"El consuelo" - читать интересную книгу автора (Gavalda Anna)3¿Cuánto tiempo dura un cigarrillo? ¿Cinco minutos? Entonces estuvieron cinco minutos sin hablar. La primera en no aguantar más es ella, y las palabras que pronuncia la abruman. Porque él las temía, porque… – Entonces ¿has tenido noticias de Alexis? – Sabía que me ibas a preguntar eso -suelta él con una voz muy cansada-, habría puesto la mano en el fuego y no te puedes imaginar cómo me… – Cómo te ¿qué? – Cómo me afecta… Cómo me contraría… Cuánto me molesta que me lo preguntes, creo… Pensaba que ibas a ser un poco más generosa… Pensaba que me ibas a preguntar «Pero ¿de qué?» o «¿Y cuánto hace de eso?» o… qué sé yo. Pero no que me fueras a preguntar por él, joder… No, por él no… No así de repente… No se lo merece. Nuevo silencio. – ¿De qué ha muerto? Se saca la carta del bolsillo interior. – Toma… Y no me digas «es su letra» o te mato. Claire la desdobla a su vez, la vuelve a doblar y murmura: – Pues sí. Sí que es su letra… Charles se vuelve hacia ella. Querría decirle un montón de cosas. Cosas tiernas, cosas horribles, palabras cortantes, palabras muy dulces, palabras tontas, palabras de compañero de fatigas o palabras de alma caritativa. O sacudirla, o maltratarla, o abrirla en canal, pero todo lo que puede gemir es su nombre. – Claire… Y ella, ella le sonríe, la muy mentirosilla. Pero la conoce bien, así que se limita a poner las cartas sobre la mesa y la coge del codo para llevarla hacia la orilla. Claire se tuerce los tobillos en el camino de grava, y él, él habla solo. Habla en la oscuridad. Le habla a ella, se habla a sí mismo, o al incinerador o a las estrellas. – Y nada… Todo ha terminado. Rompe la carta y la tira a la basura de la cocina. Cuando aparta el pie del pedal, y la tapa del cubo se cierra, Vuelve hacia los demás, hacia la vida. Ya se siente mejor. Todo ha terminado. ¿Y cuánto dura la impresión de frescura de un poco de agua fría en un rostro agotado? ¿Veinte segundos? Ya se han pasado. Busca su copa con la mirada, se la bebe de un trago y la vuelve a llenar. Va a sentarse en el sofá. Junto a su pareja. Ella le da un tirón de la chaqueta. – Y tú, tú… Sé buena conmigo, tú… -le advierte-, porque estoy bastante borracho, ¿sabes?… A ella eso no le hace ninguna gracia, más bien le sienta mal, la desconcierta. Y a él le quita la chispa por completo. Se inclina, apoya la mano en su rodilla y la mira desde abajo. – ¿Sabes que un día tú también te morirás? ¿Lo sabes, bonita mía? ¿Sabes que tú también la palmarás? – ¡Vaya, pero va a ser verdad que has bebido demasiado! -se indigna ella, haciendo un esfuerzo por reírse, y luego, recobrándose, dice-: incorpórate, por favor, me estás haciendo daño. Momentito violento por encima del azucarero. Mado lanza miradas interrogadoras a su benjamina, que le indica con un gesto que siga tomándose su café como si no pasara nada. Tú remueve el café, mamá, remueve el café. Ya te lo explicaré después. Kazatchok suelta una chorrada sin que nadie lo escuche, y a los presentes les empiezan a entrar ganas de marcharse. – Bueno, pues nada -suspira Edith-, nosotros nos vamos a ir yendo… Bernard, ve a avisar a los niños, por favor… – ¡Buena idea! -añade Charles-, ¡hala, toda la patulea al 4x4! ¿Eh, – Charles, basta ya, por favor, ya no tienes gracia… – Pero… si yo nunca he tenido gracia, Edith. Lo sabes muy bien… Se levanta, se planta al pie de la escalera y grita a pleno pulmón: – ¡Mathilde! ¡Perro, ven aquí! Y, volviéndose hacia el jurado, que lo mira pasmado: – Que no cunda el pánico. Es una bromita nuestra… Silencio muy incómodo interrumpido de pronto por ladridos exagerados. – ¿Qué os decía…? Describe un giro agarrándose a la bola de latón y se dirige a la reina de la fiesta: – Es verdad que está dificilita tu hija últimamente, pero ¿sabes una cosa? Es lo único bonito que me has dado… – Hala. Nos vamos -suelta Laurence, a punto de perder los nervios-, y dame las llaves. No te dejo conducir en este estado. – ¡Bien dicho! Se abotona la chaqueta y dobla la espalda. – Buenas noches a todos. Estoy muerto. |
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