"La paja en el ojo de Dios" - читать интересную книгу автора (Niven Larry, Pornelle Jerry)6 • La vela de luzUna gravedad sólo… con sensaciones de náusea cuando la Kevin Renner había tripulado un navío mercante interestelar antes de incorporarse a la —¿Ajustado el rumbo, teniente Renner? —Sí, señor —contestó animosamente Kevin Renner—. ¡Directamente hacia el sol a cuatro gravedades! Blaine rechazó el deseo de comprobarlo. —Adelante. Las alarmas de aviso sonaron y la —Bromeaba usted, ¿verdad? —preguntó Blaine. El piloto le miró quisquillosamente. —Ya sabe que se trata de un sistema de propulsión basado en la luz, ¿no? —Naturalmente. —Entonces mire allí. —Renner trazó una curva verde en la pantalla visual, una parábola que se elevaba agudamente hacia la derecha—. La luz solar por centímetro cuadrado que incide sobre una vela de luz decrece proporcionalmente al cuadrado de la distancia de la estrella. La aceleración varía en proporción directa a la luz solar reflejada desde la vela. —Por supuesto, señor Renner. Explíquese. Renner trazó otra parábola, muy parecida a la primera, pero azul. —El viento estelar puede también impulsar una vela de luz. El empuje varía más o menos igual. La diferencia importante es que el viento estelar lo forman núcleos atómicos. Se fijan donde golpean la vela. El impulso se transfiere directamente… y es todo radial respecto al sol. —No se puede virar por avante contra él —comprendió de pronto Blaine—. No puedes virar por avante contra la luz inclinando la vela; el viento estelar siempre te aleja en línea recta del sol. —Exactamente. Así que, capitán, supongamos que penetramos en un sistema al siete por ciento de la velocidad de la luz y que queremos parar. ¿Qué haríamos? —Soltar todo el peso posible —musitó Blaine—. Bueno… no veo dónde está el problema. Ellos deben de haber despegado de ese mismo modo. —No lo creo. Se mueven demasiado aprisa. Pero aceptemos eso por un minuto. Lo que cuenta es que se mueven demasiado aprisa para —Ah —dijo Blaine. —Ni que decir tiene —añadió Renner— que cuando ajustemos nuestro rumbo al suyo, también tendremos que movernos directamente hacia el sol… —¿A un siete por ciento de la velocidad de la luz? —A un seis. Los intrusos habrán disminuido un poco su velocidad por entonces. Nos llevará ciento veinticinco horas, con cuatro gravedades la mayor parte del tiempo, reduciendo un poco al final. —Va a ser duro para todos —dijo Blaine, y de pronto se preguntó, con retraso, si Sally Fowler habría desembarcado realmente—. Sobre todo para los pasajeros. ¿No sería posible otro rumbo más fácil? —Lo sería, señor —repuso instantáneamente Renner—. Puedo hacer lo mismo en ciento setenta horas sin llegar nunca a superar las dos gravedades y media… y ahorrar además algo de combustible, porque la sonda tendrá más tiempo para aminorar. El rumbo en que estamos ahora nos llevará a Nueva Irlanda con tanques secos, suponiendo que llevemos al intruso a remolque. —Tanques secos. Pero a usted le gusta más este rumbo. Rod empezaba a detestar al piloto y aquella sonrisa que implicaba constantemente que el capitán había olvidado algo esencial y evidente. —Dígame por qué —añadió. —Pienso —dijo el piloto— que el intruso podría ser hostil. —Sí. ¿Y qué? —Si siguiésemos su mismo rumbo y nos dañasen los motores… —Caeríamos en el sol a un seis por ciento de la velocidad de la luz. Comprendo. Así que usted pretende que les alcancemos lo más lejos posible de Cal, para tener un cierto margen de maniobra. —Eso mismo, señor. Exactamente. —Muy bien. Le gusta esto, ¿verdad, señor Renner? —No me lo habría perdido por nada del mundo, señor. ¿Y a usted? —Continúe, señor Renner. Blaine guió su silla de aceleración hasta otra pantalla y comenzó a comprobar el rumbo del piloto. Le indicó que podía darles casi una hora de una sola gravedad inmediatamente antes de la intercepción, para que todos tuviesen posibilidad de recuperarse. Renner aceptó con un entusiasmo estúpido y se puso a trabajar en el cambio. «Pueden serme muy útiles los amigos a bordo de mi nave —solía decir el capitán Cziller a sus oficiales— pero