Pero dudo que hubiera hecho algo si los chicos no lo hubieran visto atractivo. Zelowski es un hombre agradable. Habla poco… y escucha mucho. En la cárcel era un samaritano. Solía pasarse horas sentado con los suicidas, escuchando sus problemas. Entiende el miedo y el dolor interiorizados mejor que la mayoría. – ¿Por qué lo vendieron los chicos? – No lo hicieron. Le pillaron en flagrante con el más reciente, y confesó los otros dos casos durante el interrogatorio. Fueron los padres quienes insistieron en procesarlo (querían a un chivo expiatorio al que culpar de la homosexualidad de sus hijos), y el juez le impuso un castigo ejemplar. Es una historia habitual. Vivimos en una sociedad puritana que se niega a reconocer que los niños tienen sentimientos sexuales. Ningún tribunal osaría admitir hoy por hoy que un menor pudiera ser un seductor, pese a las estadísticas que demuestran que en el Reino Unido se da el mayor número de embarazos entre adolescentes de toda Europa. -Chandler parecía irritado-. Es una cuestión de curiosidad sexual, por amor de Dios… Lleva siglos sucediendo, y las leyes arbitrarias que establecen límites de edad para marcar cuando es legal dar rienda suelta a los instintos no sirven de nada. Hay que convencer… no coaccionar. Harry, que tenía que vérselas con las consecuencias de los embarazos adolescentes para las jóvenes y sus consternados padres, estaba de acuerdo con él, pero no era el momento de hablar sobre ello. – ¿En qué circunstancias excepcionales? ¿La violaría en la situación en la que se encuentran en estos momentos? – Es difícil decirlo. Si he entendido bien a Bob, están atrapados con el padre de Zelowski en una casa y hay un motín fuera. – Exacto. – ¿Y la policía cree que Milosz es el objetivo? – Así es. – Es un potente cóctel. Todos ellos tendrán mucho miedo, por distintas razones, y el miedo es un sentimiento muy poderoso. ¿Cómo cree que reaccionará Sophie? – No lo sé. Es una chica equilibrada pero tiene genio cuando se la provoca. No me la imagino cediendo así como así. – Eso es lo que me ha dicho Bob. – ¿Y eso es bueno o malo? – Depende de cómo reaccionen los dos Zelowski ante eso. Desde luego, reconozco que el más peligroso para ella es el padre, pero a Milosz puede excitarle el hecho de verla plantar cara, sobre todo si sus sentimientos están en plena agitación por el miedo que le suscita la muchedumbre. Tiene muy poca experiencia con las mujeres. Su madre lo abandonó cuando él tenía cinco años y, por lo que llegué a descubrir, siempre estuvo solo en el colegio y la escuela de música. En estos momentos trato de desentrañar la lógica por la que su padre está con él, cuando una de las recomendaciones de mi informe recalcaba la importancia de que Milosz rompiera toda relación con su padre por ser este su principal agresor. Supongo que tenía demasiado miedo para vivir solo (ocurre en muchos casos), razón por la cual se pasó por alto mi recomendación, pero no deja de ser una estupidez por parte de su agente de la condicional. Lo que me preocupa es que Milosz no hará nada para «impedir» una posible violación… y puede que hasta se anime a participar si se excita lo suficiente. Depende de la combinación de estímulos que deba darse para desatar sus sentimientos. – ¿Qué sabe usted de su padre? – Solo lo que Milosz me contó de él. Está todo en mis apuntes. Le pregunté el motivo por el que no había mencionado los abusos del padre en su defensa o como atenuante, pero respondió que no habría sido justo porque su padre no sabía que lo que hacía estaba mal. Y seguramente será cierto. Según me explicó, la familia de su padre eran gitanos de origen polaco y se crió en una