"Las fuerzas del mal" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)Dieciocho Wolfie se maravilló de lo listo que era Fox. Delante de Bella, su padre hacía como si no supiera que alguien había estado en el campamento. Pero Wolfie sabía que él lo sabía. Lo veía por la forma en que Fox sonrió cuando Bella le dijo que todo iba bien: Ivo se había llevado de vuelta al trabajo al grupo de la sierra de cadena mientras ella y Zadie se disponían a relevar a los que vigilaban junto a la cuerda. – ¡Oh!, y vino una reportera -añadió sin darle importancia-. Le conté lo de la posesión hostil y se marchó. Lo sabía por la manera en que Fox la había alabado. – Bien hecho. Bella pareció aliviada. – Nos vamos entonces -dijo, haciendo a Zadie un gesto con la cabeza. Fox se interpuso en su camino. – Voy a necesitar que hagas una llamada telefónica más tarde -le dijo-. Cuando esté listo te doy un grito. Era demasiado confiada, pensó Wolfie. El carácter pendenciero de la mujer volvió a manifestarse por la orden expresada con tanta brusquedad. – A la mierda -dijo secamente-. No soy tu puñetera secretaria. ¿Por qué no puedes llamar tú mismo? – Necesito la dirección de alguien en la zona y no creo que un hombre la pueda conseguir. Pero una mujer, sí. – ¿La dirección de quién? – De nadie que conozcas. -Le sostuvo la mirada a Bella-. De una mujer. Su nombre es capitana Nancy Smith, de los Ingenieros Reales. Hay que llamar a sus padres para saber dónde está ahora. Eso no será un problema para ti, ¿verdad, Bella? La mujer se encogió de hombros con indiferencia, pero Wolfie deseó que no hubiera bajado los ojos. Eso la hacía parecer culpable. – ¿Qué quieres con una fulana del ejército, Fox? ¿No tienes suficiente diversión aquí? Los labios del hombre se extendieron en una lenta sonrisa. – ¿Te estás ofreciendo? Entre ellos saltó un relámpago de algo que Wolfie no comprendió antes de que Bella diera un paso de lado y siguiera su camino. – Eres demasiado profundo para mí, Fox -dijo-. Si te llevo a la cama no tendría forma de saber en qué me estaba metiendo. Mark encontró al coronel en la biblioteca, sentado tras el escritorio. Parecía absorto en lo que hacía y no oyó entrar al joven. – ¿La ha telefoneado? -preguntó Mark con urgencia, apoyando las manos sobre la superficie de madera y señalando el teléfono con la cabeza. Alarmado, el anciano apartó su silla del escritorio, arrastrando los pies sobre el piso de parqué en un intento de ganar apoyo. Su rostro estaba gris y demacrado, y parecía asustado. – Lo siento -dijo Mark retrocediendo y levantando las manos en signo de rendición-. Sólo quería saber si ha telefoneado a Nancy. James, nervioso, se pasó la lengua por los labios pero transcurrieron algunos segundos antes de que pudiera encontrar su tono habitual de voz. – Me ha asustado. Pensé que era… -calló de repente. – ¿Quién? ¿Leo? James desechó las preguntas con un ademán cansado. – Le he escrito una carta oficial -indicó con la cabeza una hoja sobre el escritorio-, solicitándole la liquidación final y la devolución de todos los documentos relativos a mis asuntos. Lo saldaré todo lo más pronto posible, Mark, y después de eso puedo asegurarle que su relación con esta familia ha terminado. He expresado mi gratitud de la manera más cálida por todo lo que ha hecho por Ailsa y por mí mismo, y lo único que le pido es que siga respetando mi confianza -hubo una pausa dolorosa-, en particular en todo lo relativo a Nancy. – Nunca traicionaré su confianza. – Se lo agradezco. -Firmó la carta con manos temblorosas e hizo un intento de doblarla y meterla en un sobre-. Siento que todo termine de esta manera. He apreciado mucho su bondad durante estos dos últimos años. -Abandonó el sobre y le ofreció la carta a Mark-. Entiendo cuán difícil ha sido para usted todo este maldito asunto. Me temo que ambos echamos de menos a Ailsa. Tenía el don de ver las cosas en su verdadera dimensión, una visión de la que lamentablemente usted y yo carecemos. Mark no iba a aceptar la carta. Por el contrario, se dejó caer en un butacón de cuero junto al escritorio. – Esto no es para impedir que me eche, James, soy