"La paja en el ojo de Dios" - читать интересную книгу автора (Niven Larry, Pornelle Jerry)8 • El alienígenaBlaine permanecía rígido y atento frente al gran escritorio. Howland Cranston, almirante de la flota, comandante en jefe de las fuerzas de Su Majestad más allá del Saco de Carbón, le miraba hosco desde el otro lado de una mesa de teca rosa con exquisitos grabados que habrían fascinado a Rod de tener libertad para examinarlos. El almirante indicó un montón de papeles. —¿Sabe usted lo que es eso, capitán? —No, señor. —Peticiones de que sea usted expulsado del cuerpo. La mitad del profesorado de la Universidad Imperial. Un par de —Comprendo, señor. —No se le ocurrió otra cosa. Permanecía atento y rígido, esperando a que todo acabase. ¿Qué pensaría su padre? ¿Comprendería alguien? Cranston le miró de nuevo fijamente. No había en sus ojos expresión alguna. Su uniforme estaba lleno de condecoraciones que narraban la historia de un comandante que se había entregado por completo a su deber más allá de cualquier esperanza de supervivencia. —El hombre que disparó contra el primer contacto alienígena de la raza humana —dijo Cranston fríamente—. Se apoderó de su nave. ¿Sabe usted que encontramos sólo un pasajero, y que estaba »Muy bien, capitán Blaine. Como almirante de la Flota de este sector le confirmo desde este instante como capitán al mando del crucero de combate de Su Majestad —Comprendo, señor. —Era bastante cierto, pero eso no eliminó la nota de orgullo de la voz de Rod. ¡La La criatura estaba extendida sobre una mesa de laboratorio. La escala que había al lado indicaba que era pequeño, un metro veinticuatro desde la parte superior de la cabeza a lo que Rod al principio creyó zapatos, concluyendo luego que eran pies. No había dedos en ellos, sino una banda de lo que podría haber sido cuerno en el borde delantero. El resto era una confusa pesadilla. Dos brazos derechos muy delgados que terminaban en manos delicadas, cuatro dedos y dos pulgares opuestos en cada una. Del lado izquierdo un brazo inmenso y único, prácticamente un garrote de carne, bastante mayor que los dos brazos derechos juntos. La mano de aquel lado tenía tres gruesos dedos cerrados en una tenaza. ¿Defecto? ¿Mutación? La criatura era simétrica a partir de lo que parecía su cintura; de la cintura hacia arriba era… distinto. El torso era grande y macizo. La musculatura, más compleja que la de los hombres. Rod no era capaz de discernir la estructura ósea. Los brazos…, en fin, producían una sensación muy extraña. Los codos de los brazos derechos ajustaban demasiado bien, como copas de plástico. La evolución había hecho aquello. No era una criatura lisiada. Lo peor era la cabeza. Carecía de cuello. Los grandes músculos del hombro izquierdo ascendían suavemente hasta la cúspide de la cabeza del alienígena. El lado izquierdo del cráneo se inclinaba hacia el hombro y era mucho mayor que el derecho. No había oreja izquierda ni espacio para ella. Una gran oreja membranosa de duende decoraba el lado derecho, sobre un hombro flaco que podría haber pasado por humano si no hubiese un hombro similar más abajo y ligeramente por detrás del primero. En cuanto a la cara, nunca había visto nada igual. En aquella cabeza no cabía propiamente una cara. Dos oblicuos ojos simétricos, desorbitados por la muerte, muy humanos, con cierto aire oriental. Boca inexpresiva; los labios levemente separados mostrando puntas de dientes. —Bueno, ¿qué? ¿Le gusta? —Siento que esté muerto —contestó Rod—. Le haría un montón de preguntas… ¿Sólo había éste? —Sí. Sólo estaba él dentro de la nave. Ahora mire esto. Cranston tocó una esquina de su mesa y se abrió un panel de control oculto. Se separaron unas cortinas en la pared a la izquierda de Rod y se apagaron las luces de la estancia. Se iluminó una pantalla de un blanco uniforme. De pronto brotaron de los bordes sombras, agitadas al converger hacia el centro, y desaparecieron en el espacio de unos segundos. —Sacamos esto de sus cámaras del lado del sol, las que no se quemaron. Pero lo pasaré más despacio. Las sombras se movían espasmódicamente hacia dentro sobre un fondo blanco. Habría media docena cuando el almirante detuvo la proyección. —¿Qué le parece? —Bueno, son como… como eso —dijo Rod. —Me alegro de que lo