"Falsa identidad" - читать интересную книгу автора (Scottoline Lisa)9 – Llevaré su caso con dos condiciones. -Bennie dejó la cartera sobre la tabla de fórmica, cogió una mesa metálica y se situó frente a Connolly. La reclusa sonreía, si bien sus ojos seguían gélidos, y Bennie hacía esfuerzos por no fijarse en el parecido que había entre ellas-. En primer lugar, tiene que decirme la verdad. Tengo que saber más cosas sobre usted que cualquier otra persona presente en la sala. – Eso es fácil -respondió Connolly, de pie en su lado de la tabla-. Ya las sabes ahora mismo. Somos gemelas. – Y eso enlaza con la segunda parte: sólo la representaré si nos limitamos al caso y nada más que al caso. -Bennie abrió la cremallera de la cartera y sacó su bloc de anotaciones-. Vamos a dejar el asunto de las gemelas. Debo preparar su defensa. Eso tiene una importancia primordial. – ¿Significa eso que las fotos te han convencido? – Significa que no tiene ninguna importancia para el caso ante el tribunal. Y ahora siéntese y vayamos a los hechos -dijo Bennie haciéndole un gesto y Connolly se sentó frente a ella con un movimiento lento, frunciendo el ceño con aire decepcionado. – Para mí la tiene -dijo-. Sigo con ganas de conocer a mi madre. A mi madre de verdad. – Oiga, si vamos a malgastar el tiempo en cuestiones personales, no creo que siga con vida para conocer a nadie. Responda a mis preguntas y todo irá bien. Ya estamos a martes. Nos queda menos de una semana para el juicio, a menos que consiga un aplazamiento. Tengo muchísimas cosas que hacer en cuanto al caso, aparte de los otros que llevo ahora mismo. – Dime sólo una cosa: ¿qué aspecto tiene nuestra… es decir mi… nuestra… madre? Bennie le echó una mala mirada sin abrir la boca. – Tengo que hacerle unas preguntas generales. ¿Ha sido alguna vez drogadicta o alcohólica? – No. – ¿Alguna condena previa, o bien una detención o interrogatorio por la razón que sea? – No. – ¿Dónde se crió? – En Nueva Jersey. En Vineland. Bennie tomó nota. – ¿En Vineland fue a la escuela pública? – Sí. – Hágame un breve resumen de su infancia. Connolly asintió. – Vale. Vamos a lo nuestro. Mensaje recibido. Fui una alumna normal, nada del otro mundo, aprobados y notables. Nadie me dijo nunca que era adoptada. Era gente extraña, ni amistad ni nada de eso, muy tranquilos. Recuerdo poco sobre mi infancia, aparte de que teníamos un perro fantástico. Me gustan mucho los perros, me vuelven loca. Bennie pensó en su perdiguero. – Siga. – Eso es todo, más o menos. No tenía mucho apego a mis padres, y mi madre, es decir, no la de verdad, casi siempre estaba enferma. Tenía esclerosis múltiple. Los dos murieron en un accidente de coche cuando yo tenía diecinueve años. Estaba a punto de entrar en la universidad, en Rutgers, con una beca. Bennie iba constatando que la juventud de Connolly le recordaba mucho la suya. – ¿Cómo consiguió la beca? Es difícil acceder a ellas. – Baloncesto. – ¿Por atletismo? -Bennie disimuló su sorpresa. A ella le habían dado una beca para asistir a la Universidad de Pennsylvania, pero si la hubieran concedido por remo femenino, seguro que también la habría ganado-. ¿Cómo le fue? – Fatal. Me fastidié la rodilla. Nunca estuve a la altura de mis posibilidades, al menos eso decía el preparador. Lo dejé cuando no me renovaron la beca. Estudiaba lengua. Lo mismo que Bennie, pero no estaba dispuesta a decírselo. – ¿Casada o divorciada alguna vez? – No. – ¿Ha vivido alguna vez con alguien? – Antes de Anthony, no. Bennie tomó nota. – De acuerdo. Cuénteme cómo conoció a Della Porta. – En una lavandería de la ciudad, cuando llegué a Filadelfia. Él estaba lavando toallas, toneladas de toallas, y tomando café. Yo soy adicta al café, por eso empezamos a hablar. Bennie no dijo nada. Ella también era una entusiasta del café. Le resultaba imposible dejar a un lado las similitudes, ¿o tal vez las estaba buscando? – ¿Cuándo empezaron a vivir juntos, usted y Anthony? – Salimos