los cambiaría todos por un piloto competente.» Renner era competente. Renner era también un sabihondo; pero era un buen arreglo. Rod se conformaría con un sabihondo competente. A cuatro gravedades nadie caminaba, nadie alzaba nada. Las respuestas de la caja negra de la bodega seguían allí mientras la En otras secciones se entretenían con complicados juegos de palabras, o especulaban sobre el próximo encuentro, o contaban historias. La mitad de las pantallas de la nave mostraban lo mismo: un disco como el sol, con el Ojo de Murcheson tras él y el Saco de Carbón como telón de fondo. Los indicadores de la cabina de Sally reflejaban consumo de oxígeno. Rod dijo palabras de potente y malévola magia en voz alta. Estuvo a punto de llamarla luego, pero lo pospuso. En vez de llamarla a ella llamó a Bury. Bury estaba en el baño de gravedad: una película de mylar sobre líquido muy elástica. Sólo se veían su cara y sus manos por encima de la curvada superficie. Su cara parecía vieja… mostraba casi su verdadera edad. —Capitán, decidió usted no dejarme en Brigit. Ha preferido llevar a un civil a un posible combate. ¿Puedo preguntarle por qué? —Desde luego, señor Bury. Supuse que le sería más incómodo quedar aislado en una bola de hielo sin ningún medio de transporte garantizado. Quizás me equivoqué. Bury sonrió… o al menos intentó hacerlo. Todos los hombres de a bordo parecían tener doble edad de la que tenían, con cuatro gravedades pesando sobre la piel de sus rostros. Bury sonrió como si levantara un peso. —No, capitán, no se equivocó usted. Vi sus órdenes en la sala de oficiales. Sí. Vamos al encuentro de una nave espacial no humana. —Eso es lo que parece, desde luego. —Quizás tengan cosas que intercambiar. Sobre todo si vienen de un mundo no terrestre. Ojalá. Capitán, ¿me mantendrá informado de lo que suceda? —Probablemente no tenga tiempo —dijo Blaine, eligiendo la más cortés de las diversas respuestas que se le ocurrieron. —Claro, por supuesto. No quería decir personalmente. Sólo quiero tener acceso a las informaciones sobre nuestro avance. A mi edad no me atrevo a moverme de esta bañera de goma mientras dure nuestro viaje. ¿Cuánto tiempo seguiremos a cuatro gravedades? —Ciento veinticinco horas. Ciento veinticuatro ya. —Gracias, capitán. —Bury se desvaneció de la pantalla. Rod se frotó la nariz pensativo. ¿Conocía Bury su situación a bordo de la Ésta parecía como si no hubiese dormido en una semana o no hubiese sonreído en años. —Hola, Sally —dijo Blaine—. ¿Lamenta haber venido? —Ya le dije que puedo soportar todo lo que pueda soportar usted —dijo sosegadamente Sally. Se apoyó en los brazos de su asiento y se levantó. Extendió luego los brazos para demostrar su capacidad de movimiento. —Tenga cuidado —dijo Blaine intentando mantener la voz serena—. No haga movimientos bruscos. Mantenga las rodillas derechas. Puede partirse la espalda sólo sentándose. Ahora permanezca erguida, pero extienda las manos hacia atrás. Apóyese en los brazos del asiento antes de intentar doblarse por la cintura… Ella no creyó que fuese tan peligroso hasta que empezó a sentarse. Entonces sintió un nudo en los músculos de los brazos, brilló en sus ojos el pánico y se sentó con excesiva brusquedad, como si la gravedad de la —No —contestó ella—. Sólo se ha dañado mi orgullo. —Está bien. —Sally giró la cabeza a un lado y a otro. Evidentemente se sentía mareada por el esfuerzo. —¿Ha mandado marchar a sus criados? —Sí. Tuve que engañarles… no habrían querido irse sin mi equipaje —rió, y era una risa de vieja—. Lo que llevo puesto es todo lo que poseo hasta que lleguemos a Nueva Caledonia. —¿Dice que los engañó? Supongo que como me engañó a mí. Debí hacer que Kelley la desembarcara. —La voz de Rod era áspera. Sabía que parecería el doble de viejo, un inválido en una silla de ruedas—. En fin —añadió—, está usted a bordo. Ahora no puedo echarla. —Piense que puedo ayudarle. Soy antropóloga —pestañeó ante la idea de intentar levantarse otra vez—. ¿Puedo comunicarme con usted a través del intercom? —Le responderá el guardiamarina que esté de guardia. Si