"La estrategia del agua" - читать интересную книгу автора (Silva Lorenzo)5 El prejuicio de géneroA un investigador de homicidios le conviene ser capaz de reconocer el odio, cuando se lo tropieza. No sólo porque el odio es uno de los motores que impulsan a las personas a acabar con la vida de otras personas, sino también porque su presencia indica un ambiente en el que la muerte puede hacer su aparición por otras razones, incluso más banales o desapasionadas que el odio mismo. Allí donde existe el odio, existe la inhumanidad. A veces como causa de una situación o de una conducta, a veces como su consecuencia. A efectos prácticos, da igual si fue antes la gallina o el huevo. Cuando se abre la espita y el odio, ese gas tan venenoso como fluido, empieza a diluirse en el aire, la catástrofe está servida. Porque, valga la paradoja, a pocas cosas propende el ser humano tanto como a conducirse como si no lo fuera. A los pocos segundos de escuchar a Magdalena Santacruz, tuve la certeza de haber aterrizado en un planeta con una densidad de odio en la atmósfera más que notable. Cuál fuera su foco emisor, y cuáles sus mecanismos de circulación, eran cuestiones que intuí iban a ocuparme y no poco en las siguientes jornadas. Por eso, resolví ser prudente e ir por orden y desde el principio. Antes de nada, debía averiguar a quién acababa de denigrar la mujer que tenía delante. Aunque una hipótesis resultaba más probable que otra, había al menos dos opciones. – Disculpe, Magdalena, ¿a quién se refiere usted? La hermana de Óscar me observó como si calibrara mi inteligencia. Y no me pareció que estuviera sacando una nota muy alta. – Llámeme Magda, por favor -pidió-. Ahorrará saliva y me hará un favor, suena menos rancio. Perdóneme, pero ¿qué es exactamente lo que han averiguado hasta ahora de las circunstancias personales de mi hermano? Lo digo para saber por dónde tengo que empezar. – Por lo que se refiere a sus relaciones femeninas, sabemos que estuvo casado y que ahora tenía una nueva pareja. Eso es lo que me hace dudar en cuanto a quién alude usted con su comentario -expliqué, en un intento de rehabilitarme como ente pensante a sus ojos. Justo entonces entró Chamorro en el bar. Venía apresurada, con el teléfono móvil todavía en la mano y en las facciones una tensión que significaba que tenía algo importante y urgente que contarme. Le indiqué con un gesto que aguardara. Entendió al instante que estaba con algo que no debía interrumpir y se detuvo en seco. Magdalena se percató de nuestro cruce de miradas y me interrogó con la suya. – Nuestra compañera, Virginia -dije-. La que habló con usted antes. Los tres vamos a llevar este caso. Puede hablar con confianza delante de cualquiera de nosotros. Compartimos toda la información. Chamorro se acercó a saludar a la mujer. Se estrecharon la mano y luego la sargento fue a la barra a pedirse un cortado. – Es verdad -reanudó Magdalena la conversación-. No tiene usted por qué saber a quién me refería… Disculpe, pero he olvidado su cargo y su nombre, todavía estoy un poco aturdida del viaje. – Mi grado es brigada. – Ah, brigada. ¿Eso qué es, más o menos que teniente? – Menos. Y me llamo Bevilacqua. Pero me suelen decir Vila. – Está bien, brigada Vila. Le aclararé a quién me refiero. Ainara, que es como se llama la novia actual de mi hermano, es una buena chica. O al menos esa impresión me dio, la única vez que la he visto. Muy joven, un poco inmadura, en algunos aspectos algo sobrada, como todas las chavalas de ahora, pero buena gente. Y me atrevería a decir que lo quería de verdad. Pobrecilla. ¿Han hablado ya con ella? – No. Es usted quien nos ha dado su nombre. Hasta ahora tan sólo sabíamos de su existencia. Ningún vecino nos dio razón de más. – ¿Tendría usted su número? -preguntó Chamorro. – Nunca he hablado con ella por teléfono. Pero espere… Magdalena cogió su teléfono móvil y apretó deprisa las teclas. – Quizá esté aquí, déjeme ver. Al cabo de unos segundos me tendió el aparato. – Ahí lo tiene, creo -dijo-. El fin de semana pasado mi hermano estuvo por Cáceres con el niño. Se quedó sin batería y la llamó con mi móvil. Si no me equivoco, por la hora de la llamada y porque no me suena de otra cosa, ése debe de ser el número de la chica. – Apunta, Juan -le ordené a Arnau. – De todos modos, si lo que les interesa es investigar la muerte de mi hermano, a donde tienen que llamar es a otro número. Al de esa hija de la gran puta. Ése, se lo puedo dar seguro. Y de memoria. – Me está hablando de su ex cuñada, naturalmente. – Naturalmente. Ahora fui yo quien sopesé la solidez de mi interlocutora. – Supongo que se da usted cuenta de la gravedad de la imputación que está haciendo contra esa persona. Comprendo que sus relaciones con ella no sean buenas, no es infrecuente en casos de ruptura matrimonial, pero de lo que estamos hablando es de un asesinato en toda regla. A su hermano lo mataron por la espalda, peor aún, de un tiro en la nuca, y sorprendiéndolo en su propio domicilio. ¿Diría usted que su ex cuñada es capaz y tiene la posibilidad de contratar los servicios de alguien con los medios y la sangre fría para hacer algo así? Magdalena habló con voz firme. – Precisamente, brigada. Si entre todas las personas con las que trató mi hermano en su vida hay alguien capaz de esta canallada, y con los contactos necesarios para organizaría, ésa es mi ex cuñada. – ¿Puede darme algún dato que respalde esa afirmación? – Claro. Unos cuantos. Apunten, que todo es comprobable. Estamos hablando de alguien que ha amenazado de muerte a mi hermano. En público y con testigos. Hay una sentencia que así lo declara. Pero como es una mujer, lo consideraron una simple falta y sólo le pusieron una multa, mientras que a mi hermano, que no pudo evitar perder los nervios y responderle, le cayó una condena por violencia de género, orden de alejamiento y el estigma de ser un criminal. Eso es lo que pasa en esta mierda de país, por si no estaban informados. Chamorro alzó las cejas. Arnau me miró de reojo. Yo sólo dije: – Continúe. A la mujer no se le escapó la reacción de mi compañera. – No me mire así, sargento. Era usted sargento, ¿no? – Sí -dijo Chamorro. – Yo también soy mujer, como usted. Y claro que me parece bien que se proteja a las mujeres que están en peligro y se castigue a los que las tienen aterrorizadas. Por eso era partidaria de la ley, cuando la sacaron. Ahora lo recuerdo y me siento idiota. Porque en lo que a mí me toca, y perdone pero todos miramos por lo nuestro y por los nuestros, no sólo no me sirve de nada, sino que ha sido un desastre. Mi marido es un santo varón que ni me levanta la voz, y a quien han machacado con la dichosa ley es a mi pobre hermano, que era otro pedazo de pan, para beneficiar a una zorra que no merece ni el aire que respira. Le aseguro que eso te da una perspectiva subjetiva, si quiere, pero que echa por tierra todas esas teorías tan estupendas. Cuando ves a tu hermano jodido e indefenso, las teorías no valen una mierda. – Cálmese, señora Santacruz -intervine-. La sargento no ha hecho ninguna observación al respecto, y entenderá que ninguno de nosotros la haga. Nos pagan por hacer cumplir la ley, no para interpretarla ni juzgarla. Para eso están otros, aunque usted tenga todo el derecho del mundo a criticarla y nadie, y menos mi compañera, se lo va a negar. Pero nosotros tenemos que limitarnos a buscar los hechos. Magdalena respiró hondo. Apuró su café. – Está bien -asintió-. Hechos. Pues ahí tiene el primero, busquen la sentencia. El segundo hecho que les va a interesar lo encontrarán en el otro juicio que tuvieron. Una madrugada mi ex cuñada se planta en comisaría con un golpe en mitad de la cara. Muy aparatoso, que lo de ella no es precisamente quedarse corta. Como es obvio, acusa a mi hermano y van por él. Otra noche en el calabozo y a la mañana siguiente lo llevan delante de la juez. Por suerte, la policía esta vez hace bien su trabajo, y entiéndame, no es que tenga nada contra ustedes, pero como cualquiera