"Aquamarine" - читать интересную книгу автора (Parkhutik Vera)CAPÍTULO IILa vuelta al confuso y bullicioso ambiente de Hoy y Mañana resultó vigorizante para Codi. La redacción ocupaba varias plantas de un edificio tan antiguo como el periódico mismo y no había ampliado su sede desde hacía mucho tiempo. Codi compartía su lugar de trabajo con una treintena de compañeros, cuyas mesas estaban esparcidas sin orden aparente por una amplia sala común. El mediodía se acercaba, y el lugar vibraba con toda la actividad que albergaba. Aquél no era sitio para los lentos de pensamiento, los que necesitaban más de un cuarto de hora para comer o los predispuestos a padecer estrés. Codi se abrió paso hasta su mesa sin pararse a dar explicaciones por su ausencia durante la mañana. Lo primero que hizo tras sentarse y estirar las piernas fue sacar del bolsillo el mensaje de la niña. Lo dejó sobre la mesa con un gesto contundente. La cajita de madera que lo contenía era muy bonita, muy cara, muy poco apropiada para uso infantil. Codi la estudió un rato, pensando en todas las maneras de resolver el encargo. Podía tirarlo a la basura. Era un plan tentador, pero Codi ya había perdido su oportunidad. Tenía que haberlo hecho de camino hasta su mesa, antes de sentarse. En la redacción no faltaban papeleras. A saber por qué no usó ninguna de ellas. Podía meterlo en un cajón y olvidarse de él. Esa opción era bastante mejor. Los cajones de la mesa de Codi eran profundos y estaban llenos de todo tipo de objetos inútiles, así que podía confiar en que el mensaje se quedaría perdido allí por un largo tiempo. Podía volver a Emociones Líquidas, encontrar a Fally Ramis o al padre de Fally Ramis y devolvérselo. Idea ridícula y no realizable. Podía entrevistar a Gabriel Cherny y dárselo. Idea aún más ridícula y menos realizable. Codi dejó escapar un suspiro y se estiró un poco más. Estaba evitando la raíz del problema. La verdadera pregunta a contestar era: ¿por qué se sentía obligado a cumplir una promesa que nunca había hecho? Miraba el marco y en vez de mandar a la niña a paseo recordaba su expresión solemne y el gesto con el que le había enseñado su palma quemada. Y poco a poco se le hacía claro que no quería mandarla a paseo. Inmediatamente, no. Trató de llegar a un compromiso consigo mismo. Vería un par de grabaciones, satisfaría su curiosidad poniendo cara al nombre y después… Después no haría nada. Redactaría notas sobre la entrevista para presentárselas a Harden. Por cierto que añadir en ellas algo sobre ese Cherny — el nombre del orchestrista le sonaba, pero no sabía nada de él— le haría quedar bien. Harden ya no podría pedirle más. La búsqueda que realizó fue la más sencilla que pudo imaginar, pero le proporcionó muchísimo material. Hoy y Mañana disponía de una biblioteca visual envidiable. El periodista fue a por el archivo más antiguo, datado hacía casi diez años. Era un fragmento de las noticias de la noche comentadas por una presentadora que Codi recordaba sólo vagamente. Diez años eran mucho tiempo en el negocio de la información. Activó la grabación. — Tras un desenlace sin precedentes, el Desafío de Crialto arropa hoy a su inesperado ganador — la mujer mantenía la cabeza perfectamente erguida mientras sus labios articulaban cada palabra con la precisión de un autómata—. Gabriel Cherny, de quince años, se ha convertido esta noche en el vencedor más joven de este prestigioso certamen. Desde el inicio de esta vigésimo tercera edición, su nombre ha estado en boca de todos. Durante la primera fase, su juventud ha suscitado una notable polémica tanto entre el público como entre algunos jueces, pero el joven Gabriel no tardó en acallar las voces de duda. Entre sus actuaciones iniciales destaca la interpretación de la Fuga Infinita de Jan Joel, una composición de una dificultad técnica difícilmente imaginable. Fue, sin embargo, su actuación en la final de esta noche lo que dejó sin palabras a entendidos y profanos. Veamos este reportaje desde el hotel Crialto. La imagen cambió revelando una amplia toma de una gran sala. El escenario se veía lejano y diminuto desde la posición de la cámara, y se iba