"Me Muero Por Ir Al Cielo" - читать интересную книгу автора (Flagg Fannie)

La mujer de la revista

8h 50m de la mañana

En el mismo instante en que Cathy Calvert oyó la fuerte sirena de la ambulancia que pasaba frente a su oficina del centro, supo que tendría una historia que escribir. Cathy, una mujer alta y delgada de cuarenta y pocos años, con el pelo castaño oscuro, era la propietaria y editora de una modesta revista semanal. Ella misma hacía la mayoría de los reportajes, y sabía por experiencia que siempre que mandaban llamar a Elmwood Springs a un vehículo de urgencias era por algo trascendente: un accidente o alguna clase de contratiempo. Salió a la calle para ver si era un coche de bomberos o una ambulancia, pero no alcanzó a verlo y se sorprendió de que la escandalosa sirena se callara tan cerca. Por lo general, los coches de bomberos o las ambulancias se dirigían al cruce del nuevo cuarto cinturón, donde la gente no paraba de tener accidentes, o si no al centro comercial. Desde que las «Personas que cuidan la línea» se habían trasladado junto al Granero de Cerámica, los que intentaban quitarse kilos antes de tenerlos, a veces se pasaban y sufrían ataques cardíacos.

Cathy regresó a la oficina, cogió la cámara y el bloc, y se apresuró al lugar donde pensaba que la sirena había dejado de sonar. Tras doblar la Primera Avenida Norte, vio que era una ambulancia, aparcada justo delante de la casa de Elner Shimfissle. «Oh, no -pensó-, se ha caído otra vez de la escalera.» Cuando llegó al lugar, Tot estaba en la acera, con aspecto afligido, y corrió hacia ella.

– Esta vez se la ha pegado buena. Ha caído limpiamente y ha quedado sin conocimiento; y Norma va a tener un ataque. Macky la acaba de llamar para que venga.

De repente, Cathy se olvidó de la historia que iba a escribir y se convirtió en otra amiga de Elner que andaba por allí sintiéndose impotente. Al cabo de un rato, cuando se habían congregado ya muchos vecinos y no había nada que ella pudiera hacer, se sintió mal con la cámara a cuestas. No quería que nadie pensara que había acudido como periodista, así que pidió a Tot que la llamara y la tuviera al corriente del estado de la señora Shimfissle, y acto seguido regresó al despacho. Estaba preocupada pero tampoco demasiado, pues Elner Shimfissle era una vieja campechana que se había caído ya de muchos sitios y siempre vivía para contarlo. Cathy sabía de primera mano que Elner era dura y resistente en más de un sentido.

Unos años antes, después de licenciarse, Cathy había dado clases de historia oral en la escuela de la comunidad, a las que Elner Shimfissle asistió con su amiga Irene Goodnight. Ambas fueron excelentes alumnas que contaron historias interesantes. En esas clases, Cathy aprendió que las apariencias pueden ser engañosas. Por ejemplo, a primera vista, uno jamás sospecharía que Irene Goodnight, una abuela tranquila, de aspecto sencillo, con seis nietos, había sido conocida en otro tiempo como «Goodnight Irene» y que con la compañera de equipo «Tot, la terrible e implacable lanzadora zurda» había ganado tres veces seguidas el Campeonato de Damas Lanzadoras del Estado de Misuri. Y si un desconocido viera por primera vez a Elner, nunca adivinaría que, pese a aquella fachada de anciana venerable, seguía siendo fuerte como un roble.

Mientras analizaba la historia de Elner con ella, Cathy se enteró de que, durante la Depresión, cuando Will, el marido de Elner, quedó postrado en cama durante dos años con tuberculosis, Elner se estuvo levantando cada día a las cuatro de la mañana y, provista tan sólo de una mula y un arado, mantuvo en funcionamiento la granja sin ayuda de nadie. De algún modo había logrado sobrevivir a una de las peores inundaciones de la historia de Misuri así como a tres tornados, había cuidado de su marido y había cosechado suficiente para alimentar a su familia y a la mitad de los vecinos. Lo que más asombró a Cathy fue que a la señora Shimfissle jamás se le ocurrió pensar que aquello hubiera sido algo extraordinario. «Alguien tenía que hacerlo», decía.

Antes de dar clases de historia oral, Cathy siempre había querido ser escritora; soñaba incluso con que un día escribiría la gran novela americana. Pero al cabo de unos semestres abandonó la idea y empezó a dedicarse al periodismo. Su nueva filosofía era: «Por qué escribir ficción? ¿Por qué leer ficción?» Rasca a cualquier persona de más de sesenta, y tienes una novela mucho mejor y sin duda más interesante que la que pueda fabricar cualquier escritor de ficción. O sea, que no valía la pena.