"La paja en el ojo de Dios" - читать интересную книгу автора (Niven Larry, Pornelle Jerry)7 • La sonda de Eddie el LocoAntes de que pudiese decir nada más, la —¿Capitán? —A pesar del zumbido de la sangre en los oídos, Blaine oyó la llamada de su ayudante desde el puente posterior—. Capitán, ¿qué daño podemos soportar? Costaba trabajo hablar. —Cualquiera con tal de que podamos volver a casa —balbució Rod. —Bien. —Las órdenes de Cargill sonaron a través del intercom—. ¡Señor Potter! ¿Está la cubierta hangar preparada para el vacío? ¿Están dispuestas todas las compuertas? —Sí, señor. —La pregunta no tenía sentido en condiciones de combate, pero Cargill era hombre cuidadoso. —Abran las puertas del hangar —ordenó Cargill—. Capitán, podríamos perder las compuertas de la cubierta hangar. —No se preocupe por eso. —Estoy conduciendo la cápsula a bordo muy deprisa, no hay tiempo para igualar velocidades. Correremos el riesgo… —Tiene usted el control, teniente. Cumpla sus órdenes. Había en el puente una niebla roja. Rod pestañeó, pero aún seguía allí, no en el aire sino en sus retinas. Seis gravedades eran demasiado para un esfuerzo continuado. Si alguien se desmayaba… Se había esfumado la emoción que sentían antes. —¡Kelley! —aulló Rod—. Cuando hagamos girar la nave, sitúe a los infantes de marina en la parte posterior y prepárese para interceptar cualquier cosa que salga de esa cápsula. Y procure usted darse prisa. Cargill no mantendrá la aceleración. —De acuerdo, señor —dijo Kelley. La cápsula estaba a tres mil kilómetros por delante, invisible incluso para la visión más clara, aunque creciendo constantemente en las pantallas del puente, constantemente pero poco a poco, con demasiada lentitud, mientras que Cal parecía crecer con demasiada rapidez. Cuatro minutos en seis gravedades. Cuatro minutos de calvario, y luego sonaron las señales de alarma. Hubo un instante de grato alivio. Los infantes de marina de Kelley cruzaban la nave, hundiéndose en la gravedad baja y cambiante mientras la Sonaron las alarmas, y los medidores de velocidad se movieron de nuevo cuando la Ocho minutos a seis gravedades era el máximo que la tripulación podría soportar. Luego la nave intrusa dejó de estar delante al girar la Era cilíndrica, con un extremo redondeado hundiéndose a través del espacio. Cuando giró, Rod vio que el otro extremo estaba mellado por una infinidad de proyecciones… ¿treinta y dos proyecciones? Pero tenía que haber obenques partiendo de aquellos nudos, y no se veía ninguno. La cápsula se movía hacia arriba, hacia la Allí estaba. La cámara de la cubierta hangar mostraba el extremo redondeado de la nave intrusa, mate y metálico, cruzando el Campo Langston, lentamente, disminuyendo la rotación, pero moviéndose aún respecto a la Rod sacudió la cabeza para despejarla de la niebla roja que se había formado de nuevo. —Salgamos de aquí. ¡Señor Renner, tome el control! Los medidores de velocidad saltaron antes de sonar las alarmas de aceleración; Renner debía de tener ajustado el rumbo previamente y debía de haber accionado los mandos en el instante mismo en que había recibido la orden de asumir el control. Blaine observó los controles a través de la roja niebla. Bien, Renner no intentaba nada espectacular; simplemente desviarse lateralmente del rumbo anterior de la Dejémosle hacer, pensó Rod. Renner es competente, es mejor astrogador que yo. Tendré tiempo para inspeccionar la nave. ¿Qué pasaría al subir a bordo ese objeto? Todas las pantallas que cubrían aquella zona estaban averiadas, con las cámaras quemadas o fundidas. Fuera no iban mucho mejor las cosas. —Vuele a ciegas, señor Renner —ordenó Blaine—. Las cámaras se habrían fundido de todos modos. Espere hasta que nos alejemos de Cal. —Informe de daños, capitán. —Adelante, teniente Cargill. —Tenemos al intruso atascado en las puertas del hangar. Está embutido allí. No creo que podamos darle la vuelta con aceleración normal. No dispongo de un informe completo, pero el hangar nunca volverá a ser el mismo, señor. —¿Algo grave, Número Uno? —No, señor. Podría darle toda la lista… problemas menores, cables desprendidos, equipo desconectado por el impacto… pero todo se resume en esto: si hay que luchar, podremos hacerlo. —Excelente. Veamos ahora qué puede decirme de esos infantes de marina. Las líneas de comunicación con la estación de Kelley están al parecer averiadas. —Lo están, señor. Alguien tendría que moverse bajo seis gravedades para llevar aquella orden, pensó Blaine. Ojalá pueda hacerlo en una silla móvil. Un hombre podría soportar el esfuerzo, pero quedaría deshecho. ¿Merecía la pena? ¿Por información probablemente negativa? ¿Y si no fuese negativa?