acercando. No había ningún instrumento sobre él: sólo varias figuras. El ojo de la cámara se centraba sobre una de ellas. Había algo en Cherny que llamaba poderosamente la atención. Era casi tan alto como los adultos que lo rodeaban, pero a los quince años su cuerpo estaba aún por desarrollarse. Sus manos eran finas, los rasgos de su cara perfectos, los movimientos llenos de una elegancia absolutamente casual. Su traje de gala, negro y sobrio, sólo añadía delicadeza y excepcionalidad a la impresión general. Rectos mechones de pelo negro caían sobre la frente del muchacho, ocultando parcialmente sus ojos. La cámara se acercó más. Su expresión era extraña, se dio cuenta Codi. De vez en cuando parpadeaba, miraba hacia los lados e intercambiaba palabras con los que le felicitaban. Pero durante el resto del tiempo permanecía inmóvil, quieto como una estatua en medio de una colmena de adultos boquiabiertos. — Nacido en una familia humilde y huérfano desde hace años, este chico extraordinario ha recibido su educación musical bajo la supervisión de un benefactor que hoy ha preferido permanecer en el anonimato. Suponemos que su juventud y la intensa y hermética formación que ha estado recibiendo explican que el nombre de Cherny no haya sonado en ningún otro acontecimiento musical hasta el momento. A raíz de este gran debut, esperamos tener más oportunidades de disfrutar con sus actuaciones. Todo lo que siguió después fueron comentarios insignificantes y más elogios. La cámara permaneció centrada sobre la cara del muchacho unos momentos más y después se alejó para recoger los testimonios de los organizadores. Un hombre enérgico y entrado en años, el director del hotel Crialto e instaurador del premio del mismo nombre, charlaba con entusiasmo sobre la organización del concurso. En todo el tiempo que la cámara se quedó enfocando a Gabriel Cherny de cerca, Codi no vio ni una expresión de triunfo, ni un amago de sonrisa. El muchacho se mantenía inhumanamente sereno, con la mirada perdida en la distancia y ligeramente desenfocada. Codi no tardó en decidir que algo en él no le gustaba. Tanta indiferencia simplemente no era natural. Olvidándose de su plan de ceñirse al mínimo de información, Codi pasó a la siguiente grabación, y luego a otra. La mayoría de las tomas eran mucho más recientes, con un Cherny despojado rápidamente de la fragilidad de la adolescencia. Mantenía, sin embargo, la delicadeza de movimientos y el gusto exquisito para vestir. Su trato con los demás era cortés al tiempo que indiferente. Seguía comportándose con una serenidad que rozaba la altivez. Los comentarios eran repetitivos y Codi empezó a ignorarlos. No decían nada sobre Cherny que no fuera una recapitulación de sus logros recientes. Los datos biográficos brillaban por su ausencia. Ninguna información sobre sus orígenes, sus gustos y preferencias, sus líos amorosos, su estado civil al fin y al cabo. — Estoy seguro de que el nombre de Teatro Romaggio les sonará, al igual que el galardón que lleva su nombre — el presentador de turno sonreía como solían hacerlo los presentadores de las grandes cadenas: como si le hablara a Codi en persona—. Este hombre que ven es Gabriel Cherny, el orchestrista más joven en conseguir ese premio. Un fenómeno en auge, una estrella de primera magnitud… Codi entrecerró los ojos e hizo saltar la imagen. — Veinte años, nacido en una familia pobre sin tradición orchestrística. Al parecer, encontró un benefactor privado que le proporcionó la educación que necesitaba. A partir de los… Codi apagó la proyección. Formarse una opinión basándose en media docena de reportajes superficiales era una estupidez, pero no podía remediarlo: Gabriel Cherny le desagradaba. Nunca parecía sorprendido, siempre se sabía merecedor: el ser supremo para el que cualquier homenaje sabía a poco. Al menos, ahora entendía de dónde venía la pasión de Fally: al hombre le sobraban dotes para suscitar pasiones femeninas. El sonido del cajón cerrándose y sepultando el marco resultó altamente satisfactorio. Las pasiones adolescentes eran volátiles. Fally acabaría sobreponiéndose a la desilusión de no cartearse con su ídolo. — Punto