"El Hombre Evanescente" - читать интересную книгу автора (Deaver Jeffery)

Capítulo 12

Habían recibido las pruebas de la segunda escena del crimen, y Mel Cooper estaba organizando las bolsas y los frascos en unas mesas de examen que había en el salón de la casa de Rhyme.

Sellitto acababa de volver de una tensa reunión que se había celebrado en la Central sobre El Prestidigitador. El comisario y el alcalde querían detalles de los avances efectuados en un caso en el que los detalles eran escasos y los avances nulos.

A Rhyme le habían pasado el informe sobre los ilusionistas ucranianos del Cirque Fantastique, y no tenían antecedentes. Los dos oficiales de policía estacionados en la entrada de la carpa habían registrado también el circo e informaron de que no habían encontrado ninguna pista ni actividad sospechosa.

Un momento más tarde, Sachs entró resueltamente en la habitación, acompañada del equilibrado Roland Bell. Cuando a Sellitto le ordenaron que añadiera otro detective al equipo, Rhyme había propuesto a Bell al instante; le gustaba la idea de contar con un policía astuto, un tirador de primera que podría respaldar a Sachs sobre el terreno.

Saludos y presentaciones entre unos y otros. A Bell no le habían hablado de Kara, así que ésta contestó a su mirada inquisitiva con un:

– Yo soy como él -señaló con la cabeza en dirección a Rhyme-, una especie de asesora.

– Encantado de conocerte -dijo Bell, atónito al ver que Kara, distraídamente, hacía rodar tres monedas a la vez sobre sus nudillos.

Cuando Sachs se fue con Cooper a examinar las pruebas, Rhyme preguntó:

– ¿Quién era el joven? La víctima, quiero decir.

– Se llamaba Anthony Calvert. Treinta y dos años. Soltero. Bueno, sin compañero en su caso.

– ¿Hay alguna relación con la estudiante de música?

– No parece -contestó Sellitto-. Bedding y Saul lo han comprobado.

– ¿En qué trabajaba? -preguntó Cooper.

– Estilista maquillador en Broadway.

Y la primera había sido una intérprete y estudiante de música, reflexionó Rhyme. Una mujer heterosexual y un gay. Vivían y trabajaban en barrios distintos. ¿Qué vínculos había entre los crímenes?

– ¿Algo que os haga pensar en que obtiene algún tipo de placer? -preguntó Rhyme.

Sin embargo, puesto que el primer asesinato no tenía un carácter sexual, a Rhyme no le sorprendió que Sachs dijera:

– No. No, salvo que se lleve recuerdos a su casa y se los meta en la cama con él… Pero esto le pone. -Se aproximó a la pizarra y señaló las fotos digitales del cadáver.

Rhyme acercó la silla y estudió las horripilantes imágenes.

– ¡Enfermo hijo de puta! -fue la apática observación que les ofreció Sellitto.

– ¿Y qué arma usó? -preguntó Roland Bell.

– Parece que fue una sierra de través -dijo Cooper mientras examinaba unas imágenes ampliadas de las heridas.

Bell, que ya había visto bastantes matanzas cuando trabajaba de policía en Carolina del Norte y después en Nueva York, movió la cabeza negativamente:

– Bien, pues tenemos un hueso duro de roer.

Mientras Rhyme continuaba examinando las fotografías, advirtió de pronto un ruido raro, un sonido sibilante e irregular que procedía de algún lugar cercano. Se volvió y vio que Kara estaba detrás de él. El sonido lo producía su respiración frenética. La joven estaba delante de las fotos del cuerpo de Calvert y, mientras las miraba fijamente, como petrificada, se pasaba la mano de forma compulsiva por el pelo corto; los ojos espantados e inundados de lágrimas. Le temblaba la mandíbula. Se apartó de la pizarra.

– ¿Te encuentras…? -comenzó a decir Sachs.

Kara levantó una mano, cerró los ojos, respirando con dificultad.

Rhyme se dio cuenta en ese momento, al ver el dolor que reflejaba su rostro, que el caso se había acabado para ella. Había llegado al límite. La vida de Rhyme, su trabajo en escenas de crímenes, incluía aquel tipo de horrores; la de ella, no. Los riesgos y peligros de la profesión de Kara eran, desde luego, ilusorios, y hubiera sido demasiado pedir que un civil se enfrentara a cosas tan repugnantes como aquélla de forma voluntaria. Era una auténtica pena, porque necesitaban su ayuda desesperadamente. Pero al ver el horror pintado en su cara, supo que no podían someterla a más violencia de este tipo. Pensó que tal vez acabara por vomitar.

