"Dime quién soy" - читать интересную книгу автора (Navarro Julia)3« ¡Soy feliz! La fiesta de mi cumpleaños ha sido un éxito. Mamá es única cuando organiza festejos, y además me ha hecho el mejor regalo: este diario. Papá me ha regalado una pluma y mi hermana, unos guantes. Pero además de éstos he tenido otros muchos regalos, de los abuelos, de los tíos, y mis amigas también han sido muy generosas. Mi abuela Margot ha insistido a papá para que Antonietta y yo vayamos a pasar con ella el verano a Biarritz. ¡Me encantaría! Sobre todo porque me ha dicho que también ha invitado a Laura, que es mi prima favorita. No es que me lleve mal con mi hermana Antonietta, pero tengo tanta confianza con Laura… Laura dice que tenemos mucha suerte de tener una abuela francesa, porque a ella le divierte tanto como a mí pasar el verano en Biarritz. Yo creo que la suerte es tener una familia como la nuestra. Tiemblo al pensar que hubiera podido nacer en otra familia. Papá le ha dicho a la abuela que iremos a pasar parte de las vacaciones con ella. Ahora estoy cansada, hoy ha sido un día lleno de emociones, continuaré mañana…» El diario de Amelia era el de una adolescente de familia acomodada. Al parecer, el padre de Amelia, o sea, mi tatarabuelo, era vasco por parte de padre y vasco francés por parte de madre. Se dedicaba al comercio y viajaba por toda Europa y también por América del Norte. Tenía un hermano abogado, Armando, padre de Melita, Laura y Jesús, los primos de mi bisabuela. A Amelia y a su hermana Antonietta las cuidaba una niñera inglesa, aunque su hada protectora era su ama de cría, Amaya, una guipuzcoana por la que sentían gran devoción, y que continuó realizando otras labores al servicio de la familia. Mi bisabuela había sido una estudiante aplicada. Al parecer, lo que más le gustaba era la pintura y el piano; soñaba con ser una artista famosa en cualquiera de las dos disciplinas, y tenía un talento innato para los idiomas. Era con su prima Laura con quien compartía sus secretos de adolescentes. Su hermana Antonietta era dos años menor que ella, pero para Amelia eso era una eternidad. Por lo visto, el padre de Amelia insistía en que sus dos hijas estudiaran y obtuvieran una buena formación. Ambas iban a las teresianas, y recibían clases de francés y de piano. Mi tatarabuelo debió de ser un personaje un tanto especial porque de vez en cuando viajaba con su familia fuera de España. Amelia contaba en su diario sus impresiones sobre Múnich, Berlín, Roma, París… relatos de una niña llena de ganas de vivir. En realidad aquel diario me resultó aburrido. No me interesaba nada la vida cotidiana de Amelia y, salvo el descubrimiento de que su prima favorita se llamaba Laura y de que una de sus abuelas era francesa, el resto era un relato almibarado que resultaba tedioso. Por eso decidí volver a encender el móvil, llamar a una amiga y salir a tomar una copa para distraerme. El segundo diario lo dejé para el día siguiente. «Tengo tuberculosis. Desde hace días guardo cama No he permitido que se acerque a la cama, pero su visita me ha proporcionado una gran alegría. Para mí Laura es más que una prima: es como una hermana, me comprende mejor que nadie, mucho más que Antonietta. Y me ha conmovido su regalo: este diario. Me ha dicho que así me aburriré menos y se me pasará el tiempo más rápido. Pero ¿qué voy a contar si no puedo moverme?» «Ha venido el médico a verme, y reconozco que me fastidia que me trate como si fuera una niña. Ha dicho que debo continuar descansando, aunque es conveniente que respire aire puro. Mamá ha decidido mandarme al campo, a casa del ama Amaya. Habían pensado mandarme a casa de la abuela Margot en Biarritz, pero la abuela lleva una temporada con resfriados