número uno. Ramis no es en absoluto el hombre sencillo que aparenta ser, pero me cuesta creer que sea el único motor de su empresa. Está demasiado enamorado de sí mismo para serlo. Será interesante averiguar cómo comenzó en el negocio de los orchestrones y cómo lo convirtió en Emociones Líquidas. Punto número dos: esos ambientes musicales que vende como su gran innovación son considerados casi una profanación por muchos músicos de peso. Será provechoso hablar con algunos de ellos y comparar opiniones. Punto número tres: Ramis se jacta de que su música puede cambiar el estado de ánimo, y aunque estoy seguro de que exagera algo, también lleva parte de razón. He podido escuchar una pequeña muestra de lo que hace, y resulta impresionante. Pero precisamente por eso, porque sus ambientes musicales quizá sean capaces de cumplir lo que prometen, todo el planteamiento me parece un poco… ambiguo. Es como si… Codi titubeó, atascado en mitad de una frase y frustrado por su incapacidad de explicarse. No era que le faltaran palabras. Simplemente, aún no se había formado una opinión que compartir con su jefe. A la entrada de Emociones Líquidas se había sentido invadido por algo muy placentero, pero invadido al fin y al cabo. Intelectualmente, saberlo no le gustaba. El periodista juntaba las manos detrás de la espalda y fijaba la vista sobre la ventana que Víctor Harden tenía a sus espaldas. A través del cristal Codi podía ver un gran trozo de la calle y la larga rama de un olmo. Al contrario que el césped de Emociones Líquidas, el olmo no estaba colocado bajo la ventana por ninguna razón especial, salvo quizá la falta de presupuesto para talarlo. Se decía que era más antiguo que el propio Hoy y Mañana, y eso era decir mucho. El periodista apretó los labios y obligó a su mente a apartarse de las frivolidades. Necesitaba centrarse en su informe. Nunca se sentía seguro con Harden: un día exigía que Codi fuera elocuente y descriptivo y el siguiente insistía en la capacidad de síntesis, como hoy. A consecuencia de su terquedad, ésta era la segunda vez que Codi repetía lo mismo, pero con otras palabras. Era difícil decidir qué detestaba más: el lado mandón de Harden o el paternalista. — Una cosa es querer estar alegre y elegir un canal de música apropiado — intentó explicarse de nuevo—. Otra es que alguien te lo cargue en el oído sin preguntar. Algo que va directo al cerebro no se puede imponer desde fuera. No es correcto, no está bien. Harden se removió en su asiento. Había escuchado a Codi echado cómodamente hacia atrás y con los ojos cerrados, pero ahora se inclinaba pesadamente sobre su mesa. Su dedo índice daba golpecitos sobre la tapa de la mesa. Los que lo conocían sabían que era la señal de que no estaba de acuerdo con algo. Codi, que lo conocía mejor que nadie, sabía que en su caso era la señal de que debía callar. —¿Sabes a qué me huele esto que dices? — dijo Harden—. A un intento de crear polémica social allí donde no hay fundamento para tal polémica. — No lo es, señor. — Lo desconocido y lo innovador siempre crea alarma. Jugar con el miedo de las masas es muy fácil. Lo difícil es trabajar con el trasfondo. Somos un medio respetable, y por tanto aspiraremos siempre a esto último. — No son miedos de las masas — repuso Codi. No era terco por naturaleza, pero cuando creía que tenía razón trataba de mantener el terreno—. Tienen un ambiente musical justo a la entrada. Es fantástico… hizo que me dieran ganas de abrazar a todo el mundo. Pero cuando comprendí de dónde venía la sensación sentí que era algo… artificial. No me gustó, es todo. Prefiero estar alegre por mí mismo, no porque alguien me cargue dosis de alegría en el oído. — Bien, bien, pero no. Ya puedes ir olvidándote de eso. Me ha gustado más eso que has dicho antes… Tu punto dos. Quiero que busques a algún detractor de Emociones Líquidas. Codi estudió sus uñas con fascinación. Había confiado en quedar libre después de informar a Harden de la entrevista. No había hecho una carrera universitaria para trabajar de recadero. Conocía los juegos de poder de la redacción y entendía que la obediencia formaba parte de su rango, o más bien