durante unos seis meses antes de que me trasladara a su casa. Llevábamos casi un año juntos cuando lo mataron. Bennie no tuvo que tomar notas sobre aquello. Ella y Grady hacía un año que habían comprado el agujero donde ir enterrando el dinero. – ¿Qué tal les iba? – Perfecto. Éramos felices. Anthony era un gran tipo. – ¿Alguna pelea? – No más de lo normal. Éramos felices, de verdad. – ¿Habían hablado de casarse? – Algo, aunque nada definitivo -respondió Connolly, y Bennie pensó en ella y Grady. Si Connolly y Della Porta estaban reconstruyendo una casa, Bennie se dijo que se suicidaría. – Muy bien. ¿Qué ocurrió la noche en que mataron a Anthony? – Cuando volví a casa al salir de la biblioteca, lo encontré allí tendido, muerto. Un gran charco de sangre. -A Connolly le temblaba la voz-. Fue horrible. – ¿A qué hora volvió? – Hacia las ocho de la noche. Había pasado el día en la biblioteca. Siempre salía a las seis y media y tardaba más de una hora en llegar a casa a pie. – ¿Trabajaba en la biblioteca? – No. Escribía allí, en el ordenador, porque era un sitio más tranquilo que el piso, pues al otro lado de la calle estaban construyendo. Además, la sala de la biblioteca era preciosa, con la estructura de hierro forjado. – ¿Qué escribía? – Una novela. Ya casi había terminado el original. Una especie de ficción literaria, creo que se llama así. – ¿Dónde está ahora el libro? ¿Se lo quedó la policía? – Creo que se llevaron el disquete, pero estaba protegido por una contraseña. Si lo introducen en un ordenador y utilizan una contraseña equivocada, se borra. – ¿Se borraría todo el libro? ¿Se echaría a perder todo el trabajo? ¿No tiene copia en el disco duro? – No había llegado tan lejos. Y de todas formas, tampoco era nada del otro mundo y ahora mismo tengo otros quebraderos de cabeza, como el de demostrar que soy inocente. Aquello le pareció extraño. Bennie tomó nota para comprobar el registro de pertenencias en los archivos del fiscal del distrito. Quería saber todo lo que se había quedado la policía. – De acuerdo, volvamos a la noche en que mataron a Anthony. Usted lo encontró. ¿Qué vio? – Estaba tendido de espaldas y tenía una expresión atroz. -Connolly apartó la mirada, al parecer concentrando la atención en los recuerdos-. Había muchísima sangre en la alfombra, en el sofá, en la pared… De entrada me quedé allí, conmocionada, y luego me acerqué a él. Me arrodillé a su lado y vi que estaba muerto. – ¿Cómo lo supo? – Es algo que se ve. ¡Jesús! Tenía un agujero en la frente como si alguien se la hubiera… perforado. -Connolly se mordió el labio, de un tono rosado, brillante-. No sabía qué hacer. Me quedé allí arrodillada a su lado. Supongo que a causa de la conmoción. Luego salí corriendo. Bennie estudió la expresión de Connolly, iluminada por la aflicción. No podía determinar si Connolly le estaba diciendo la verdad. En general detectaba las mentiras que le decían sus clientes, pero el parecido entre las dos desmontaba ese detector. Le preocupaba que Connolly no fuera la mujer que aparentaba ser, a pesar de que la mujer que aparentaba ser era Bennie. – ¿Salió corriendo? ¿No llamó a la policía? – Ya sé que no es una reacción muy inteligente. -Connolly se apartó el pelo de la cara con unas uñas en las que se veían perfectamente perfiladas las medias lunas-. Estaba aterrorizada. Pensaba que la persona que lo había hecho podía seguir en el piso. Quería salir de allí. – ¿Hacia dónde fue? – Corrí calle abajo. Luego vi un coche patrulla en la esquina y me cogió el canguelo. Cogí una callejuela y pasé al otro lado de la calle. – ¿Huía de la policía? ¿Por qué? – Me asustaron. No sabía qué le había ocurrido a Anthony. Pensaba que parecería que yo lo había matado y no tenía coartada. Una reacción humana, aunque equivocada. Si es que era verdad. – ¿Qué hacía allí un coche patrulla si usted no había llamado a la policía? – Puede que lo hubiera hecho alguien. Irían a por mí. Bennie comprobó sus notas. – Usted