cultura donde el varón dominante establece las normas de conducta en el seno de la familia. De sus palabras se deduce claramente que el hombre tiene una marcada veta sádica. Milosz recordaba que un día pegó una paliza a su madre porque la comida no estaba lo bastante buena… así que imagino que en las relaciones sexuales también sería bastante cruel. No cabe duda de que Milosz debió de verse sometido a una violencia considerable de pequeño hasta que aprendió a valerse de la masturbación como método para desviar de la ira de su padre. Harry sintió repugnancia. – ¿Con solo cinco años? – Sí. Es repulsivo, ¿verdad? Pero el hecho es que nos enfrentamos a un grado muy bajo de inteligencia. No es que se diera una atracción hacia los menores en sí, simplemente se esperaba que el hijo supliera el vacío sexual que había dejado la madre al marcharse. Un niño asustado siempre es un blanco fácil, y resulta muchísimo más sencillo que salir a la calle para entablar nuevas relaciones. Según me contó Milosz (no tengo más pruebas de ello que sus propias palabras), su padre se aficionó a salir con el coche en busca de prostitutas. Y así acabaron los abusos a Milosz. Lo interrogaron varias veces después de que algunas mujeres acabaran en el hospital con la cara destrozada, y se suponía que Milosz siempre debía dar una coartada, cosa que hacía, naturalmente, pues era la única manera de librarse de los abusos del padre, pero según decía se sentía fatal porque se acordaba de lo que solía ocurrirle a su madre. La policía puede que tenga los interrogatorios archivados. ¿Valdría la pena intentar consultarlos? Harry hizo una anotación. – ¿El padre tenía empleo? – Le iban saliendo trabajos de peón de albañil. -La voz de Chandler adoptó un tono sarcástico-. Aunque, por lo visto, se pasaba más tiempo en paro que trabajando. Según Milosz, su padre sufre de asma, así que normalmente tenía una salud demasiado delicada para trabajar, pero no me pareció muy convincente que digamos. Yo diría que se dedicaba a trampear. – Mmm. -Harry se preguntó hasta qué punto habría sido real el ataque de pánico que el hijo dio como razón para necesitar a un médico-. ¿La madre era polaca? – No, inglesa. Milosz apenas recuerda nada de ella, salvo que era rubia. Su padre no volvió a mencionar su nombre. Lo único que le contó al chico fue que pasó la guerra en España para huir de la persecución nazi de los gitanos… logró llegar a Inglaterra a principios de los años cincuenta… y se casó con la madre de Zelowski para obtener los derechos de residencia. Le dijo que era prostituta cuando la conoció, y que volvió a hacer la calle cuando la echó de casa después de encontrársela en la cama con otro hombre. – ¿Por qué no se llevó al hijo con ella? – ¿Quién sabe? Tal vez no le dieron más opción, o no podía permitírselo. – ¿Qué siente Zelowski al respecto? – Según él, nada… y en cierto sentido así es. Ha conseguido que se le dé tan bien lo de reprimir sus sentimientos que el rechazo de su madre no parece peor que el de cualquier otra persona. Ha aprendido a borrar a la gente de su mente… en su lugar tiene la música. De hecho, experimentaba alteraciones emocionales más notables cuando recordaba su expulsión del departamento de música que las pocas veces que hablaba de su madre. – ¿En qué sentido no es cierto que no sienta nada? Chandler hizo otra pausa para pensar. – Cuando lo condenaron por primera vez trató de cortarse el pene… con un cuchillo de plástico. Evidentemente no lo consiguió, pero tras el incidente me contó que había intentado castrarse en serio. No quiso explicar la razón, se limitó a decir que estaba avergonzado, pero su proceder indica que