"No Llores Más, My Lady" - читать интересную книгу автора (Clark Mary Higgins)

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A Syd Melnick, el camino entre Beverly Hills y Pebble Beach no le resultó agradable. Durante las cuatro horas, Cheryl Manning permaneció sentada como una piedra, rígida y aislada en el asiento del acompañante. Durante las tres primeras horas, ella no le permitió que bajara la capota del descapotable. No iba a arriesgarse a que se le resecaran la piel y el cabello. Sólo cuando llegaron a Carmel se lo permitió porque quería que la gente la reconociera.

En ocasiones, durante ese largo trayecto, Syd le echaba una mirada. Indudablemente, era bonita. Esa masa de cabello negro azulado dando marco a su rostro era sexy y excitante. Ahora tenía treinta y seis años, y lo que una vez tuvo de pilluela se había transformado en una voluptuosa sofisticación que le quedaba bien. Dinastía y Dallas se hacían viejas. Y el público termina inquietándose. Fue una sensación de que ya había sido «suficiente» de todos esos vaporosos amoríos de las mujeres de alrededor de cincuenta. Y en Amanda, Cheryl había encontrado el rol que podía convertirla en una superestrella.

Y cuando eso sucediera, Syd volvería a ser un agente importante. Un autor era tan bueno como su último libro. Un actor, tan negociable como su última película. Un agente necesitaba contratos millonarios para ser considerado de primera línea. Una vez más estaba a su alcance el poder convertirse en leyenda, en el próximo Swifty Lazar. «Y esta vez -se dijo-, no volveré a derrocharlo en los casinos o quemarlo en los hipódromos.»

En pocos días más sabría si Cheryl tendría el papel. Justo antes de partir, ante la insistencia de Cheryl, había llamado a Bob Koening a su casa. Veinticinco años atrás, Bob, que acababa de terminar la universidad, y Syd, un mensajero de los estudios, se conocieron en un escenario de Hollywood y se hicieron amigos. Ahora Bob era el presidente de «World Films». Hasta tenía el aspecto de la nueva carnada de directores de estudios, con sus rasgos duros y sus anchos hombros. Syd sabía que él tenía el aspecto del estereotipo de Brooklyn, con su rostro alargado y un tanto taciturno, cabello ensortijado, una incipiente calvicie y una leve barriga que no podía eliminar ni siquiera con rigurosos ejercicios. Era otra cosa que le envidiaba a Bob Koening.

Ese día, Bob se había mostrado irritable.

– ¡Mira, Syd, no vuelvas a llamarme un domingo a casa para hablar de negocios! Cheryl hizo una prueba estupenda. Todavía estamos probando a otras personas. Te enterarás del resultado dentro de unos días. Y déjame darte un consejo. Ponerla en esa obra el año pasado cuando murió Leila LaSalle no fue una buena elección y eso es parte del problema con elegirla a ella. Y llamarme a casa un domingo, también estuvo mal.

A Syd empezaron a sudarle las manos al recordar la conversación. Sin pensar en el panorama, meditó el hecho de que había cometido el error de abusar de la amistad. Si no tenía más cuidado, todos a los que conocía estarían «en reunión» cuando él llamara.

Y Bob tenía razón. Había cometido un grave error al convencer a Cheryl para que tomara parte en esa obra con tan pocos días de ensayo. La crítica la había asesinado.

Cheryl había estado de pie junto a él cuando llamó a Bob. Y había oído que Bob dijo que la obra era la razón por la que dudaban en elegirla. Y por supuesto, eso generó una explosión. No era la primera ni sería la última.

¡Esa maldita obra! Había creído lo suficiente en ella como para rogar y pedir prestado hasta que obtuvo un millón de dólares para invertir en ella. Podría haber sido un gran éxito. Y luego, Leila había comenzado a beber y a actuar como si la obra fuera el problema…

La ira le secó la garganta. Todo lo que había hecho por esa perra y lo despidió en «Elaine’s», frente a todo el mundo y gente del ambiente, y además lo había insultado en voz alta. ¡Y ella sabía todo lo que él había invertido en la obra! Sólo esperaba que hubiera estado lo suficientemente consciente para darse cuenta de lo que le sucedía cuando dio contra el cemento.

Estaban pasando por Carmel: una multitud de turistas en las calles. El sol brillaba y todos parecían descansados y felices. Tomó el camino más largo y se deslizó por la calle principal. Podía oír los comentarios de la gente al reconocer a Cheryl. Ahora, por supuesto, ella sonreía: Ella necesitaba una audiencia del mismo modo que otros necesitan el agua y el aire.

Llegaron a la entrada a Pebble Beach. Pagó el peaje y continuaron la marcha. Pasaron frente al «Pebble Beach Club», el «Crocker Woodland» y llegaron a las puertas de «Cypress Point».

– Déjame en mi bungalow -le dijo Cheryl-. No quiero encontrarme con nadie hasta que me recomponga.

Se volvió hacia él y se quitó las gafas de sol. Los ojos le brillaban.

– Syd, ¿cuáles son mis posibilidades para convertirme en Amanda?

Él respondió la pregunta tal como la había respondido una docena de veces durante esa última semana.

– Las mejores, muñeca -respondió con sinceridad-. Las mejores.

«Será mejor que así sea -se dijo-, o todo habrá terminado.»