un puñetero abogado inútil por lo que creo que es algo que debería hacer, pero me gustaría disculparme sin reservas por todo lo que dije. No hay ninguna excusa para lo que he estado pensando, salvo el hecho de que usted me abrumó con esas cintas sin aviso ni explicación. Juntas tienen un poderoso efecto, sobre todo porque sé que algunos de los hechos son verídicos. Lo más difícil de tratar ha sido el tema de Nancy. Ella podía ser hija suya. Su aspecto, sus maneras, su personalidad, todo… es como hablar con una versión femenina de usted. -Movió la cabeza-. Hasta tiene sus ojos; son pardos, los de Elizabeth son azules. Sé que hay una regla al respecto, creo que es la ley de Mendel, que dice que ella no puede tener un padre de ojos azules, pero eso no permite asumir que el hombre de ojos pardos más cercano sea su padre. Lo que estoy intentando decir es que le he fallado. Ésta es la segunda vez que he oído hechos difíciles de aceptar y en ambas ocasiones los he creído. -Hizo una pausa-. Debería haber sido más profesional. James lo miró fijamente por un momento antes de dejar la carta sobre el escritorio. – Leo siempre acusó a Ailsa de pensar lo peor -dijo, pensativo, como si lo hubiera asaltado un recuerdo-. Ella decía que no tendría que hacerlo si al menos en un par de ocasiones no hubiera ocurrido lo peor. Al final aborrecía tanto las profecías que se cumplían que se negaba a comentar nada… y ésa es la razón por la que esto -hizo un gesto abarcador hacia la terraza y el montón de cintas- ha sido un golpe tan tremendo. Era obvio que ella me ocultaba algo, pero ignoro de qué se trataba… posiblemente esos terribles alegatos. Lo único que me consuela en las frías horas de la noche es que ella nunca los hubiera creído. – Desde luego que no -asintió Mark-, ella lo conocía a usted demasiado bien. El anciano apenas esbozó una sonrisa. – Supongo que Leo está detrás de todo… y supongo que se trata de dinero. Pero en ese caso ¿por qué no dice lo que quiere? Me he torturado pensando en eso, Mark, y no puedo entender cuál es el objetivo final de esta interminable sarta de mentiras. ¿Acaso cree lo que dice? El abogado se encogió de hombros, dudando. – Si lo cree, entonces ha sido Elizabeth quien lo ha persuadido. -Reflexionó durante un instante-. ¿No cree que lo más factible es que Leo le haya metido esa idea en la cabeza y ella la esté repitiendo sin cesar? Es muy impresionable, sobre todo cuando se trata de culpar de sus problemas a otras personas. Un falso recuerdo de un maltrato sería muy propio de ella. – Sí -dijo James con un leve suspiro, quizá de alivio-, y ésa es la razón por la que la señora Bartlett está tan convencida. Ha mencionado varias veces que se ha reunido con Elizabeth. Mark asintió. – Pero si Leo sabe que no es verdad, entonces también sabe que lo único que tengo que hacer es presentar a Nancy para negar todo lo que él y Elizabeth afirman. Entonces, ¿por qué intentan arruinar mi reputación de esa manera? Mark apoyó el mentón en las manos. No sabía más que James, pero al menos había comenzado a pensar lateralmente. – ¿Y el epicentro de todo esto no es precisamente el hecho de que para Leo o Elizabeth Nancy no existe? Ni siquiera sabe qué nombre le dieron. Es un signo de interrogación en un formulario de adopción de hace más de veinte años, y mientras siga siendo eso ellos pueden acusarlo de todo lo que quieran. Si sirve de algo, he pasado las últimas horas recorriendo el camino a la inversa, del efecto a la causa. Quizás usted deba hacer lo mismo. Pregúntese cuál ha sido el resultado de esas llamadas telefónicas y decida entonces si ése era el resultado que buscaban. Eso podría darle una idea de lo que persigue. James reflexionó sobre aquello. – Me han obligado a ponerme a la defensiva -admitió lentamente, explicándolo en términos militares-, a sostener un combate de retaguardia y esperar a que alguien se muestre. – A mí me parece que se trata de una cuestión de aislamiento -dijo Mark de forma brutalmente directa-. Lo ha convertido a usted en un recluso, lo ha apartado de cualquier persona que pudiera apoyarlo… vecinos… la policía… -respiró