de su carencia de él, pero tenía que pensar en sus propios proyectos si quería hacerse algún tipo de nombre. Harden no podía negarle eso. — Tengo un trabajo a medias — dijo—. Sobre los charquis. ¿Recuerda? Usted lo repasó Ya antes de terminar de hablar, deseó no haber abierto la boca. No llegaría a librarse del encargo, y por una razón muy simple. Buscar detractores de ambientes musicales no era una tarea para Harden. A saber adónde tendría que ir o qué clase de gente serían. Tampoco querría a ninguno de los periodistas experimentados trabajando a su lado. Querría a alguien a quien pudiera mandar y que fuera lo suficientemente ingenuo para pensar que cada reportaje del jefe era la gran oportunidad de su carrera. Harden no habló. Se podían expresar muchas cosas con el silencio. El editor se limitó a esperar a que el mensaje calara. Codi apretó los labios. — Necesitaré un permiso de viaje, y fondos — dijo finalmente. — No será problema. Los fondos de la redacción desafiaban todas las leyes económicas, pues no dependían de los gastos ni de las ganancias sino del humor de Harden. Cuando no le interesaba un proyecto, la redacción se tambaleaba sobre el precipicio de la bancarrota. En caso contrario, los recursos se multiplicaban. Si uno navegaba en la misma dirección que el jefe todo, absolutamente todo, era más fácil. Muy en el fondo, quizá fuera ésa la razón por la que Codi seguía con Harden mes tras mes. No era un pensamiento halagador, pero tenía que ser sincero consigo mismo. La puerta de la secretaria estaba abierta. Snell le daba la espalda a Codi. Hablaba con alguien invisible, y por su tono se notaba que ese alguien no era nadie de la redacción sino una amiga suya. Por qué disponía de un despacho propio cuando los reporteros sólo tenían mesas a veces compartidas— era un misterio. Había llegado para sustituir a una chica despedida. Sólo llevaba un mes en la redacción y lo único que había hecho con eficacia era dar las señas de Codi a personas que éste trataba de evitar. Codi se sentó sobre el borde de su mesa. Había mantenido toda la conversación anterior de pie. Era algo que ocurría con frecuencia con Harden. A veces se le olvidaba invitar a su interlocutor a sentarse. Tras varios— minutos de espera, harto de contemplar el cuello de la inexpresiva chaqueta de Snell, Codi decidió interrumpir. — Hola, Snell — dijo alzando la voz. — Ah, Candance, muy bien. El señor Riggs te estaba buscando hará una media hora. Dijo que… — Acabo de hablar con él — dijo Codi. No le interesaba saber que alguien le buscaba. Además… ¿por qué Ellan era siempre el «señor Riggs» para ella, y en cambio él era «Candance» pero nunca el «señor Weil»? La rápida mentira dejó a Snell sin argumento para seguir. Codi notó que la mirada que le dirigía no estaba del todo lúcida. Probablemente no se había despedido de su interlocutor y seguía escuchándole de fondo. — Snell, ¿puedo disponer de tu atención en este instante? — se levantó y rodeó la mesa—. De toda tu atención. Quiero concertar una entrevista con un tal Gabriel Cherny, músico. Orchestrista. Necesito que me busques información. Cuando sepas dónde localizarle, dímelo. No hace falta que contactes con él en persona… — Era probable que la gente como Cherny no reaccionara bien a la llamada de una secretaria—. Sólo necesito saber cómo llegar hasta él. Snell no se movió, mirándolo fijamente con unos ojos carentes de iniciativa. Codi tenía la impresión de que acabaría antes si hacía el trabajo él mismo. Tecleó «Gabriel Cherny, orchestrista» en mayúsculas en un memo transparente de color violeta, lo colocó en un lugar bien visible y volvió a su sitio. Abrió sus notas sobre los charquis y las repasó con nostalgia. Eran una pintoresca y desvalida tribu urbana, omnipresente en todas las grandes ciudades e invisible al mismo tiempo. Nadie sabía qué pensaban o de qué vivían. Eran como niños perdidos a los que nadie hace caso pensando que otro lo hará. La foto favorita de Codi era la de una chica con decenas de cintas en el pelo: lacitos de todos los colores imaginables enlazados con sus cabellos, y muchísimos más atados alrededor de sus muñecas y tobillos y