existen sentimientos bastante poderosos que él se niega a admitir. – ¿Qué hay de su padre? ¿Qué siente Milosz por él? – Sus sentimientos son neutros. Ni lo quiere ni lo odia… aunque supongo que es la relación más cómoda que ha tenido en su vida. Lleva controlando a su padre desde los cinco años, así que ya no hay nada que pueda sorprenderle del anciano. Por eso considero que es importante romper la dependencia… no por temor a que continúen los abusos (dejaron de darse cuando Milosz empezó el instituto), sino porque Milosz necesita exteriorizar sus sentimientos en lugar de ocultarlos en su cabeza junto con piezas de jazz. Harry se mesó los cabellos con preocupación hasta dejárselos en forma de nido. Aquel relato superaba con creces todo cuanto creía saber sobre la psique humana. – Entonces ¿cómo los trato? ¿Y si Bob no está aquí y Sophie le pasa el teléfono a uno de ellos para que yo llegue a un acuerdo con él? Se produjo otra larga pausa. – Ambos son peligrosamente egocéntricos, cada uno a su manera: el uno, extravertido y probablemente sádico, busca el placer fuera… el otro, introvertido y reprimido, busca el placer dentro…, lo que indica que ninguno de los dos verá a Sophie como una persona. Simplemente la verán como un medio para lograr un fin. – ¿Qué fin? – El que decidan… juntos… o por separado. Para uno puede que sea un objeto de deseo. Para el otro puede que sea simplemente un rehén que les permite mantenerse a salvo. Quizá uno de ellos vea en Sophie ambos aspectos. Quizá ambos la vean así. Combinaciones hay varias, Harry. Tendrá que escuchar lo que dicen e intentar buscar una solución. Nº 14 de Allenby Road. Portisfield Poco había cambiado en casa de los Logan, excepto que Kimberley había dejado de llorar. Barry y Gregory seguían viendo la televisión con aire taciturno en el salón, y Laura continuaba encerrada en la cocina. No había ninguna posibilidad de que alguno de ellos saliera de casa. Los fotógrafos, con sus objetivos de largo alcance enfocados hacia la puerta de entrada, estaban apostados detrás de las barreras situadas al final de la calle, aferrándose como sanguijuelas al sufrimiento de la familia. Laura había pasado a sentarse en una silla de la mesa, y su rostro, pálido y tenso, reflejaba agotamiento. Tyler negó ligeramente con la cabeza al abrir la puerta y ver un atisbo de esperanza en sus ojos. – No hay noticias de Amy -anunció retirando otra silla de la mesa-, pero eso es buena señal, Laura. Somos optimistas respecto a que sigue con vida. – Sí. -Laura se llevó una mano al corazón-. Creo que si estuviera muerta lo sabría. El inspector le dirigió una sonrisa de ánimo, dejándola con sus ilusiones. Había oído expresar aquel mismo sentimiento centenares de veces, pero el vínculo existente entre seres queridos residía en la mente, no en el cuerpo, y el verdadero pesar no afloraba hasta no tener certeza de la muerte. ____________________Necesito hacerle unas cuantas preguntas más sobre Eddy Townsend -le explicó. Laura dejó caer la cabeza de pronto para ocultar sus ojos y Tyler se maldijo por haberla dejado escapar con anterioridad. Debería haberse percatado de que la obsesión de Laura por ocultarse era demasiado patológica para limitarse únicamente a Rogerson. Pero se preguntaba qué secretos podrían ser tan graves -¿acaso delictivos?