profundamente por la nariz-, su abogado… hasta su nieta. ¿De veras piensa que no sabe que usted preferiría que ella siguiera siendo un signo de interrogación antes de hacerla pasar por la pesadilla de una prueba de ADN? – No puede estar seguro de eso. Mark sacudió la cabeza con una sonrisa. – Claro que sí. Usted es un caballero, James, y sus respuestas son predecibles. Al menos reconozca que su hijo es mejor psicólogo que usted. Sabe muy bien que usted sufriría en silencio antes que dejar que una chica inocente piense que es el producto de un incesto. James aceptó el razonamiento con un suspiro. – Entonces, ¿qué quiere? ¿Que esas mentiras se difundan? Ya ha dejado claro que si intento desheredarlos él y Elizabeth impugnarán el testamento de acuerdo con la legislación sobre derechos familiares, pero lo único que hace al acusarme de incesto es dar a esta supuesta hija mía una razón para poner otra demanda. -Movió la cabeza de un lado a otro, desconcertado-. ¿Acaso un tercer reclamante no reduciría su parte? No puedo creer que sea eso lo que quiere. – No -dijo Mark, pensativo-, pero Nancy tampoco podría pretender nada. Nunca ha dependido financieramente de usted en la medida en que lo han hecho Leo y Elizabeth. Es la trampa 22 [14] que le conté la primera vez que me visitó… si usted se hubiera negado a ayudar a sus hijos en momentos de dificultad ellos tampoco podrían pretender nada. Pero como los ha ayudado, tienen derecho a esperar una provisión razonable de fondos para su futuro… sobre todo Elizabeth, que quedaría totalmente en la ruina si usted la abandonara. – Ella es la única culpable. Ha dilapidado todo lo que le hemos dado. Lo único que conseguiría un legado sería mantener sus adicciones hasta que le causen la muerte. El mismo razonamiento de Ailsa, observó Mark. Lo habían discutido en numerosas ocasiones y él había persuadido a James de que lo mejor era legar a Elizabeth una pensión razonable para su manutención que dejara abierta la puerta para un legado mayor tras la muerte del coronel. Según las leyes de protección familiar, la responsabilidad moral del testador de mantener a sus descendientes se convirtió en una obligación legal en 1938. Quedaron atrás los días Victorianos en los que el derecho a disponer libremente de la propiedad era inviolable, y viudas e hijos podían quedarse sin un penique si disgustaban a maridos o padres. La justicia social impulsada por los parlamentos del siglo XX, tanto en divorcios como en legados de propiedades, había impuesto un deber de justicia, aunque los hijos no tenían derecho a heredar automáticamente a no ser que pudieran probar su dependencia. El caso de Leo estaba menos claro pues no tenía una historia de dependencia, y el punto de vista de Mark era que le sería muy difícil probar que tenía derecho a una parte de los activos después de que James trazara una línea definitiva tras el desfalco cometido por Leo en el banco. De todos modos, Mark le había aconsejado incluir la misma provisión de manutención para Leo que para Elizabeth, sobre todo si Ailsa había reducido el monto de lo que legaba a sus hijos, desde la mitad prometida de todas sus propiedades hasta una cantidad fijada en cincuenta mil libras, mientras el resto pasaba a su marido. No beneficiaba mucho a la hora de pagar impuestos, aunque permitía la segunda oportunidad que Ailsa quería. La dificultad era -y siempre había sido- cómo disponer de las propiedades más voluminosas, específicamente la casa, su contenido y la tierra, todo lo cual tenía un prolongado vínculo con la familia Lockyer-Fox. Al final, como ocurría a menudo en estos casos, ni James ni Ailsa querían verlo todo dividido y vendido después por partes, con los papeles y las fotografías familiares destruidos por extraños que no estaban interesados ni sabían nada de las generaciones anteriores. De ahí la búsqueda de Nancy. La ironía fue que había dado un resultado perfecto. Ella satisfacía todas las expectativas, pero como Mark le había sugerido a James después de su primer encuentro con ella, su atractivo como heredera y nieta perdida hacía mucho tiempo se incrementaba en gran medida