"La Ley De La Calle" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)

Capítulo 5

Sábado, 28 de julio de 2001. 1.15 h

Nº 14 de Allenby Road. Urbanización Portisfield

Las relaciones en el número 14 de Allenby Road habían llegado a un punto de deterioro absoluto, y la agente de policía encargada de prestar apoyo y orientación psicológica aconsejó que Laura Biddulph se mudara a una casa «segura» que estuviera disponible para impedir que estallara la guerra. Por irracional que pareciera, y dado que todos los indicios apuntaban a que Amy se largaba de casa todos los días desde hacía dos semanas y no solía regresar hasta la noche, Laura se aferraba a la esperanza de que estuviera con su padre. Pero cuando le comunicaron que el registro del domicilio de Martin Rogerson había resultado infructuoso y la policía quedó convencida de que Rogerson había estado todo el día en su despacho de Bournemouth, la esperanza dio paso al miedo y Laura la tomó con Gregory y sus hijos.

No dejaba de atacarlos con su lengua hiriente, y la curiosidad de la policía por averiguar qué hacía Laura en aquella casa iba en aumento. Incluso el agente menos crítico de todos veía que existía una disparidad más que evidente de edad, clase, educación y atracción física entre ella y Gregory Logan y, si bien en cuestión de química no hay nada escrito, su repulsión manifiesta hacia él y su familia probaba la falta de sentimientos íntimos entre ellos. A medida que transcurría la noche Laura se volvía cada vez más distante; estaba acurrucada en el suelo con la espalda apoyada contra la puerta de la cocina y se negaba a dejar pasar a nadie que no perteneciera al cuerpo de policía. Con los ojos rojos de agotamiento, mecía una radio en su regazo y daba un respingo con la cabeza cada vez que mencionaban el nombre de Amy. Cuando la psicóloga le recomendó que subiera a descansar un poco, pues buena falta le hacía, Laura esbozó una leve sonrisa y repuso que no sería prudente. A menos que la policía quisiera encontrar a Kimberley Logan muerta, naturalmente.

Los berridos de la chica empezaban a sacar de quicio a todo el mundo. Con una energía aparentemente ilimitada, Kimberley se había pasado horas contándole a gritos a una segunda agente de policía que nadie la quería, que llevaba una vida desdichada y que nunca había pretendido hacer daño a nadie. Se negaba a salir de su habitación, se negaba a que la sedaran y no podía, o no quería, facilitar ningún tipo de información acerca de adónde iba Amy durante las dos últimas semanas cuando se ausentaba de casa, alegando que no era culpa suya si la niña había mentido al decir que iba con Patsy Trew.

Su hermano estaba sentado con aire taciturno delante del televisor, atiborrándose de sandwiches importados de la policía y asegurando que era Kimberley la que mentía. Según su testimonio, Kimberley sabía desde el miércoles de aquella semana que Amy no se encontraba con su amiga. Esta había acudido a casa de los Logan -un dato que corroboró la propia Patsy- para decir que llevaba días sin ver a Amy y que quería saber dónde estaba. Kimberley la mandó a la mierda y le dijo que no era asunto suyo. «Ya no le caes bien a Amy», le dijo a la niña, y soltó una risita cuando Patsy se puso a llorar y se fue corriendo. «Joder, menuda desgraciada, esta Amy -le comentó a Barry al volver al salón-. Seguro que está escondida en algún rincón para hacer ver que tiene amigos. No me extraña que esté tan flaca. Solo come cuando vuelve la zorra.»

Un detective sargento preguntó a Barry por qué no había contado nada de eso a la madre de Amy. Kimberley le habría hecho papilla el brazo, contestó Barry, o peor aún, no le habría dejado entrar en la cocina. ¿Kimberley le hacía papilla el brazo a Amy? Barry se encogió de hombros. Solo una vez. Después de aquello Amy empezó a largarse por ahí todos los días. ¿Por qué hizo eso Kimberley? Barry movió sus hombros macizos en un gesto de culpabilidad. «Porque Amy lloraba cuando llamábamos a su madre “hija de puta” -reconoció-. A Kimberley le ponía de los nervios.»

El padre de los chicos, un conductor de autobús de cincuenta años con barriga de bebedor y mal aspecto, hacía lo poco que podía para limar asperezas. Llamaba a Laura cada dos por tres a través de la puerta de la cocina para informarle de que la policía había traído más sándwiches, como si la comida constituyera el lenguaje del amor. Parecía incapaz de mostrar cariño de verdad, y la psicóloga se preguntó cuándo habría sido la última vez que estrechó entre sus brazos a cualquiera de ellos. El hombre no hizo muchas preguntas sobre Amy -más por miedo a las respuestas que por falta de interés, pensó la psicóloga- y prefirió echar pestes de la policía, que perdía el tiempo con los conductores que circulaban a demasiada velocidad cuando lo que tenían que hacer era dar con los pederastas. Si por él fuera, los muy cabrones acabarían «castrados y colgados con la polla metida en la boca», un castigo medieval para los condenados por herejía, «porque los pervertidos tienen que morir retorciéndose de dolor». La psicóloga le pidió que no levantara la voz, pues temía el impacto que causarían dichos comentarios en Laura Biddulph, pero, al igual que su hija, necesitaba armar ruido para sentirse valiente.