necesita usted hablar realmente conmigo dígaselo a él. Pero, Sally… éste es un navío de guerra. Esos alienígenas quizás no sean amistosos. ¡Recuerde, por amor de Dios, que mis oficiales de guardia no tienen tiempo para una discusión científica en mitad de un combate! —Lo sé. Podría atribuirme por lo menos un poco de sentido común —intentó reír—. Aunque me dedique a ponerme de pie imprudentemente con cuatro gravedades. —De acuerdo. Ahora hágame otro favor. Métase en su baño de gravedad. —¿He de quitarme la ropa para eso? Blaine no pudo ruborizarse; no afluía suficiente sangre a su cabeza. —Es una buena idea, sobre todo si tiene hebillas. Apague el sistema visual del comunicador. —De acuerdo. —Y tenga cuidado. Puedo enviarle a algún tripulante casado para que le ayude a… —No, gracias. —Entonces espere. Tendremos unos cuantos minutos de gravedad más baja a intervalos. ¡No se levante de esa silla sola con esta gravedad! No se sentía ni mucho menos tentada a hacerlo. Con una experiencia le bastaba. —La —Olvídelo. No conteste. —De acuerdo, señor. No contestaremos. Rod suponía lo que deseaban los de la otra nave. La Al menos eso era lo que Rod decía. Podía confiar en Whitbread y en la gente de comunicaciones; las señales de la Tres días y medio. Dos minutos de una gravedad y media cada cuatro horas para cambiar la guardia, coger objetos olvidados, cambiar de posiciones; luego sonaban las señales y volvía el peso excesivo. Al principio la proa de la Cal empezó a crecer. Cambió también de color, pero levemente. Nadie advertiría aquel tono azul a simple vista. Lo que los hombres veían en las pantallas era que la estrella más brillante se había convertido en un disco y crecía de hora en hora. No aumentaba su brillo porque las pantallas lo mantenían constante; pero el pequeño disco solar iba haciéndose amenazadoramente grande, y quedaba situado directamente enfrente. Tras ellos había otro disco del mismo color, el blanco de una estrella F8. También ella crecía de hora en hora. La Al segundo día Staley llegó con un nuevo brigadier al puente, ambos en sillas de aceleración móviles. Salvo por una breve entrevista en Brigit, Rod no conocía al brigadier: Gavin Potter, un muchacho de dieciséis años de Nueva Escocia. Potter era alto para su edad. Parecía encogerse, como si temiese que fijaran la atención en él. Blaine pensó que Potter estaba simplemente mirando la nave; una buena idea, pues si los intrusos resultaban ser hostiles, el muchacho tendría que moverse por la Evidentemente Staley se proponía algo. Blaine lo comprendió al advertir que intentaba llamar su atención. —¿Sí, señor Staley? —Éste es el brigadier Gavin Potter, señor —dijo Staley—. Me ha dicho algo que creo que le gustaría a usted oír. —Muy bien, adelante. —En alta gravedad se agradecía cualquier distracción. —Había una iglesia en nuestra calle, señor. En un pueblo agrícola de Nueva Escocia. —La voz de Potter era suave y apagada, y hablaba cuidadosamente, intentando borrar el acento. —Una iglesia —dijo Blaine animándose—. No una iglesia ortodoxa, supongo… —No, no señor. Una Iglesia de Él. No hay muchos miembros. Una vez un amigo y yo nos colamos dentro, en plan de broma. —¿Y les cogieron? —Sé que cuento esto muy mal, señor. Lo siento, es que… había una gran imagen holográfica antigua del Ojo de Murcheson y el Saco de Carbón. La Cara de Dios, exactamente como en las postales. Sólo que era distinto en esta imagen. El Ojo era mucho más luminoso que ahora, y era verdeazul, no rojo. Con una mancha roja en el borde. —Podría haber sido una imagen retocada —sugirió Blaine. Sacó su computadora de bolsillo y marcó «Iglesia de Él» y luego extrajo la información. La caja estaba ligada a la biblioteca de la nave y comenzó a aparecer información en su superficie. —La computadora dice que la Iglesia de Él cree que el Saco de Carbón, con ese Ojo rojo que aparece, es en realidad la Cara de Dios. ¿No lo retocarían para hacer el ojo más impresionante? Rod continuó pareciendo interesado; era hora ya de decir algo sobre perder el tiempo cuando los guardiamarinas andaban por medio. Si