"El Cebo" - читать интересную книгу автора (Somoza José Carlos)9Ricardo Montemayor y Nacho Puentes, los perfis que coordinaban el caso, estaban esperándome la mañana del viernes en Los Guardeses. Cuando los tres ocupamos nuestros asientos, Montemayor dijo: – Empieza tú, Nacho. – No, please, tú. Yo te interrumpiré si te equivocas. – Uf, entonces no vas a abrir el pico en toda la mañana. Sonreímos. Montemayor y Nacho siempre estaban bromeando. – Veamos. -Montemayor alzó una ceja-. En el perfil del Espectador hay cosas buenas y cosas muy malas… – Ya te has equivocado, sorry -cortó Nacho-. Hay cosas malas, cosas muy malas y cosas francamente jodidas. Y estas últimas son la mayoría. – Aceptémoslo. No pondré reparos a su punto de vista, monseñor Puentes. Nacho alzó una mano en señal de agradecimiento. Montemayor prosiguió: – En cualquier caso, hay muchos datos. Quizá sería mejor si tú nos hicieras las preguntas, Diana. Crucé las piernas y sostuve el pequeño notebook en la palma de la mano izquierda para rascarme con la derecha el costado bajo la camiseta de tirantes. – Solo tengo una pregunta, en realidad, chicos -dije-. ¿Cómo puedo hacerlo trizas en tres noches? – Averigúalo tú y nos lo cuentas -repuso Nacho. – Querido discípulo -terció Montemayor-. La señorita Blanco necesita el alfa antes que el omega. – Ok, papá. Montemayor rezongó y alzó una ceja mientras se retrepaba en el asiento. Era cierto que tenía más edad que Nacho, pero no tanta como para poder ser su padre. Pese a su calvicie y su barbita grisácea, la escasez de arrugas y la tersura de la piel delataban cuarenta y pocos años, si bien algo estropeados por un vientre notorio. Vestía siempre con prodigioso descuido, y su preferencia (yo ignoraba por qué) eran los chalecos militares y pantalones de camuflaje llenos de bolsillos. En directo contraste, Nacho Puentes era de esa clase de maniquíes que podías imaginarte con facilidad en los escaparates de lujo. De espesa melena negra peinada hacia atrás, piel morena y ojos oscuros, su cuerpo de bailarín siempre realzado por ropa de marca (en aquella ocasión, un Armani marrón entallado), tenía esa clase de belleza masculina treintañera tan perfecta que casi parecía insulsa. Algunos comentaban que era gay y que su pareja era Montemayor, pero yo sospechaba que aquel rumor era producto de la envidia de los hombres, tan propensos a tildar de maricas a cuantos dioses griegos ven sobre la Tierra. Una cosa era segura: se trataba de dos de los mejores perfiladores de la policía europea, y eso era lo que más me importaba. Porque el Espectador era lo peor que teníamos en Europa desde hacía tiempo. – Veamos, ¿qué sabemos? -Montemayor manipulaba el pequeño teclado sobre sus piernas-. Sabemos que es varón, caucásico, alrededor de cuarenta años, atractivo, saludable, muy inteligente, con medios económicos altos… Un Nacho -resumió. – Mis medios económicos son todavía bajos, dear professor -dijo Nacho. – Y espero por tu bien que os separen otras diferencias -repuso Montemayor-. Posee una casa bastante equipada, con varias plantas y un sótano, o quizá dos niveles de sótanos. Lo más probable es que se encuentre en los alrededores de Madrid capital. Menos probable, en provincias limítrofes. Es fílico de Holocausto… – Uno bien gordo. -Nacho asintió-. Usa cuerdas incluso para atarles la cabeza. – Dejemos sus perversiones para después, querido discípulo. Primero, el alfa. – All right. Y babea con tops negros, correas, G-strings… Montemayor miraba a su compañero con expresión de reproche. – G-strings -gruñó-. Tangas, coño. Habla en cristiano, joder. – Sorry, daddy. – No tiene pareja en la actualidad. Nacho y yo nos inclinamos