por su indiferencia. Como una El abogado cruzó las manos detrás de la cabeza y miró al cielo raso. Nunca había hablado de sus clientes con Becky, pero comenzaba a preguntarse si ella no le habría registrado la cartera. – ¿Sabía Leo que estaba buscando a su nieta? -preguntó. – No, a no ser que usted se lo dijera. Ailsa y yo éramos los únicos que lo sabíamos. – ¿Le habría mencionado Ailsa ese hecho? – No. – ¿Y a Elizabeth? El anciano negó con la cabeza. – Está bien. -Volvió a inclinarse hacia delante-. Bien, estoy totalmente seguro de que Leo lo sabe, James, y quizá la culpa sea mía. Si no lo sabe, ha apostado porque ése sería el camino más probable que seguiría usted. Creo que se trata de eliminar de la ecuación al otro heredero a fin de forzarlo a rehacer su testamento anterior. – Pero Nancy lleva meses fuera de la ecuación. – Umm… Leo no lo sabe… ni siquiera se lo podría imaginar. Nosotros tampoco. Es como dije antes: pensábamos que sería un clon de Elizabeth… y no creo que Leo pudiera esperar otra cosa. Uno basa sus juicios en lo que conoce, y por la ley de probabilidades la hija de Elizabeth debería haber dado saltos de alegría ante la oportunidad de heredar una fortuna. – ¿Y qué sugiere usted? ¿Que esas llamadas cesarán si dejo claro que ella no es mi heredera? Mark movió la cabeza. – Creo que serían peores. – ¿Por qué? – Porque Leo quiere el dinero y no le importa mucho cómo conseguirlo. Cuanto antes muera usted, ya sea por depresión o agotamiento, mejor. – ¿Qué puede hacer si los principales beneficiarios son organizaciones caritativas? Arruinar mi reputación no les impedirá aceptar los legados. Ahora está del todo claro que la propiedad se dividirá. No hay nada que pueda hacer al respecto. – Pero usted no ha firmado el testamento, James -le recordó Mark-, y si Leo lo sabe, entonces también sabe que su testamento anterior en el que le dejaba la mayoría de las propiedades aún tiene validez. – ¿Cómo podría saber eso? – ¿Vera? -sugirió Mark. – Está senil. En cualquier caso, yo cierro la biblioteca cada vez que ella entra en la casa. Mark se encogió de hombros. – Eso no significa nada. Incluso si usted lo hubiera firmado, el testamento puede ser invalidado y revocado en cualquier momento… de la misma manera que los poderes a nombre de su abogado. -Se inclinó con rapidez hacia delante y dio unos golpecitos en el contestador-. Me ha estado diciendo que esas llamadas son una forma de chantaje… pero yo lo describiría mejor usando la palabra coerción. Usted está bailando a la música que le tocan… aislándose… deprimiéndose… impidiendo que la gente se acerque. El mayor éxito de los autores de las llamadas es intimidarlo para que haga exactamente lo que ha estado haciendo: crear una barrera entre usted y Nancy. Seguramente no sabrá qué es lo que ha conseguido, pero el efecto que eso causa en usted es el mismo. Más depresión… más aislamiento. James no lo negó. – Antes estuve aislado en una ocasión y eso no me hizo cambiar de idea -dijo-. Esta vez tampoco. – ¿Está hablando del campo de prisioneros de guerra en Corea? – Sí -dijo el anciano, sorprendido-. ¿Cómo lo sabe? – Nancy me lo dijo. Ella buscó su nombre… dice que es una leyenda. Una sonrisa de placer iluminó el rostro del anciano. – ¡Qué extraordinario! Pensaba que habían olvidado esa guerra hace tiempo. – Al parecer no. El retorno de la autoestima era casi palpable. – Bien, al menos usted sabe que no me pueden derrotar con facilidad… y menos los matones. Mark movió la cabeza a modo de disculpa. – Aquél fue un aislamiento de otro tipo, James. Defendía un principio… sus hombres lo apoyaban… y usted salió de aquello como un héroe. Esto no es lo mismo. ¿No ve que no tiene amigos? Se niega a ir a la policía porque tiene miedo de involucrar a Nancy. -Señaló hacia la ventana con un dedo-. Por la misma razón, no tiene idea de lo que piensan allá fuera porque no piensa salir a retar a nadie. Además -giró el pulgar para señalar la carta sobre la mesa-, está dispuesto a echarme porque duda de mi entrega… y la razón por la que mi entrega no fue tan firme fue porque no me dijo nada. James suspiró. – Esperaba que todo