estaban perdiendo el tiempo… —Pero… —dijo Potter. —Señor… —dijo Staley, inclinándose demasiado hacia adelante en su silla. —Uno a uno. Diga, señor Staley. —No sólo pregunté a Potter, señor. Hice comprobaciones con el teniente Sinclair. Él dice que su abuelo le contó que la Paja fue en tiempos más brillante que el Ojo de Murcheson, y de un verde claro. Y Gavin describe esa imagen holográfica de tal modo que… bueno, señor, las estrellas no irradian todas un color. Así que… —Mayor motivo aún para pensar que la imagen fue retocada. Pero resulta curioso, con ese intruso viniendo directamente de la Paja… —Luz —dijo Potter con firmeza. —¡Vela de luz! —exclamó Rod comprendiendo de pronto—. Buena idea —toda la tripulación se volvió a mirar al capitán—. ¡Renner! ¿Decía usted que el intruso se movía a mayor velocidad de lo que debería moverse? —Así es, señor —contestó Renner desde su puesto al otro lado del puente —. Si despegó de un mundo habitable y hubo de rodear la Paja. —¿Podrían haber utilizado una batería de cañón láser? —Desde luego, ¿por qué no? —Renner se volvió—. En realidad, se puede realizar el lanzamiento con una batería pequeña, y luego efectuar más descargas de láser cuando el vehículo vaya alejándose. De ese modo se consigue una ventaja tremenda. Si algo falla lo tienes siempre allí, en tu sistema, para repararlo. —Es como dejar el motor en casa —exclamó Potter— y poder seguir utilizándolo. —Bueno, hay problemas de eficacia. Depende de cómo pueda manejarse el rayo —contestó Renner—. Lástima que no pueda utilizarse también para frenar. ¿Tiene usted algún motivo para creer…? Rod les dejó explicando al piloto las variaciones de la Paja. En cuanto a él mismo, no se preocupó particularmente del caso. Su problema era: ¿qué haría ahora el intruso? Faltaban veinte horas para el encuentro cuando Renner llegó al puesto de Blaine y pidió permiso para utilizar las pantallas del capitán. Al parecer Renner no podía hablar sin una pantalla visual conectada a una computadora. Con sólo la voz se sentía como mudo. —Mire, capitán —dijo, y visualizó sobre la pantalla un sector de la región estelar inmediata—. Los intrusos vienen de aquí. Los que lanzaron esa nave dispararon un cañón láser, o una serie de cañones láser (probablemente una serie de ellos en asteroides, con espejos para centrarlos) durante aproximadamente cuarenta y cinco años, para que el intruso tuviese un rayo sobre el que viajar. El rayo y el intruso vienen directamente de la Paja. —Pero tendría que haber antecedentes —dijo Blaine—. Alguien habría visto que la Paja arrojaba un haz de luz coherente. —¿Conoce usted los archivos de Nueva Escocia? —preguntó Renner encogiéndose de hombros—. No se distinguen por su calidad. —Veamos. Tardó sólo unos instantes en enterarse de que los datos astronómicos de Nueva Escocia eran inseguros, y que debido a ello no se incluían en la biblioteca de la —Bien, supongamos que tiene usted razón. —Pero ésa es la cuestión: no es correcto, capitán —protestó Renner—. Vea, es imposible girar en el espacio interestelar. Lo que ellos tendrían que haber hecho —La nueva ruta se apartaba levemente de la Paja respecto a la primera. —De nuevo costean la mayor parte del camino. En este punto (el intruso habría estado bastante más allá de Nueva Caledonia) nosotros cargamos la nave hasta los diez millones de voltios. El campo magnético de fondo de la galaxia da a la nave una media vuelta, y la nave viene hacia el sistema de Nueva Caledonia —¿Está usted seguro de que el efecto funcionaría? —¡Eso es física elemental! Y los campos magnéticos interestelares están claramente localizados, capitán. —Bien, entonces, ¿por qué no lo utilizaron? —No lo sé —exclamó Renner, con frustración—. Quizás simplemente no pensaran en eso. Puede que tuviesen miedo a que los láseres no se mantuvieran. Quizás no confiaran en los que se quedaron atrás para manejarlos. Capitán, sencillamente no sabemos bastante sobre ello. —Lo sé, Renner. ¿Por qué devanarnos los sesos cavilando sobre esto? Con un poco de suerte, podremos preguntárselo muy pronto. Una lenta y reacia sonrisa