piense. Observe ahora. Continuó la proyección. Las extrañas formas disminuían, convergían y desaparecían, no como si se perdiesen en el infinito, sino como si se evaporasen. —Pero eso muestra que la vela de luz lanzó fuera de la cápsula a los pasajeros y los calcinó. ¿Qué sentido tiene esto? —No lo tiene. Y en la Universidad pueden darle cuarenta explicaciones. De todos modos la imagen no es muy clara. Dése cuenta de lo deformados que están… tamaños distintos, formas distintas. No hay modo de saber si estaban vivos. Uno de los antropólogos piensa que son estatuas de dioses y que las arrojaron para evitar la profanación. Está a punto de convencer a los demás de esta teoría, aunque los hay que dicen que las imágenes son puro accidente, o formas proyectadas por el Campo Langston, o un a, falsificación. —Comprendo, señor. Aquello no necesitaba comentarios, y Blaine no los hizo. Regresó a su asiento y examinó de nuevo la fotografía. Un millón de preguntas… si el piloto no hubiese muerto… Al cabo de un rato el almirante gruñó: —Muy bien. Aquí tiene una copia del informe sobre lo que encontramos en la cápsula. Llévesela a algún sitio y estúdiela. Tenemos una cita con el Virrey mañana por la tarde y él espera que usted sepa algo. Su antropóloga ayudó a redactar ese informe, puede discutirlo con ella si quiere. Más tarde podrá usted examinar la cápsula, la bajamos hoy. —Cranston rió entre dientes ante la sorpresa de Blaine—. ¿Le parece curioso que le metamos en eso? Usted fue el descubridor. Su Alteza tiene planes de los que usted forma parte. Ya le informaremos. Rod saludó y salió de allí desconcertado, con el informe supersecreto bajo el brazo. El informe contenía sobre todo interrogantes. La mayor parte del equipo interno de la cápsula estaba en pésimas condiciones, restos de circuitos, cables sueltos, todo mezclado en un orden irracional. No había rastro alguno de los obenques, ningún instrumento para manejarlos, ninguna abertura en las treinta y dos proyecciones que había en uno de los extremos de la cápsula. El que todos los obenques formasen una molécula podría explicar por qué faltaban; podrían haberse disuelto, haberse alterado químicamente, al separarlos el cañón de Blaine. Pero ¿cómo controlaban la vela? ¿Podrían los obenques de algún modo contraerse y relajarse, como un músculo? Una idea extraña, pero algunos de los mecanismos intactos eran también muy extraños. Las piezas de la cápsula no estaban hechas en serie. Dos instrumentos planeados para hacer casi el mismo trabajo podían ser levemente distintos o absolutamente diferentes. Engarces y abrazaderas parecían tallados a mano. La cápsula era una escultura además de una máquina. Blaine leyó aquello, meneó la cabeza y llamó a Sally. Poco después Sally llegó a su cabina. —Sí, yo escribí eso —dijo—. Resulta evidente. Todos los tornillos y tuercas de esa cápsula tienen un diseño específico. No es tan sorprendente si piensas que la cápsula pudo tener un objetivo religioso. Pero no hay motivos para pensarlo. ¿Sabes lo que es redundancia? —¿En las máquinas? Dos instrumentos para hacer un trabajo. Por si falla uno. —Bueno, al parecer los pajeños lo hacen de ambos modos. —¿Fájenos? —Teníamos que llamarles de alguna manera —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Los ingenieros pajeños hacen dos instrumentos para el trabajo, pero el segundo hace otros dos trabajos, y algunos de los soportes son también termostatos bimetálicos y generadores termoeléctricos al mismo tiempo. Rod, apenas si entiendo las palabras. Módulos; los ingenieros humanos trabajan con módulos, ¿no es así? —Desde luego, para un trabajo complicado los utilizan. —Pues los pajeños no. Todo es de una pieza, todo se relaciona con todo. Rod, es muy probable que los pajeños sean más inteligentes que nosotros. Rod lanzó un silbido. —Eso es… aterrador. Un momento. Ellos no tienen el Impulsor Alderson, ¿verdad? —No lo sé. Pero tienen cosas que no tenemos nosotros. Hay superconductores de biotemperatura —dijo ella, lentamente, como si hubiese memorizado las palabras— pintados a fajas. »Luego hay esto. —Se aproximó más para volver las páginas—. Aquí, mira esta fotografía. Todos esos agujeros de meteoritos. —Micrometeoritos, parecen. —Bueno, sólo pueden pasar las barreras de defensa