tienen muchas cosas de que ocuparse y la tendencia natural a taparse el culo, que en este caso es dar crédito a la denuncia de la maltratada y pasarle el muerto al juez. Pero como le digo, el poli que habló con mi cuñada se tomó el trabajo de pedirle que fijara con toda la precisión que pudiera la hora de la agresión. Y aquí ella calculó mal, supuso que a las once de la noche él no tendría coartada o tendría la de la novia, que siempre podía considerarse dudosa. Pero ese día mi hermano tenía una convención de la empresa y a las once de la noche estaba en una cena con una docena de personas. Logró que el abogado de oficio llevara a varias al juicio y todas testificaron en su favor. La juez lo puso en libertad y pasó testimonio al fiscal para que actuara contra mi ex cuñada por denuncia falsa. Nos enteramos porque la propia juez se lo dijo a mi hermano. Pero de eso no se ha vuelto a saber nada. Nadie actúa para perseguir ese tipo de casos. Y la muy desgraciada todavía tuvo el cuajo de recurrir la sentencia. Para que vayan haciéndose una idea de con quién se juegan los cuartos. Si todo aquello era cierto, y cualquier cosa que hubiera inventado podía desmentirse fácilmente, me iba haciendo en efecto una idea. – ¿A qué se dedica su cuñada? Quizá esperaba la pregunta. La respondió con una sonrisa amarga. – Es procuradora de los tribunales. – Ya veo. – Por eso no le tiene miedo a meterse en juicios, para ella es el pan nuestro de cada día, y por eso quiso acorralar a mi hermano con las denuncias. Para que él cada vez pudiera ver menos al niño y para que el divorcio le saliera lo más ventajoso posible. Pero ahí pinchó en hueso. Porque mi hermano tenía adoración por su hijo. Y habría cedido en todo lo demás, pero no quiso pasar por que esa indeseable lo apartara de la sangre de su sangre. Así que le plantó batalla, pese a todas sus jugadas, y en eso estaba todavía. Y como ella, después de que lo absolvieran de la agresión, no debía de tener todas consigo, se ve que acabó buscándose una solución más expeditiva y marcando el teléfono de alguno de los muchos amigos que tiene entre la peor gentuza. – ¿Y cómo es eso? – Ésa es su especialidad. Trabaja regularmente con un par de abogados bastante siniestros, que por casualidad, seguramente, acaban defendiendo a toda clase de escoria humana. Mi teoría, respondiendo a lo que me preguntaba usted antes, es que a través de ellos ha acabado localizando a alguien que le resolviera su divorcio como no esperaba que se lo arreglaran los tribunales. Y mucho más rápido. Miré a mis compañeros. De pronto, aquello era un móvil, un perfil criminal y un – ¿Me permite una pregunta personal, Magda? – Diga usted. – ¿Cuál es su profesión? – ¿Trata de ponderar con ello el valor de mi testimonio? – No, por favor, no sea usted tan suspicaz. – Soy licenciada en Psicología, si se refiere a mi titulación. Pero lo dejé. Ahora me dedico al – Sí, lo sé. – Qué casualidad -dijo Arnau-. ¿Sabe usted que el brigada también es licenciado en Psicología? – ¿Ah, sí? La mirada que en ese momento le dirigí al guardia tuvo la cordialidad de un fusilamiento. El pobre enrojeció hasta el borde del eritema, y por un segundo pensé que me había excedido, pero de alguna forma tenía que hacerle notar que mis circunstancias biográficas eran una mercancía que prefería administrar yo personalmente, y más frente a un testigo, y todavía más frente a una testigo como aquélla. La bisoñez tiene esas cosas. Uno tiende a hablar justo cuando no debe. – De modo que usted también picó -observó Magda. – Sí, y también lo dejé, como es notorio. ¿Y es negocio el – Allí soy la única. Y también atiendo a gente a distancia. Era mejor negocio hace año y medio, para qué le voy a engañar, pero hoy por hoy sigo ganándome la vida. ¿Satisface esto su curiosidad? – De sobra. Por primera vez, la testigo esbozó algo parecido a una sonrisa. – De colega a colega y curiosidad por curiosidad. ¿Y es negocio lo suyo? Quiero decir, lo de investigar crímenes para la justicia. – No