"La paja en el ojo de Dios" - читать интересную книгу автора (Niven Larry, Pornelle Jerry)

3 • El banquete

La MacArthur se alejó de Nueva Chicago a una gravedad estándar. Por toda la nave los tripulantes procuraban cambiar la orientación abajo-es-afuera de la órbita cuando el giro proporcionaba la gravedad por la arriba-es-delante del vuelo energético. A diferencia de las naves mercantes que solían deslizarse largas distancias desde los planetas más internos a los puntos del Salto Alderson, las naves de guerra solían acelerar constantemente.

A dos días de Nueva Chicago, Blaine celebró un banquete.

La tripulación colocó manteles y candelabros, pesados cubiertos y cristalería tallada, hechos por hábiles artesanos de media docena de mundos; un tesoro que pertenecía, no a Blaine, sino a la propia MacArthur. El mobiliario estaba todo fuera de su posición de giro alrededor de los mamparos exteriores y reinstalado en los posteriores… salvo la gran mesa de giro, que habían adosado a lo que era ahora la pared cilíndrica de la sala de oficiales.

A Sally Fowler aquella mesa curvada le había molestado. La había visto dos días antes, cuando la MacArthur aún estaba bajo giro y el mamparo exterior era una cubierta, también curvada. Blaine advirtió su alivio cuando la vio descender por la escalera.

Observó la ausencia de un alivio similar en Bury, que parecía afable, y muy tranquilo y satisfecho. Había pasado tiempo en el espacio, dedujo Blaine. Posiblemente más tiempo que él.

Era la primera oportunidad que tenía de recibir oficialmente a los pasajeros. Mientras se sentaba en su sitio a la cabecera de la mesa, observando a los camareros con sus vestidos de un blanco impecable que traían el primer plato, Blaine reprimió una sonrisa. La MacArthur tenía de todo salvo comida.

—Me temo que la cena no va a estar a tono con el servicio —dijo a Sally—. Pero, en fin, ya veremos lo que encontramos.

Kelley y los camareros habían conferenciado con el oficial jefe de cocina toda la tarde, pero Rod no esperaba gran cosa.

Había comida en abundancia, por supuesto. Alimentos típicos del espacio: bioplasma, filetes de levadura, maíz de Nueva Washington; pero Blaine no había tenido ninguna oportunidad de entrar en las cabinas almacenes en Nueva Chicago, y sus propios suministros habían sido destruidos en la lucha con las defensas planetarias rebeldes. El capitán Cziller había sacado, por supuesto, sus artículos personales. Se las había arreglado también para llevarse al cocinero principal y al cañonero de la tórrela número tres, que había servido como cocinero del capitán.

Trajeron el primer plato, una fuente enorme con una gran tapa que parecía de oro batido. Dragones dorados se cazaban entre sí alrededor del perímetro, mientras flotaban sobre ellos benignamente los hexagramas de la buena suerte del I Ching. Fuente y tapa, de estilo Xanadu, valían tanto como uno de los botes de la MacArthur. El artillero Kelley se colocó detrás de Blaine, un mayordomo perfecto con su traje blanco y su faja escarlata.

Resultaba difícil reconocerle como el hombre que podía hacer desmayarse con una reprimenda a los nuevos reclutas, como el sargento que había dirigido a los infantes de marina de la MacArthur en la lucha contra la Guardia de la Unión. Kelley levantó la tapa con un gesto teatral.

—¡Magnífico! —exclamó Sally.

Si se trataba sólo de un cumplido, lo hacía muy bien. Kelley resplandeció. En la fuente apareció una reproducción en pasta de la MacArthur y la fortaleza de negras cúpulas contra la que había luchado, todos los detalles esculpidos con tanto cuidado como en una obra de arte del Palacio Imperial. Las otras fuentes eran lo mismo, así que, aunque ocultaban pastel de levadura y otras lindezas parecidas, el efecto fue un banquete. Rod consiguió olvidar sus preocupaciones y disfrutar de la cena.