los de cuatro mil micrones. Pero no hemos podido encontrar ninguna barrera defensiva contra los meteoritos. No tienen Campo Langston ni nada parecido. —Pero… —Debe de haber sido la vela. ¿Te das cuenta de lo que esto significa? El piloto automático nos atacó porque creyó que la —¿Y el otro piloto? ¿Por qué…? —El alienígena estaba en sueño congelado, por lo que parece. Los sistemas de apoyo de vida se estropearon cuando metimos la cápsula a bordo. Le matamos. —¿Seguro? Sally asintió. —Demonios. La Liga de la Humanidad quiere mi cabeza en una bandeja con una manzana en la boca, y no se lo reprochó. Ay… —un lamento doloroso. —Olvídalo —dijo Sally suavemente. —Perdona. ¿Ahora qué? —La autopsia. Ocupa la mitad del informe. Volvió las páginas y Rod parpadeó. Sally Fowler tenía más aguante que la mayoría de las damas de la Corte. La carne del pajeño era pálida; la sangre rosa, como una mezcla de savia de árbol y sangre humana. Los cirujanos le habían hecho una profunda incisión en la espalda, descubriendo los huesos desde la parte posterior del cráneo hasta la zona donde estaría el cóccix de un hombre. —No comprendo. ¿Y la espina dorsal? —No existe —dijo Sally—. Al parecer la evolución no ha inventado las vértebras en el mundo de los pajeños. Había tres huesos en la espalda, sólidos los tres como fémures. El superior era una prolongación del cráneo, como si el cráneo tuviese un mango de veinte centímetros. La articulación de su extremo inferior quedaba al nivel del hombro; podía cabecear, pero no girar la cabeza. El principal hueso de la espalda era mayor y más ancho. Terminaba en una articulación compleja y voluminosa, de aproximadamente el tamaño de la espalda. El hueso inferior se escindía en costillas y encajes para las piernas. Había una médula espinal, una gran línea de conexión nerviosa, pero corría por encima de los huesos de la espalda y no a través de ellos. —No podía volver la cabeza —dijo Rod en voz alta—. Tenía que doblarse por la cintura. Por eso es tan complicada la gran juntura, ¿verdad? —Así es. Les vi probar esa juntura. Permite volver el torso y la cara directamente hacia atrás. ¿Impresionado? Rod asintió y pasó página. En aquella imagen los cirujanos mostraban el cráneo. No era extraño que la cabeza estuviese ladeada. No sólo era mayor el lado izquierdo del cerebro, por tener que controlar los brazos derechos tan sensibles y complejos neurológicamente, sino que los grandes tendones del hombro izquierdo se conectaban con nódulos del lado izquierdo del cráneo para mayor equilibrio. —Todo gira alrededor de los brazos —dijo Sally—. Piensa en el pajeño como fabricante de herramientas y verás que tiene sentido. Los brazos derechos son para el trabajo delicado, como arreglar un reloj. El brazo izquierdo alza y sujeta. Probablemente pudiese alzar un vehículo aéreo por un lado con la mano izquierda y utilizar los brazos derechos para manipular los motores. ¡Y ese idiota de Horowitz creía que era una mutación! —Pasó más páginas—. Mira. —Ya me di cuenta de eso. Los brazos ajustan demasiado bien. Las fotografías mostraban los brazos derechos en varias posiciones; y no podían interferir uno con otro. Los brazos eran aproximadamente del mismo tamaño extendidos; pero el inferior tenía un largo antebrazo y un húmero corto, mientras en el superior antebrazo y húmero eran aproximadamente del mismo tamaño. Con los brazos en los costados, las puntas de los dedos del brazo superior colgaban justo por debajo de la muñeca del brazo inferior. Siguió leyendo. La química del alienígena era algo distinta de la de los humanos, pero no tanto como para revolucionar la exobiología anterior. Toda la vida conocida era lo bastante familiar para que algunos teóricos sostuviesen que el origen de la vida era la dispersión de esporas por el espacio interestelar. La teoría no contaba con un apoyo generalizado, pero era defendible, y el alienígena no cambiaría las cosas. Mucho después de que se fuese Sally, Rod seguía estudiando el informe. Cuando acabó, había tres hechos grabados en su mente: El pajeño era un constructor de herramientas inteligente. Había recorrido veinticinco años luz para encontrarse con la civilización humana. Y Rod Blaine le había matado. |
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