más por un viudo que por un JD. Alcé la vista de la pantalla de mi notebook. – ¿Un JD? – «Jodido divorciado» -aclaró Nacho, y ambos rieron-. Demandas judiciales, peleas por custodias, pensiones astronómicas, ya sabes… – Más bien creemos que su pareja desapareció del mapa. – Más bien creemos que él la hizo desaparecer -matizó Nacho. – No sabemos cuándo. Quizá fue su primera víctima. -Montemayor se encogió de hombros-. Le gustó y repitió. De hecho, su evolución muestra signos del «Berowne Perjuro» -citó en tono docto-. No sabemos cuándo comenzó, quizá desde muy joven, pero ha ido perfeccionando sus rituales y acelerando el ritmo. Puede que antes fuese itinerante e irregular. Ahora es un «Berowne», y tiene un único lugar, un «Reino». Pensamos que es su casa, y por eso creemos que está dividida en dos partes: una superior, para su conciencia; otra inferior, para los deseos. Apunté el dato. Sabía que Montemayor aludía al estudio de Víctor Gens sobre la comedia de Shakespeare Trabajos de amor perdidos, donde un rey y tres de sus súbditos juran llevar una vida de castidad y estudios hasta que la intromisión de cuatro damas de la corte francesa los hace dar marcha atrás. El primero en decidir que deben romper el juramento es el personaje llamado Berowne, y Gens denominaba así al delincuente que, tras una etapa de represión, deja en libertad su psinoma sin que nada lo retenga. Con los tobillos cruzados, el notebook sobre los muslos, tecleé: «Es un Berowne: pasó por una etapa de represión de sus deseos de Holocausto. Ahora los concentra en una casa, probablemente zona inferior». Interrumpí a Montemayor con suavidad y le pregunté si aquel dato podría estar relacionado con cierta preferencia por la filia de Mirada, que según Gens era la clave simbólica de aquella comedia. Aceptaron mi suposición. – No obstante, es preciso valorar la importancia del contacto visual en este caso, Diana -precisó Montemayor-. No digo que no le guste que lo mires, pero su conciencia fue fulminada en algún punto por el psinoma, y eso ha incrementado de manera notable el concepto que posee de sí mismo como sujeto dominante. – Y su ritmo depredador: diecinueve víctimas en ocho meses -agregó Nacho. – Veinte, si contamos a Elisa -dijo Montemayor. Estaba distraída pensando en repasar un viejo estudio de Moore sobre técnica de Mirada, y tuve que pedirles que repitieran el último dato. Sentí un escalofrío. – Según mi información eran solo doce -dije. En el aire situado entre los perfiladores había aparecido una pantalla virtual con veinte naipes de una baraja de rostros. – Interior decidió barrer los casos dudosos bajo la alfombra para no alarmar en exceso -explicó Montemayor-, pero lo cierto es que no son solo prostitutas o solo inmigrantes. Tenemos varias españolas, una turista francesa, una colegial polaca, una rusa… – Muchas del Este, de todas formas -dijo Nacho-. Pero es bastante cosmopolita, aunque siempre las elige de piernas largas: tenemos incluso dos bailarinas. -Me miró lanzándome un guiño-. Tú tienes las piernas largas. Eso es un punto positivo. – Le patearé las pelotas con mis piernas largas -repliqué, y Nacho se echó a reír-. ¿Por qué tantas extranjeras? ¿Podría ser extranjero? Nacho meneó la cabeza. – Desde luego, es hombre de mundo, pero de alguna manera parece resultar tranquilizador para las víctimas, por lo que sospechamos que habla castellano y probablemente inglés con naturalidad. Su pick-up es completamente espontáneo, nada de «entra ahí o disparo» o golpes en la cabeza, aunque en la etapa final, cuando las introduce en el coche, usa drugs: un espray anestésico muy efectivo que te deja olor a rosas. – Por Dios, Nacho -cortó Montemayor-. ¿Puedes hablar en algún momento como Dios manda? «Su pick-up», «drugs»… -Me miró, cómicamente enfadado-. Lo siento, está así desde que vino de trabajar con el grupo de Berkeley este verano. A mí me dice «let's go» cada vez que le pregunto si nos vamos a almorzar… – Cállate ya, Monte, jodido español son of a bitch -canturreó Nacho. Sonreí como se esperaba de una damisela rodeada de caballeros con buen humor. Yo no conocía ni un solo perfi que no bromeara constantemente, quizá debido a que se pasaban la vida examinando el horror al microscopio. Bromeaban aún más que los forenses… y pensar eso me llevó a mi siguiente pregunta. – ¿Creéis que tiene conocimientos forenses? Montemayor alzó las cejas y Nacho resopló. – Acabaríamos antes si te dijéramos qué es lo que no sabe -respondió el primero, muy serio-. Está al tanto de las novedades en recogida de muestras, utiliza los mejores sistemas de degradación de ADN y borrado dactilar, escanea el cuerpo al final… ¿Qué más quieres? Domina la informática, posee conocimientos médicos… – Como todo el mundo hoy día -apuntó Nacho-. El actual acceso a la información nos convierte a todos virtualmente en expertos de lo que queramos. – Por lo tanto, eso no indica que sea médico o policía… Los perfiladores cambiaron una mirada entre sí. – En eBay venden degradantes de ADN de última generación -recordó Nacho. – Un chaval de inteligencia media podría saber lo mismo que él si se lo propone, Diana -añadió Montemayor. Estuve un rato tecleando, y al incorporarme sorprendí a Nacho mirándome los pechos, sueltos bajo mi camiseta de tirantes. Me sonrió sin rubor y le devolví la sonrisa. Fue como si quisiera decirme: «Trabajo y placer no son incompatibles». – ¿Todo esto que me habéis explicado es la parte buena, o ya estamos en la muy mala? -pregunté. Nacho se removió provocando reflejos opalinos en su aterciopelado traje. – Ni siquiera hemos empezado con la mala, honey. ¿Tú qué dices, Monte? – Digo que la parte mala comienza cuando sabes que es experto en psinomas. – ¿Qué? Ambos me miraban asintiendo en silencio. Montemayor cerró la carpeta con los rostros de las víctimas usando un puntero y la dejó flotar en el aire. – Estamos convencidos de que conoce el mundo de los cebos y nos elude, Diana. Desde luego, con él no funcionan los trucos clásicos. Veamos, por ejemplo, el vestuario. Ya sabes que el fílico de Holocausto realiza la captura en el momento de elección. Eso está demostrado. El acecho puede demorar, pero la captura siempre sucede de inmediato a la elección, y por tanto la apariencia de la víctima es clave, ¿vale? -Asentí. Ya conocía ese dato-. Pero no todas las apariencias son holocáusticas puras. La francesa, Sabine Bernard, vestía este abrigo… -Montemayor movió el puntero sobre la carpeta. En la penumbra de la habitación, uno de los cuartos de trabajo de los perfis en Los Guardeses, se formó la imagen de un maniquí con abrigo. Monte lo hizo girar en las tres dimensiones-. Observa las áreas descartadas por el estudio cuántico. Este abrigo no engancha a un Holocausto, apunta más a un Aspecto. Otro ejemplo: la estudiante de intercambio alemana Silke-Hedrun Lang. Vestía ropa casual y el pantalón era muy holgado, tal que así. -Señaló los puntos rojizos sobre el borde del pantalón fantasma que había sustituido al abrigo-. Esa borrosidad sexual de cintura para abajo gusta a uno de Caída. Pero Nadia Jiménez, la prostituta a la que secuestró un mes después, iba casi desnuda, con una especie de top de colores y gafas de diseño, el disfraz que atrae a los de Exhibición. El fílico de Holocausto no se siente tentado por las piernas desnudas. Yo estaba