que no se terminan de curar, o sea que no está bien para cuidar a una enferma de tuberculosis. Además, don Gabriel ha dicho que es mejor que respire el aire puro de la montaña. Mamá está preparando todo para que nos vayamos al caserío de la familia del ama. El ama Amaya me cuidará, mamá tiene que quedarse con Antonietta y esperar a que papá regrese de Alemania, pero vendrá a verme de vez en cuando. Prefiero marcharme a seguir encerrada en esta habitación; si no fuera por las visitas de Laura, me volvería loca. Aunque temo que al final pueda contagiar a mi prima. Nadie sabe que viene a verme, sólo el ama, pero ella no dice nada.» «El ama Amaya deja que me levante. No me obliga a estar en la cama. Dice que si me siento con fuerzas, lo mejor es que salga a respirar aire puro como dijo don Gabriel. Aquí, en la montaña, lo que sobra es aire puro. Los padres del ama son mayores, me cuesta entenderlos, porque todo el tiempo hablan vasco, pero el hijo mayor de Amaya, Aitor, me está enseñando. Papá dice que tengo un don especial para las lenguas, y la verdad es que aprendo rápido. Me llevo bien con Aitor, y también he congeniado con Edurne, la otra hija del ama que tiene mi misma edad… bueno, unos meses más. Aitor y Edurne son muy diferentes, les pasa como a Antonietta y a mí. El ama quiere que Edurne nos acompañe a Madrid, a servir en nuestra casa. Le he prometido que convenceré a mamá. Edurne es muy silenciosa, pero siempre sonríe, y procura estar atenta al menor de mis deseos. Papá recomendó a Aitor para que trabajara en una casa del PNV en San Sebastián. Pasa allí toda la semana. Dice que está muy contento con el trabajo, hace recados, está atento a los visitantes y también le encargan algunos pequeños trabajos de oficina, como escribir sobres. Aitor me lleva tres años, pero no me trata como a una cría. El ama está muy pendiente de él, se siente muy orgullosa de su hijo. La pobrecita casi no ha vivido con ellos, vino a nuestra casa cuando yo nací, y ahora me doy cuenta de que ha debido de ser muy duro criarnos a nosotras en vez de a sus hijos. ¡Les ha tenido que echar tanto de menos! Hemos ido a San Sebastián para llamar a la abuela Margot; está un poco mejor y ha prometido venir a verme. A Aitor le sorprende que hable en francés con mi abuela, pero es que siempre hemos hablado en francés. La abuela Margot también habla en francés con papá. Sólo habla en español con mamá, pero es que a mamá no se le dan muy bien los idiomas, y aunque sabe hablar francés, sólo lo habla cuando vamos a Biarritz.» «He ido con Aitor a pasear por la montaña. El ama le ha dicho que no me canse, sin embargo yo me siento mejor, y le he insistido en que si trepábamos un poco hacia la cumbre, podríamos ver Francia. Pienso en la abuela Margot. Me gustaría verla, pero aún estoy convaleciente. En cuanto esté mejor iré a verla a Biarritz. Aitor conoce un camino para entrar en Francia sin necesidad de pasar el control de la aduana. Bueno, me ha dicho que hay muchos senderos que llevan a Francia y que la gente de aquí los conoce, sobre todo los pastores. Su abuelo se los ha enseñado. Al parecer, su abuelo y otros pastores alguna vez se han ganado algunas pesetas con el contrabando. Aitor me ha hecho prometer que no se lo diré a nadie y no lo haré, no quiero pensar en lo que diría mi padre. Aitor me ha contado que no quiere quedarse para siempre en el caserío. Estudia por las noches, cuando regresa del trabajo. Me lleva sólo tres años. Además, ahora está aprendiendo francés; se lo enseño yo a cambio de que él me siga enseñando vasco. Aitor dice que yo también soy vasca. Y lo dice como si eso fuera ser especial. Pero yo no me siento especial, me da lo mismo ser vasca o de cualquier otro lugar. No logro