Sachs iba a acercarse a la joven, pero se detuvo al ver que Rhyme le hacía un gesto negativo con la cabeza. El mensaje era que ya sabía que iban a perder a la chica, y que tenían que dejar que se marchara.

Sólo que se había equivocado.

Kara tomó aire profundamente, como hace un nadador en el trampolín antes de tirarse al agua desde una gran altura, y volvió a acercarse a las imágenes, con una mirada resuelta. Sólo había estado armándose de valor para enfrentarse de nuevo a las fotografías. Las estudió con detenimiento, y finalmente dijo, asintiendo con la cabeza:

– P. T. Selbit -dijo, secándose sus ojos azules.

– ¿Es una persona? -dijo Sachs.

Kara asintió.

– El señor Balzac solía hacer algunos de sus números. Era un ilusionista del siglo pasado. Hacía ése que se llama «Mujer serrada en dos mitades». Y esto es lo mismo: atado, con los miembros extendidos. Y la sierra. La única diferencia es que escogió a un hombre como protagonista del número -parpadeó al escucharse decir algo tan inofensivo-; perdón, del asesinato.

Rhyme volvió a preguntar:

– ¿Y esto sólo lo conocen un número limitado de personas?

– No. Es un truco famoso, más aún que el de «El hombre evanescente». Cualquiera que tenga unas nociones mínimas de historia de la magia lo conoce.

Aunque se esperaba una respuesta tan descorazonada como aquélla, Rhyme dijo:

– De todas formas, anótalo en el perfil, Thom. -Acto seguido se dirigió a Sachs-. Bueno, pues cuéntanos qué pasó en casa de Calvert.

– Al parecer, la víctima salió del edificio por la puerta trasera, de camino al trabajo, como hacía siempre, según los vecinos. Pasó por un callejón y vio esto. -Señaló al gato negro de juguete que había metido en una bolsa de plástico-. Un gato de juguete.

Kara lo examinó.

– Es un autómata. Como un robot. Nosotros lo llamamos un «artificio».

– ¿Un…?

– Un artificio. Un accesorio que el público piensa que es real. Como un cuchillo falso con una hoja que desaparece al introducirse en la empuñadura o como una taza de café con doble pared. -Conectó un interruptor y, de repente, el gato empezó a moverse, a maullar de forma bastante real-. La víctima debió de ver al animal y lo pisó, o tal vez pensó que estaba herido. Así es cómo El Prestidigitador lo atrajo hacia el callejón sin salida.

– ¿Procedencia? -le preguntó Rhyme a Cooper.

– Sing-Lu, fabricado en Hong-Kong. He consultado la web, y el juguete puede comprarse en cientos de tiendas de todo el país.

Rhyme suspiró.

– Demasiado corriente para averiguar su procedencia. -Parecía ser el lema de aquel caso.

– Entonces -continuó Sachs-, Calvert se acercó al gato, se acuclilló para comprobar qué le pasaba. El asesino estaba escondido en alguna parte y…

– El espejo -le interrumpió Rhyme. Miró a Kara, que asentía con la cabeza.

– Los ilusionistas utilizan mucho los espejos. Atraes la atención hacia ellos, y puedes hacer desaparecer completamente algo o a alguien que esté detrás.

Rhyme se acordó de que el nombre de la tienda en la que trabajaba Kara era Smoke amp; Mirrors [13].

– Pero algo salió mal y la víctima consiguió escapar -continuó Sellitto-. Y ahora viene la parte más extraña: comprobamos la cinta grabada en el 911. Calvert entró en el edificio y en su apartamento, y entonces llamó al teléfono de emergencias. Les dijo que el agresor estaba fuera del edificio y que las puertas estaban cerradas. Y entonces la comunicación se interrumpió. El Prestidigitador consiguió entrar de alguna manera.

– Tal vez por la ventana. Sachs, ¿comprobaste la salida de incendios?

– No. La ventana estaba cerrada desde el interior.