cesara si yo no reaccionaba. – Eso fue probablemente lo que pensó Ailsa, y mire lo que le ocurrió. El anciano sacó un pañuelo del bolsillo y se lo llevó a los ojos. – ¡Oh, por Dios! -dijo Mark, contrito-. Escúcheme, no quiero volver a alterarlo pero al menos considere que Ailsa se sintió tan aislada como usted. Me dijo que ella tenía miedo de las profecías que se cumplían… ¿No cree entonces que también estaba sometida a esas mentiras? Esa zorra de Bartlett habla y habla sobre cómo debió de sentirse Ailsa cuando lo descubrió. Quienquiera que le diera la información a la señora Bartlett, seguramente sabía que Ailsa estaba impresionada por eso. Es fácil decir que debió contárselo, creo que ella estaba intentando protegerlo de la misma manera que usted protege a Nancy, pero el efecto es el mismo. Mientras más se obstina en mantener algo en secreto, más fácil es hacerlo público. -Volvió a inclinarse hacia delante y su tono se tornó más insistente-. No puede dejar que sigan esas acusaciones, James. Debe oponerse a ellas. El anciano arrugó el pañuelo entre los dedos. – ¿Cómo? -preguntó con cansancio-. Nada ha cambiado. – Vaya, no podía estar usted más errado. Todo ha cambiado. Nancy ya no es un producto de su imaginación… ella es real, James… y una persona real puede echar por tierra todo lo que Leo está diciendo. – Ella siempre ha sido real. – Sí, pero no quería verse involucrada. Ahora sí quiere. Si no, no habría venido aquí, y aún menos habría pedido que la invitaran a volver si no estuviera dispuesta a apoyarlo a usted. Confíe en ella, se lo suplico. Explíquele lo que ha estado ocurriendo, déjele oír las cintas y después pregúntele si estaría dispuesta a someterse a una prueba de ADN. También puede hacer sólo la de grupos sanguíneos… Lo que sea, no importa… Apostaría hasta mi último penique a que ella dice que sí, y entonces tendrá pruebas de coerción y amenazas que podrá llevar a la policía. ¿No ve cuánto se ha fortalecido su posición desde la aparición de Nancy esta mañana? Finalmente cuenta con un defensor honesto. Si usted no quiere hacerlo, yo hablaría en su nombre. -Hizo una mueca de complicidad-. Además, le permitiría echar a Fitolaca y Belladona a la basura. Estoy seguro de que Ailsa lo aprobaría. No debió mencionar a Ailsa. El pañuelo regresó de nuevo a los ojos de James. – Todos sus zorros están muertos, ¿sabe? -dijo con serena desesperación-. Los atrapa en las trampas y les destroza los hocicos antes de tirarlos en la terraza. He tenido que dispararles para poner fin a sus sufrimientos. Le hizo lo mismo a Eso explicaría muchas cosas, pensó Mark. Las manchas de sangre junto a su cuerpo. La acusación de locura lanzada por Ailsa. El sonido de un golpe. – Debió informar sobre eso, James -dijo, de manera poco adecuada. – Lo intenté. Al menos, la primera vez. A nadie le interesó un zorro muerto en mi terraza. – ¿Y las pruebas de crueldad? James suspiró y volvió a apretar el pañuelo en el puño. – ¿Tiene idea del destrozo que causa el disparo de una escopeta en la cabeza de un animal? Quizá debí dejarlo morir de dolor mientras esperaba a que apareciera un agente. Asumiendo, por supuesto, que tuvieran algún remoto interés en un animal lleno de pulgas al que cazan y envenenan todos los días del año… y por supuesto, no lo tenían. Me dijeron que llamara a la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales. – ¿Y? – Comprensivos pero impotentes en lo relativo a plagas. Piensan que lo hizo algún furtivo que se desquitó con rabia por haber cazado un zorro en lugar de un venado. – ¿Y por eso se sienta todas las noches en la terraza? ¿Espera poder atraparlo? -El anciano volvió a sonreír débilmente como si la pregunta le pareciera divertida-. Debe tener cuidado, James. En la protección de su propiedad sólo tiene derecho a usar la fuerza razonablemente. Si hace algo que parezca que está vigilando, irá a prisión. Los tribunales son muy duros con las personas que se toman la justicia por su mano. -Obtuvo la misma reacción que si no hubiera dicho nada-. No le culpo. En su posición me sentiría de la misma manera -prosiguió-. Sólo le pido que considere las