—Y ¿qué hará usted ahora, señorita? —preguntó Sinclair—. ¿Ha estado alguna vez en Nueva Escocia?

—No, ya que viajo, en principio, por motivos profesionales, teniente Sinclair. No sería halagador para su planeta natal el que yo lo hubiese visitado, ¿verdad? —sonrió, pero había años luz de espacio en blanco tras sus ojos.

—¿Y por qué no habría de halagarnos su visita? No habría lugar en el Imperio que no se sintiese honrado.

—Gracias…, pero soy una antropóloga especializada en culturas primitivas. Y Nueva Escocia no es precisamente eso —le aseguró.

El acento del teniente despertaba en ella su interés profesional. ¿Hablan así realmente en Nueva Escocia? Este hombre habla como un personaje de una novela preimperio. Pero pensó esto muy cuidadosamente, sin mirar a Sinclair mientras lo hacía. Percibía perfectamente el desesperado orgullo del ingeniero.

—Bien dicho —aplaudió Bury—. Me he encontrado con gran cantidad de antropólogos últimamente. ¿Es una nueva especialidad?

—Sí. Lástima que no fuésemos más antes. Hemos destruido todo lo que era bueno en tantos lugares incorporados al Imperio. Ojalá no se repitan esos errores.

—Supongo que debe de ser un gran choque —dijo Blaine— verse incluido de pronto en el Imperio, le guste a uno o no, sin previo aviso; incluso aunque no haya más problemas. Quizás debiera haberse quedado usted en Nueva Chicago. El capitán Cziller dijo que tenían muchos problemas para gobernar el planeta.

—Me resultaría imposible. —Ella miró sombríamente su plato, y luego alzó los ojos con una sonrisa forzada—. Nuestra primera norma es que debemos sentir simpatía hacia la gente que estudiamos. Y odio ese planeta —añadió con agria sinceridad. La emoción la hacía sentirse mejor. Incluso el odio era mejor que… el vacío.

—Sí, claro —asintió Sinclair—. A cualquiera le pasaría después de meses en un campo de concentración.

—Es aún peor que eso, teniente. Dorothy desapareció. Era la chica que venía conmigo. Simplemente… desapareció. —Hubo un largo silencio que llenó de embarazo a Sally—. No me permitan que estropee la fiesta.

Blaine buscaba algo que decir y Whitbread le dio su oportunidad. Al principio Blaine sólo vio que el joven brigadier andaba haciendo algo en el borde de la mesa… pero ¿qué? Estaba tanteando el mantel, probando su resistencia. Y antes había estado mirando la cristalería.

—Sí, señor Whitbread —dijo Rod—. Es muy fuerte. Whitbread alzó la vista, ruborizándose, pero Blaine no se proponía poner nervioso al muchacho.

—El mantel, los cubiertos, la vajilla, la cristalería, tienen que ser muy resistentes —dijo dirigiéndose a todos los comensales—. El material corriente no soportaría el primer combate. Nuestra cristalería es especial. Es material extraído del parabrisas de un vehículo averiado del Primer Imperio. O al menos eso me contaron. No somos ya capaces de construir materiales tan fuertes. El mantel no es en realidad tela; es fibra artificial, también del Primer Imperio. Las tapas de las fuentes son acero-cristal electroplacado sobre oro batido.

—El cristal fue lo que primero me llamó la atención —dijo Whitbread respetuosamente.

—Lo mismo me pasó a mí, hace algunos años —dijo Blaine con una sonrisa.

Eran oficiales, pero eran también muy jóvenes aún, y Rod recordó la época en que se hallaba en situación similar. Trajeron más platos, mientras Kelley orquestaba la cena. Por último se despejó la mesa quedando sólo el café y los vinos.

—Señor Vice —dijo protocolariamente Blaine.

Whitbread, tres semanas más bisoño que Staley, alzó su vaso.

—Capitán, señora. Por su Majestad Imperial. —Los oficiales alzaron los vasos para brindar por su soberano, tal como habían hecho los hombres de la Marina durante dos mil años.

—Debe permitirme usted que le enseñe mi planeta natal —dijo Sinclair, ansiosamente.