– En cualquier caso, deberías haberlo comprobado -dijo Rhyme cortante.

– Pero no entró por ahí. No tuvo tiempo.

– Bueno, entonces debía de tener las llaves de la víctima -dijo el criminalista.

– No dejó huellas en las llaves -refutó Sachs-. Sólo encontramos las de la víctima.

– Pero debía de tenerlas -insistió Rhyme.

– No -intervino Kara-. Forzó la cerradura.

– Imposible -dijo Rhyme-. O tal vez él había entrado antes e hizo una copia de las llaves. Sachs, deberías volver y comprobar si…

– Forzó la cerradura -insistió la joven con firmeza-. Se lo garantizo.

Rhyme hizo un gesto negativo con la cabeza.

– ¿Tardó sesenta segundos en forzar dos puertas? No es posible hacerlo.

– Lo siento -suspiró Kara-, pero así es. En sesenta segundos forzó dos puertas, y es posible que incluso le llevara menos tiempo.

– Bueno, pongamos que no lo consiguió -dijo Rhyme desdeñando su propuesta-. Ahora…

– Supongamos que lo consiguió -le espetó la joven-. Mire, no podemos ignorarlo. Es algo que nos da información sobre él, algo importante: que las puertas cerradas ni siquiera reducen la velocidad a la que trabaja.

Rhyme miró a Sellitto, y éste dijo:

– Tengo que decir que cuando trabajé en Larceny trinqué a una docena de ladrones y ninguno de ellos podía abrir cerraduras a esa velocidad.

– El señor Balzac me hizo practicar esa técnica diez horas por semana -dijo Kara-. No llevo encima mi equipo, pero si lo tuviera, podría abrir la puerta principal de esta casa en treinta segundos, y el cerrojo en sesenta. Y yo no sé cómo se restriega una cerradura. Si El Prestidigitador sabe hacerlo, podría reducir ese tiempo a la mitad. Bueno, sé que a ustedes les gusta todo esto de las pruebas. Pero harían perder el tiempo a Amelia si la hacen ir allí en busca de algo que no va a estar.

– ¿Estás segura? -le preguntó Sellitto.

– Si no se fían de mi opinión, ¿por qué quieren que les ayude?

Sachs miró a Rhyme y éste aceptó la versión de Kara a regañadientes, expresando su asentimiento con un glacial movimiento de cabeza (aunque en su interior le alegraba ver que la joven había demostrado tener agallas; aquella intervención compensó enormemente La Mirada y La Sonrisa).

– Vale -le dijo a Thom-, pues anota en la pizarra que nuestro chico es también un maestro en forzar cerraduras.

Sachs continuó.

– No hay pistas de lo que usó El Prestidigitador para dejarle sin sentido. Hay un traumatismo producido por un objeto romo. Parece que fue una tubería, probablemente. Pero también se la llevó.

El informe del Departamento de Huellas ya había llegado. Ochenta y nueve huellas independientes tomadas de zonas de la escena del crimen próximas a la víctima y de lugares que era probable que El Prestidigitador hubiera tocado. Pero Rhyme advirtió de inmediato que algunas tenían un aspecto raro y, examinándolas más de cerca, pudo comprobar que procedían de las fundas de los dedos. No se molestó en inspeccionar las otras.

Volviendo a las pruebas que había recogido Sachs en la escena del crimen, descubrieron unas cantidades minúsculas del mismo aceite mineral que habían encontrado en la Escuela de Música aquella misma mañana, así como de látex, maquillaje y fibras de alginato.

Entró una llamada del detective Kuan, de la Comisaría Novena, quien informó de que tras buscar en los contenedores de basura de los alrededores del bloque donde vivía Calvert, no habían encontrado el atuendo que empleó el asesino para disfrazarse, ni las armas que utilizó. Rhyme le dio las gracias y le pidió que continuaran con ello. El detective dijo que sí, pero con tan poco entusiasmo que Rhyme se dio cuenta de que la búsqueda había finalizado.

– ¿Dijiste que rompió el reloj de Calvert? -le preguntó el criminalista a Sachs.

– Sí. A las doce del mediodía exactamente; pasados unos segundos.

– Y la otra víctima fue a las ocho. Sigue un horario, al parecer. Y es probable que tenga a otra persona preparada para las cuatro de la tarde.

Quedaban menos de tres horas.