consecuencias antes de hacer algo que pueda lamentar. – Es lo único que considero -dijo James con brusquedad-. Quizás haya llegado el momento de que preste atención a sus propios consejos… ¿o no es verdad que el hombre que se defiende a sí mismo tiene a un tonto por cliente? Mark lo miró con expresión sardónica. – Seguramente me lo merezco, pero no lo entiendo. James rompió la carta en pedacitos y los tiró al cesto que había junto a su escritorio. – Piénselo dos veces antes de convencer a Nancy de que revele sus vínculos conmigo -dijo fríamente-. Ya he perdido a mi mujer por culpa de un loco… no tengo la intención de perder también a mi nieta. Wolfie se deslizó entre los árboles siguiendo el rastro de su padre, llevado por el horror y la curiosidad de descubrir qué ocurría. No conocía la frase «conocimiento es poder», pero entendía el imperativo. ¿De qué otra manera podría hallar a su madre? No se había sentido tan valiente en muchas semanas y sabía que eso tenía algo que ver con la bondad de Bella y el dedo conspirativo que Nancy se había llevado a los labios. Eso le hablaba de un futuro. Solo junto a Fox, lo único que podía pensar era en la muerte. La noche era tan negra que era incapaz de ver nada pero pisaba con mucho cuidado y se mordía la lengua al tropezar con ramas y tocones. A medida que pasaban los minutos, sus ojos se habituaban a la escasa luz lunar y siempre podía oír el ruido de la chamiza al partirse mientras los pesados pasos de Fox avanzaban por el suelo del macizo boscoso. Se detenía a cada pocos pasos, pues de su anterior captura había aprendido que no debía meterse a ciegas en una trampa, pero Fox seguía acercándose a la mansión. Con la astucia de su homónimo, Wolfie [15] se dio cuenta de que el hombre regresaba a su territorio, al árbol de siempre, a su puesto de observación preferido, y con los ojos y los oídos alerta para detectar obstáculos, el niño se apartó tangencialmente para definir un territorio propio. Durante varios minutos no ocurrió nada, pero después, para alarma de Wolfie, Fox comenzó a hablar. El niño se pegó al suelo, suponiendo que había alguien con él, pero cuando no hubo respuesta adivinó que Fox hablaba por el teléfono móvil. Podía distinguir muy pocas palabras, pero las inflexiones en la voz de Fox le recordaban la de Lucky Fox… y eso le resultaba extraño, porque veía al anciano en una de las ventanas de la planta baja de la casa. «… Tengo las cartas y tengo su nombre… Nancy Smith… capitana, Ingenieros Reales. Debe de estar orgulloso de contar con otro soldado en la familia. Hasta se parece a usted cuando era joven. Alta y morena… el clon perfecto… Es una lástima que no haga lo que le dicen. “No es posible ganar nada involucrándola”, dijo usted… pero ella está aquí. ¿Qué valor tiene ahora el ADN? ¿Sabe ella quién es su padre…? ¿Va a decírselo antes de que lo haga otra persona…?» Mark volvió a escuchar la cinta varias veces. – Si se trata de Leo, él cree realmente que usted es el padre de Nancy. – Él sabe que no lo soy -replicó James, tirando los archivos al suelo mientras buscaba el que había marcado como «Miscelánea». – Entonces no es Leo -dijo Mark, sombrío-. Hemos estado mirando en la dirección equivocada. James abandonó su búsqueda con resignación y cruzó las manos delante de la cara. – Claro que es Leo -dijo con sorprendente firmeza-. Compréndalo, Mark. Para él, usted es un regalo de Dios, porque sus reacciones son muy predecibles. Usted siente pánico cada vez que él cambia su posición, en lugar de conservar la serenidad y obligarlo a que se descubra. Mark miró por la ventana hacia la oscuridad del exterior y en el reflejo su rostro tenía la misma expresión de acoso que James había mostrado durante dos días. Quienquiera que fuera aquel hombre, había estado en la casa y sabía cuál era el aspecto de Nancy, y probablemente los estuviera vigilando ahora. – Quizás usted sea el regalo de Dios, James -murmuró-. Al menos, considere que su reacción con respecto a su hijo es totalmente predecible. – ¿Qué significa eso? – Pase lo que pase, siempre acusa a Leo. |
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