arrastrándose por el suelo. Recordaba que se hacía llamar Lili: un nombre tan simple e ingenuo como ella misma. Apagó la imagen con gesto de fastidio. Luego abrió el cajón y sacó el marco. Lo rápido que habían cambiado las cosas: el recado de Fally Ramis había dejado de ser una carga pesada para convertirse en la excusa ideal para aliviar su ego. Teniendo su mensaje como pretexto, podía pretender que se alegraba de que Harden le encomendara aquella tarea. Había querido ir a ver a Gabriel Cherny desde el principio, sólo que no había sabido cómo organizado… Ahora, sólo faltaba que Snell consiguiera averiguar dónde vivía… Imaginaba que acercársele sería todo un reto. Era joven, misterioso, popular e inmensamente atractivo. Codi dudaba de que su dirección fuera de dominio público. Snell tardó sorprendentemente poco en ir hasta su mesa. Mientras la veía acercarse por el pasillo, Codi trataba de adivinar si eso era una buena señal o por el contrario significaba que había hurgado un poco sin éxito e iba a decirle que ya se había rendido. — Supongo que las fechas de sus conciertos no te interesan demasiado — preguntó Snell. — La verdad es que no. — Entonces sólo puedo darte una pista. La compra de una propiedad cerca de la ciudad de Montestelio. Es una isla… Espero que te sirva. —¿Gabriel Cherny compró una isla? — Codi se echó atrás en su silla, balanceándose sobre sus patas traseras, y esbozó una amplia sonrisa—. ¡Vaya! Ahora sí que ardo en deseos de conocerlo. — Fueron varias, en realidad — dijo Snell—. Todo el archipiélago de las Hayalas. Codi dejó caer la silla sobre sus cuatro patas con estrépito. — No está mal — dijo pasándose la mano por el pelo—. Pero ¿para qué me sirve? No creo que viva allí… Tiene que vivir en alguna ciudad grande y bulliciosa, en una gran mansión, allí donde pueda dar fiestas o conciertos o… — No sé dónde tiene que vivir, pero nunca he visto a nadie con menos información personal que ese hombre. Ni siquiera tiene sus datos personales en orden. Tengo la firme sospecha de que el identificador le fue implantado a Cherny a los quince años de edad, y al acceder a los certificados de identidad aparece un continuo error en el nombre de los padres y el lugar de nacimiento. —¿Desde cuándo tenemos acceso a los certificados de identidad de las personas? — preguntó Codi. — Desde nunca — dijo Snell, flemática como siempre—. ¿Quieres que te reserve un pasaje a Montestelio? Es la ciudad costera más cercana. Puedo intentar buscar un poco más, pero no creo que encuentre nada. — Montestelio — Codi se encogió de hombros—. Claro que sí. Si Cherny no está allí, puede que al menos disfrute del paisaje. El apartamento de Codi tenía un aspecto desacostumbrado cuando entró en él. Era una persona razonablemente organizada, tanto en su trabajo como en su vida privada, pero aquella limpieza impoluta no era habitual en él. El suelo brillaba y no había una sola arruga en el sofá. Codi introdujo la primera nota de discordancia dejando los zapatos en medio de la entrada y llevando un refresco a la salita de estar. Deseaba llamar a Cladia, aunque sólo fuera para oír su voz. Había tenido toda la intención de invitarla a cenar aquella noche, y aunque la cena no iba a tener lugar en su apartamento había sentido que la limpieza era importante… por si acaso. Pero el implante se había estropeado, y luego Harden le había mandado a aquella entrevista, y después se había olvidado por completo del plan. Esto último le daba vergüenza admitirlo, pero no tenía mucho sentido negar que su trabajo le apasionaba… a veces demasiado. Por suerte, no necesitaba negarlo: Cladia era igual que él a ese respecto. Era maravillosa. Irónica, muy inteligente, segura de su valía, una de esas raras personas en quienes el atractivo interior eclipsa el exterior… y el atractivo exterior de Cladia era más que notable. Eran los mejores amigos desde antes de hacer juntos la carrera de periodismo. Oficialmente, Codi sentía por ella cariño, respeto y admiración. De puertas para dentro sentía mucho más que todo eso. Era capaz de mantener una conversación distendida casi con cualquiera, incluidos magnates de la música a los que no