—Desde luego. Gracias. Aunque no sé cuánto tiempo pararemos allí. —Sally miró interrogante a Blaine.

—Ni yo. Tenemos que hacer una reparación general, y no sé el tiempo que tardarán los técnicos en los talleres.

—Bueno, si no es demasiado tiempo, me quedaré a esperar. Dígame, teniente, ¿hay mucho tráfico de Nueva Escocia a la Capital?

—Más que entre la mayoría de los mundos de este sector del Saco de Carbón y la Capital, aunque eso no sea decir mucho. Hay pocas naves con servicios decentes para pasajeros. Quizás el señor Bury pueda decirle más. Sus naves trabajan también en Nueva Escocia.

—Pero, tal como dice usted, no transportan pasajeros. Nuestro negocio es reducir el comercio interestelar, ¿sabe? —Bury vio miradas quisquillosas; luego continuó—: Autonética Imperial se dedica al transporte de fábricas reboticas. Siempre que podemos hacer algo más barato en un planeta, instalamos fábricas. Nuestra competencia principal son los cargueros mercantes.

Bury se sirvió otro vaso de vino, eligiendo cuidadosamente uno del que Blaine había dicho que tenían poca reserva. (Debe de ser bueno; si no su escasez no habría preocupado al capitán.)

—Por eso estaba yo en Nueva Chicago cuando estalló la rebelión.

Cabeceos de aceptación de Sinclair y de Sally Fowler; Blaine siguió inmóvil e imperturbable; Whitbread hizo un gesto a Staley —espera que te cuente—, con lo que indicó a Bury más de lo que éste deseaba saber. Sospechas, pero nada confirmado, nada oficial.

—Tiene usted una vocación fascinante —dijo a Sally antes de que el silencio pudiese prolongarse—. Háblenos más de su profesión. ¿Ha visto usted muchos mundos primitivos?

—Ninguno —dijo ella quejumbrosamente—. Sé de ellos sólo por los libros. Teníamos que haber ido a visitar Arlequín, pero la rebelión…

—Yo estuve una vez en Makasar —dijo Blaine. La cara de Sally se iluminó instantáneamente.

—Había todo un capítulo dedicado a ese mundo. Muy primitivo, ¿verdad?

—Aún lo es. No había una gran colonia allí con que empezar. Todo el complejo industrial quedó destruido en las Guerras Separatistas, y nadie visitó el planeta en cuatrocientos años. Cuando llegamos nosotros, tenían una cultura Edad de Hierro. Espadas. Cotas de mallas. Barcos de madera.

—Pero ¿cómo era la gente? —preguntó Sally muy interesada—. ¿Cómo vivían?

Rod se encogió de hombros, embarazado.

—Estuve allí sólo unos días. Apenas tuve tiempo de ver cómo era aquello. Fue hace años, yo tendría la edad de Staley. Recuerdo sobre todo que anduve buscando una buena taberna. —Después de todo, deseó añadir, no soy un antropólogo.

La conversación se desvió. Rod se sentía cansado y esperaba una oportunidad que le permitiese dar por concluida la cena sin brusquedades. Los otros parecían enraizados en sus asientos.

—Ustedes estudian la evolución cultural —dijo amistosamente Sinclair—, y quizás esté bien que lo hagan. Pero ¿no podría darse también evolución física? El Primer Imperio era muy grande y estaba muy disperso, había espacio suficiente casi para cualquier cosa. ¿No podremos encontrar en algún sitio, en algún rincón olvidado del viejo Imperio, un planeta lleno de superhombres?

Ambos brigadieres parecieron de pronto mostrarse muy atentos. Bury pregunto:

—¿Que dirección seguiría la evolución fisica de los humanos, señorita?