precisamente. Pero el poco sueldo es seguro. Ya que hablamos de profesiones, ¿podría decirnos a qué se dedicaba su hermano? Nadie nos lo ha sabido decir por aquí. Los vecinos no lo conocían mucho. – Óscar era ingeniero informático. Pero se aburrió de programar y se dedicó a algo más lucrativo, y más acorde también con su don de gentes. Era comercial de una empresa que distribuía en España soluciones avanzadas de gestión para actividades altamente especializadas. – ¿Disculpe? -preguntó Chamorro. – Disculpe usted. Es verdad que lo que acabo de decir no significa nada para el común de la gente. Pasa cuando uno se relaciona con un informático, sin querer te pegan su jerga. Para que se haga una idea, lo que mi hermano vendía eran programas ajustados a medida para la gestión de hospitales, centros de control aéreo y ferroviario, plantas de tratamiento de residuos, edificios bioclimáticos, grandes centros comerciales, emisoras de radio y televisión, etcétera. En resumen, actividades más o menos peculiares con necesidades muy específicas, para las que habían desarrollado herramientas también específicas que mi hermano presentaba a los posibles clientes y luego los técnicos adaptaban a cada uno de ellos. Para saber bien lo que vendía, necesitaba saber de informática. Para que el cliente lo entendiera y lo comprara, hacía falta alguien con dotes de comunicación. Y mi hermano reunía ambas cualidades. Antes de que la economía pinchara, le iba francamente bien. Ahora la cosa estaba más floja, según decía, pero la ventaja de trabajar en campos muy especializados es que la crisis no golpea tan fuerte. Seguía sacándose un pico al mes en comisiones. – Sin embargo, vivía en un piso modesto -observé. – Lo que pudo comprar con lo que pudo salvar de sus ahorros, después de que la bruja se quedara con la casa que había pagado con el fruto de los años buenos. Y aun así, no estaba mal. Compró el piso al contado, no tenía ninguna hipoteca. Óscar era así. Prefería rebajar sus ambiciones, y andar con holgura, antes que vivir por encima de sus posibilidades. Por eso se vino a vivir a este pueblo y a este piso. Porque era lo que podía pagar sin endeudarse en un solo euro. – Debo entender entonces que no tenía problemas económicos. – Tampoco iba sobrado. Como se puede imaginar, mi ex cuñada se las arregló para sacarle una buena pensión de alimentos para el niño y aun una compensatoria para ella, que es lo que más gracia tiene. Se queda con su vida y encima pide que la indemnicen. Y lo que es más grande, el juez le da la razón. Entre otras cosas, eso era lo que estaba pidiendo Óscar que se le revisara en este segundo juicio. – Segundo juicio, ¿por el divorcio, quiere usted decir? – No, divorciados ya quedaron en el primero. Mi ex cuñada, que es del gremio, no quería separación y después divorcio porque sabía que el divorcio era una segunda vuelta en la que podía perder algo del chollo que iba a conseguir en la primera. Sobre todo, si mi hermano acreditaba alguna clase de disminución de su renta y la posición patrimonial ventajosa de ella. Lo que inició mi hermano fue un proceso de revisión de la primera sentencia. Para suprimirle a ella la pensión compensatoria, porque de hecho tenía más patrimonio que él y ahora ganaba lo mismo, o mucho más, si se consideraban los ingresos de su nueva pareja, uno de los abogados que les dije antes. Pero ante todo, lo que pretendía Óscar era obtener la custodia de mi sobrino. – ¿Con qué fundamento? Por primera vez, a los ojos de Magdalena asomaron las lágrimas. Hasta ese momento, la ira había podido con la emoción. Puede sucederles, a las personas de carácter como sin duda ella era. Pero también sucede que cuando esas personas dejan que se afloje la coraza, la emoción se abre paso de forma torrencial. Como resbalaron de pronto por sus mejillas aquellos lagrimones, aunque la voz no le tembló. – Porque al cabo de tres años, brigada, estaba en condiciones de demostrar que la madre, contra el prejuicio de género que le había