"La mandolina del capitán Corelli" - читать интересную книгу автора (de Bernières Louis)11. PELAGIA Y MANDRASPELAGIA (sentada en el retrete después de desayunar): Qué bien que el que construyó esto dejara una abertura en la parte superior de la puerta. Podría estarme horas y horas contemplando las nubes sobre la cima de la montaña. Me pregunto de dónde saldrán. Quiero decir, ya sé que es vapor de agua, pero da la impresión de que surgen de la nada y se agrupan así, de repente. Es como si cada gota tuviera un secreto que compartir con sus hermanas, y es así como las gotas se elevan del mar, se apiñan unas con otras y se dejan llevar por la brisa, y las nubes cambian de forma a medida que las gotas corren de un confidente a otro, susurrando por ejemplo: «Veo a Pelagia ahí abajo, sentada en el retrete, pero ni se imagina que estamos hablando de ella.» Y dicen: «He visto a Pelagia y a Mandras besándose. ¿Cómo acabará esto? Ella se ruborizaría si lo supiera.» Oh, me he ruborizado. Soy una tonta. ¿Y por qué las nubes van más lentas que el viento que las impulsa? ¿Por qué a veces el viento sopla hacia un lado y las nubes van hacia el otro? ¿Tendrá razón mi padre cuando dice que hay varias capas distintas de viento, o es que las nubes tienen algún sistema para viajar en dirección contraria? He de cortar unos cuantos trapos más, tengo dolores en el vientre y la espalda, ya me toca. Anoche había luna nueva, y eso significa que ya es el momento. Mi tía dice que lo único bueno de estar embarazada es que no has de preocuparte por sangrar. Pobrecita Chrysoula, pobre criatura, qué cosa tan terrible. Papá viene tarde por la noche, temblando de ira y zozobra, todo porque Chrysoula cumplió catorce años y nadie le había dicho que un día iba a sangrar; ella está horrorizada, cree que tiene alguna enfermedad secreta, repugnante, y no puede decírselo a nadie y toma veneno para ratas. Y papá se enfada tanto que coge a la madre de Chrysoula por el cuello y la sacude como un perro sacude a un conejo, y el padre de Chrysoula se marcha con los chicos como de costumbre y llega a casa borracho como si nada hubiera ocurrido, y debajo de la cama de Chrysoula hay un montón de papeles grueso como una Biblia, llenos de oraciones que le reza a san Gerasimos para que la cure, y las oraciones son tan tristes y desesperadas que te dan ganas de llorar. Bueno, no puedo pasarme aquí todo el santo día pensando en las nubes y en la menstruación; además, empieza a hacer un calor de mil demonios y el pestazo será insoportable. Pero voy a quedarme un rato más, porque papá aún tardará unos diez minutos en volver de desayunar, y lo importante es que cuando llegue me vea atareada. Supongo que tuvieron que dejar una abertura en lo alto de la puerta, si no aquí dentro estaría totalmente a oscuras. MANDRAS (subiendo sus redes a la barca): San Pedro y san Andrés, concededme una buena pesca. Hoy hará otra vez un calor sofocante, lo sé, y sé que todos los peces se esconderán bajo las rocas o se irán al fondo. Dios debería haberlos criado con gafas de sol por el bien de nosotros, pobres pescadores. Deja que las nubes del monte Aínos oculten un poco el sol, Señor, déjame pescar unas buenas lisas para el doctor Iannis y Pelagia, deja que vea unos cuantos delfines o unas marsopas para que me indiquen dónde está el pescado, deja que vea unas gaviotas para que pueda encontrar chanquetes y Pelagia los reboce y los fría en aceite y exprima limón por encima y me pida que vaya a comer con ellos, y así podré tocarle la pierna con el pie por debajo de la mesa mientras el doctor habla de Eurípides y de la ocupación