– No ha habido suerte con el espejo -continuó Cooper-. No aparece el nombre del fabricante. Debía de estar en el marco, pero él lo raspó. Hay unas cuantas huellas de verdad, pero sobre ellas están las de los dedos falsos, así que supongo que pertenecen al dependiente que le vendió el espejo, o al fabricante. De todas formas, las mandaré al AFIS.

– Tengo unos zapatos -dijo Sachs levantando una bolsa que sacó de una caja de cartón.

– ¿Son suyos?

– Casi con seguridad. Son de la misma marca, Ecco, que los que encontramos en la Escuela de Música; y del mismo tamaño.

– Los dejó intencionadamente. ¿Por qué? -se preguntó Sellitto.

– Es probable -sugirió Rhyme- que pensara que ya sabemos que los que llevaba en el primer crimen eran unos Ecco, y temía que los agentes que respondieron a la llamada se dieran cuenta de que una anciana llevaba esos zapatos.

Al examinarlos, Mel Cooper dijo:

– Tenemos unos buenos restos en la hendidura que hay delante del talón y entre la suela y la parte de arriba. -Abrió una bolsa y raspó esos materiales-. El cuerno de la abundancia -bromeó distraído, y se inclinó sobre los restos de tierra.

No se podía afirmar que fuera una cornucopia, pero los residuos eran, desde el punto de vista forense, tan grandes como una montaña, y podían revelar muchísima información.

– Ponló en el microscopio, Mel -ordenó Rhyme-; veamos lo que hay.

El microscopio sigue siendo un aparato fundamental en un laboratorio forense y, aunque ha habido muchos avances a lo largo de los años, la teoría que rige el instrumento no difiere de la del humilde instrumento que inventó en el siglo XVI Antonie van Leeuvenhoek en los Países Bajos.

Además de un prehistórico microscopio electrónico que apenas utilizaba, Rhyme tenía otros dos aparatos en su laboratorio casero. Uno era un microscopio compuesto Leitz Orthoplan, un modelo antiguo pero en el que confiaba a ojos cerrados. Tenía tres oculares: dos para el operario y otro en el centro que era una cámara.

El segundo, el que estaba preparando en ese momento Cooper, era un microscopio estereoscópico, el mismo que había utilizado el técnico para examinar las fibras de la primera escena del crimen. Estos instrumentos tienen una capacidad de ampliación relativamente reducida y se emplean para analizar objetos tridimensionales, como insectos y material vegetal.

La imagen apareció en la pantalla del ordenador para que pudieran verla Rhyme y todos los demás.

Los estudiantes de primer año que se preparan para criminalistas invariablemente examinan las pruebas aplicando la máxima potencia que les ofrece el microscopio. Pero, en realidad, la ampliación más adecuada para pruebas forenses suele ser bastante baja. Cooper comenzó con cuatro aumentos, y luego subió a treinta.

– ¡Eh! Enfoca, enfoca -gritó Rhyme.

Cooper ajustó el grueso enfoque de alta precisión del objetivo de manera que la imagen del material podía verse con total claridad.

– Vale. Ahora, recorrámoslo -dijo Rhyme.

El técnico fue cambiando el punto de vista con giros imperceptibles de los controles. Conforme lo hacía, iban pasando por la pantalla cientos de formas, algunas negras, otras rojas o verdes, otras traslúcidas. Rhyme se sintió, como le pasaba siempre que miraba por el ocular de un microscopio, un voyeur que espiaba un mundo sobre el que no tenemos conciencia al que estaban sometiendo a examen.

Y un mundo que también podía desvelar muchas cosas.

– Pelo -dijo Rhyme estudiando una larga hebra-, de animal. -Lo sabía por el número de escamas.

– ¿De qué tipo? -preguntó Sachs.

– Un perro, diría yo -sugirió Cooper, y Rhyme se mostró de acuerdo. El técnico conectó el ordenador a Internet y, un momento más tarde, las imágenes estaban pasando por una base de datos del NYPD sobre pelo animal-. Hay dos razas; no, tres. Parece que se trata de una raza con pelaje de longitud mediana. Pastor alemán o Malinois. Y hay pelos de dos razas con pelaje más largo. Perro pastor inglés y briard.

Cooper detuvo la imagen de la pantalla. Lo que se veía en ella era una masa de granos de color marrón, palitos planos y tubos.