La policía vio que el problema se agravaba tras registrar la habitación de Amy, pues no parecía faltar nada a excepción de la camiseta azul y las mallas negras que se suponía llevaba puestas. Era una niña ordenada que tenía un sitio para cada cosa, y era dudoso que se hubiera escapado porque todo lo que apreciaba -el osito de peluche, su pulsera favorita, las cintas de terciopelo para el pelo- se había quedado allí. Incluso la hucha, que contenía cinco libras, y una pequeña colección de libros que tenía escondidos bajo el colchón. ¿Por qué los guardaba allí?, preguntó la agente a la madre. Para impedir que Kimberley los destrozara por maldad, contestó Laura.

A Gregory lo sometieron a un interrogatorio exhaustivo. ¿Cuánto tiempo llevaba Laura viviendo allí? «Dos meses.» ¿Dónde la había conocido? «Había viajado en su autobús unas cuantas veces.» ¿Quién dio el primer paso? «Él no. No pensaba que ella pudiera llegar a fijarse en él.» ¿Quién propuso que se mudara a su casa? «No lo recordaba. Un día surgió en plena conversación.» ¿Le sorprendió ver que ella aceptaba? «La verdad es que no. Para entonces se conocían ya bastante bien.» ¿Cómo describiría su relación con Amy? «Buena.» ¿Cómo describiría su relación con sus propios hijos? «Igual.» ¿Había viajado Amy alguna vez en su autobús? «Un par de veces con su madre.» ¿A quién conoció primero, a Laura o a Amy? «A Laura.» ¿Conocía al padre de Amy? «No.» ¿Le había contado Laura cómo y dónde vivían ella y Amy antes? «Solo que había sufrido malos tratos.» ¿Sabía él que Kimberley intimidaba a Amy? «No.» ¿Trató alguna vez de consolar a Amy? «Puede que la abrazara un par de veces.» ¿Y a ella le gustaba? «No decía que no le gustara.» ¿La describiría como una niña atractiva? «Era una buena bailarina.» ¿Bailaba Amy para él a menudo? «Amy bailaba para todo el mundo… Le gustaba exhibirse.» ¿Había buscado alguna vez excusas para estar a solas con ella? «¿Qué diablos de pregunta es esa?»


Las respuestas de Laura confirmaron las de Gregory, excepto en lo concerniente a la relación con sus hijos. «No los soporta -afirmó-. Tiene miedo de Kimberley y desprecia a Barry por ser un cobarde… pero él también lo es, así que supongo que es lógico. Siempre ha sido muy cariñoso con Amy. Creo que le da lástima.»

La estaba interrogando en la cocina el mismo policía, el inspector jefe Tyler, que ya le había hecho varias preguntas seis horas antes para obtener información sobre el padre de Amy. Ahora, mejor informado, el detective Tyler se sentó a la mesa junto a la psicóloga y formuló a Laura más preguntas de tanteo sobre su relación con su marido. Quizá Laura supiera lo que se avecinaba, porque se negó a levantarse del suelo o a apartarse de la puerta de la cocina, y permaneció casi todo el tiempo con la cabeza gacha y el rostro oculto tras una cortina de cabellos negros, de modo que resultaba imposible ver la expresión de su cara, lo que daba una sensación de indiferencia o, aún peor, de falsedad.

– ¿Por qué tenía lástima de Amy?

– Le conté que su padre la maltrataba.

– ¿Y era verdad?

Laura se encogió ligeramente de hombros.

– Depende de lo que se entienda por malos tratos.

– ¿Y qué entiende usted, Laura?

– Ejercer el poder sin amor.

– ¿Como cuando alguien intimida a otra persona?

– Sí.

– Que es de lo que ha acusado usted a Kimberley.

Laura vaciló antes de contestar, como si temiera una trampa.

– Sí -asintió-. Ella y Martin son tal para cual.

– ¿En qué sentido?

– La gente inepta necesita dominar.

Tyler recordó sus primeras impresiones de Martin Rogerson cuando el hombre abrió la puerta en mangas de camisa y le tendió la mano con un gesto cordial. Los policías estaban acostumbrados a que la gente se asustara o se diera a la fuga cuando sacaban la placa -todo el mundo tenía algo que temer o de lo que sentirse culpable-, pero Rogerson no reaccionó de ninguna de las dos formas. Con veinticinco años más que su mujer -debía de tener cincuenta y muchos-, era un abogado campechano y seguro de sí mismo, de trato fácil y apretón de manos firme. Desde luego, no daba la impresión de ser el tirano inepto que su esposa estaba describiendo.