confusa. – Entonces, ¿por qué nos hacéis salir disfrazadas para el Holocausto? – Porque el estudio cuántico del vestuario revela que, entre el cincuenta y el setenta por ciento, la elección es de Holocausto -indicó Montemayor-. Pero el resto pertenece a filias distintas. Hemos tratado de incorporar algunos de esos detalles a vuestro disfraz, sin mucho éxito hasta ahora… – ¿Y de dónde proceden esas otras filias? – Espera. Te mostraremos más ejemplos. Otro rápido tecleo y el aire se cuadriculó. Un panal de celdas rectangulares, en cada una de ellas un elemento de decorado: farolas, aceras, muros. – El escenario tampoco encaja en todos los casos -continuó Montemayor-. Hubo un testigo en el rapto de la estudiante polaca Suvienka Zajac, en mayo pasado. La vecina de un piso miraba a la calle cuando la vio entrar en un coche… – Se fijó en la marca y el color del vehículo, la pobre -terció Nacho-, pero era una señora mayor, claro. No estaba al tanto de la nueva tecnología de las portátiles de «tuneado» rápido. Yo tengo una. Cabe en un maletero. Es la leche: puedes llevarte el coche al campo y dejarlo irreconocible en media hora. Y eso sin contar con los medios sofisticados de… Oh, perdón, dear professor. Lo he interrumpido. Montemayor suspiró antes de proseguir, manipulando la escena en el aire. – Suvienka estaba esperando el autobús, y la eligió en ese instante. Observa el decorado. El muñeco muestra la posición del personaje: estaba cerca de la esquina. Bastante enmarcada, diría yo, y a poco que viera el coche acercarse se daría la vuelta, así, con lo cual la probabilidad de que el Holocausto la elija se incrementa… Pero, mira, desde este ángulo, o desde este, las dos direcciones posibles por las que el coche pudo acercarse… -Movió el cuerpo del maniquí femenino en varias direcciones y lo descompuso en partes que, a su vez, adoptaron otras posiciones: cintura, pechos, piernas-. ¿Ves? El escenario en que la eligió no es holocáustico puro, está mezclado con Aura o Sigilo, incluso contando con las microconductas de la víctima… Desde luego, el verdugo que capturó ahí no era un Holocausto, me juego el sueldo de un año. – No te juegues una mierda o no nos creerá nadie -objetó Nacho. Montemayor lo ignoró. – Y en la elección de Gerrit van Oosten… Decidí interrumpirle. – Puede que no sean esos los momentos exactos de elección. -Me detuve, avergonzada ante la expresión de los perfis-. Bueno, claro, vosotros sabéis más… – El psinoma, querida Diana, es matemáticas -replicó Montemayor con frialdad-. Tú lo vives desde el punto de vista de la actriz en el escenario, pero quien te contempla reacciona de manera exacta y cuantificable, siempre. – Sherlock Holmes ya es demasiado «elemental», dear Watson -señaló Nacho-. Hoy cada crimen es una ecuación que resuelven los ordenadores cuánticos. – Se acabaron los detectives, policías, forenses… -apostilló Monte, sentencioso-. Ya solo quedan ordenadores, perfiladores, cebos y Shakespeare. – Vale -acepté. – Oh, no, no vale -amenazó Nacho, en broma-. Nos ha ofendido, señorita Blanco. – Te contaremos, mejor, las cosas que te incumben -decidió Montemayor mientras yo respondía, con fingida humildad, «lo siento mucho, señor Puentes». De pronto flotaron horrores puros en la oscuridad. – Genitales de víctimas. -Montemayor señaló las holografías-. Los objetos inorgánicos en vagina pueden ser de dos clases: faloides y no faloides. Los fílicos de Holocausto nunca introducen objetos no faloides: sencillamente, esa no es su manera de gozar. Pero en la vagina de Suvienka Zajac había más de quince cristales rotos de botella empujados uno a uno con pinzas. Los cristales son objetos no faloides, pero en