– ¿Qué son esas cosas largas? -preguntó Sellitto.

– ¿Fibras? -sugirió Sachs.

Rhyme las miró.

– Hierba seca, yo diría, o algún tipo de vegetación. Pero no reconozco ese otro material. Pásalo por el cromatógrafo, Mel.

El cromatógrafo-espectrómetro no tardó en escupir sus datos. Apareció una tabla en el monitor en la que se veían los resultados del análisis: pigmentos de bilis, estercobilina, urobilina, indol, nitratos, escatol, mercaptanos, sulfuro de hidrógeno.

– ¡Vaya!

– ¿Vaya? -preguntó Sellitto-. ¿Y qué quieres decir con «¡Vaya!»?

– «Mando. Microscopio uno» -ordenó Rhyme. La imagen volvió a aparecer en la pantalla del ordenador, y él le contestó al detective-. Pues está claro: sustancia bacteriana muerta, fibra y paja a medio digerir. En otras palabras: mierda. ¡Oh! Disculpadme por mi falta de delicadeza -dijo Rhyme con sarcasmo-. Es caca de perro. Nuestro asesino pisó donde no debía.

Resultaba esperanzador: los pelos y la sustancia fecal eran pruebas muy buenas y, si encontraban restos similares en un sospechoso, en un lugar en concreto o en un coche, cobraría bastante fuerza la presunción de que el sujeto en cuestión era El Prestidigitador o había estado en contacto con él.

Llegó el informe del AFIS sobre las huellas que había en los fragmentos de espejo encontrados en el callejón. Era negativo lo cual no sorprendió a nadie.

– ¿Qué más tenemos de la escena? -preguntó Rhyme.

– Nada más -dijo Sachs-. Eso es todo.

Rhyme estaba estudiando los cuadros con las pruebas cuando sonó el timbre de la puerta. Thom fue a abrir y, momentos después, volvió acompañado de un oficial uniformado. Como sucedía con muchos agentes jóvenes cuando entraban por primera vez en el estudio del legendario Lincoln Rhyme, el recién llegado se quedó tímidamente en el umbral.

– Busco al detective Bell. Me han dicho que está aquí.

– Soy yo -dijo Bell.

– Traigo el informe de la escena del crimen, el del robo en la oficina de Charles Grady.

– Gracias, hijo. -El detective cogió el sobre e hizo un gesto de despedida con la cabeza al joven, quien, intimidado, dirigió una breve mirada a Lincoln Rhyme, se dio la vuelta y se fue.

Bell leyó el contenido del documento y se encogió de hombros.

– Yo no soy experto en esto. Oye, Lincoln, ¿te importaría echarle un vistazo?

– Claro, Roland -dijo Rhyme-. Quítale las grapas y móntalo en el atril giratorio que hay ahí. Thom lo hará. ¿De qué va la historia? ¿Es el caso de Andrew Constable?

– Ese mismo. -Le contó a Rhyme el robo en la oficina de Charles Grady. Cuando el ayudante terminó de montar el informe, Rhyme se colocó en posición. Leyó atentamente la primera página. Luego, dijo: «Mando. Pasar página», y siguió leyendo.

El ladrón había entrado de una forma sencilla: rompiendo una esquina del cristal de la puerta que daba al pasillo, y abriendo ésta desde el interior (la puerta que había entre la oficina exterior de la secretaria y el despacho del fiscal adjunto tenía cerradura doble y era de madera gruesa; el ladrón no había podido con ella).

Los investigadores de la escena habían encontrado, según advirtió Rhyme, algo interesante: sobre la mesa de la secretaria y en torno a la mesa había diversas fibras. En el informe sólo se indicaba el color -en su mayoría blancas, algunas negras y una sola roja-, pero nada más. También habían encontrado dos motas diminutas de lámina metálica dorada.

El equipo de investigadores descubrió que el robo se había producido después de que el servicio de limpieza pasara por la oficina, de manera que las fibras encontradas no pertenecían ni a la secretaria de Grady ni a ninguna otra persona con autorización para entrar allí durante el día. Lo más probable era que pertenecieran al intruso.

Rhyme llegó a la última página.

– ¿Eso es todo?

– Supongo que sí -respondió Bell.