- como para jugar con la vida de su hija resistiéndose a revelarlos. ¿Qué método serviría ahora para arrancárselos? – Sospechamos que Amy puede estar con él -dijo sin rodeos-. Ha regresado antes de tiempo de Mallorca, y un coche similar al suyo fue visto ayer en Portisfield con una niña que respondía a la descripción de Amy en el asiento del pasajero. Laura lo miró con una expresión tan sombría en sus ojos oscuros que Tyler supo que ella temía algo así desde el principio. – Necesito saber qué ocurrió, Laura. Ella hundió el rostro en las manos y apretó el pulpejo contra los párpados con furia como si tratara de ahuyentar sus propios demonios. Cuando abrió la boca, fue como si un torrente emocional saliera a borbotones de una presa. – Era tan guapo… tan amable… nada que ver con Martin. Se preocupaba de verdad… por mí… por Amy. Era tan distinto… tan atractivo… nos llamaba sus princesitas. -Se le quebró la voz con un espasmo a medio camino entre el sollozo y la risa-. ¿Se imagina qué siente una al verse tratada así después de pasarse diez años mendigando la ayuda de Martin… poniendo excusas por el hecho de encontrarnos en su preciosa casa… caminando de puntillas para que no advirtiera nuestra presencia… sin atrevernos a abrir la boca por temor a darle motivos para que nos criticara? Debería haber hecho caso a mi padre… decía que Martin solo quería un trofeo… un bombón a su lado para demostrar que aún se le levantaba… -De repente, enmudeció. Tyler aguardó. Quería oír la historia por boca de Laura, no de él. – Martin se puso hecho una furia cuando le dije que estaba embarazada -prosiguió finalmente-, me acusó de haberlo hecho a propósito. Yo ya sabía cuál era el trato… nada de hijos… así que ¿por qué no había tomado precauciones? Intentó obligarme a abortar… me amenazó con ponerme de patitas en la calle sin un penique si no lo hacía. -Una risa ahogada-. Así que acudí a un abogado de la competencia para ver si podía conseguir quedarme con la casa en caso de divorcio. Esta vez el silencio se hizo interminable, como si Laura estuviera rememorando el episodio entero en su mente. – ¿Y qué sucedió? – Pues que pertenecían a la misma logia. Debería haberlo supuesto… A mi modo de ver, el gremio entero se basa en apretones de manos más que sospechosos. Yo te hago un favor y tú me lo pagas con otro. -Laura se tapó la cara con el cabello sacudiendo la cabeza-. Deja en paz a mi cliente… si quieres que haga la vista gorda, conozco a tal juez… conozco a estos policías. La ley está corrompida. Tyler sintió que tenía que defender a sus compañeros. – Tampoco es eso, Laura. Los masones están obligados a cumplir unas normas como todos los demás. – ¿Es que usted también está metido? – No. – Pues entonces no los disculpe. El inspector no quería perderla. – Bueno, está bien. ¿Y qué hizo el abogado en cuestión? – Le contó a Martin lo que yo le había consultado… dijo que yo parecía conocer muy bien el valor de su capital y el lugar donde lo tenía guardado… le advirtió que podía perder mucho más que la casa si no mejoraba la relación entre nosotros. -Laura alzó la voz-. No representaba mis intereses, representaba los suyos. Yo podría haber sido libre… tenido una casa… y criado a mi hija como hubiera querido… -Un escalofrío le recorrió el cuerpo-. Pero eso no me lo dijo mi abogado, sino Martin… después… cuando me echó en cara lo tonta que había sido. Le encantó hacerme aquello, sabe. Le hizo sentirse poderoso… humillar a la mujer menuda y patética que había estado a punto de salirse con la suya. – ¿Qué hizo él? – ¿Quién? ¿Martin? – Sí. Sophie dejó caer las manos bajo la mesa. – Propuso llegar a una reconciliación antes de que se presentaran los papeles del divorcio… declaró que no podía vivir sin mí… que fue la sorpresa lo que le llevó a reaccionar como lo hizo. Dios, qué estúpida fui. Llegué a creerlo. Me aseguró que quería actuar como es debido por su hijo… y yo estaba encantada. -No pudo seguir escondiendo las manos mucho más rato. Era demasiado expresiva. Juntó