sentir lo mismo que él, dice que es porque no vivo en esta tierra. No sé. Me siento orgullosa de llamarme Garayoa, pero porque es el apellido de papá, no porque sea un apellido vasco. No, por más que Aitor me diga, no logro sentir nada especial por el hecho de ser medio vasca. Ahora hablo en vasco con Aitor y también con el ama Amaya y con sus padres. Me divierte hacerlo. La gente de los caseríos habla en vasco y se asombra al escucharme. No lo hago del todo mal. Aitor ha adelantado mucho en francés. Su madre dice que no le va a servir de nada, que mejor sería que aprendiera bien a ordeñar, pero Aitor no se quedará aquí, lo tiene decidido. Cuando regresa de San Sebastián, trae el periódico. Nos cuenta que la situación política está mal. Mamá suele decir que desde que se fue el rey vamos de mal en peor, pero papá no opina lo mismo, es simpatizante de Acción Republicana, el partido de don Manuel Azaña. Aitor tampoco parece sentir ninguna simpatía por Alfonso XIII. Claro que Aitor sueña con una patria vasca. Yo le pregunto qué haría con quienes no son vascos, y me responde que no me preocupe, que soy una Garayoa. A la hora de la cena nos ha contado que se formó una coalición de derechas que se llama CEDA y que se presentaron a las elecciones. Yo, la verdad, no sé si eso es bueno o malo, se lo preguntaré a mis padres cuando dentro de unos días vengan a verme. ¡Les echo tanto de menos! Antonietta no vendrá porque aún no estoy curada del todo.» «Me ha costado mucho volver a separarme de mis padres. Cuando el coche se ha puesto en marcha me he puesto a llorar como una niña pequeña. Don Gabriel ha dicho que aún no estoy curada del todo y tendré que quedarme en casa del ama un tiempo más, pero ¿cuánto? No me lo dicen y eso me desespera. He convencido a mamá para que permita que Edurne venga con nosotros a Madrid; le he dicho que puede ser una buena doncella, y que se lo debemos al ama Amaya por habernos cuidado tan bien a Antonietta y a mí. Al principio se ha resistido, pero luego ha aceptado, y me ha dado una gran alegría porque me ha dicho que pondrá a Edurne a ocuparse de Antonietta y de mí. Papá ha regresado preocupado de Alemania, nos ha hablado del nuevo canciller, se llama Adolfo Hitler. Según papá, Hitler hace unos discursos que encienden a la gente, pero a mi padre le inquieta, no se fía de él. Seguramente es porque a Hitler no le gustan los judíos y el socio de papá, herr Itzhak Wassermann, es judío. Al parecer, los judíos han empezado a tener problemas. Papá le ha ofrecido a herr Itzhak que se establezca en España, pero el hombre asegura que es un buen alemán y no debe temer nada. Herr Itzhak está casado y tiene tres hijas, son muy simpáticas, Yla es de mi edad. Han pasado algunos veranos con nosotras en la casa de Biarritz, y Antonietta y yo también hemos ido invitadas a su casa en Berlín. Espero que a ese Hitler se le pase su aversión por los judíos. Después de Laura, Yla es mi mejor amiga.» «Mis padres han regresado y hemos ido a San Sebastián. Estábamos invitados a merendar en casa de un amigo de papá, es un dirigente del PNV, y papá y él se han pasado la tarde hablando de política. Mi padre ha dicho que de seguir las cosas tan revueltas, el presidente Alcalá Zamora terminará convocando elecciones anticipadas. Papá ha explicado que las derechas están asustadas por las decisiones que toma el gobierno, y las izquierdas creen que no se están llevando a cabo las transformaciones sociales que esperaban. No me he movido en toda la tarde para escuchar a mi padre, y eso que mamá y nuestra anfitriona han insistido para que charlara con ellas en otro salón, pero me interesaba más lo que hablaban mi padre y su amigo. No entiendo mucho, pero me gusta la política.»