valido para ganar el primer asalto, no era la más adecuada para cuidar del niño. Entre otras cosas, tenía la declaración judicial de cómo había simulado ser objeto de un delito para conseguir que una persona perdiera injustamente su libertad y su dignidad, lo que ya daba buena cuenta de su catadura moral y su equilibrio psicológico. Pero no sólo era eso. Mi sobrino ya no era un bebé incapaz de expresarse. Podía contar quiénes eran sus padres, y cómo se comportaba cada uno. Aquí a la mujer se le quebró la voz. – Y el día que decidió meter esa demanda -continuó-, fue el día que el pobre firmó su sentencia de muerte, sin saberlo. Yo le dije que si estaba seguro, si de verdad era el momento, si no debía esperar un poco, si no temía lo que ella pudiera hacer, con el propio niño. Y su respuesta fue que ya había esperado bastante, que no había dado la batalla frontal al principio, cuando sabía que estaba perdida porque era sólo un hombre frente a una mujer, y contra la creencia general de que un niño pequeño tiene que estar con su madre. Pero que ahora que tenía una mínima posibilidad, ahora que podía pedir que se comparase entre la conducta de uno y de otro, y no entre el estereotipo masculino y el femenino, no tenía más remedio que intentarlo. Por su hijo, y pasara lo que pasara y respondiera ella como tuviera a bien responder. – Entiendo… Los del bar empezaban a preparar las mesas para la comida. Dentro de no mucho llegaría la clientela del almuerzo. No debía de ser tanta como la que habría un año atrás, cuando estaban aún en marcha las obras de los edificios cercanos que ahora se veían paralizadas; pero si se tomaban la molestia de prepararlo es que alguna tenían. Antes de que se nos estropeara la relativa intimidad de que gozábamos, creí que debía aprovechar para llevar a Magdalena al terreno pantanoso. – Me hago cargo de la situación familiar de su hermano -dije-. Y le agradezco mucho toda la información que nos ha proporcionado hasta aquí. Desde luego es digna de tenerse en cuenta. Puedo ver con bastante claridad los términos del conflicto con su ex cuñada, y comprendo las motivaciones y los pasos de su hermano. Sin embargo, hay algo que me chirría en todo el cuadro. Algo a lo que no se ha referido usted en ningún momento, ignoro si es porque lo desconoce. – ¿De qué me habla? – Se lo menciono porque es relevante para nosotros, y también para esa cruzada de recuperación de su hijo en la que estaba embarcado su hermano. Dice usted que ahora el juez podía comparar entre uno y otro, entre la vida de él y la de su ex mujer. Pero hay un detalle de la vida de Óscar que no iba a ayudarle mucho, precisamente. – Sea usted claro, por favor. – ¿Sabe usted que su hermano estuvo detenido por tráfico de estupefacientes, y que se le instruyó una causa judicial al respecto? Magdalena no respondió en seguida. – Sí, lo sé -admitió al fin. – ¿Y no cree que se trata de una circunstancia que podía no favorecerle en ese proceso de revisión de su divorcio, en lo que se refiere a la custodia del niño? Y por otra parte, ¿no le da nada que pensar respecto de lo que le ha sucedido y de cómo ha venido a sucederle? De nuevo, la mujer se tomó su tiempo antes de responder. Miraba la taza desde hacía rato vacía, donde el poso de café y azúcar se había convertido ya en una pasta sólida y más bien desalentadora. – Perdone usted, brigada. ¿Podría aclararme algo? ¿Su trabajo consiste en encontrar al responsable de la muerte de mi hermano o en encontrarle una justificación que le exima de investigarla? – Ahora no la entiendo, señora Santacruz. – Para la mayoría de la gente, si alguien muere en un ajuste de cuentas por drogas, se lo tenía merecido y no hay por qué darle muchas más vueltas. Así que ustedes, los policías, o los guardias, igual me da, pueden limitarse a hacer lo imprescindible, y si no encuentran nada con eso, dejar el asunto morir hasta que el tiempo lo archive. Nadie va a clamar justicia para un delincuente. ¿Me equivoco? – En varias cosas, señora. En