"El Cuarto Reino" - читать интересную книгу автора (Miralles Francesc)2Ya en el tren, busqué rápidamente en la guía un lugar donde dormir. Decidí probar suerte en el Oak Hotel, por el simple hecho de que estaba junto a una de las paradas que efectuaba aquel expreso: Ueno. Acto seguido, antes de que el tren arrancara, me entregué a la lectura en diagonal de una introducción histórica sobre Japón. Me salté los capítulos dedicados a los ataques mogoles y los shogunatos, y me detuve en un episodio reciente que me llamó la atención. Al parecer, durante las décadas de 1970 y 1980 el gobierno de Corea del Norte se dedicó a secuestrar a habitantes de la costa nipona, con el único fin de que impartieran clases de japonés a sus espías. Estas desapariciones llevaron las relaciones entre ambos países a la actual hostilidad, aparte de los ensayos balísticos realizados por el régimen comunista directamente sobre Japón. Hubo un punto de inflexión en 2002, cuando Koi-zumi Junichiro se convirtió en el primer presidente japonés en visitar Corea del Norte, logrando la liberación de cinco secuestrados que llevaban casi tres décadas ejerciendo de profesores de idioma a la fuerza. Éstos fueron recibidos a su regreso con grandes fiestas y honores, pero la opinión pública no tardó en volverse contra el Gobierno, al saberse que otros ocho secuestrados habían muerto de viejos en territorio norcoreano mientras languidecían esperando un rescate que nunca se produjo. Cerré la guía con la seguridad de que me adentraba en un país más extraño todavía de lo que me había figurado. El tren expreso ya circulaba a gran velocidad entre campos perfectamente recortados, donde de vez en cuando asomaba alguna granja de construcción moderna. Aquel cielo de mediados de octubre se veía desapacible, como si en cualquier momento pudiera atravesarlo un cohete de fabricación norcoreana. De hecho, recordaba una portada de En aquel momento me había hecho mucha gracia, pero ahora que me hallaba allí, era un elemento más para la extrañeza y la inquietud. Al bajar en la estación de Ueno, me encontré repentinamente en medio de un torrente humano que se derramaba por incontables pasadizos y escaleras. En sólo unos segundos pasaron ante mí unos cuantos miles de personas, lo que me produjo una sensación de vértigo. Finalmente di con un rótulo en inglés donde se leía «Exit» y opté por salir al exterior sin demasiada fe en encontrar el hotel. Tras pasar por un caótico laberinto de quioscos, tiendecitas y restaurantes, di con una escalera que bajaba a la calle y fui a salir a un cruce de tráfico intenso, sobre el que se alzaba un puente de hormigón por el que cruzaba una autopista. En los semáforos había altavoces adosados que escupían publicidad a todo volumen, con música estridente y unas vocecitas propias de dibujos animados. Permanecí un buen tiempo parado allí con la guía entre las manos, intentando entender dónde me encontraba. Finalmente llegué a la conclusión de que debía cruzar aquel nudo de carreteras para llegar a Higashiueno. En algún punto de esa avenida había un callejón donde se hallaba el Oak Hotel. Sin embargo, debido a que unas obras camuflaban la bocacalle, lo pasé de largo y me pateé buena parte de la avenida -llena de comercios de menaje del hogar- para luego retroceder como un pato mareado. Tardé casi media hora en dar con el hotel: un edificio de ladrillo con un toldo rojo como entrada que limitaba con un parking al aire libre. Muerto de sueño, rellené la inscripción y me encaminé con la llave -una tarjeta de plástico- a una habitación libre de la planta baja. Era muy pequeña y la ventana daba a un muro, pero disponía de un pequeño baño y se veía bastante limpia. Sin fuerzas para explorar más, me desnudé rápidamente y me metí dentro de la cama. Antes de cerrar los ojos ya me había dormido. |
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