«Amaya tiene una amiga de la infancia casada con un pescador. Es una suerte, porque algún sábado nos invitan a salir en el barco. Es pequeño, pero el marido de la amiga del ama Amaya lo maneja con destreza. Llevamos bocadillos y comemos en alta mar. Nos reímos mucho porque siempre nos metemos en aguas francesas. Pero es que en el mar no hay fronteras. El pescador nos ha enseñado a Aitor y a mí a llevar el barco. Su hijo Patxi, que es de la edad de Aitor, es pescador como él, y le acompaña todos los días cuando sale a pescar al amanecer. Creo que si no estudiara me gustaría ser pescadora. ¡Me siento tan bien en el mar!» Llevaba toda la mañana leyendo el segundo diario de mi bisabuela y debo confesar que este segundo relato me entretenía más que el primero. Por el diario supe que Amelia estuvo viviendo en el caserío de su ama casi seis meses antes de ser dada de alta, y aunque tenía muchos deseos de regresar a su casa, le costó decir adiós a Aitor. El joven le hablaba de política, intentaba contagiarle con entusiasmo su amor por la «patria vasca», le hablaba de un pasado idílico y de un futuro en que los vascos tendrían su propio Estado. A mi bisabuela tanto le daba lo que fuera del País Vasco; a ella lo que le importaba era la compañía de Aitor. «No ha sido fácil despedirnos. Aitor ha pedido el día libre y lo hemos pasado andando por el monte. Ya conozco cuatro senderos distintos para entrar en Francia; alguno de estos senderos los utilizan los contrabandistas. Pero aquí todos se conocen y nadie denuncia a sus vecinos hagan lo que hagan. Me pregunto si regresaré pronto y, sobre todo, qué hará Aitor ahora que me marcho. Supongo que conocerá a alguna chica y se casará, es lo que esperan sus abuelos. Lo han educado para que se haga cargo del caserío. Aunque él no lo dice, lo que de verdad le gustaría es dedicarse a la política; cada día está más metido en las cosas de su partido, y sus jefes tienen confianza en él. Hace unos días acompañé a Amaya y a Edurne a San Sebastián, fuimos a hacer algunas compras y luego pasamos por la sede del PNV donde Aitor trabaja. Amaya se sintió muy orgullosa al ver la consideración que todos tienen por su hijo, sus jefes lo elogiaron mucho, y dijeron que tiene un gran porvenir. Me alegro por él, pero… bueno, lo confesaré: sé que yo no estaré en ese porvenir, y eso me duele.»«Me voy mañana temprano. Aitor nos llevará a la estación de San Sebastián. Amaya está triste. Si por ella fuera se quedaría en el caserío, pero dice que tiene que seguir trabajando para ayudar a sus padres y a sus hijos. Sueña con que Aitor se haga político y que Edurne encaje con nuestra familia y se quede como doncella, pero entonces, ¿quién se haría cargo del caserío? Creo que lo que Amaya quiere es que Edurne ocupe su lugar y ser ella quien regrese junto a sus padres. Los abuelos de Aitor nunca han salido de estas montañas, lo más lejos que han ido es a San Sebastián. Dicen que no tienen interés en conocer nada, que todo su mundo está aquí y que éste es el mejor de los mundos. Papá suele decir que hay dos clases de vascos, los que salen a conquistar el mundo y los que creen que no hay mundo detrás de las montañas. Él es de los primeros; los abuelos de Aitor, de los segundos. Pero son buenas personas. Al principio me parecían adustos y reservados; eso es porque desconfían de los que venimos de fuera. Sin embargo, cuando vencen su timidez, te das cuenta de que son muy sentimentales. Algunas noches, después de la cena, nos sentábamos junto a la chimenea y el abuelo cantaba canciones que al principio yo no entendía, pero que imaginaba nostálgicas. Ahora yo también las sé cantar, y sé que papá se va a sorprender cuando me escuche hablar en vasco. Se acaban las