"El Secreto Génesis" - читать интересную книгу автора (Knox Tom)

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El inspector Forrester estaba sentado en su desordenado escritorio de New Scotland Yard. Tenía delante de él más fotografías del hombre herido, David Lorimer. Las imágenes eran espantosas. Dos estrellas grabadas con fuerza sobre su pecho e hilillos de sangre que corrían por su piel.

La estrella de David.

Lorimer. Estaba claro que era escocés, no judío. ¿Creyeron los asaltantes que era judío? ¿Lo eran ellos? ¿O nazis? ¿Era eso sobre lo que le preguntaba la periodista? ¿El asunto de los neonazis? Forrester se giró y volvió a mirar las fotografías oficiales de la escena del crimen en el sótano: el suelo con el líquido viscoso negro y los picos y palas. El agujero que los asaltantes habían excavado era profundo. Obviamente buscaban algo. Y a conciencia. ¿Lo habían encontrado? Pero si buscaban algo, ¿por qué se habían molestado en mutilar al viejo cuando los sorprendió? ¿Por qué no se limitaron a dejarlo sin sentido o a matarlo sin más? ¿Por qué esa crueldad tan esmerada y ritualista?

Forrester deseó de pronto una buena copa. En lugar de eso, le dio un sorbo al té de una taza desconchada con la imagen de una bandera inglesa; después se puso de pie y se dirigió hacia la ventana de su décimo piso. Desde aquel lugar estratégico tenía una buena perspectiva de Westminster y el centro de Londres, la enorme rueda de acero del Ojo de Londres con sus extrañas vainas de cristal y los pináculos del Parlamento. Miró al nuevo edificio que se elevaba en Victoria y trató de adivinar de qué estilo era. Siempre anheló ser arquitecto; incluso solicitó el acceso a una escuela de arquitectura cuando era joven. Luego se retiró cuando le dijeron que la formación era de siete años. ¿Siete años sin un sueldo decente? A sus padres no les gustó cómo sonaba aquello, y tampoco a él. Así que entró en la policía. Pero aún le gustaba pensar que tenía amplios conocimientos sobre la materia. Podía diferenciar entre el estilo de Wren2 y el del Renacimiento, entre el postmoderno y el neoclásico. Ésa era una de las razones por las que le gustaba trabajar y vivir en Londres a pesar de todas las molestias: la riqueza del tapiz urbano.

Se bebió el resto del té, volvió a su mesa y examinó los informes que el agente del servicio de inteligencia había distribuido durante la «oración» de la mañana -la reunión de las nueve en Craven Street. Las imágenes del circuito cerrado de televisión no habían captado a ningún sospechoso por las calles de los alrededores. No había más testigos, a pesar de haber pasado un día desde que se hizo el llamamiento. Las primeras veinticuatro horas eran cruciales en cualquier investigación: si no se encontraba ninguna pista significativa para entonces, se sabía que el caso iba a ser difícil. Y así era. Los forenses iban de fracaso en fracaso. Los intrusos habían borrado cuidadosamente incluso las huellas de las botas. El delito se había llevado a cabo con astucia y destreza. Sin embargo, se habían tomado su tiempo para mutilar y torturar al conserje con suma precisión. ¿Por qué?

Sin saber qué pensar, Forrester abrió la página de Google, escribió «Casa Benjamín Franklin» y descubrió que fue construida en la década de 1730, lo cual la convertía en una de las casas privadas más antiguas de la zona y contaba con artesonado auténtico, cornisas cerradas, un salón en la primera planta con «dentículos». Había una escalera de ida y vuelta con los extremos tallados y «pilares de columnas dóricas». Abrió otra ventana para buscar qué eran los pilares de columna y, ya que estaba, los dentículos.

Nada que le interesara.