primer lugar, yo no soy la mayoría de la gente. Ni mis compañeros tampoco. Somos profesionales y nuestro oficio es precisamente resolver estos casos, sea quien sea el fallecido. Eso a mí me da igual. Desde que lo ponen en mis manos, pasa a ser asunto mío y no me gusta dejar a medias mis asuntos. No estoy tratando de librarme de nada. Estoy tratando de tener claro por dónde tengo que meter el cuchillo. Y cuando lo averigüe, no dude de que lo meteré a fondo, fuera cual fuera el motivo y sea quien sea el que le disparó a Óscar por la espalda y quien le pagó por hacerlo. No era la primera vez, ni mucho menos, que Chamorro me escuchaba soltar un discurso como aquél. Pero en esa ocasión ella tenía algunos motivos para cuestionar que yo fuera sincero al pronunciarlo. Quizá por eso procuré que sonara más contundente que nunca, y creo que en buena medida lo conseguí. Al menos logré que a Magdalena se le pusiera cuesta arriba mantenerse en su reticencia. – Está bien. Yo sólo puedo contarles lo que él me contó. Soy su hermana, y quizá estoy obligada a creerle como ustedes no lo están. No sé, juzguen por sí mismos. Esto fue el año pasado. Mi hermano estaba muy tenso, con el estrés del trabajo, donde las cosas empezaban a no ir tan de fábula y había que esforzarse más para vender, y con los nervios que le producía el enfrentamiento con mi ex cuñada y la preparación de la demanda que ya había decidido presentar, después de que le absolvieran de la agresión. En fin, que según me dijo, una noche hizo lo que no había hecho en sus treinta y ocho años de vida. Meterse un tiro que le pasó un compañero de trabajo. Luego reincidió un par de veces, y una noche quiso comprar para invitar él. Preguntó en el local donde estaba tomando una copa y en seguida le señalaron a un tipo. El tipo le hizo una oferta: si se llevaba las cinco papelinas que le quedaban, le hacía una rebaja. Le dijo que quería irse a casa y liquidar el tema de una vez. Mi hermano picó, y digo picó porque lo que pasó después, y de nuevo les cuento lo que él me contó, vino a demostrarle que todo había sido una trampa. Compró las cinco papelinas y a la salida del garito lo pararon dos policías y le pidieron la documentación. Luego lo registraron. Y le pillaron las papelinas en el bolsillo de la americana. Como un pardillo. Lo detuvieron y a la mañana siguiente lo llevaron al juez, que lo dejó en libertad inmediatamente, porque no tenía antecedentes por drogas, llevaba poca cantidad y era dudoso que fuera para consumo propio o para traficar. Y en el juicio lo absolvieron. Eso me consta y lo podrán comprobar si miran en sus archivos. – Ya lo hemos hecho, como puede imaginar -dijo Chamorro. – ¿Y usted se cree esa historia? -la desafié-. Quiero decir, que nunca hubiera consumido antes, que comprara todas esas papelinas sólo porque el camello tenía sueño, que fue una trampa, etcétera. – No tengo por qué no creerlo. – ¿Su hermano era muy nocturno? Perdone, pero no puedo evitar preguntárselo, por lo que acaba de contarme y por la hora a la que creemos que llegó anoche a su casa, cuando lo sorprendieron. Magdalena percibió la intención que había en mi pregunta. – Hasta el divorcio, en absoluto. De casa al trabajo, y del trabajo a casa, y más tras nacer el niño. Después, cuando perdió el contacto diario con mi sobrino, sí empezó a salir algo más. Se sentía muy solo y se le caía el piso encima, me decía. Hasta que se emparejó con esta chica y, por lo que contaba, volvió a hacer una vida bastante casera. – Es curioso, con una chica tan joven como pareja, no le sería demasiado fácil. A todos los jóvenes les gusta salir y la fiesta, ¿no? Arnau pareció dudar por un instante si le reclamaba su opinión al respecto. Por suerte, o escarmentado por el percance de antes, no osó abrir la boca. Magdalena, en cambio, no se dejó intimidar: – Cada uno es como es, brigada, tenga la edad que tenga. Por lo que sé, ella tampoco es de salir demasiado. A lo mejor los dos se salvaron mutuamente de un mundo en