y Anthony vivían en Trose Street, a unas veinte travesías de la Roundhouse. ¿Estaba de patrulla la policía? – No lo sé. Vivíamos bastante cerca de la Roundhouse, por eso Anthony mantenía aquel piso. Normalmente pasaba por casa para recoger las cosas antes de ir al gimnasio. Bennie anotó todo aquello pero vio que no tenía ninguna lógica. ¿Habría oído el disparo un vecino y llamado a la policía? ¿A qué hora había muerto? No conocía los detalles más importantes, y por eso no soportaba aceptar un caso a aquellas alturas. Era lo que hacían todos los criminalistas. Incluso tenían un dicho que lo explicaba: «Meterse en la ropa interior de otro». – De acuerdo. Huyó y la policía la vio. ¿Qué pasó luego? – Eran McShea y Reston. Me arrojaron al suelo, me esposaron las manos a la espalda y me llevaron en el coche patrulla a la Roundhouse. – ¿Quiénes son McShea y Reston? ¿Los conoce? – Les había visto un par de veces; prestaron declaración en la vista preliminar. Anthony tenía buena relación con ellos, como mínimo con Reston. Los dos estaban en el II hasta que a Anthony le nombraron inspector. Al parecer habían caído en desgracia pero Anthony nunca quiso hablar de ello. Pensaba que era cosa del pasado. Hasta el día en que me la montaron. Bennie levantó la mano. – Un momento. Sigamos el orden cronológico. ¿Qué ocurrió después de que la detuvieran? ¿La encerraron? – Me llevaron al interrogatorio. De momento, yo era la única sospechosa. No buscaron al verdadero asesino. Me acusaron y me encarcelaron aquel mismo día. Y aquí estoy pudriéndome, pues en Filadelfia no hay fianza para el asesinato. ¡Los muy imbéciles! – ¿Respondió usted a sus preguntas? – No. Pedí un abogado y me salieron con ese imberbe designado por el juez. – ¿Aquella misma noche? -Bennie seguía con la mano dispuesta a tomar nota. No sabía cómo había conseguido Connolly que llevaran su caso y no había tenido tiempo para consultar el listado de letrados-. En mi vida he visto que un juez asignara un abogado tan rápido. Me extraña que no se lo asignaran de oficio. – Mi abogado es peor que uno de oficio. Se llama Warren Miller, es de la ciudad. Se dedica a los seguros, uno típico de empresa. – Es imposible. No puede llevar un caso de homicidio. – Por eso lo digo, porque forma parte de la encerrona. -Connolly se apoyó en la tabla-. Me la montaron, organizaron las pruebas y luego me asignaron esa mierda de abogado. No me extrañaría que el juez estuviera también en el ajo. – ¿El juez Harrison Guthrie? No creo -dijo Bennie riendo. Guthrie tenía una reputación intachable y era uno de los jueces más respetados en los tribunales-. ¿Supongo que no firmó ninguna declaración? – No. – Suposiciones. -La poli podía interrogar durante horas a cualquiera pero a menos que el sospechoso confesara, no se firmaba declaración. No era más que el primer paso a la hora de dejar a un lado las pruebas que apuntaban en dirección contraria a la culpabilidad del sospechoso, en un proceso pensado para administrar justicia. Bennie volvió al quid de la cuestión en la historia de Connolly-. Lo que no entiendo es por qué la policía iba a montarle una trampa. – Yo tampoco. ¡Qué más quisiera! No sé lo que ocurrió antes pero por ello mataron a Anthony y me la montaron a mí. No sé si me entiendes. – No. -Bennie repasaba las notas-. Volvamos al piso, a la sala de estar. ¿Encontró algún indicio que le hiciera pensar en una pelea? ¿Muebles patas arriba, objetos rotos o desordenados? – No. – ¿Estaba cerrada la puerta? – Sí. Yo siempre usaba la llave para entrar, incluso abajo. Bennie tomó nota. Della Porta conocía al asesino. Él mismo le había dejado entrar. Aquello cuadraba con lo que ella había leído sobre el crimen en los periódicos a través de Internet. – ¿Sabe si Anthony tenía que recibir a alguien en casa? – Que yo supiera, no. – ¿Había música puesta o algo así? ¿Bebidas servidas? – No lo sé. No me fijé. Sólo vi el cadáver. No recuerdo más que eso. Bennie consultó