se dibujó en la cara de Renner. —Bueno, es pura verificación. —Oh, vaya a dormir un poco. El ruido de los altavoces despertó a Rod: «CAMBIO DE GRAVEDAD EN DIEZ MINUTOS. PREPÁRENSE PARA PASAR A UNA GRAVEDAD EN DIEZ MINUTOS». Blaine sonrió — Significaba una gran esfuerzo el simple acto de utilizar el intercom. —Sinclair. —Aquí ingeniería. Diga, capitán. Rod observó satisfecho que Sinclair estaba en un lecho hidráulico. —¿Cómo se mantiene el Campo, Sandy? —Muy bien, capitán. Temperatura constante. —Gracias —dijo Rod complacido. El Campo Langston absorbía la energía; era su función básica. Absorbía incluso la energía cinética del gas en explosión o las partículas de radiación, con una eficacia proporcional al cubo de las velocidades de entrada. En combate, la furia infernal de los torpedos de hidrógeno y las energías fotónicas concentradas de los lásers golpeaban el Campo y eran dispersadas, absorbidas y contenidas. Al incrementarse los niveles energéticos, el Campo comenzaba a iluminarse, convirtiéndose su negro absoluto en rojo, naranja, amarillo, y siguiendo así el espectro hasta el violeta. Ése era el problema básico del Campo Langston. Tenía que rechazar la energía; si el Campo se sobrecargaba, liberaba toda la energía almacenada en un fogonazo blanco y cegador, irradiando tanto hacia fuera como hacia dentro. Era la fuerza motriz de la nave la que tenía que impedir eso, y esa fuerza motriz se sumaba también a las energías almacenadas del Campo. Cuando el campo se calentaba demasiado, las naves morían. Rápidamente. En general, una nave de guerra podía aproximarse infernalmente a un sol sin correr un peligro mortal, pues su Campo no se calentaba nunca más que la temperatura de la estrella. Ahora bien, con un sol delante y otro detrás, el Campo sólo podía irradiar hacia los lados, y esto había que controlarlo porque si no la Volvió la gravedad normal. Rod salió rápidamente al puente e hizo una seña al brigadier de guardia. —Llamada general. Ocupen los puestos de combate. Las alarmas sonaron por toda la nave. Durante ciento veinticuatro horas la nave intrusa no había mostrado la menor conciencia de que se aproximaba la La vela de luz era una vasta extensión de un blanco uniforme sobre las pantallas posteriores, hasta que Renner encontró un pequeño punto negro. Maniobró con él hasta obtener un gran punto negro, de bordes precisos, cuya sombra en el radar lo localizaba cuatro mil kilómetros más cerca de la —Ése es nuestro objetivo, señor —anunció Renner—. Probablemente lo hayan puesto todo en una cápsula, todo lo que no formaba parte de la vela. Un peso al extremo de los obenques para sujetar firmemente la vela. —De acuerdo. Sigamos el rumbo, señor Renner. ¡Señor Whitbread!, felicite usted al encargado de señales, quiero que envíe mensajes claramente. Tantas bandas como pueda cubrir, con baja potencia. —De acuerdo, señor. Registrando. —Aquí la nave imperial Faltaban quince minutos para el encuentro. La gravedad de la nave cambió, cambió de nuevo cuando Renner comenzó a igualar velocidades y posiciones con la cápsula de carga de la nave intrusa en vez de con la vela. Rod tardó unos instantes en contestar a la llamada de Sally. —Sea breve, Sally. Por favor. Estamos en posición de combate. —Sí, capitán, lo sé. ¿Puedo ir al puente? —Lo siento, están ocupados todos los asientos. —No me sorprende. Capitán, sólo quiero recordarle algo. No espere que sean tan inocentes. —¿Qué quiere decir? —No espere que sean primitivos simplemente porque no utilicen el Impulsor Alderson. No tiene por qué ser así. E incluso aunque fuesen primitivos, primitivos no significa simples. Sus técnicas y sus formas de pensamiento pueden ser —Lo tendré en cuenta. ¿Algo más? Muy bien, continúe, Sally. Whitbread, cuando no tenga otra cosa que hacer, comunique a la señorita Fowler lo que pasa. —Cerró el intercom y contempló la pantalla sin dejar de hacerlo cuando Staley gritó. La vela de luz de la nave intrusa se ondulaba. La luz reflejada corría a lo largo de ella en grandes y majestuosas ondas. Rod pestañeó, pero esto no le ayudó gran cosa; resultaba