páginas del diario, no sé si volveré a escribir otro. Ya lo he dicho: mañana regreso a casa, y creo que durante mi estancia aquí me he hecho mayor. Me siento como si tuviera mil años.»Cumplí con lo pactado y telefoneé a las ancianas para decirles que ya había leído los dos diarios y preguntarles cuándo podía visitarlas de nuevo. Pensaba en qué podían haberme preparado para continuar mi «aprendizaje» sobre la vida de mi bisabuela. No pude hablar con ellas directamente, pero el ama de llaves me citó para tres días después. Decidí dedicar ese tiempo a esbozar el primer relato de la vida de mi bisabuela, aunque, hasta el momento no había encontrado nada extraordinario. Doña Melita y doña Laura se asemejaban a dos estatuas. Siempre sentadas en los mismos sillones, pulcramente vestidas de negro y de gris, peinadas con moño, con perlas o brillantes en las orejas y una aparente fragilidad que no se correspondía con el vigor con que me manipulaban. Aquel día estaban acompañadas por otra mujer tan anciana como ellas. Pensé que era una amiga o algún familiar. No me la presentaron, pero me acerqué a ella para estrecharle la mano, y la sentí temblorosa. La mujer, también vestida de negro, pero con el rostro más arrugado, y sin joya alguna, parecía nerviosa. Pensé que era mayor que doña Laura y doña Melita, si es que aún se puede ser más mayor una vez cumplidos los noventa. Observé que doña Melita le cogía la mano con afecto y se la apretaba como intentando darle ánimos. Me preguntaron por los diarios, que les entregué sin demora, querían saber qué pensaba de Amelia. – Pues la verdad es que no me parece nada especial, supongo que era la típica chica de familia acomodada de aquella época. – ¿Nada más? -quiso saber doña Melita. – Nada más -respondí pensando qué se me podía haber escapado, que fuera especial, de aquellos dos relatos juveniles. – Bien, ahora ya tiene una idea de cómo era Amelia en la adolescencia, y ha llegado el momento de que sepa cómo y porqué se casó -explicó doña Laura al tiempo que miraba de reojo a doña Melita-. Y lo mejor es que se lo cuente alguien que estuvo viviendo con ella, sin despegarse de su lado, durante unos años cruciales en su vida. Alguien que la llegó a conocer muy bien -continuó diciendo doña Laura mientras miraba a la anciana que no me habían presentado y que además no había despegado los labios-. Edurne, éste es el bisnieto de Amelia y don Santiago -dijo doña Laura dirigiéndose a la anciana. Me sobresalté. ¿Edurne? ¿Sería la Edurne hija del ama, de Amaya? Me dije que no era posible tanta suerte. La anciana a la que llamaban Edurne clavó sus ojos cansados en los míos y leí en ellos cierto temor. Se la notaba incómoda. Su aspecto era mortecino, como de alguien que, además de tener muchos años, estuviera enferma. – ¿Usted es la hija del ama, de Amaya? -le pregunté, ansioso por escuchar su respuesta. – Sí -murmuró. – ¡Me alegro de conocerla! -exclamé con sinceridad. – Sepa que Edurne va a hacer un gran esfuerzo hablando con usted. Tiene los recuerdos frescos, como si todo hubiera sucedido ayer, pero… en fin, está enferma… tenemos una edad en que nos salen goteras por todas partes. De manera que escúchela y no la canse mucho -ordenó doña Laura. – ¿Puedo preguntar? – Sí, claro, pero no pierda el tiempo con preguntas, lo importante es lo que Edurne puede contarle -respondió otra vez doña Laura-. Y ahora, por favor, váyanse a la biblioteca, allí estarán más tranquilos para hablar. Asentí. Edurne miró a las ancianas, y éstas hicieron un gesto casi imperceptible como animándola a hablar conmigo. La anciana caminaba con dificultades apoyándose en un bastón; pasito a pasito, la seguí hasta la biblioteca. Edurne comenzó a desgranar sus recuerdos… |
||
|