"La paja en el ojo de Dios" - читать интересную книгу автора (Niven Larry, Pornelle Jerry)5 • La Cara de DiosBlaine se abrió paso rápidamente hasta el puente y se acomodó en la silla de mando. Una vez allí puso en marcha el intercom. Un asombrado brigadier Whitbread le miró en la pantalla, desde la cabina del capitán. —Léamelo, señor —dijo Blaine. —¿Cómo? ¿Qué dice, señor? —Tiene usted abiertos los reglamentos por la sección de normas sobre contacto con alienígenas, ¿no es así? Lea, por favor. —Blaine recordaba haber leído aquellas normas mucho tiempo atrás, por pura curiosidad más que nada. Lo hacían la mayoría de los cadetes. —Desde luego, señor. —Se veía claramente que Whitbread se preguntaba si el capitán le habría leído el pensamiento, luego pareció concluir que aquello era prerrogativa del capitán; este incidente se convertiría en una leyenda—. «Sección 4500: Primer contacto con seres inteligentes no humanos. Nota: Se considera seres inteligentes a las criaturas que utilizan instrumentos y sistemas de comunicación de forma voluntaria y premeditada. Subnota: se advierte a los oficiales que deben utilizar su criterio a la hora de aplicar la definición. Las ratas colmeneras de Makasar, por ejemplo, emplean instrumentos y sistemas de comunicación en sus habitáculos, pero no son seres inteligentes. «Sección 1: Los oficiales que se encuentren con seres inteligentes no humanos deben comunicar la existencia de estos alienígenas al mando más próximo de la Flota. Todas las demás tareas se considerarán secundarias frente a ésta. Sección 2: Una vez cumplido el objetivo descrito en la sección primera, los oficiales procurarán establecer comunicación con los alienígenas, teniendo en cuenta, sin embargo, que no están autorizados a hacerlo arriesgando la unidad a su mando, a menos que así se lo ordene una autoridad superior. Aunque los oficiales no deben iniciar hostilidades, se considerará en principio hostiles a las criaturas inteligentes no humanas. Sección 3…» Whitbread fue interrumpido por el último aviso de aceleración. Blaine hizo un gesto de reconocimiento al oficial y se acomodó en su asiento. De todos modos, las normas probablemente no fuesen de gran utilidad. Se referían sobre todo a contactos iniciales sin aviso previo, y en este caso el mando de la Flota sabía muy bien que la La gravedad de la nave se elevó lo bastante lentamente para dar tiempo a la tripulación a ajustarse, todo un minuto para elevarse a tres gravedades. Blaine sintió que se asentaban en su silla de aceleración doscientos sesenta kilos. Los tripulantes estarían moviéndose por toda la nave con la minuciosa atención que uno presta cuando levanta pesos, pero no era una aceleración inmovilizadora. Al menos para un joven. Para Bury sería duro, pero el comerciante no tendría problemas si permanecía en su lecho de gravedad. Blaine se sentía muy a gusto en su silla. Tenía un cabezal, controles manuales, una pequeña repisa y podía hacerla girar de modo que controlase todo el puente sin esfuerzo; tenía incluso un tubo personal de desagüe. Las naves de guerra estaban diseñadas para largos períodos de alta gravedad. Blaine accionó los controles de su pantalla y apareció sobre él un gráfico en tres dimensiones. Accionó la palanca de aislamiento para que no pudiese verle el resto de la tripulación. A su alrededor los oficiales del puente atendían a sus deberes: Cargill y el piloto jefe, Renners, estaban junto a la estación de astrogación, el brigadier Staley se sentaba junto al piloto, para ayudarle si era necesario, pero sobre todo porque quería aprender a manejar la nave. Los largos dedos de Blaine se movieron sobre los controles de la pantalla. Una larga línea verde de velocidad, un corto vector de color azul señalando en dirección opuesta… con una pequeña bola blanca en medio. Vaya. El intruso venía directamente de la dirección de la Paja y desaceleraba directamente en el sistema de Nueva Caledonia… y era algo mayor que el satélite de la Tierra. Un objeto en forma de nave habría sido un punto sin dimensiones. Era una buena cosa que Whitbread no se hubiese dado cuenta de esto. Habría murmuraciones, correrían cuentos entre los tripulantes, los bisoños se asustarían… Blaine sintió también el sabor metálico del miedo. Dios santo, qué —Pero necesitaban sin duda una cosa de ese tamaño —murmuró Rod. ¡Treinta y cinco años luz a través del espacio normal! Ninguna civilización humana había conseguido una cosa así. De todos modos, ¿cómo esperaba el almirante que la «investigase»? Y mucho menos que la interceptase… ¿debería abordarla con infantes de marina? ¿Qué demonios sería una vela de luz? —Rumbo a Brigit trazado, señor —anunció el piloto jefe Renner. Blaine