lo que había anotado de los periódicos. – Según la fiscalía del distrito, usted disparó contra Della Porta, se manchó la sudadera de sangre, luego se cambió y tiró la pieza ensangrentada al contenedor del callejón. Ahí encontraron una sudadera marca Gap, talla grande. ¿Era suya? – Sí, era mía pero no la llevaba aquel día. Llevaba puesta una blusa. Con ella me detuvieron y la llevaba limpia. Si hubiera matado a Anthony, ¿crees que habría tirado alguna pieza manchada de sangre a un contenedor cerca del piso? ¿Me tomas por tonta o qué? – ¿Alguien la vio en la biblioteca con la blusa aquel día? – No lo sé. Quizás. Bennie forzó algo la vista. – Entonces cree que Reston y McShea le tendieron una trampa. ¿Hasta qué punto los conoce? – Me los presentaron en una barbacoa de polis, pero en realidad no los conocía. Ya he dicho que eran antiguos compañeros de Anthony de cuando iba de uniforme. Salía con ellos por las noches y así. Lo llamaban reuniones de junta y lo hacían porque todos se aburrían en casa. Bennie reflexionó sobre la forma de plantear con tacto la siguiente pregunta. – ¿Anthony estaba implicado en algo sucio? – No. En nada. -Connolly se apoyó en el respaldo del asiento, arqueando las cejas con aire ofendido-. Anthony era una persona de lo más cabal. No puedes imaginarte lo que hizo por Star. Perdió mucho dinero por ayudarle. – ¿Star es el boxeador al que Anthony hacía de manager? Me interesaría hablar con él. Connolly permaneció un momento en silencio. – No te molestes. No nos ayudaría. No me traga. – ¿Por qué? – A veces iba al gimnasio con las mujeres de los boxeadores. Me relacionaba con ellas, nos hicimos amigas. Star no me quería ver por allí. Opinaba que distraía a Anthony. – ¿Habían comentado esto con Anthony? – No. Él tenía su trabajo y su boxeador. Se ocupaba de sus asuntos, y yo de mi libro. Nos comprendíamos. -Connolly ladeó la cabeza-. ¿Tienes novio? Veo que no estás casada porque no llevas anillo. – Tengo novio pero no estamos hablando de mí. – ¿Has estado casada alguna vez? – No es asunto suyo. – Yo tampoco, ya te lo he dicho. No me llevaba bien con mi padre, con mi padre adoptivo. Aquí organizan seminarios sobre las relaciones. En general son estupideces, pero me he enterado de que una mujer no puede tener buenas relaciones con los hombres si no ha tenido una buena relación con su padre. – ¿Eso dicen? -Bennie pasó la página, sorprendida al comprobar que aquello la afectaba-. ¿Dónde vive él, por cierto? – ¿Quién? – Mi padre. Bill. Connolly hizo una pausa. – Nunca me lo ha dicho. – ¿No? ¿Nunca comenta cómo llega aquí? Connolly sonrió. – Creía que no íbamos a hablar de la historia familiar. El pensamiento de Bennie pasó a otro tema. No era fácil acceder a la cárcel en transporte público, por lo tanto no podía vivir lejos, tenía que estar a una distancia que pudiera recorrer en coche. Curioso. Siempre había imaginado que su padre vivía muy lejos; no sabía por qué, pero se lo imaginaba en California. Cuando uno abandona a la familia, como mínimo cambia de región. Cerró el bloc de notas. – Bien, por ahora eso es todo. Tengo que solicitar un aplazamiento. Estaremos en contacto. – Sí, claro. ¿Cuándo te volveré a ver? – En cuanto necesite hablar con usted. Esté preparada. Bennie salió del cubículo preocupada. ¿Dónde vivía su padre? Hacía años que no se lo planteaba. ¿Le importaba ahora? Siguió los trámites de salida del centro -el paso mecánico por el detector de metales, la firma en el registro-, lo que le proporcionó una idea. No le iba a resultar difícil descubrir dónde vivía su padre; si acudía a visitar a Connolly, tenía que dejar una dirección. Tenía que consultar los registros de la cárcel, aunque sólo fuera para verificar la historia de Connolly. – ¿Podría consultar el libro de registro de visitas? -preguntó Bennie y notó un leve temblor en la mano cuando la funcionaria uniformada de negro le pasó el registro. |
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