– ¿Cómo intimidaba Martin a Amy?

– Usted no lo entendería.

– Póngame a prueba.

Otro instante de vacilación.

– La hacía mendigar afecto -explicó ella-, así que Amy creía que su amor valía más que el mío.

Era una respuesta tan insólita que Tyler la creyó. Recordaba haber visto cómo un perro maltratado se arrastraba con la barriga por el suelo hacia el chico que lo estaba azotando; recordaba también que al interponerse él el animal lo mordió.

– ¿Y rechazaba el suyo? -aventuró Tyler.

Laura no contestó.

El detective destapó la trampa sin demasiado entusiasmo.

– Si sabía que Kimberley la intimidaba, ¿por qué dejaba a Amy con ella? -inquirió.

Laura empezó a trazar círculos en el suelo con la punta de un dedo. Círculos separados el uno del otro. Cada uno con su contenido. Tyler se preguntó qué representarían. ¿A Martin? ¿A ella misma? ¿A Amy? ¿Distancia?

– He estado ahorrando para la entrada de un piso -respondió Laura con voz temblorosa-. Es nuestra única salida… Amy lo desea tanto como yo. -Laura abrió el otro puño y dejó ver un pañuelo de papel empapado que apretó contra sus ojos-. No paraba de prometerme que Kimberley era diferente cuando se quedaban solos. Yo sabía que mentía… pero de verdad creía que lo peor que ocurría era que se pasaba todo el día sola sentada en su habitación. Y eso no me parecía tan malo… no después de… -De repente dejó de hablar, e hizo desaparecer de nuevo el pañuelo entre sus dedos como si se tratara de una prenda de ropa sucia que hubiera que ocultar.

– ¿No después de qué?

Laura tardó un rato en responder y Tyler tuvo la sensación de que estaba inventándose una explicación.

– De la vida -contestó Laura con tono cansino-. No ha sido fácil para ninguna de las dos.

Tyler se dedicó por un instante a observar la cabeza inclinada de Laura, antes de consultar las notas que tenía encima de la mesa.

– Según su marido, hace nueve meses que usted y Amy dejaron de vivir con él. Dice que usted lo abandonó por un hombre llamado Edward Townsend, y por lo que él sabía todavía seguían viviendo con él.

– Miente -dijo Laura sin rodeos-. Sabe que Eddy y yo nos separamos.

– ¿Qué razón tendría para mentir?

– Es abogado.

– Eso no es precisamente una respuesta, Laura.

Laura obvió el comentario del detective con un gesto.

– En teoría yo debía informarle de nuestra situación en caso de que cambiara… pero no lo hice. Es una cuestión técnica. Martin puede alegar que, puesto que no se enteró por mí, actué en contra de los intereses de Amy al no revelar dicha información.

– ¿Y quién se lo habría dicho?

– Eddy. Martin sigue siendo su abogado. Habla con él más de lo que ha hablado conmigo en toda su vida. -Soltó una risita amarga-. Martin es el asesor legal de la empresa de Eddy. Se pasan el día hablando por teléfono.

Tyler pasó por alto la cuestión de momento. Hacía tiempo que las veleidades de la naturaleza humana habían dejado de sorprenderle. De haber estado en el lugar de Rogerson, habría volado los sesos al otro hombre, suponiendo que aún quedara algo de pasión en la relación.

– ¿Por qué no comunicó a Martin que había dejado a Eddy?

– Intentaba proteger a Amy.

Era una frase extrema, pensó Tyler.

– ¿Existe algún otro abuso del que no me haya hablado?

– No.

Tyler dejó que se hiciera el silencio mientras consultaba de nuevo sus notas. Se trataba de una negativa resuelta y el detective se preguntó si Laura se habría preparado para la pregunta. Esperaba una respuesta más cargada de sorpresa, en la que se apresurara a explicar lo inverosímil de la insinuación. Al oír aquel «no» rotundo le surgieron dudas, sobre todo porque el marido de Laura había reaccionado con mucha ira ante una pregunta similar.

El inspector recorrió de arriba abajo con el dedo las líneas escritas en la página.