El resto de la descripción era más de lo mismo. Craven Street era una calle que procedía del Londres de la época georgiana. Un pasaje del siglo XVIII, cuando la ciudad era aficionada a la ginebra, incrustado entre los tragafuegos eslovenos y cantantes de ópera neozelandeses del Covent Garden moderno y los yonquis itinerantes y ruidosos taxistas del destartalado Charing Cross.

Esta información no le sirvió de mucha ayuda. ¿Y qué pasaba con el propio Franklin? ¿Podría haber alguna conexión entre él y los desconocidos? Forrester escribió «Benjamín Franklin» en la barra de Google. Ya tenía una vaga idea de que fue el tipo que descubrió la electricidad con una cometa o algo parecido. Google le proporcionó el resto.

Benjamín Franklin. 1706-1790. Fue uno de los más famosos padres fundadores de los Estados Unidos de América. Fue un destacado escritor, teórico político, impresor, científico e inventor. Como científico fue una figura prominente en el campo de la física por sus descubrimientos y teorías relativas a la electricidad.

Forrester volvió a buscar, sintiéndose algo inepto.

Nacido en Massachusetts, Franklin aprendió de su hermano mayor la técnica de la imprenta y se convirtió en editor de un periódico, impresor y comerciante en Filadelfia. Pasó muchos años en Inglaterra y Francia. Hablaba cinco idiomas. Fue masón durante toda su vida y formaron parte de su círculo Joseph Banks, el botánico, y sir Francis Dashwood, el ministro de Hacienda británico. Durante muchos años fue también agente secreto…

Suspiró y cerró la ventana. Así que aquel hombre era un erudito. ¿Y qué? ¿Por qué cavar en su sótano? ¿Por qué mutilar al conserje de su museo varios siglos después? Miró el reloj de su ordenador. Tenía que almorzar y no había avanzado mucho. Odiaba esa sensación: toda una mañana perdida y ningún logro. Era irritante a un nivel bastante profundo y existencial.

«De acuerdo», pensó. Quizá pudiese probar desde un punto de vista distinto. Algo más indirecto. Buscó en Google «sótano del Museo Benjamín Franklin».

Y allí estaba, casi de inmediato. ¡Sí! Forrester sintió el picor de la adrenalina. Examinó la pantalla con urgencia.

En la primera página web aparecía palabra por palabra un artículo de The Times con fecha de 11 de febrero de 1998.

HUESOS DESCUBIERTOS EN LA CASA DE UN PADRE FUNDADOR

Las excavaciones en Craven Street en la casa de Benjamín Franklin, el padre fundador de los Estados Unidos de América, han dado lugar a un descubrimiento macabro: ocho esqueletos ocultos bajo las losas de la bodega.

Las primeras estimaciones sugieren que los huesos tienen unos doscientos años y que fueron enterrados en la época en la que Franklin vivía en la casa, que fue su hogar desde 1757 hasta 1762 y desde 1764 hasta 1775. La mayoría de los huesos muestran señales de haber sido extrañamente perforados provocándoles varios agujeros. Paul Knapman, juez de instrucción de Westminster, declaró ayer: «No puedo desechar por completo la posibilidad de que tenga que llevar a cabo una investigación».

La Asociación de Amigos del Museo Benjamín Franklin asegura que los huesos no tienen ninguna relación ocultista ni criminal. Dicen que es probable que los huesos fueran colocados allí por William Hewson, que vivió en la casa durante dos años y que hizo construir una pequeña escuela de anatomía en la parte trasera. Hacen notar que aunque quizá Franklin supiera lo que Hewson estaba haciendo, no es probable que participara en ninguna de las disecciones porque era una persona más interesada por la física que por la medicina.

Forrester se recostó en su asiento. El sótano había sido excavado anteriormente. Con resultados sorprendentes. ¿Habrían vuelto por eso aquellos tipos? ¿Y qué era aquello de «relación ocultista y criminal»?

Ocultista…

El detective sonrió. Ahora sí esperaba la hora del almuerzo. Posiblemente tenía el primer indicio de una pista.