el que estaban a disgusto. – Sí, el mundo de la noche tiene sus peligros. Y a propósito, ¿quién cree usted que pudo tenderle esa trampa con las papelinas? – Él se olía que fuera la de siempre. No le habría costado mucho, con ayuda de sus amistades, mantenerlo vigilado y al descubrirle esa debilidad organizar toda la emboscada. De hecho, Óscar me dijo que más de una vez había tenido la sensación de que le seguían. – Suena un poco rocambolesco, ¿no le parece? Si me disculpa, incluso un poco paranoico. ¿De veras cree a su ex cuñada capaz de tanto? – La creo capaz de todo, brigada. No lo sé, no conozco mucho el mundo de los traficantes ni el de los policías, porque no es mi mundo. Sólo veo películas y leo novelas. Supongo que es posible que haya policías infiltrados en los garitos sospechosos, que vigilen las transacciones y luego vayan por los que las hacen. O incluso que los soplones que tengan entre los camellos les entreguen a alguna alma candida para seguir tranquilamente con su negocio y para que la policía cumpla con sus estadísticas de detenidos. Quizá sólo ocurrió que mi pobre hermano, con su mala suerte, se vio pillado en una de esas. Ustedes sabrán mejor que yo. Pero yo en su lugar no descartaría lo otro. Asentí. Confiaba en que comprendiera que yo no era su enemigo; ni siquiera uno de esos cínicos husmeadores de basura a los que no les tiembla el alma mientras escarban en las desgracias ajenas. Que estaba con ella y con el difunto, y que no tenía la menor predisposición a dudar de su integridad, en tanto no se probara lo contrario. – No se preocupe -dije-. De momento no estamos en condiciones de descartar nada, y le agradecemos de veras su colaboración y sus apreciaciones. Lo investigaremos todo, no le quepa duda. No lo interprete como desconfianza, pero nos ayudaría mucho si más allá de la sospecha que acaba de arrojar sobre su ex cuñada, nos dijera cómo y a través de quién cree que pudo organizar todas esas maniobras contra su hermano, y finalmente, si es que fue ella, lo de esta madrugada. Magdalena meneó la cabeza. – No sé tanto de ella ni de su círculo como para poder responder a eso con un nombre concreto. Lo que yo les recomendaría es que investigaran con quién se relaciona, les aseguro que no se van a aburrir. Y no pierdan de vista al novio. También ése lo tiene fácil para encontrar a alguien que haga cualquier barrabasada que se le ocurra. – Bueno, no es tan sencillo encontrar a alguien dispuesto a matar por dinero -dije-. No crea que nos sobrarán los sospechosos. Si es por ese camino donde está la clave, lo recorreremos y daremos con él. Y a lo mejor ni siquiera nos lleva mucho. Confíe en nosotros. – No me queda otra, ¿no? – Me temo que no. Seguramente tendremos que volver a hablar con usted. En cuanto hayamos cruzado algunos datos y avancemos en la investigación. ¿La podemos localizar siempre en ese móvil? – Por supuesto. ¿Puedo… subir al piso? Tengo llave. – No, lo siento. Lo vamos a precintar, y no podemos permitir que nadie entre por ahora. ¿Necesita algo en particular? – No. Era sólo una estupidez sentimental. Quería ver cómo había dejado sus cosas. Bueno, y tratar de localizar sus papeles. Los del seguro del entierro, y todo lo que… Dios, es que me parece mentira. – Hemos recogido alguna documentación, miraremos si está ahí la del seguro. Si no, y si usted recuerda con quién lo tenía, la ayudaremos a hacer la gestión. Pero al piso por el momento no se puede pasar. Además, ya sabe que todo ahí dentro tiene ahora un heredero. – Lo sé, y sólo de pensar que esa… – Tranquila. Quedará precintado. Tampoco ella va a entrar. – Bueno, es un consuelo. – Muchas gracias. Ahora mi compañero le indicará la dirección del Anatómico Forense. ¿O necesita que la llevemos hasta allí? – No, no hace falta. – Muy bien. Arnau, haz el favor. El guardia la acompañó al coche. Chamorro y yo nos quedamos en el bar y, en cuanto Magdalena hubo salido, me volví hacia mi sargento. – Bingo -dijo, exultante-. Tenemos la matrícula. |
||
|