… —El cabo Pietrov informando al capitán —fuerte acento de St. Ekaterina—. Ninguna actividad de los intrusos, señor. —Aquí Cargill, capitán —añadió otra voz. —Sí. —¿Necesita usted a Kelley? El señor Potter ha conseguido contactar con Pietrov, pero hay un problema si tiene que ir más allá. —Pietrov basta, Número Uno. Buen trabajo, Potter. Cabo, ¿puede usted ver al señor Kelley? ¿Se encuentra bien? —El oficial artillero me ha hecho señales, señor. Está de guardia en la cámara neumática número dos. —Bien. Informe inmediatamente de cualquier actividad de los intrusos, cabo. Blaine desconectó cuando volvieron a sonar las señales de alarma. Cincuenta kilos desaparecieron de su pecho al aminorar la aceleración de la nave. Cosa curiosa ésta, pensó. Pasar de aproximarse demasiado a Cal y cocer a la tripulación a matarlos a todos simplemente por la presión de las gravedades. En su estación delantera, uno de los timoneles se apoyó en la colchoneta de su litera. Su compañero se aproximó a él hasta tocar casco con casco. Desconectaron los micrófonos un instante y el soldado de primera clase Orontez dijo a su compañero: —Mi hermano quería que le ayudase en su rancho acuático de Afrodita y a mí me pareció demasiado peligroso y me apunté a la Marina Espacial. —Teniente Sinclair, ¿tenemos energía suficiente para enviar un mensaje a la flota? —Desde luego, capitán, los motores funcionan perfectamente. El objeto no es tan inmenso como pensábamos. Y tenemos bastante hidrógeno. —Bien. Blaine llamó a la sala de comunicación para enviar su informe. Nave intrusa a bordo, cilíndrica, relación de ejes cuatro a uno. Metálica y uniforme en apariencia, pero es imposible inspeccionarla detenidamente hasta que cese la aceleración. Sugiero que la Era un «pero» muy grande, pensó Rod. ¿Qué era aquel objeto? ¿Se había arrojado sobre ellos deliberadamente? ¿Estaría tripulado, o qué especie de robot podía pilotarlo durante años luz de espacio normal? Fuese lo que fuese, o lo tripulase quien lo tripulase, allí estaba, en la bodega hangar de un crucero de combate, apresado… fin poco digno de un viaje de treinta y cinco años luz. Y nada podía hacer para aclararlo. Nada en absoluto. La situación de la —¿Ha terminado ya todo? —dijo quejumbrosa la voz de Sally—. ¿Todo bien? —Sí. —Rod se estremeció involuntariamente al pensar lo que podría haber sucedido—. Sí, está a bordo y no sabemos de ella más que su tamaño. No responde a nuestras señales. Pero ¿por qué sentía aquel cosquilleo de satisfacción ante la idea de que ella tuviese que esperar como los demás? La A dos gravedades Rod pudo salir del puente. Trabajosamente, se puso de pie, se trasladó a un vehículo y salió hacia la parte posterior. Los ascensores fueron bajándole a través de la nave, y fue parando en cada cubierta para comprobar que la tripulación aún seguía en su puesto pese a la tensión general. La Cuando llegó al puesto de Kelley en la cámara neumática del hangar aún no había ninguna novedad. —Puede ver usted que hay escotillas o algo parecido allí, señor —dijo Kelley, señalando con un chorro de luz. Cuando la luz se separó de la nave alienígena Rod vio los restos de sus botes aplastados contra las planchas de acero. —¿Y no ha hecho nada? —Nada en absoluto, capitán. Penetraron, chocaron contra las paredes… la nave no entró deprisa pero sí con gran presión. Luego, nada. Ninguno de los que estamos aquí hemos conseguido ver nada, capitán. —Bien, bien —murmuró Rod. Encendió su propia luz y la posó sobre el enorme cilindro. La mitad superior se desvaneció en el negro uniforme del Campo. La luz recorrió una hilera de protuberancias cónicas; medían cada una sobre un metro de diámetro, y su longitud era tres veces mayor. Buscó, pero no había nada… no se veían los extremos de los obenques que podrían colgar de ellos, no había ninguna abertura visible en que pudiesen fijarse los obenques. Nada. —Siga vigilando, Kelley. Quiero una vigilancia continua. El capitán Rod Blaine volvió al puente sin más información que la que tenía y se sentó contemplando sus pantallas. Inconscientemente empezó a frotarse la nariz. ¿Qué demonios |
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