difícil precisar la forma de un espejo distorsionado. —Ésa podía ser nuestra señal —dijo Rod—. Están utilizando el espejo para reflejar… El brillo se hizo cegador, y todas las pantallas de aquel sector quedaron apagadas. Los aparatos registradores delanteros funcionaban y registraban. Mostraban un gran disco blanco, la estrella de Nueva Caledonia, muy próxima, y aproximándose muy deprisa, a un seis por ciento de la velocidad de la luz; y la mostraban con la mayoría de la luz filtrada. Por un instante mostraron también varias extrañas siluetas negras frente al fondo blanco. Nadie lo advirtió, en aquel terrible instante en que la En el asombrado silencio se oyó la voz de Kevin Renner: —No tienen por qué gritar —se quejó. —Gracias, señor Renner —dijo gélidamente Rod—. ¿Tiene usted más sugerencias, sugerencias más concretas? La —Sí, señor —dijo Renner—. Lo mejor sería que dejásemos de enfocar ese espejo. —Control de daños, capitán —informó Cargill desde su estación posterior—. Estamos recibiendo gran cantidad de energía en el Campo. Demasiada y a una terrible velocidad, sin que parezca dispersarse. Si fuese una energía más concentrada nos habría hecho ya varios agujeros, pero, tal como llega, podremos soportarla unos diez minutos —dijo Renner—. Al menos hemos conseguido registradores de un lado del sol, y puedo recordar dónde estaba la cápsula… —Eso no importa. Vamos a atravesar la vela —ordenó Rod. —Pero no sabemos… —Es una orden, señor Renner. Está usted en una nave de la Marina de Guerra. —Desde luego, señor. El Campo era de un rojo ladrillo cada vez más brillante; pero el rojo no significaba peligro. Por lo menos durante un rato. Mientras Renner maniobraba, Rod dijo con tono indiferente: —Supongo que piensa usted que los alienígenas utilizan materiales extraordinariamente fuertes. ¿Es así? —Es una posibilidad, señor. La —Pero cuanto más fuertes son los materiales, señor Renner, menos pueden extenderse, para recoger el volumen máximo de luz solar en proporción al peso. Si tuviesen un hilo muy fuerte lo tejerían fino para conseguir más kilómetros cuadrados por kilo, ¿no es así? Incluso aunque después los meteoritos eliminaran unos cuantos kilómetros cuadrados de vela, aún sería útil, ¿no es cierto? Así que no hay duda de que lo habrán hecho justo lo suficientemente fuerte. —Desde luego, señor —canturreó Renner. Conducía a cuatro gravedades, manteniendo a Cal directamente a popa; reía entre dientes como un ladrón, y no parecía ya prepararse para el choque. El calor convirtió en amarillo el Campo Langston. Luego, de pronto, el color proyectado por los aparatos registradores enfocados hacia el sol pasó a ser negro, salvo por el borde verde-caliente del propio Campo de la —Demonios, ¡ni siquiera lo sentimos! —rió Rod—. Señor Renner, ¿cuánto falta para que lleguemos al sol? —Cuarenta y cinco minutos, señor. A menos que cambiemos el rumbo. —Lo primero es lo primero, señor Renner. Debemos mantenernos alineados con la vela y permanecer aquí. —Rod activó otro circuito para comunicar con el oficial artillero—. ¡Crawford! Ponga un poco de luz en esa vela y veamos si podemos descubrir las conexiones de los obenques. Quiero cortar la cápsula que hace de paracaídas antes de que disparen contra nosotros. —De acuerdo, señor. —Crawford parecía muy feliz ante la perspectiva. Había treinta y dos obenques en total: veinticuatro alrededor del borde del espejo circular y un anillo de ocho más próximos al centro. Las distorsiones cónicas del tejido indicaban dónde estaban. La parte posterior de la vela era negra; se convirtió en vapor bajo el ataque de las baterías delanteras de láser. Luego la vela quedó desprendida, agitándose y ondulándose como si flotase hacia la Y la cápsula de la nave intrusa se había desprendido y caía hasta un sol F8. —Treinta y cinco minutos para el choque —dijo Renner sin que se lo preguntaran. —Gracias, señor Renner. Teniente Cargill, hágase cargo del control. Maniobre para remolcar esa cápsula. Rod sintió una gran alegría interior ante el asombro de Renner. |
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