salió de su ensueño y accionó de nuevo los controles de sus pantallas. Apareció el rumbo en un gráfico bajo los cuadros de cifras. —Aprobado —dijo laboriosamente. Luego volvió a situar aquel objeto increíblemente grande en su pantalla. Bruscamente, sacó su computadora de bolsillo y tecleó apresurado. Fluyeron por su superficie palabras y números mientras él asentía… Por supuesto la presión de la luz podía utilizarse como medio de propulsión. De hecho la Blaine sonrió para sí. ¡Había estado preparándose para atacar un planeta capaz de recorrer el espacio como una nave con su crucero de combate a medio reparar! Naturalmente la computadora había pintado un objeto de aquel tamaño como un globo. En realidad, probablemente fuese una lámina de tejido plateado de miles de kilómetros de anchura, fijada con obenques ajustables a la masa que sería la nave propiamente dicha. En realidad, con un albedo de uno… Blaine trazó un rápido esquema. La vela de luz necesitaría unos ocho millones de kilómetros cuadrados de área. Si fuese circular, tendría unos tres mil de anchura… Utilizaba la luz como fuerza impulsora, así que… Blaine extrajo la deceleración de la nave intrusa, la comparó con la luz total reflejada, dividió… vela y peso total formaban una masa de unos cuatrocientos cincuenta mil kilos. Aquello no parecía peligroso. De hecho, no daba la sensación de una nave espacial en funcionamiento, ni que pudiese recorrer treinta y cinco años luz por el espacio normal. Los pilotos alienígenas se volverían locos con tan poco espacio… a menos que fuesen muy pequeños o que les gustase el hacinamiento, o hubiesen pasado varios centenares de años viviendo en globos hinchados de finas y delicadas paredes… no. Había demasiado pocos datos y demasiado campo para la especulación. Aun así no podía hacer otra cosa. Se rascó su protuberante nariz. Cuando se disponía a despejar las pantallas, lo pensó mejor y aumentó la ampliación. Estuvo contemplando el resultado largo rato y luego lanzó un suave juramento. La nave intrusa se encaminaba en línea recta hacia el sol. La El personal de la estación de aprovisionamiento se apresuró a realizar sus tareas. En los complejos depósitos de la —El teniente Frenzi pide permiso para subir a bordo, señor —dijo el oficial de guardia. Rod frunció el ceño. —Que suba. —Se volvió a Sally Fowler, que estaba sentada en el asiento de observación del brigadier. —Piense que tendremos que acelerar a gravedades elevadas durante todo el camino para poder interceptarles… Ya sabe lo que eso significa. Además, ¡es una misión peligrosa! —Bah. Sus órdenes fueron llevarme a Nueva Escocia —replicó ella—. Nada decían de dejarme sobre una bola de nieve. —Aquéllas fueron órdenes generales. Si Cziller hubiese sabido de este grave riesgo, nunca la habría dejado subir a bordo. Como capitán de esta nave me corresponde decidir, y digo que no voy a llevar —Oh —lo pensó un momento; el enfoque directo no había resultado—. Rod, escuche. Por favor. Considera usted esto una tremenda aventura, ¿verdad? ¿Qué cree que siento yo? Sean alienígenas o sean sólo colonos perdidos que intentan encontrar de nuevo el Imperio, éste es —Pero deja usted que el señor Bury siga a bordo. —No es que le deje. El almirante me ordenó concretamente mantenerle en la nave. No tengo otra alternativa con él, pero sí con usted y con sus criados… —Si se trata de Adam y de Annie, si está preocupado por ellos, los dejaremos aquí. De todos modos no podrían soportar la aceleración. Pero yo puedo soportar cualquier cosa que pueda soportar usted, mi señor capitán Roderick Blaine. Le he visto después de un Salto hiperespacial, desconcertado, mirando a su alrededor sin saber qué hacer, y yo fui capaz de salir de mi cabina y llegar caminando hasta aquí, hasta el puente. ¡No me trate, pues, como a un ser desvalido! Y deje que me quede aquí, porque si no… —Si no ¿qué? —Nada, por supuesto. Sé que no puedo amenazarle con nada. Pero ¿querrá hacerme ese favor, Rod? —Lo intentaba todo; incluso bajar los ojos, y esto fue demasiado para Rod, que rompió a reír. —El teniente Frenzi, señor —anunció el infante de marina que estaba de centinela a la entrada del puente. —Entre, Romeo, entre —dijo Rod con más cordialidad de la que sentía. Frenzi tenía treinta y cinco años, diez más que Blaine, que había servido a sus órdenes durante tres meses y había sido el período más triste que recordaba. Frenzi era un buen administrador, pero un oficial espantoso. El recién llegado miró por todo el puente, la mandíbula inferior muy adelantada. —Hola, Blaine. ¿Dónde está el capitán Cziller? —En Nueva Chicago —dijo Rod complacido—. Ahora estoy yo al mando de la Frenzi arrugó la cara. —Felicidades. —Hubo