napoleónica, y yo diré: «Qué interesante, pues no lo sabía, ¿es cierto eso?» Señor, haz que pesque una raya para mi madre, y un róbalo, y un pulpo bien grande para trocear en rodajas que mi madre pueda guisar y yo me las coma mañana, frías con tomillo y aceite, sobre una gruesa rebanada de pan blanco. No debería salir a pescar en martes, los martes nunca hay suerte, pero de algo hay que vivir, y puede que entre las innumerables sonrisas de las olas haya una sonrisa para mí. Eso lo aprendí del doctor: «Las innumerables sonrisas de las olas», un verso de Esquilo, quien lógicamente nunca salió a la mar en invierno. Más bien innumerables remojones y un frío de muerte. Pero hoy el día es precioso, precioso como Pelagia, y si lanzo el sedal hasta el fondo es probable que pesque un rodaballo, y si me pongo agua salada en los cortes del trasero me va a escocer horrores. PELAGIA (sacando agua del pozo): Papakis dice que Mandras va a tener partículas de terracota en el trasero para el resto de su vida, que va a parecer como si le hubieran espolvoreado pimienta roja. Me gusta su trasero, Dios me perdone, aun cuando no se lo he visto nunca. Sólo puedo decir que me gusta. Que me gustaría. Es muy pequeño. Cuando se agacha veo que es como las dos mitades de un melón. Quiero decir que las curvas parecen responder a una proporción acorde con la idea original que Dios tuvo de esa fruta. Cuando me besa siento ganas de cogerle una nalga con cada mano. No lo he hecho nunca. No sería capaz. ¿Qué diría él? Tengo unos pensamientos muy guarros. Menos mal que nadie me lee el pensamiento, me meterían en la cárcel y todas las viejas me arrojarían piedras y me llamarían puta. Cuando pienso en Mandras tengo una imagen de su rostro, sonriendo, y luego lo imagino agachándose. A veces me pregunto si soy normal, pero las cosas que dicen las mujeres cuando estamos todas juntas y los hombres están en la kapheneia… Si se enteraran los hombres, ¡menudo escándalo! Todas las mujeres del pueblo saben que Kokolios tiene un pene torcido como un plátano y que el cura tiene un sarpullido en el escroto, pero los hombres no lo saben. No tienen idea de lo que hablamos entre nosotras, creen que hablamos de cocina y de bebés y de si hay que coser esto así o asá. Y si nos sale una patata parecida al aparato de un hombre nos la pasamos y reímos. Ojalá hubiera un modo de llevar el agua hasta la casa sin tener que acarrearla. Cada cántaro es más pesado que el anterior, y acabo siempre mojada. Dicen que los normandos solían envenenar los pozos arrojando cadáveres dentro; o te morías de sed o del agua contaminada. Es un milagro que una isla sin ríos ni arroyos tenga tanta agua clara de la tierra incluso en agosto. Cuando vaya a casa descansaré un poco; odio esa picazón pegajosa en la nuca cuando empiezo a sudar. Me gustaría saber por qué Dios hizo el verano tan caluroso y tan frío el invierno. ¿Y dónde está escrito que las mujeres hayan de acarrear agua, si los hombres son más fuertes? Cuando Mandras me pida que me case con él, le diré: «Ni hablar, a menos que seas tú el que vaya en busca de agua.» Él me contestará: «De acuerdo, pero ve tú a pescar», y yo no sabré qué responder. Lo que necesitamos es un inventor que venga a ponernos una bomba para llevar el agua hasta casa. Papá me saca de quicio. ¿Qué significa eso de que no voy a tener dote? ¿Quién se casa sin dote? Papá dice que es una costumbre bárbara y que ya no se sigue en ninguno de los países civilizados que él conoce, que uno se casa por amor como hizo él y que es una obscenidad convertir el matrimonio en una transacción, y que eso implica