los nudillos de ambas manos en un gesto de recriminación-. Yo solía achacarlo al hecho de estar embarazada… ya sabe, las hormonas alborotadas que te hacen obsesionarte tanto con la idea de la seguridad que serías capaz de cualquier cosa… ahora sé que soy yo. Me engañaría a mí misma antes que enfrentarme a la verdad. Tyler se preguntó de repente si la habría juzgado mal. La tenía por una mujer inteligente -calculadora incluso- que controlaba hasta cierto punto los acontecimientos de su vida. Ahora la veía como los restos de un naufragio a la deriva, un ser que se dejaba arrastrar sin rumbo a la espera de que los acontecimientos la cambiaran. Eso explicaría su diatriba contra Gregory y sus hijos, pensó Tyler. Laura se había propuesto reprimir su odio y frustración indefinidamente, hasta que la desaparición de Amy dio paso al enfrentamiento. – ¿Por qué no continuó con el divorcio cuando se dio cuenta de que la reconciliación no iba en serio? Laura negó con la cabeza. – Sigues intentándolo… confiando en que las cosas se arreglen. En cualquier caso, me sentía culpable porque quería a mi hijo más que a él… y él lo sabía. Ocurrió lo mismo en su primer matrimonio. – ¿Por eso no quería más hijos? – Sí. – Pero es una clase distinta de cariño, ¿no cree? – No para alguien como Martin. Él necesita ser el centro de atención. – ¿Qué hace cuando no lo es? – Te hace la vida imposible -se limitó a contestar Laura. Tyler la observó un instante, recordando las palabras que ella había dicho la noche anterior. – ¿Ejerciendo poder sin amor? -aventuró. – Exacto. -Un suspiro-. Se trata de violencia verbal. Un goteo continuo de insultos. Eres idiota… eres lenta… eres una vergüenza. Solía decirle a Amy lo burra que era yo… y luego hacía que Amy dijera algo ingenioso para demostrar que había salido a él, no a mí. Al cabo de un tiempo te lo acabas creyendo. -Se encogió de hombros con gesto apesadumbrado. – ¿Y Amy lo creía? – Es lógico. Lo único que quería era la aprobación de su padre. A veces deseaba que me hubiera pegado para poder demostrar que me maltrataba… Así tenía la autoestima, por los suelos. – ¿Por eso le gustaba Eddy Townsend? ¿Porque hizo que recobrara su autoestima? Laura asintió. – Le resultó muy fácil. Solía venir a casa con frecuencia por cuestiones de trabajo, así que sabía cómo era Martin. -Otra risa ahogada-. Lo único que tuvo que hacer fue mostrarse amable para que yo lo convirtiera en santo. Es patético, ¿verdad? Tal vez Martin tenga razón… tal vez sea burra. – O esté sola-añadió Tyler-. Todos nos hemos visto así en algún momento de nuestra vida. No debería machacarse de esa manera. Laura volvió a apretarse los ojos con la base de las manos, en un intento por contener las lágrimas, supuso Tyler. – Empezó a pasarse por casa cuando Martin no estaba… así empezó la historia. Luego me dijo que quería grabarme en vídeo porque no soportaba tenerme lejos… que necesitaba algo para recordar que yo lo amaba. -Se le entrecortó la voz-. ¡Dios mío! Me sentía tan halagada. ¿Puede creerlo? ¿Qué clase de pobre desgraciada se exhibiría delante de una cámara solo porque un hombre dice que la ama? Franny Gough, pensó Tyler con aire sombrío. Era un modus operandi de órdago. Convencer a una mujer de que la amabas para luego grabarla en vídeo mientras se masturbaba. ¿Acaso llegó a preguntar alguna de ellas qué hacía con aquellas imágenes? ¿Se les pasó por la cabeza que podían acabar colgadas en internet para que millones de personas babearan con ellas? – Hay miles que lo hacen cada día -comentó Tyler fríamente-. Y hombres también. No es nada nuevo. Sentimos fascinación por nuestros cuerpos. Los amamos. Los odiamos. La