El criminalista gruñó, y luego dijo: «Mando. Teléfono. Llamar Peretti coma Vincent».

Rhyme había contratado a Peretti como policía de Escena del Crimen hacía algunos años, y éste demostró tener talento forense. Sin embargo, destacó sobre todo en el mucho más sutil arte de la política del departamento policial, que a Peretti, al contrario que a Rhyme, le gustaba mucho más que el trabajo en sí de investigación de las escenas. Había llegado a jefe de la División de Investigación y Recursos (IRD) del NYPD, que supervisaba la unidad de Escena del Crimen.

Cuando finalmente le pasaron la llamada a Rhyme, el hombre le preguntó:

– Lincoln, ¿qué tal estás?

– Bien, Vince. Yo…

– ¿Estás en este caso de El Prestidigitador, no? ¿Cómo va?

– Va. Escucha te llamo por otro asunto. Está aquí conmigo Roland Bell. Tengo el informe del robo en la oficina de Grady…

– ¡Ah!, ¿te refieres al asunto ese de Andrew Constable?, ¿al de las amenazas que ha recibido Grady? Bueno, ¿en qué puedo ayudarte?

– Estoy echándole un vistazo al informe ahora mismo, aunque sólo tiene carácter preliminar. Necesito más datos. Los de Escena del Crimen han encontrado algunas fibras. Necesito saber la composición exacta de cada una de ellas, la longitud, el diámetro, la temperatura del color, los tintes utilizados y en qué medida se ha producido desgaste.

– Espera, voy por un bolígrafo. -Se ausentó del teléfono unos segundos-. Continúa.

– Necesito también impresiones electrostáticas de todas las huellas de pisadas y fotografías de las marcas que dejaron en el suelo. Y quiero saber todo lo que había en el escritorio de la secretaria, el armario y las estanterías. Y cualquier cosa que hubiera en cualquier superficie, en un cajón, en la pared. Y el lugar exacto que ocupaba.

– ¿Todo lo que tocara el intruso? Vale, supongo. Nos pondr…

– No, Vince. Todo lo que había en la oficina. Todo. Clips, fotografías de los niños de la secretaria, moho en el cajón superior; no me importa si él lo tocó o no.

Algo enfurruñado ahora, Peretti dijo:

– Me aseguraré de que alguien se encargue de hacerlo.

Rhyme no comprendía por qué no lo hacía el mismo Peretti, que es lo que él hubiera hecho aun siendo jefe de la División de Recursos e Investigación, para garantizar que el trabajo se hacía de inmediato.

Pero en su posición de asesor, la influencia era limitada.

– Cuanto antes, mejor. Gracias, Vince.

– De nada -dijo Peretti con frialdad.

Colgaron. Rhyme le dijo a Bell:

– No puedo hacer mucho más, Roland, hasta que consigamos los datos.

Echó una mirada al informe del robo. Unas cuantas fibras y un grupo paramilitar de provincias…

Misterios… Pero, por el momento, no había más remedio que lo fueran para otros. Rhyme ya tenía sus propios enigmas que descifrar y no disponía de mucho tiempo: las notas que había en la pizarra sobre los relojes rotos le recordaron que contaban con menos de tres horas para detener al Prestidigitador antes de que se encontrara con su siguiente víctima.


EL PRESTIDIGITADOR

Escena del crimen en Escuela de Música

§ Descripción del criminal: Pelo castaño, barba postiza, sin rasgos distintivos especiales, complexión mediana, altura media, edad aproximada 50 años. Dedos anular y meñique de mano izquierda unidos. Cambió de atuendo rápidamente para hacerse pasar por conserje viejo y calvo.

§ Sin móvil aparente.

§ Victima: Svetlana Rasnikov.

s Estudiante de música a tiempo completo.

s Contactando con familiares, amigos, alumnos y compañeros de trabajo para encontrar posibles pistas.

~ No tiene novio ni se le conocen enemigos. Actúa en fiestas de cumpleaños infantiles.

§ Placa de circuitos con un altavoz conectado.

s Enviado al laboratorio del FBI, NY.

~ Grabadora digital, probablemente contiene la voz del criminal. Destruidos todos los datos.

~ La grabadora de voz es un gimmick (accesorio especial). Fabricación casera.