considerar que la mujer no vale para el matrimonio a menos que lleve sus propiedades a cuestas. Pues si eso es lo que piensa, voy a tener que casarme con un extranjero. Yo le dije: «Papakis, si lo piensas bien, es una tontería llevar ropa de abrigo cuando el calor aprieta. ¿Quieres que sea la única mujer en toda Grecia que vaya sin nada en pleno verano?» Y él va y me da un beso en la frente: «Eres casi tan lista como para ser mi hija», me dice y se marcha. Me dan ganas de estar desnuda cuando él llegue a casa, en serio. No se puede ir contra las costumbres, no señor, aunque sean una estupidez. ¿Y qué dirá la familia de Mandras? ¿Cómo voy a soportar esa vergüenza? Mi única posesión es una cabra. ¿Voy a tener que ir a casa del padre de él con una cabra y unas pocas prendas? ¿quién me dice que van a aceptar mi cabra? Pues no pienso ir si no puedo llevarme la cabra, y ya está. ¿Quién le va a soplar por el hocico y a rascarle detrás de las orejas? Papakis no. Y me gustaría que papá dejase de mearse en las plantas, siempre que voy a coger alguna hierba me da un pasmo. Tal vez tendría que cultivar más en otra parte, en un lugar secreto, y utilizar sólo ésas. No puedo seguir pidiéndoselas a los vecinos cuando ellos saben perfectamente que tenemos hierbas de sobra, y no puedo decirles que no utilizo las nuestras porque están llenas de orines. Dios. Oh, Dios. Debería haberlo pensado. Mierda. ¿Por qué no me habré puesto un paño antes de levantar el cántaro? Soy una tonta. Ahora me está saliendo sangre. Puaj, está caliente y pegajosa. Será mejor que vuelva más tarde por el cántaro. Otra vez lo mismo, cinco días anadeando como un pato. MANDRAS (saliendo por la boca del puerto): Sin dote. Dios sabe que la amo, pero ¿qué va a pensar la gente? Dirán que el doctor Iannis no me juzga lo bastante bueno, eso dirán. Siempre me está llamando tonto e imbécil y diciendo que tengo demasiado kefi para ser un buen marido. Bueno, tonto sí soy. Los hombres siempre son tontos por lo que respecta a las mujeres, eso lo sabe todo el mundo. Y yo sé que le caigo bien al doctor, no deja de preguntarme cuándo voy a pedirle la mano de Pelagia, y se hace el sueco cuando me pongo a hablar con su hija. El problema es que cuando estoy con ella no soy yo. Quiero decir, sé que soy un hombre a carta cabal. Pienso las cosas. Estoy al corriente en política, sé la diferencia entre un realista y un venizelista. Soy una persona seria porque no pienso sólo en mí mismo; quiero mejorar el mundo, quiero participar en las cosas. Pero cuando estoy con Pelagia es como si volviera a tener doce años; primero me subo al olivo haciéndome el Tarzán y luego simulo pelearme con la cabra. Es puro pavoneo, ya lo sé, pero ¿qué otra cosa se supone que debo hacer? No me veo diciendo: «Venga, Pelagia, hablemos de política.» A las mujeres no les interesan esas cosas, ellas quieren que las diviertas. Nunca le he hablado de mis puntos de vista. Quizá ella también piensa que soy tonto. No tengo su categoría, eso lo sé. El doctor le enseñó italiano y un poco de inglés, y su casa es más grande que la nuestra, pero no me siento inferior. Al menos, no creo serlo. La suya es una familia atípica, eso es todo: poco convencional. El doctor dice lo que le viene en gana. Muchas veces no sé de qué me habla. Habría sido más fácil enamorarse de Despina o de Polyxeni. Tal vez si yo hubiera pasado la exiteia estaría un poco más al cabo de la calle. Quiero decir que el doctor ha navegado por todo el mundo, ha estado en América. ¿Y dónde he estado yo? ¿Qué conocimientos poseo? Conozco Ítaca y Zante y Levkas. Menudo chollo. No tengo historias