—Según nos enseñaron, no es posible la evolución de los seres inteligentes —dijo ella—. Las sociedades protegen a sus miembros más débiles. Las civilizaciones suelen fabricar sillas de ruedas y gafas y auriculares para sordos en cuanto disponen de herramientas para hacerlo. Cuando una sociedad hace la guerra, los hombres suelen pasar por una prueba de aptitud antes de que se les permita arriesgar sus vidas. Supongo que esto ayuda a ganar la guerra —sonrió—. Pero deja muy pocas posibilidades de que sobrevivan los más aptos.

—Pero supongamos —sugirió Whitbread—, supongamos que una cultura hubiese retrocedido mucho más atrás que la de Makasar… Que hubiese retrocedido hasta el salvajismo total: bastones y fuego. Entonces tendría que haber evolución, ¿no es así?

Tres vasos de vino habían borrado el pesimismo y la inercia de Sally, que parecía ansiosa por hablar de cuestiones profesionales. Su tío le decía a menudo que hablaba demasiado para una dama, y ella intentaba controlarse, pero el vino siempre le producía aquel efecto… el vino y un público atento. Se sentía bien, después de semanas de vacío.

—Desde luego —dijo—. Hasta una sociedad evoluciona. Existe selección natural hasta que hay un número suficiente de humanos que se agrupan para protegerse mutuamente frente al medio. Pero no es bastante. Señor Whitbread, hay un mundo en el que practican el infanticidio ritual. Los mayores examinan a los niños y matan a los que no se ajustan a sus normas de perfección. No es evolución, exactamente, aunque podrían conseguirse así algunos resultados… pero no ha transcurrido aún tiempo suficiente.

—Hay gente que selecciona caballos mediante una crianza especial. Y perros —comentó Rod.

—Sí. Pero no han conseguido nuevas especies. Nunca. Y las sociedades no pueden mantener reglas constantes el tiempo suficiente para que se produzcan cambios reales en la raza humana. Tendría que transcurrir un millón de años… Por supuesto, ha habido intentos deliberados de crear superhombres. Como en el Sistema Sauron.

Sinclair lanzó un gruñido.

—Esos salvajes —escupió—. Fueron ellos los que iniciaron las Guerras Separatistas y casi nos matan a todos. —Se detuvo de pronto, al ver que el brigadier Whitbread carraspeaba.

Sally intervino rápidamente.

—Ése es otro sistema por el que no puedo sentir simpatía. Aunque ahora sean fieles al Imperio…

Miró a su alrededor. Todos tenían una expresión extraña, y Sinclair intentaba ocultar la cara detrás del vaso de vino que sostenía. El rostro anguloso del brigadier Horst Staley parecía como tallado en piedra.

—¿Que pasa? —preguntó Sally.

Hubo un largo silencio. Por último habló Whitbread:

—El señor Staley es del Sistema Sauron, señorita.

—Vaya… cuánto lo siento —balbució Sally—. Creo que he metido la pata… en realidad, señor Staley, yo…

—Si mis jóvenes caballeros no pueden soportar esa presión, no los necesito en mi nave —dijo Rod—. Y no ha sido usted la única que ha metido la pata —miró significativamente a Sinclair—. No juzgamos a los hombres por lo que sus mundos natales hicieron hace cientos de años. —Maldita sea; esto suena a pura fórmula—. ¿Hablaban ustedes sobre la evolución?

—Sí… teóricamente es algo que queda casi eliminado en las especies inteligentes —dijo ella—. Las especies evolucionan para ajustarse al medio. Una especie inteligente cambia el medio para ajustarlo a ella. Tan pronto como una especie se hace inteligente, debe dejar de evolucionar.

—Lástima que no dispongamos de más elementos de comparación —dijo suavemente Bury—. Sólo contamos con unos cuantos datos teóricos.

Explicó una larga historia sobre un improbable ser inteligente octopoide que se encuentra con un centauro, y todos rieron.

—Bueno, capitán, fue una cena magnífica —concluyó.

—Sí. —Rod se levantó y ofreció su brazo a Sally; los otros se levantaron también.

Sally guardó silencio mientras él la acompañaba por el pasillo hasta su camarote, y sólo intercambiaron una despedida cortés al separarse. Rod volvió al puente. Había que grabar más reparaciones en el cerebro de la nave.