mayoría queremos saber qué aspecto tienen realmente… y eso no se puede averiguar mirándote a un espejo. La amabilidad del hombre la destrozó. Tardó un rato en recomponerse lo suficiente para volver a tomar la palabra. – De todos modos, debería habérmelo figurado. – ¿El qué? – Que no me quería a mí… sino a ella. No se cansaba de pedirle que bailara para él o que se sentara en su regazo y le contara historias. A ella le encantaba… es lo único que le gusta… hacer sonreír a la gente. Y yo solo pensaba en lo estupendo que era… en la paciencia que tenía… en su amabilidad. A Martin le ponía furioso verla presumir. Desviaba la atención de él. – ¿Cuándo empezó a sospechar de Eddy? Laura se pasó los dedos por el cabello, tirando de él. – Cuando lo encontré grabándola en vídeo en el cuarto de baño -reconoció-. Eddy llevaba semanas de mal humor (nada de lo que yo hacía le complacía), y entonces lo vi mirándola… -Se quedó callada de nuevo. – ¿Cuándo fue eso? – Dos semanas antes de que nos marcháramos. – ¿Por qué no se fueron enseguida? – No estaba del todo segura, Eddy la había grabado en todas partes, sabe… jugando en el jardín, jugando en casa… siempre con la ropa puesta. Pensé que quizá mi reacción era exagerada, porque sabía la clase de vídeos que había hecho de mí. Y a Amy no parecía molestarle en absoluto… todo lo contrario la verdad… le encantaba que la grabaran en vídeo… así que no pensé que Eddy le hubiera pedido que hiciera nada malo. -Alzó la vista con una expresión de angustia en los ojos-. Debería habérmelo figurado -repitió. – ¿Qué ocurrió entonces? – Durante una semana, no mucho; luego empezó a tratarla mal. Una tarde después del colegio, Eddy quiso que Amy se sentara en su regazo, pero ella se negó y él le pegó. Después de aquello, cualquier excusa le valía para meterse con ella. ¿Frustración sexual?, se preguntó Tyler. ¿Le resultarían las niñas más atractivas que las sustitutas con aspecto aniñado? ¿O acaso una filmación de una niña masturbándose sería más rentable? – ¿Le preguntó por qué? – No -musitó. – ¿Por qué no? Los ojos de Laura se llenaron de lágrimas. Abrió la boca para decir algo pero las palabras parecieron quedarse amordazadas en su garganta. En lugar de hablar, se limitó a negar con la cabeza. – ¿Tenía demasiado miedo? Laura asintió. – ¿De él o de lo que pudiera decir? – Pensé que intentaría retenernos -respondió ella a duras penas. – ¿Cómo podría haberlo hecho? Laura negó de nuevo con la cabeza, pero no quedaba claro si era porque no quería contestar o porque no lo sabía. Tyler dejó que el silencio se prolongara. – Amy lo quería -contestó por fin-. Si le hubiera dicho a Eddy que pensaba llevarme a Amy de allí, él se lo habría contado a ella. – ¿Qué habría hecho ella? – Hacerme la vida insoportable… como Martin. Se parecen mucho. -Otra larga pausa-. Mentí a Amy. Le dije que Eddy se había cansado de ella y que me había advertido que me Ia llevara de allí antes de que empezara a pegarle. – ¿Fue entonces cuando se marcharon al hotel? Laura pisaba terreno más firme. – Sí. – ¿Cómo reaccionó Amy frente a esa situación? – Pasó unos días difíciles, pero solo porque le molestaba lo de haber dejado el colegio sin decírselo a nadie. Le preocupaba acabar sin amigos si seguíamos mudándonos de un sitio a otro… no dejaba de preguntarme por qué no podíamos regresar a Bournemouth. – ¿No a Southampton? – No. Nunca mencionó a Eddy. – ¿Qué explicación le dio usted? – Le dije que si quería volver a Bournemouth tendría que vivir sola con su padre… y dijo que prefería vivir conmigo. -Laura buscó la mirada tranquilizadora de Tyler-. Y le aseguro que no mentía. Durante el tiempo que estuvimos viviendo