los gestos de introducción había un porcentaje inusual de Holocausto. Para que te hagas una idea: es como si Nacho manejara las pinzas, tú introdujeras los cristales un poco y yo otro poco más… y cada uno de nosotros se influyera psinómicamente con el psinoma del otro. En la vagina de Verónica Casado, en cambio, había – Tenía quince años, desde luego -intervino Nacho-. Es la teenager por excelencia del grupo. Hay Holocaustos que no penetran a la víctima si es muy joven… – Concedido, querido discípulo. Pero en las articulaciones rotas volvemos a tener problemas. Las articulaciones pueden romperse de manera abierta o cerrada, siendo el primer caso todas aquellas que facilitan el acceso a genitales. Para el verdugo, es una manera de decir «he roto tus cerraduras». El Espectador emplea maquinaria pesada para quebrar las cabezas del fémur y el húmero y descoyuntar las articulaciones de las extremidades. Pero en varias víctimas hubo luxaciones y amputación de falanges. -Movió los dedos de la mano izquierda adelante y atrás-. Lo cual son formas cerradas, no holocáusticas, discípulo, aunque el análisis muestra también mezcla con Holocausto… Montemayor se extendió algo más, poseído ahora por cierto sentimiento de orgullo herido ante Nacho. Habló de las «tentativas de taladro», las «perforaciones inacabadas» y los «hiper-desgarros», y lo ilustraba todo con imágenes. Me quedé hipnotizada mirándolas. Incluso dejé de escuchar la perorata médica de Monte. A lo largo de mi carrera había cazado, o ayudado a cazar, una decena de monstruos, pero todavía seguía sintiendo el mismo asombro que el primer día, el mismo pavor, aquel asco infinito ante la visión de sus demenciales obras. ¿Por qué?, me preguntaba. Y aunque sabía que la explicación era el psinoma, seguía haciéndome la misma pregunta. ¿Por qué? Cuando discutían la forma de cortar el esfínter anal, los detuve. – Chicos, me temo que no tengo toda la mañana. ¿Cuál es el resumen? – Díselo tú, Nacho -indicó Montemayor-. A mí no me gusta dar malas noticias. – ¿Sabes, Diana -preguntó el aludido-, por qué lo llamamos «el Espectador»? – Porque es un experto en elegir con la mirada. Eso es lo que se dice. – Eso es lo que piensa mucha gente en el departamento… Pero, en realidad, lo apodamos así porque se limita a dejar que actúen otros, aunque él siempre mantiene el control. -Me quedé mirándole-. Sí: otros le ayudan. – Un momento -dije-: si usa cómplices y les permite elegir, entonces tendría que aparecer en el análisis cuántico un conjunto compacto de psinomas diferentes. Estaríamos hablando ya de un grupo de dos o tres criminales, o de una banda… – Hay excepciones, pero en general es cierto -concedió Montemayor-, y ahí está lo jodido: hay rastros de otros psinomas, pero, según el ordenador, no los suficientes. – ¿Y traducido para los ignorantes? -pregunté con un hilo de voz. – Utiliza a otros, está claro. Pero de una manera tan extraña que no sabemos qué relación tienen entre sí, y ni siquiera si son personas distintas. Los denominamos «empleados». Siguen sus directrices, y a veces obran por su cuenta, tanto en la elección como en los juegos posteriores, pero se detienen en puntos específicos y a veces reciben influencia directa del Espectador. Es una técnica muy astuta, lo nunca visto. Por eso creemos que su conocimiento del psinoma es muy notable. Nos esquiva continuamente. – Ignoramos cuántos «empleados» utiliza -intervino Nacho-. Pero no se trata de un grupo organizado ni xana, folie à deux. Es más bien una simbiosis. – ¿Múltiple personalidad? -sugerí, y al verles negar de inmediato supe que habían anticipado la pregunta. – Cada personalidad tendría el mismo psinoma