"El consuelo" - читать интересную книгу автора (Gavalda Anna)6Salió a la calle con ella. Era una bonita noche, dulce, cálida, elástica. El asfalto olía bien, olía a París, y las terrazas estaban abarrotadas. Varias veces le preguntó si tenía hambre, pero ella caminaba delante de él, todo el rato y cada vez más lejos. – Bueno -dijo irritado-, pues yo sí tengo hambre y estoy harto. No pienso dar un paso más. Ella dio media vuelta, sacó un papel de su bolso y lo dejó sobre la carta del restaurante. – Mañana. A las cinco. Era una dirección de la periferia. Un lugar del todo disparatado. – A las cinco yo estaré en un avión-le sonrió. Pero la sonrisa le duró bien poco. ¿Cómo sonreír a un rostro así? Y había entrado en esa cafetería doblada por la mitad. Como si tratara de retener todavía lo que acababa de perder. Él se había levantado, la había cogido por la nuca y la había dejado llorar todo lo que había querido. Detrás de ella, el dueño de la cafetería le lanzaba miradas inquietas a las que él contestaba con la otra mano, como podía, agitándola. Después había dejado una buena propina, por las molestias causadas, y se la había llevado a ver el mar. Era una tontería, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Acababa de cerrar la puerta del cuarto de baño y se estaba poniendo un jersey antes de volver a derrumbarse en el sofá. ¿Qué otra cosa podía hacer? Dieron largos paseos, bebieron mucho, fumaron todo tipo de hierbas raras e incluso bailaron, algunas veces. Pero la mayor parte del tiempo no hicieron nada. Se quedaban sentados y miraban la luz. Charles dibujaba, pensaba, regateaba en el puerto y preparaba la comida mientras su hermana releía indefinidamente la primera página de su libro antes de cerrar los ojos. Pero nunca dormía. Si Charles le hubiera hecho la más mínima pregunta, la habría oído y le habría contestado. Pero no le hizo ninguna. Se habían criado juntos, habían compartido el mismo apartamento minúsculo durante casi tres años y conocían a Alexis desde siempre. Nada se les resistía. Y no había ninguna sombra en esa terraza. Ninguna. La última noche fueron a cenar fuera y a la segunda botella de Retsina tanteó su estado de ánimo. – ¿Estás mejor? – Sí. – ¿Seguro? Claire movió la cabeza de arriba abajo. – ¿Quieres que volvamos a compartir casa? De izquierda a derecha. – ¿Adonde vas a ir? – A casa de una amiga… Una chica de la facultad… – Bueno… Charles acababa de correr su silla para disfrutar con ella del espectáculo de la calle. – De todas maneras todavía tienes las llaves… – ¿Y tú? – ¿Yo, qué? – Nunca me hablas de tus historias de amor… -hizo una mueca-, bueno… de amor… de tus historias, vaya… – Pues me imagino que porque no hay nada muy emocionante… – ¿Y la geómetra aquella? – Se fue a otro lado a hacer sus cálculos… Claire le sonrió. Aunque estaba morena, su rostro le pareció extremadamente frágil. Volvió a llenar los vasos y la obligó a brindar por tiempos mejores. Al cabo de un largo momento, Claire intentó liarse un cigarro. – ¿Charles? – Ése soy yo. – No le vas a decir nada, ¿verdad? – ¿Qué quieres que le diga? -dijo con una risita amarga-. ¿Que le hable de honor? Se le rompió el papel. Charles le quitó el paquete de tabaco, llenó con cuidado un canutillo de papel y se lo llevó a la boca para chupar el borde. – Me refería a Anouk… Charles se puso rígido. – No -dijo, escupiendo una hebra de tabaco-, no. Claro que no. Le pasó el cigarro y se volvió un poco más hacia el mar. – ¿Si… sigues en contacto con ella? – Muy de tarde en tarde. Charles se volvió a ajustar las gafas sobre la nariz. Claire no insistió. En París llovía. Compartieron un taxi y se separaron en la avenida de los Gobelinos. – Gracias -le murmuró ella al oído-. Se acabó, te lo prometo. Voy a salir de ésta… Charles la miró bajar a toda velocidad las escaleras del metro. Ella debió de notarlo, pues se volvió a medio camino para guiñarle un ojo y hacerle el gesto de los submarinistas, formando un círculo con el índice y el pulgar. Ese gestito tranquilizador que te asegura que todo va bien. Charles la creyó y se alejó con el corazón ligero. Entonces era joven e ingenuo… Creía en los gestos… Fue ayer y hará diecinueve años dentro de pocas semanas. Claire lo engañó bien. |
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