con Eddy, Martin no se dignó ir a ver a su hija o ponerse en contacto con ella ni una sola vez. Ella le telefoneó unas cuantas veces… pero él siempre estaba ocupado. Amy sabe que Martin no la quiere… y no desea estar con él… y sola menos… aunque esto… -dijo señalando la cocina- tampoco era lo que ella deseaba. Sintiera lo que sintiera Tyler por Amy hasta entonces -con más objetividad que implicación, como él mismo reconocía en su fuero interno, si pretendía realizar su trabajo con eficacia-, no pudo por menos de horrorizarse ante la terrible confusión que habría atenazado a la niña. ¿Qué sería para ella el amor? ¿La resignada dependencia de los hombres que sufría su madre? ¿La indiferencia de su padre? ¿La lujuria de Townsend? ¿La amistad efímera de sus compañeros de colegio? ¿Sería para Amy una sonrisa sinónimo de afecto? ¿Bailaría y contaría historias para sentirse querida? – ¿Trató Eddy de ponerse en contacto con ustedes después de que se marcharan de su casa? -preguntó a Laura. – No podía. No sabía dónde estábamos. – ¿Martin tampoco? Laura negó con la cabeza. – ¿Es posible que Amy le facilitara a alguno de los dos el número de aquí? ¿Escribía cartas? ¿Tenía medios para pagar una llamada o comprar un sello? Laura cruzó los brazos sobre el pecho con firmeza y empezó a mecerse con aire apesadumbrado. – Le dije que no lo hiciera -aseguró. – Pero ¿no le preguntó si lo hizo? – Yo estaba demasiado… Esperaba que… -Los ojos de Laura volvieron a llenarse de lágrimas-. Amy cree que soy tonta… y la verdad es que no soporto que me mienta. No, pensó Tyler, prefiere engañarse a sí misma a enfrentarse a la realidad. Al menos Laura se daba cuenta de eso, pero que alguna vez llegara a perdonarse por ello era otra cuestión. Barry dijo que no recordaba que Amy recibiera llamadas en casa, pero reconoció que, como Kimberley y él no se levantaban hasta el mediodía, quizá las hubiera recibido por la mañana antes de salir de casa. Explicó que Amy hizo al menos tres llamadas desde una cabina pública del centro durante la primera semana de las vacaciones. – Fue antes de que empezara a desaparecer -señaló-. Fuimos al centro un par de veces los tres juntos. Hizo una llamada el primer día y dos el siguiente. – ¿Cómo las pagó? – Llamó a cobro revertido. – ¿Oíste lo que decía? ¿Llegaste a oír el nombre de la persona con la que hablaba? – ¡Qué va! – ¿Dónde estabais vosotros? – La primera vez, cerca. La segunda, superlejos. – Entonces oirías la primera llamada. Trata de recordar, Barry. El chico se encogió de hombros. – No me interesaba. Uno no presta atención cuando no le interesa una cosa. De todos modos, Amy lloraba, y daba vergüenza ajena. -Barry tembló ante el ceño fruncido del inspector-. Puede que fuera alguien cuyo nombre empezaba por «M», porque Kim dijo después que era de una mala educación de la hostia llamar a alguien por su inicial. Tyler fue al piso de arriba para contrastar la información con Kimberley, y luego regresó a la cocina. – ¿Cómo llama Amy a su padre? -preguntó a Laura. – Papá. – ¿No «M» de Martin? – No -respondió Laura, no sin asombro-. Martin nunca se lo habría permitido. Tyler lo había supuesto. – ¿Le dice algo «M»? Barry y Kimberley aseguran que Amy telefoneó a una persona desde una cabina pública y que la llamó «M». Debía de conocerla bien, porque telefoneó a cobro revertido. De momento solo se me ocurre que sea Em… abreviatura de Emma. ¿Tenía alguna amiga del colegio en Southampton o en Bournemouth que se llamara así? Los últimos vestigios de color desaparecieron del rostro de Laura. – Amy se traga las des al hablar -murmuró-. Decía Ed. |
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