y los «empleados» no existirían -explicó Montemayor. – Es, ante todo, un Holocausto -dijo Nacho-. Les ata la cara, así y así. -Colocó los dedos en aspa sobre sus propios ojos-. Usa una cuerda muy fina para rodear la cabeza. La presencia de esperma degradada en el rostro y sobre la cuerda indica que este escenario final le calienta mucho. Es un grandísimo Holocausto, además de un grandísimo hijo de puta. Pero existen rastros de otros psinomas colaboradores… – ¿ Y no podría estar imitando los efectos de varios psinomas distintos? Montemayor sonrió. Nacho, más respetuoso (o quizá con deseos de no ofenderme para invitarme luego a salir), se limitó a ignorar mi «burrada». – Nadie puede imitar los efectos de un psi-no-ma, Dia-ni-ta -deletreó Montemayor-. Tan solo el hecho de atarles la cara posee billones de marcas distintivas psinómicas llamadas «microespacios». Tú eres una Labor. Si quisieras atarle la cara a alguien, nunca lo harías como un Holocausto, ni aunque dispusieras de un ordenador cuántico. – Pero le ayudan otros -protesté-. ¿Por qué no se nos ha informado a los cebos de que el Espectador es más de una persona? Fue la primera vez que noté a Montemayor irritado. – Porque no son más de una persona, ni tampoco una sola. No pongas esa cara, es lo que hay. No sabemos qué es. Si os decimos que vais a ver a dos o tres personas en un coche, quizá nos equivoquemos, quizá se turnen. Pero tampoco parecen varias personas a la vez sino algo así como un solo cerebro dividido en compartimientos. Podríamos estar ante una filia nueva, pero si fuera así, ¿por qué esa cantidad de Holocausto? – ¿Y qué ocurrió con Elisa? ¿Ha sido él… o ellos? – Es pronto para saberlo. El ordenador central está analizando los microespacios de los escenarios donde pudo desaparecer. Tardará una semana. El Circo era de baja probabilidad, pero suponemos que es posible. – ¿Y yo? -dije-. Me propongo recorrer las áreas de riesgo estas tres noches. ¿Cuánto me calculáis? – Unos treinta años, tirando por lo bajo -dijo Nacho. Le mostré el dedo medio. – Alta probabilidad de encontrártelo -respondió Monte rascándose la calva-. No estamos diciendo que te elegirá a ti, eso depende de sus «empleados» y del genial truco que utilizan. Pero la probabilidad de que coincidáis es mayor del ochenta por ciento. Incluso aunque haya capturado a Elisa, saldrá a elegir de nuevo. Tiene hambre todavía. Mucha. Y no olvidemos que si Elisa intenta engancharlo y fracasa, acabará con ella muy pronto, porque disrupcionará. Le dará demasiado placer. No le durará tres días. Nacho Puentes mostró la punta de la lengua apoyándola en el labio superior antes de hablar: habían diseñado, dijo, nuevos ejercicios para las etapas de elección y secuestro que yo podía aprender en cuestión de horas. Me los pasarían al note. – Si realmente estás decidida a intentarlo -agregó. Me quedé callada un instante, la vista fija en el notebook. De improviso una imagen me había poseído: cuerpos desnudos en los escenarios del sótano, mis compañeras y yo actuando como si posáramos, intentando gustar. «Oh sí, yo voy a ser la elegida, no ellas. Yo.» El olor de la piel caliente bajo los focos, cuerpos contoneándose… convertidos luego en aquel puzzle de holografías forenses. Un súbito cansancio me invadió entonces. Me entraron tentaciones de cerrar el note, levantarme y marcharme, olvidarme del Espectador y del maldito sacrificio, la repugnante inmolación a la Dio sa Justicia. Pero entonces pensé en Vera, y fue como si respirara aire puro. – De acuerdo -dije-. Quiero saber cómo puedo convertirme en el bocado más suculento de toda su puta vida. |
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