una larga pausa—. Señor. —Gracias, Romeo. Aún me cuesta trabajo acostumbrarme también a mí. —Bueno, saldré y diré a los hombres que no se apresuren con el combustible, ¿verdad? —dijo Frenzi. Se volvió para irse. —¿Qué demonios quiere decir con eso? Tengo una prioridad doble A-l. ¿Quiere ver el mensaje? —Lo he visto. Enviaron una copia a la estación, Blaine… perdón, capitán. Pero el mensaje indica claramente que el almirante Cranston cree que Cziller está aún al mando de la Antes de que Blaine pudiese contestar, habló Sally. —He visto el mensaje, teniente, e iba dirigido a la —La —Da la casualidad de que soy la sobrina del senador Fowler y estoy a bordo de esta nave por órdenes del Almirantazgo, teniente —dijo ella con acritud—. Me asombra su descortesía. Mi familia no está acostumbrada a un tratamiento como éste, y estoy segura de que mis amistades de la Corte se asombrarán de que un oficial del Imperio se comporte de modo tan grosero. Frenzi enrojeció y miró a su alrededor muy nervioso. —Discúlpeme, señora. No pretendía ofenderla, se lo aseguro… Me sorprendió su presencia aquí porque es poco frecuente que haya mujeres a bordo de las naves de guerra, y aún más tratándose de una joven dama tan atractiva como usted… Le ruego me perdone… Su voz se fue perdiendo a medida que salía del puente. —Bueno, ¿por qué no reacciona usted también así? —preguntó Sally sonoramente. Rod sonrió y luego se levantó de un salto de su asiento. —¡Comunicará a Cranston que soy yo quien manda la nave! Tardará aproximadamente una hora en llegar el mensaje a Nueva Escocia y la contestación tardará por lo menos otra. —Accionó los controles del intercom—. ME DIRIJO A TODA LA TRIPULACIÓN. SOY EL CAPITÁN. DEBEMOS PARTIR EN CIENTO VEINTICINCO MINUTOS. DEBEMOS PARTIR EN CIENTO VEINTICINCO MINUTOS. Si NO ESTÁN USTEDES A BORDO LES DEJAREMOS ATRÁS. —Ése es el sistema —gritó Sally animándole—. Déjele que envíe sus mensajes. —Mientras Blaine se volvía para dar prisa a la tripulación, ella abandonó el puente y fue a ocultarse en su camarote. Rod hizo otra llamada. —Teniente Sinclair. Comuníqueme si hay algún retraso ahí. Si Frenzi intentaba retrasar las operaciones, podría destituirle. Desde luego que lo haría… hacía mucho que soñaba con darle una lección a Frenzi. Llegaron los informes. Cargill llegó al puente con una serie de órdenes de transferencia y una expresión satisfecha. Los contramaestres de la Nuevos y viejos tripulantes andaban por la nave, sacando el equipo dañado y colocando apresuradamente piezas de repuesto del depósito de suministros de Brigit, revisando o colocando y pasando en seguida a la tarea siguiente. Otras piezas de repuesto se almacenaban en cuanto llegaban. Más tarde podrían utilizarlas para reemplazar los instrumentos de Sinclair que parecían fundidos… si es que alguien podía descubrir un modo de desmontarlos. Era bastante difícil determinar lo que había dentro de una de aquellas cajas negras regularizadas. Rod localizó un calentador microondular e hizo que lo enviasen a la sala de oficiales; a Cargill le gustaría. Cuando la reposición de combustible había casi concluido, Rod se colocó su traje de presión y salió. No era necesaria su inspección, pero el saber que el capitán estaba al tanto de todo estimulaba la moral de la tripulación. Allí fuera, Rod buscó a la nave intrusa. La Cara de Dios le contemplaba desde el espacio. El Saco de Carbón era una masa nebulosa de polvo y gas, pequeña desde aquella distancia pese a tener de veinticuatro a treinta años luz de espesor, pero densa y lo bastante próxima a Nueva Caledonia como para bloquear una cuarta parte del cielo. La Tierra y la Capital Imperial, Esparta, quedaban invisibles al otro lado. La esparcida negrura ocultaba la mayor parte del Imperio, pero constituía un fino y aterciopelado telón de fondo para dos estrellas próximas y luminosas. Incluso sin ese telón de fondo, el Ojo de Murcheson era la estrella más brillante del cielo: una gran gigante roja a treinta y cinco años luz de distancia. La mancha blanca que había a un lado era su estrella compañera, una enana amarilla, más pequeña, más difusa y menos interesante: la Paja. Visto desde allí el Saco de Carbón tenía la forma de un hombre encapuchado, con cabeza y hombros; y la supergigante roja descentrada se convertía en un ojo atento y malévolo. La Cara de Dios. Era una vista famosa en todo el Imperio, aquel panorama extraordinario del Saco de Carbón visto desde Nueva Caledonia. Pero allí, en el frío del espacio, resultaba distinto. En una fotografía parecía un saco de carbón. Allí era real. Y algo que no podía ver avanzaba hacia él desde la Paja en el Ojo de Dios. |
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