– Según su marido, el señor Townsend se encuentra de vacaciones en estos momentos. Se ha ido a Mallorca con una amiga. -Tyler alzó la vista pero Laura ni se inmutó-. Townsend es cliente de su marido desde hace más de diez años -prosiguió Tyler-. Un promotor inmobiliario. Él y su mujer se divorciaron hace dos años. Poco después usted empezó a tener relaciones con él y se mudó a su casa en octubre del año pasado. Townsend vive en Southampton. Su marido aceptó que usted se quedara con la custodia de Amy mientras viviera con Townsend. Su única condición era que si la relación fracasaba usted le entregaría a Amy hasta que el asunto de su divorcio se solucionara. Él dice que usted devolvía los cheques de la pensión alimenticia mientras estaba con Townsend y que no estaba en situación de poder mantener a Amy por sí sola. ¿Es eso cierto?

Laura alzó la mano en un leve gesto de protesta.

– Martin nunca ha sido demasiado… -se interrumpió para buscar la palabra- «razonable».

– Usted se acostaba con su amigo. No era precisamente como para que se alegrara.

– No esperaba que lo hiciera -se limitó a decir Laura.

– ¿Y qué ocurrió entonces?

– La historia con Eddy no funcionó, así que nos vinimos aquí.

– ¿Hay alguna razón para que no funcionara?

Laura se toqueteó el pelo que le caía sobre la cara.

– Nunca tuvo mucho futuro. Queríamos cosas distintas de la relación.

– ¿Qué quería usted?

– Una huida -dijo simplemente Laura.

– ¿Por qué devolvía los cheques de la pensión alimenticia?

– No habría sido una huida.

– ¿Y qué quería Eddy?

– Sexo.

– ¿Es eso lo que quiere Gregory?

– Sí.

– Qué rápida es usted -señaló Tyler con tono gentil-. Un día está con un promotor de Southampton y al día siguiente con un conductor de autobús de Portisfield. ¿Cómo fue eso exactamente?

– Nos alojamos en un hotel durante cinco semanas.

– ¿Por qué?

– Era anónimo.

– ¿Se escondía de Martin?

Laura se encogió de hombros.

– ¿Porque se habría llevado a Amy?

– Sí.

– ¿Quién pagaba el hotel?

– Lo pagaba de mis ahorros. -Laura hizo una pausa-. No podía trabajar porque no tenía con quién dejarla, y se nos estaba acabando el dinero. Por eso necesitaba a otra persona.

Tyler echó un vistazo a la cocina.

– ¿Por qué otro hombre? ¿Por qué no solicitó una vivienda de protección oficial y buscó a alguien que cuidara de Amy?

Laura se puso a trazar círculos de nuevo.

– No podía arriesgarme a que Amy le hablara al funcionario de vivienda de su padre. Me la habrían quitado si hubieran sabido que Amy tenía alguien más con quien vivir. -Sus labios esbozaron una leve sonrisa-. De todos modos, Martin es un esnob. Yo sabía que nunca vendría a buscarnos aquí. No se le habría pasado por la cabeza que yo pudiera estar dispuesta a vivir en una casa de protección oficial y trabajar en un supermercado con tal de librarme de él.

– ¿Qué opina Amy al respecto?

Incluso su hija sabe que se acuesta con él solo para tener un techo bajo el que dormir… '

– No lo sé. Nunca se lo he preguntado.

– ¿Por qué no?

– Usted ya ha visto la casa de Martin. -Laura le lanzó una rápida mirada escrutadora-. ¿Cuál habría elegido usted si fuera una niña de diez años?

Rogerson había hecho la misma pregunta después de enterarse del paradero de Amy en los últimos dos meses.

– En la de su marido, por supuesto, pero si eso es lo que quiere la niña debería tener la oportunidad de elegir. Tiene los mismos derechos que usted, Laura, y ser una prisionera de guerra entre sus padres no es uno de ellos.

– Si fuera una prisionera -replicó ella rápidamente-, estaría encerrada en su habitación, sana y salva, y usted y yo no estaríamos teniendo esta conversación.

– No es eso lo que quería decir, Laura.

– Sé lo que quería decir -murmuró ella, y subió el volumen de la radio para no oír la voz del inspector-. Pero está hablando por boca de Martin, así que quizá debería preguntarle a él qué es lo que él quiere decir.


«… doscientas personas de la zona se sumaron a la policía durante la noche en las labores de búsqueda por los parajes de los alrededores…»

«… la policía cree que Amy podría haberse dirigido a casa de su padre, en Bournemouth…»

«… están pidiendo a los propietarios de las casas del sur que miren en cobertizos, garajes, frigoríficos abandonados, casas en ruinas… sin perder la esperanza de que Amy haya podido quedarse dormida…»

«… el portavoz de la Asociación Nacional de Protección a la Infancia ha declarado que, si bien la desaparición de un menor supone una tragedia terrible, la opinión pública debería recordar que cada semana mueren dos niños por malos tratos y negligencia en sus propios hogares…»

«… el portavoz de la policía confirmó que habían visitado a todos los pederastas fichados de Hampshire en las ocho horas siguientes a la desaparición de Amy…»

«… ninguna pista…»