conocía de nada, pero se ponía nervioso al concertar una cena con su mejor amiga. Algo fallaba en esa declaración de simple amistad, pero todavía estaba reuniendo valor para adentrarse en ese terreno. Cariño, respeto — … investigación en torno a las sospechosas muertes de varios empleados de Acorde S.A., antigua empresa familiar de Stiven Ramis… Codi se enderezó en el sofá y subió el volumen. ¿Acaso era algo de dominio público? Había creído que Harden disponía de información privilegiada sobre aquellos suicidios. Escuchó con atención, pero el reportaje había empezado hacía tiempo y le costaba centrar el tema. Hablaba de una tal Lorena Grulia, técnico de afinado, casada y embarazada, que se había tirado desde el tejado de un macroedificio. Aparentemente, hacía ya un cuarto de siglo de aquello. Las imágenes que acompañaban el reportaje eran espectaculares. Con varios cientos de plantas de altura y tan amplios que uno tardaba horas en cruzarlos a pie, los macroedificios eran verdaderamente pequeñas ciudades autosuficientes. Desde sus tejados, el suelo ni siquiera llegaba a verse. Lo único que la cámara alcanzaba a mostrar eran las siluetas de otros gigantes grises y uniformes, ciegos debido a la ausencia de ventanas al exterior. — Además de Lorena, otros cinco trabajadores perdieron la vida aquella misma noche. Tres ingenieros, un contable y el propietario de Acorde S.A., tío carnal de Stiven Ramis. Todas las muertes fueron catalogadas como suicidios: muchas ocurrieron delante de numerosos testigos. La más investigada fue la de Marco Ramis, que murió sin dejar testamento. Su sobrino, hasta entonces mero empleado, pasó a ser el propietario de la empresa. Las reformas que puso en marcha en Acorde S.A. favorecieron su expansión. Emociones Líquidas, su sucesora, es la empresa nacional que más ha creado en bolsa en el último cuatrimestre. Haciéndose eco de los comentarios sobre las muertes, su equipo directivo ha convocado una reunión de emergencia esta misma tarde, de la que hasta el momento desconocemos los detalles. Mientras tanto, Stiven Ramis ha anulado su asistencia a varios acontecimientos sociales. La imagen cambió, pero Codi siguió mirando el punto donde había estado el macroedificio, impregnándose de la sensación de repentino e inminente desastre para Ramis. Sentía lástima por el hombre, y más por aquella chica — treinta años, embarazada, muerta—, pero sobre todo sentía aversión por los que habían sacado a relucir su nombre después de tantos años. Cuando una historia así se hacía pública, se perpetuaba ella sola. Tenía todos los ingredientes clásicos: un protagonista influyente, una muerte atroz, el romanticismo del pasado. Esa tal Lorena tal vez tuviera otros hijos, a los que el renovado interés por la muerte de su madre no les haría ni pizca de gracia. Y las repercusiones para Emociones Líquidas serían terribles. Por eso ni siquiera Harden, insensible como pocos, se había planteado sacar aquello a la luz… O… Codi se incorporó del todo, propulsado por una desagradable ocurrencia. Esa reunión inaplazable aquella misma mañana… Un descuido tan garrafal era raro hasta en Harden. ¿Había mandado a Codi a confraternizar con Ramis mientras él ponía en marcha un rumor nefasto para ese hombre? Hoy y Mañana nunca lanzaría una noticia escandalosa o poco fundamentada, pero sí podía servirse de un segundo medio para hacerlo y tomar las riendas con posterioridad. Codi no podía saberlo, pero la sospecha en sí misma no era tan descabellada como para desecharla en seguida. No le costaba nada imaginar a Harden sonriendo ante la idea. Se dijo que, al menos, salía hacia Montestelio temprano al día siguiente y no estaría en la ciudad para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Había planeado quedarse dos días fuera, pero decidió en el acto que serían tres, y que sólo se esforzaría lo mínimo e imprescindible. Y si finalmente no lograba dar con Cherny, no haría más que alegrarse. Muy en el fondo sabía que gastar un poco más y trabajar un poco menos era una manera ridícula de plantarle cara a su jefe, pero por algo había que empezar. |
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