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Cuando pude emitir un ruido parecido a la voz, pregunté a la anciana por qué se exponía al riesgo inútil de tenerme escondido en su casa.
Al principio no entendió lo que mi voz estropajosa le quería decir.
Le repetí la pregunta, tartamudeando mis palabras sílaba por sílaba.
– Por mi hijo… -respondió la mujer, luego de un largo silencio.
Bajo el manto oscuro que le cubría la cabeza sólo podía verle el hueco oscuro de la boca.