§ Utilizó esposas de hierro antiguas para sujetar a la víctima.

s Las esposas son Darby. Scotland Yard. Se están comprobando en el Museo Houdini de Nueva Orleans, en busca de pistas.

§ Reloj de víctima destrozado. Marca las 8.00 horas exactamente.

§ Cuerdas de algodón sujetando sillas. Sin marca.

s Demasiadas fuentes para averiguar su procedencia.

§ Petardo para crear efecto de disparo de arma. Destruido.

s Demasiadas fuentes para averiguar procedencia.

§ Mecha. Sin marca.

s Demasiadas fuentes para averiguar procedencia.

§ Las oficiales que respondieron a la emergencia informaron de que hubo un destello de luz. No se ha recuperado ningún resto de material.

s Se trataba de algodón o papel flash.

~ Demasiadas fuentes para averiguar procedencia.

§ Zapatos del criminal: marca Ecco, talla 43.

§ Fibras de seda, teñidas de gris con un acabado mate.

s Procedentes del atuendo de conserje, al que se cambió rápidamente.

§ Autor del crimen lleva probablemente peluca color castaño.

§ Nogal rojo y liquen Parmelia compersa, ambos se encuentran sobre todo en Central Park.

§ Polvo impregnado con aceite mineral poco común. Enviado al FBI para analizar.

§ Seda negra, de unos 180 x 120 cm. Utilizada como camuflaje. No se puede averiguar procedencia.

s Los ilusionistas la utilizan con frecuencia.

§ Lleva fundas en los dedos para no dejar huellas.

s Dedos falsos propios de mago.

§ Restos de látex, aceite de ricino, maquillaje.

s Maquillaje teatral.

§ Restos de alginato.

s Utilizado en postizos moldeados en látex.

§ Arma del asesino: cuerda tejida en seda blanca con un núcleo de seda negra.

s La cuerda se usa en trucos de magia. Cambia de color. No se puede averiguar procedencia.

§ Nudo no corriente.

s Enviado a FBI y a Museo Marítimo (sin información).

s Nudos de los números de Houdini, prácticamente imposibles de desatar.

§ Utilizó tinta indeleble para firmar registro de entrada.

Escena del crimen en el East Village

§ Segunda victima: Tony Calvert.

§ Maquillador, compañía teatral.

§ No se le conocen enemigos.

§ Sin conexión aparente con la primera víctima.

§ Sin móvil aparente.

§ Causa de la muerte: Traumatismo craneal por objeto romo, seguido de descuartizamiento post mortem con sierra de través.

§ El asesino se escapó disfrazado de mujer de 70 años. Registro de alrededores para encontrar el disfraz y otras pruebas.

s No se ha recuperado nada hasta el momento.

§ Reloj roto a las 12.00 h. exactamente.

s ¿Sigue alguna pauta? La próxima victima probablemente a las 16.00 h.

§ El asesino se escondió detrás de un espejo. No se puede averiguar procedencia. Huellas enviadas a FBI.

s No se han encontrado coincidencias.

§ Utilizó un gato de juguete («artificio») para atraer a la victima hacia el callejón. No se puede averiguar procedencia del juguete.

§ Encontrado aceite mineral, el mismo que en la primera escena. A la espera de informe FBI.

§ Encontrados látex y maquillaje de fundas de dedos.

§ Encontrado alginato.

§ Dejó en la escena los zapatos Ecco.

§ Encontrados pelos de perro en zapatos, de tres razas diferentes. También excrementos.

Perfil como ilusionista

§ El criminal utilizará la técnica de la desorientación (desvío de la atención) contra las víctimas y para librarse de la policía.

s Desorientación física (para distraer).

s Desorientación psicológica (para borrar sospechas).

§ La huida de la Escuela de Música es parecida a un truco llamado «El hombre evanescente». Demasiado corriente para averiguar procedencia.

§ El criminal es principalmente un ilusionista.

§ Tiene talento para la prestidigitación.

§ Conoce también la magia proteica (transformismo). Utiliza ropa hecha de piezas independientes, de nylon y seda; gorro que parece una calva; fundas para los dedos y otros elementos de látex. Puede ser de cualquier edad, género o raza.

§ La muerte de Calvert = número de Selbit «Mujer serrada en dos mitades».

§ Experto en forzar cerraduras (es posible que en la técnica del «restregado»).