ni recuerdos que contar. Jamás he probado el vino francés. Él dice que en Irlanda llueve cada día y que en Chile hay un desierto donde no ha llovido nunca. Amo a Pelagia, pero sé que nunca llegaré a ser un hombre hasta que haya hecho algo importante, algo grande, algo por lo que ser respetado. Por eso espero que haya una guerra. No quiero matanzas ni gloria, sólo quiero algo que me exija un gran esfuerzo. Ningún hombre es tal hasta que ha sido soldado. Cuando vuelva vistiendo el uniforme nadie podrá decir: «Mandras es un chico simpático, pero no vale para nada.» Entonces sí mereceré una dote. Ah, delfines. Un golpe de timón, cambiar de amura. No, no, no vengáis, ya voy yo para allá. Espero que no estéis jugando. Ah, estoy seguro de que son el delfín Kosmas, el delfín PELAGIA (en la siesta): Qué calor. La puerta se mueve. ¿Quién es? ¿Mandras? No, no seas tonta, no se puede hacer aparecer a alguien sólo pensando en él. Dicen que los fantasmas de los vivos existen. Oh, eres tú, Psipsina. Oh, no. ¿No podríamos tener un perro como todo el mundo? Incluso un gato. En cambio, tenemos una marta loca que no hace la siesta. Lárgate. ¿Hasta cuándo vas a seguir creciendo? No puedo dormir con media tonelada de pelo sobre mi pecho. Estáte quieta. Mmm, ¿por qué hueles siempre tan bien, MADRAS (remendando sus redes en el puerto): Ayer la Somalia británica cayó en manos de los italianos. ¿Cuánto tardarán en atacarnos desde Albania? Parece que fue cosa de tanques contra camellos. Me siento inútil e insignificante en esta isla. Es el momento de que los hombres nos ocupemos de nuestras cosas. Le hice escribir a Arsenios una carta al rey, diciendo que me presentaba voluntario, y he recibido una carta de la propia oficina de Metaxas donde me dicen que me llamarán a filas cuando haga falta. Esta noche pienso hacer que escriba otra vez diciendo que quiero incorporarme inmediatamente. ¿Cómo le daré la noticia a Pelagia? Una cosa sí sé: voy a pedirle que se case conmigo antes de irme, con dote o sin ella. Voy a pedir su mano a su padre y después me pondré de rodillas y le preguntaré a ella si quiere casarse conmigo. Sin bromas. Le haré comprender que defendiendo a Grecia estaré defendiéndola a ella y a las mujeres como ella. Se trata de la salvación nacional. Todos tenemos el deber de hacer lo máximo que podamos. Y si muero, pues mala suerte, no habré muerto en vano. Moriré con el nombre de Pelagia y el de Grecia, juntos, en mis labios, porque se trata de la misma cosa, una cosa sagrada. Y si salgo con vida, caminaré con la cabeza bien erguida el resto de mis días y volveré a mis redes y a mis delfines y todo el mundo dirá: «Ahí va Mandras, que luchó en la guerra. Todo lo que somos se lo debemos a gente como él», y ni Pelagia ni su padre serán capaces ya de mirarme y llamarme tonto e imbécil, y ya nunca seré un simple pescador anónimo con trocitos de terracota en el culo. PELAGIA (sacando kleftico del horno comunitario): ¿Dónde está Mandras? A estas horas suele andar por aquí. Quiero que venga. Me cuesta respirar, tengo muchas ganas de que venga. Otra vez me tiemblan las manos. Será mejor que borre esa estúpida sonrisa de mi cara, o la gente pensará que me falta un tornillo. Ven, Mandras, por favor, si vienes no le daré mi parte de pescado a Psipsina. Solamente la tripa y la cola y la cabeza. Quédate a cenar y acaríciame la pantorrilla con el pie, Mandras. ¿No tendría que ocuparse ella misma de sus ratones, con lo mayor que está ya? Es una estupidez hacer las cosas por puro hábito, sin necesidad. Venga, quédate a cenar. |
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